Cuando No Se Quiere Responder, No se Permite Preguntar

23-06-06


Editorial

Cuando No Se Quiere Responder, No se Permite Preguntar


La calidad de la democracia deliberativa que preconiza Rodríguez Zapatero quedó nuevamente retratada ayer cuando la supuesta rueda de prensa conjunta con el presidente argentino, Kirchner, se redujo a dos preguntas previamente pactadas de dos medios de comunicación públicos como TVE y RNE.

La cuestión no es en absoluto anecdótica: había mucha expectación por saber qué decía el presidente sobre el comunicado en el que ETA le emplaza explícitamente a «cumplir sus compromisos». Máxime cuando Rajoy le había pedido que aclarara si había llegado o no a acuerdos con la banda. Estaba, pues, en juego nada menos que la credibilidad del presidente ante el líder del PP -a quien, en su último encuentro en La Moncloa, él mismo aseguró que tales compromisos no existían- y también ante la opinión pública, que empieza ya a sospechar de la veracidad de sus propósitos declarados.

No podemos atribuir a la tosquedad de la política monclovita de comunicación la censura ejercida sobre EL MUNDO y el resto de los medios, porque lo que ayer se hizo evidente fue la decisión personal del presidente de dejar sin respuesta una pregunta que no podía o no quería contestar. De hecho, aunque de manera tortuosa y atribuyendo a Rajoy lo que en realidad se puede leer literalmente en el comunicado, la periodista de TVE llegó a formular la pregunta que obligaba a Zapatero a definirse. Pero, en vez de responder a la única cuestión que interesaba a la ciudadanía, y ante el estupor de los demás informadores, el presidente echó mano del habitual catálogo de tópicos y se limitó a pedir «perspectiva» y «sosiego». No deseamos caer en la tentación de un juicio de intenciones ni pasar del ámbito de las conjeturas, pero ese vergonzante silencio -convenientemente blindado frente al escrutinio periodístico- resulta inquietante. Y más si lo sumamos al anuncio de Zapatero de que no va a parar el reloj y de que anunciará su intención de abrir el diálogo con ETA antes de que acabe junio, precisamente el plazo que el propio diario Gara le dio en uno de sus recientes editoriales. Aunque sea a través de este tipo de elementos circunstanciales, empieza a calar en una parte importante de la opinión pública la sospecha de que quien calla otorga y de que Zapatero podría estar actuando a remolque de los dictados de ETA.

Como ya advertimos ayer, hay dos formas de desactivar estas sospechas. La primera es un simple monosílabo -no- que desmienta cualquier acuerdo con la banda. La segunda es alterar, en vista de los últimos acontecimientos, el calendario del proceso. Si la voluntad de ETA es firme, lo será igual en julio que en septiembre. Pero si todo depende de fechas o procedimientos, estaríamos ante un chantaje inaceptable. Lejos de tomar cualquiera de estas dos vías, el portavoz socialista, López Garrido, aseguró ayer que ya «no existen actividades terroristas». Como si no fueran exactamente eso la extorsión, las pintadas o los cócteles molotov a cargo de una banda que no parece tener el propósito de abandonar la violencia sino de hacerla compatible, en versión light, con la obtención de ventajas políticas.

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