Resumen de la semana «Hola, Gabriel» Por FERNANDO MUGICA

01-04-07



Resumen de la semana

«Hola, Gabriel»


La fiscal visitó a 'El Gitanillo' antes y después de que declarara

Por FERNANDO MUGICA

Gabriel Montoya, 'El Gitanillo', ha dado dos versiones contradictorias ante los jueces / Aseguró a Del Olmo, en mayo de 2005, que pasó la tarde del 28 de febrero de 2004 en un piso de Trashorras jugando a la 'play' / El inspector Parrilla aseguró que era cierto que el ex minero hubiera relacionado a Jamal Ahmidan con ETA

A ver si sabemos distinguir el humo de la paja. La Fiscalía ha tenido esta semana su momento de gloria. Fue después de una serie de declaraciones que habían supuesto un tremendo calvario para la versión oficial. Sucedió cuando compareció ante el juez Gabriel Montoya Vidal, al que de una forma incorrecta todos llaman El Gitanillo.
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Es en el propio sumario donde hemos podido leer que, según averiguaciones de las Fuerzas de Seguridad, al menor de Avilés se le conocía en el barrio por ese apelativo. Falso de toda falsedad. Ya es hora de que reconozcamos que lo de El Gitanillo es una pura licencia literaria.

Corrían los tiempos en los que estábamos enfrascados en el descubrimiento de todos los entresijos de la trama asturiana. Fue entonces cuando un miembro de la Guardia Civil, uno de los encargados de su interrogatorio, nos contó que el chaval había cantado a fondo. Al juez Juan del Olmo le pareció tan poco fiable aquella versión completa que daba el menor de lo que había sucedido en Avilés y sus alrededores, en la tarde noche del 28 de febrero de 2004, que comentó: «Eso se lo habéis sacado vosotros, pero no lo repetirá en su declaración judicial».

Le aseguraron que el muchacho estaba dispuesto a repetirlo ante quien fuera. Y así sucedió, aunque luego, un año más tarde, reconociera, en un momento de debilidad, que un guardia civil llamado Rafa le había adoctrinado sobre lo que tenía que declarar.

Fue nuestra fuente la que nos dijo que le llamaban Baby o El Guaje, pero que ellos lo habían rebautizado, por su aspecto, como El Gitanillo. Era un chaval del lumpen asturiano, alto, con cara agitanada, alguien muy poco de fiar.

EL LLANTO DE 'EL GITANILLO'

Su padre estaba recluido en la prisión de Villabona. Su madre, embarazada en aquella época, apenas si sobrevivía con lo que le proporcionaba la asistencia social.

Pero el interrogador nos dijo más cosas. Nos contó que El Guaje se había derrumbado muy pronto en el interrogatorio de las dependencias acolchadas del Servicio de Información Exterior. No estaba en una pandilla con los muchachos buscavidas del barrio, no tenía a mano una raya de coca y ni siquiera podía echar mano del chocolate para darse ánimos. Por eso se echó a llorar desconsoladamente y contó que aquella tarde del 28 de febrero no había ido de un lado a otro de la provincia asturiana con los moros, en medio deuna nevada imposible. La había pasado haciendo una actividad mucho menos aventurera. Sencillamente había estado en el piso viejo de Emilio Suárez Trashorras jugando a la play.

Luego recompuso el relato y habló de los viajes a la mina, un trayecto iluminado por Rafa y otros guardias. «Si nos ayudas, te irá mucho mejor». Y así fue. A El Gitanillo le salió un juicio rápido en el que la propia fiscal pidió la rebaja de su condena. Era menor, así que el resumen no puede ser más sencillo. No hubo objeciones por ninguna de las partes. La sentencia se dictó rápidamente, en noviembre de 2004. No duró todo más de una sesión. La condena quedó en seis años de internamiento en un centro de menores. Ni siquiera tiene por qué cumplirlos íntegros. El juez puede ponerlo en la calle bastante antes.

Al principio, se sintió un héroe. Se permitía ejercer de bravucón en el centro de internamiento Los Rosales. Le expedientaron seis veces en un tiempo récord. Se le oía decir: «Os voy a matar a todos. A mí ya me da igual 200 muertos que 201». Pero las noches eran demasiado negras para alguien que siempre había vivido sin control.

Tal vez por eso, el juez del Olmo se llevó la sorpresa de su vida cuando, en una nueva declaración, en marzo de 2005, El Gitanillo se desdijo de todo lo declarado, a pesar de que ya le habían condenado en sentencia firme por ello.

JUGANDO A LA 'PLAY' EN CASA DE EMILIO

Dijo que había estado jugando a la play en el piso viejo de Emilio y que nunca acompañó a los moros a Mina Conchita para recoger explosivos. Comentó que había sido el joven Iván Granados el que le dijo que en la bolsa que había transportado en su viaje a Madrid en autobús de línea había llevado explosivos. El mismo que más tarde declararía que El Gitanillo le había dicho que la noche del 28 de febrero de 2004, en Avilés, Emilio y los moroshabían metido el explosivo en garrafas blancas en un BMW y que luego se había marchado a Madrid con ellos para transportar la dinamita.

El Gitanillo continuó su nuevo relato ante Del Olmo -un año después de los atentados- asegurando que aquella noche en el garaje de Trashorras sí vio que metieran bolsas verdes en un Toyota que tenían allí aparcado. Reconoció que lo que le llevó a ser condenado se lo había aconsejado decir la Guardia Civil y que, por eso, aseguró que había ido a la mina.

Ante la presión de la fiscal Olga Sánchez, El Gitanillo volvió a rectificar sobre la marcha y dijo ante el juez que lo que acababa de decir no era cierto y que se quedaba con la primera versión, la de los viajes a Mina Conchita.

En definitiva, cuando la fiscal vio a Gabriel Montoya delante del juez Javier Gómez Bermúdez no las tenía todas consigo. ¿Qué versión daría ahora? Luego sabríamos que la fiscal visitó en los calabozos a El Gitanillo, antes y después de que declarara, algo que no pasó inadvertido ni para los implicados ni para sus abogados.

La declaración de Gabriel constituía el núcleo central de la acusación contra Trashorras. Por eso, Olga Sánchez comenzó con una frase que hará historia. Se inclinó hacia adelante, sonrió y con la voz más suave y melosa que pudo encontrar comenzó su interrogatorio con un : «Hola, Gabriel».

Luego le fue llevando por el relato correcto hasta que El Gitanillo se hizo de nuevo un lío y mezcló sin darse cuenta las dos versiones que había dado ante el juez Del Olmo. Dijo que habían llegado al garaje de Trashorras, el de la Travesía de las Vidrieras de Avilés, procedente de Mina Conchita. Que allí habían dejado aparcado el Toyota Corolla y que comenzaron a traspasar los explosivos a ese coche.

La fiscal dio un respingo y le interrumpió. «¿Pero cómo dice usted que metieron los explosivos en el Toyota, si nos ha dicho que esa noche fue de nuevo a la mina con ese coche para coger más explosivos?». La contestación de El Gitanillo fue definitiva: «Bueno, pues no sería en ese coche, sería en otro».

La versión oficial, una vez más, estaba rozando la catástrofe. Máxime cuando insistía en que el Toyota estaba aparcado en el garaje de Emilio, algo totalmente imposible. El padre de Trashorras tenía seis plazas en esos garajes, pero todas estaban alquiladas. Emilio tenía allí un trastero y no tenía ninguna plaza de garaje. Estaban todas ocupadas, sobre todo en mitad de una tormenta de nieve que no había cesado en todo el día.

Todavía no sé por qué, ninguno de los abogados quiso aprovechar la contradicción que se había producido nada menos que durante el interrogatorio de la fiscal. El capote de ésta había llegado tarde.

Sea como fuere, El Gitanillo sacó adelante, mal que bien, la versión ortodoxa de Mina Conchita. Tal vez por eso, la fiscal Olga Sánchez se acercó al final, de nuevo, a los calabozos para felicitar a Gabriel por su declaración. Para escándalo de muchos, lo vieron con sus propios ojos los que nos lo han contado.

UN TOYOTA DE QUITA Y PON

El interrogatorio a El Gitanillo tuvo, a pesar de la euforia de la fiscal, un final bastante ridículo. Fue cuando el último de los abogados intervinientes le apretó con el asunto del viaje en el que acompañó a Trashorras, «unos días antes de que vinieran los moros», hasta la mina y vio allí cómo dos mineros «con un mono azul» de trabajo hablaban con Emilio. Los abogados dejaron en evidencia la falsedad del relato cuando, durante varios días, preguntaron a todos los mineros de Mina Conchita que han pasado por el juicio sobre su ropa de trabajo.

Todos coincidieron en que nunca usó nadie monos, ni azules ni de ningún otro color, en la mina. Usaban ropa normal de calle, vaqueros viejos y camisas usadas. Precisamente, la empresa les daba una gratificación en su nómina en concepto de desgaste de ropa.

Pero la verdadera contradicción fue la de la fecha en la que El Gitanillo sitúa esa visita con Emilio a la mina. Dice «unos días antes» del 28, sin darse cuenta de que Trashorras y Carmen Toro volvieron de su luna de miel justo el día 26, cuando ya era noche cerrada.

Pero la respuesta a la última pregunta del último abogado que lo interrogó superó todas las expectativas. «¿En que días dice usted que fue a la mina con Emilio?» «Creo que a finales de febrero o a principios de marzo» «¿A principios de marzo?» -¡o sea después de que teóricamente los moros ya se hubieran llevado el explosivo!- «¡No haré más preguntas!».

Tengo la convicción de que, a pesar de la euforia de la fiscal, la declaración de El Gitanillo y sus dos enormes gazapos no habrán pasado inadvertidos al juez Bermúdez. Eso, y la charla con el guardia civil Rafa, -¿no se llamaba así un agente importante de la UCO?- cuando le aconsejó lo que debía declarar ante el juez.

LA CAJERA DESMEMORIADA

La cajera de Carrefour de Avilés fue muy breve. Se limitó a decir que unos individuos con aspecto árabe compraron varias mochilas de camping, que no pegaba la compra con su aspecto y que había reconocido a dos de ellos, Kounjaa y Jamal Ahmidan, dos de los suicidas de Leganés. También declaró que no les oyó hablar.

Un repaso al sumario nos recuerda lo difícil que debe resultar para el juez hacer justicia. Ningún abogado de la defensa le preguntó nada. Tal vez porque los dos moros reconocidos por la cajera están muertos y ya no tienen quien les defienda. Pero se olvidaron de cosas tan interesantes como las siguientes.

El Gitanillo aseguró ante Del Olmo que los moros, en la noche de Avilés, llevaban cinco mochilas iguales. Lo repitió muchas veces, incluso trató de identificarlas. Tal vez, por eso, los fiscales pasaron de puntillas preguntándole si aquella noche, la del 28 de febrero de 2004, aquellos individuos que le llamaron la atención habían comprado varias mochilas sin especificar cuántas. En la factura de compra, que se exhibió en el juicio, figura claramente que sólo compraron tres.

Pero vayamos a su reconocimiento. Las Fuerzas de Seguridad no llegan hasta la cajera de Carrefour para que preste declaración hasta febrero de 2005, cuando ya ha pasado casi un año desde los atentados. Hasta ese momento, la cajera no tenía la menor intención de declarar, ya que nunca había relacionado a aquellos hombres que compraron las mochilas con las fotografías que vio en los periódicos y en la televisión de los presuntos culpables de los atentados.

¿Cómo es posible entonces que pueda recordar una cajera el rostro de unas personas que pasaron durante unos segundos por delante suyo hacía un año? Era imposible, por eso, lo primero que dijo a la Guardia Civil, el 1 de febrero de 2005, es que sólo recordaba que eran cuatro o cinco individuos, de apariencia árabe, los que compraron unas mochilas. Que uno de ellos fue a pagar y que le dijo al otro que no tenía dinero suficiente -pero, ¿no dice ahora que no les oyó hablar?-.

No sólo compraron mochilas, también linternas, pilas, un litro y medio de leche, cuatro yogures bio, palmeras, dos paquetes de 150 gramos de embutido -¿radicales musulmanes comiendo embutido?-, bolsas, guantes y un pequeño cuchillo.

La propia cajera dijo que era imposible que los reconociera. Que había pasado un año y que por su caja pasaban al día centenares de personas. Dijo que uno de los moros tenía bigote y que le pareció una persona mayor.

SOLO COMPRARON TRES MOCHILAS

La insistencia de la Guardia Civil en varias visitas sucesivas hizo que la cajera terminara reconociendo que El Chino tal vez podría ser uno de los que compraron aquella noche mochilas, pero tenía el pelo mucho más largo y no tenía gafas. ¿Puede alguien preguntarle al guardia civil que puso las multas a El Chino en Burgos, al día siguiente de esa compra, si tenía el pelo largo?

El día 18 de marzo de 2005, la cajera declaró ante el juez. Esta vez ya no dijo, como en todas sus declaraciones anteriores, que eran cuatro o cinco los moros que vio, sino que ahora creía que eran tres. Firmó en las fotos de Kounjaa y Jamal Ahmidan. No reconoció, sin embargo, ni las linternas, ni las mochilas que encontraron entre los restos de Leganés, ni los guantes, ni el cuchillo que le enseñaron.

En su comparecencia, ningún abogado de los implicados quiso preguntarle nada. El Chino y Kounjaa están muertos, así que ni siquiera tienen abogados.

El testimonio de Emilio Suárez Trashorras ha ganado enteros después de que un inspector de la UCIE, Antonio Parrilla, declarara que al menos parte de lo que dijo era cierto. ¿Recuerdan ustedes los titulares a toda página de nuestros colegas diciendo que era una pura fantasía la declaración de Trashorras sobre la conexión de los etarras de la furgoneta de Cañaveras con El Chino?Bien, pues con notas negativas del CNI o sin ellas, ahora resulta queera verdad.

Jamal Ahmidan le dijo a Trashorras por teléfono, el 4 de marzo de 2004, que los etarras que habían capturado con los 500 kilos de explosivos eran amigos suyos. Por cierto, ¿qué pintaba el CNI en Avilés en un interrogatorio policial rutinario y hasta dicen que casual? Parrilla contradijo abiertamente lo que había declarado un comisario de la UCII -los anti ETA- el día anterior. Uno de los dos ha mentido abiertamente al juez. A propósito, ¿qué hacía un comisario anti ETA como jefe del grupo desplazado a Asturias para investigar los detonadores y las cabinas telefónicas de Asturias?

Aseguró, además, que el comentario sobre la conexión de El Chino con ETA lo había detallado en un informe que ahora no se encuentra por ninguna parte. No acabó ahí todo. Parrilla fue capaz de asegurar, cuando le enseñaron un presunto informe suyo, que no lo había escrito él. «¡Pero, si está su nombre!» «Está mi nombre, pero no lo he escrito yo». «¡Pero, si está su firma!» «Esa firma no es la mía».

Y el juez, mientras tanto, tomando notas con atención y exhibiendo un nuevo libro de contabilidad, esta vez de los indios que vendieron las tarjetas, en las que figuran en dos fechas próximas -24 de febrero de 2004 y 1 de marzo- dos ventas de 100 tarjetas a un tal Mohamed, se supone que empleado del locutorio de Zougam. Y de nuevo, la voz rotunda del juez Bermúdez diciendo: «¿Está usted seguro de que la tarjeta de la mochila de Vallecas pertenece al primer lote? Veremos quién miente y quién dice la verdad».

EL SINUOSO CAMINO HACIA ETA

Sobre la patética declaración del policía Manolón hay poco que comentar.¡Ahora resulta que era Trashorras quien lo controlaba! Se ha hundido él sólo, y ya nadie le va a creer nunca más.

Y luego, como traca final, llegó el barullo de Agustín Díaz de Mera. A lo largo de estos tres años -tal vez porque yo nunca, excepto en el primer momento, he sido proclive a mezclar a ETA con los atentados-, me han llegado multitud de informes y filtraciones para convencerme de que ETA tuvo algo que ver.

Pondré sólo dos ejemplos. Los etarras de la furgoneta de Cañaveras llevaban una dirección en la que han vivido dos islamistas relacionados con los implicados. Lamari salió inesperadamente de la cárcel en el año 2002 para irse a vivir a la zona sur de Navarra. En Tudela, Corella y Saint Michail -al otro lado de los Pirineos- contactó con etarras.

Así, hasta una lista que, en el último informe que me ha llegado, atribuido a gente de Intxaurrondo, el cuartel mítico de la Guardia Civil, llega hasta los 60 puntos. Nunca contribuiremos a la confusión. Sólo daremos datos contrastados. Allá los inventores de la teoría de la conspiración y sus neuras.

Pero Agustín Díaz de Mera ha dado un paso irreversible. La sociedad española está abierta en canal en el quirófano del juicio del 11-M. Lo peor no es que aún no haya podido demostrarse la autoría. Lo más trágico es que se abrió al paciente para extirparle un apéndice maligno y se han encontrado tumores esparcidos por zonas vitales.

El hedor de funcionarios capaces de mentir, de hacer desaparecer informes o de colocar pruebas falsas nos pone delante de una realidad que supera con mucho la tragedia de los 200 muertos.

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