CARTA DEL DIRECTOR Sobre héroes y urnas PEDRO J. RAMIREZ

19-11-06



CARTA DEL DIRECTOR

Sobre héroes y urnas


PEDRO J. RAMIREZ

Texto de la intervención del director de EL MUNDO en el acto de entrega de los V Premios Internacionales de Periodismo celebrado el pasado jueves día 16 de Noviembre en Madrid

Cuando los troyanos mataron a Aquiles ante las puertas de su ciudad, los griegos recogieron su cadáver y decretaron 17 días de luto. En el día decimoctavo se reunieron ante una enorme pira funeraria para quemarlo junto a rebaños de ovejas y otro tipo de ganado. Según la Ilíada, las nueve musas cantaron su responso y un puñado de nereidas vistió su cuerpo exánime con ropas de sobrenatural belleza. Todo el ejército griego desfiló ante el túmulo con sus mejores galas. Luego reunieron sus huesos calcinados, los preservaron en vino y aceites aromáticos, los colocaron en una urna de oro y los enterraron en una espléndida tumba en la cima de una montaña, para que pudiera ser divisada desde muy lejos -son palabras de Homero - «tanto por los hombres de nuestros días como por los de los días venideros».

«Ése fue», ha escrito la historiadora Lucy Hughes-Hallet, «el final de Aquiles: solemne, público y concluyente, el final que él había elegido libremente».

Cuando ETA mató a José Luis López de Lacalle junto a la puerta de su casa de Andoain, recogimos su cadáver debajo de su paraguas y su bolsa de periódicos, lo honramos en la iglesia del pueblo y lo acompañamos hasta su sepultura. Cuando una banda talibán mató a Julio Fuentes en la fatídica carretera entre Jalalabad y Kabul volamos hasta Pakistán para hacernos cargo de su cuerpo martirizado, lo repatriamos vía Roma y lo incineramos en presencia de su esposa, su padre y sus amigos. Cuando uno de los muy contados misiles iraquíes que dieron en algún blanco destrozó a Julio Anguita Parrado en un acuartelamiento americano en las inmediaciones de Bagdad, aguardamos la identificación de sus restos en un laboratorio en Alemania y acudimos a Córdoba a abrazar a su familia, cuando ésta se hizo cargo de su féretro.
(.../...)

En memoria de ellos tres primero instituimos y luego ampliamos estos premios. Hoy nos hemos reunido por quinto año consecutivo para prolongar sus exequias y rendir tributo a lo que significaron para nosotros y para sus lectores. A diferencia del héroe de Homero ninguno de los tres había buscado deliberadamente ese final. Los héroes de la libertad de expresión, como nuestra finalista de hace tres años Anna Politovskaya, mi querido amigo el libanés Gebran Tueni -es imposible no mencionarlos este año con el corazón encogido- o nuestros añorados compañeros, siempre lo son muy a su pesar porque su propósito es publicar y no perecer en un combate físico que no es el suyo.

Nada puede reparar su pérdida. Cuando Odiseo le visita obsequioso en el subterráneo Mundo de las Sombras, el propio Aquiles le dice que de buena gana renunciaría a ese nuevo reino y a toda su fama inmortal a cambio de recuperar la vida, aunque fuera como un campesino anónimo. José Luis quería seguir dando la batalla de las ideas en defensa de los valores constitucionales en el País Vasco: todos podemos imaginar qué es lo que estaría diciendo y escribiendo ante los alarmantes hechos de estos meses. Los dos Julios, nuestras Torres Gemelas abatidas por el fanatismo y la ofuscación, querían seguir narrando los grandes acontecimientos desde cualquier zona de conflicto en la que hubiera que dar testimonio del sufrimiento humano.

No buscaron la muerte, pero sabían que se exponían a ella y tampoco eludieron el riesgo de encontrarla. A López de Lacalle le había llegado ya un serio aviso en forma de cócteles molotov arrojados contra su ventana. Julio Fuentes era un veterano que había visto caer a algunos de los mejores de la tribu. Cuando consiguió participar en una misión de tanto riesgo, Julio Anguita Parrado tenía muy fresco en la memoria lo ocurrido con su amigo y compañero cuyo trabajo admiraba y anhelaba emular.

No buscaron la muerte, pero la afrontaron con valor y esa valentía es el patrimonio que nos han legado. Porque fue la expresión de un compromiso con la defensa vigorosa de unas nobles ideas y con la búsqueda de la verdad a cualquier precio digno. Sólo siendo fieles a ese compromiso, y mirándonos en su espejo al renovarlo todos los años, contribuiremos a dar sentido a sus muertes generosas.

Ése es el verdadero significado de este acto, que alcanza hoy su primer lustro. Ninguno de nuestros compañeros se sentiría cómodo dentro de la definición del superhombre, pero probablemente los tres habrían hecho suya la teoría de Nietszche sobre la «recurrencia eterna», no tanto de las personas excepcionales como de los conceptos e ideales por los que ellos fueron capaces de entregar sus vidas.

Mientras en España o en cualquier otro lugar se produzca la coacción del nacionalismo excluyente, empeñado en supeditar por la fuerza los derechos individuales al yugo de los mitos identitarios, habrá alguien que recogerá todos los días el paraguas y la bolsa de periódicos de López de Lacalle. Mientras la guadaña de la guerra siga segando vidas inocentes y dejando su reguero de dolor por las cunetas habrá alguien que se echará al hombro la cámara de Julio Fuentes y reanudará la última crónica de Julio Anguita Parrado. Nada a la vez tan impactante y efímero como un periódico para simbolizar esa primavera diaria, ese milagro de la interminable resurrección del afán de perfeccionamiento que anida en la condición humana.

Este acto es, pues, la entrega de un relevo, la ceremonia en la que pasan de manos dos antorchas: el premio internacional Reporteros del Mundo y el premio internacional Columnistas del Mundo. Como en años anteriores, al jurado le ha resultado muy difícil anteponer los méritos de los galardonados a los de otros candidatos. De hecho, ha acordado mencionar expresamente en su acta la extraordinaria labor en el campo del periodismo de investigación -y algo sabemos de eso en este diario- de nuestros colegas y amigos del Corriere della Sera Paolo Biondani y Guido Olimpio, autores de la serie de reportajes sobre los vuelos secretos de la CIA en Europa.

Pero, al ceñirme a los ganadores, puedo decir, en nombre de los restantes miembros del jurado, que tanto el abnegado Frank Gardner como los admirables Boadella, De Carreras y Espada representan la quintaesencia de esos valores que nuestros compañeros desaparecidos hicieron brillar heroicamente y a los que hoy volvemos a rendir nuestro tributo.

¿Cómo no identificar en esa encrucijada en la que Gardner, ejecutivo de un banco de inversiones, percibe a la vez la llamada del reporterismo y la atracción por el mundo árabe, el eco de las voces de Julio Fuentes cuando, sintiéndose poco menos que enjaulado en la redacción, pedía ser enviado al lugar en que estaba la acción y de Julio Anguita Parrado, al que hasta la corresponsalía en Nueva York se le había quedado pequeña para sus ansias de conocimiento, compromiso y aventura?

¿Y cómo no evocar sus muertes violentas, la carne desgarrada por los proyectiles, el odio en la mirada del atacante, el estupor en los ojos de la víctima, la sangre y el espanto que se funden en la nada, a través de ese momento terrible de un día de junio de 2004 cuando en las calles de Ryad el ya corresponsal de la BBC es atacado por un grupo de Al Qaeda, recibe primero dos impactos de bala que le derriban al suelo y luego cuatro tiros más a bocajarro con la inclemente intención de rematarle?

Aquí le tenemos hoy anclado en su silla de ruedas, pero con la frente bien erguida, racionalizando su tragedia, continuando su labor como divulgador y como analista, sin margen para el odio ni el rencor, sobreponiéndose a la adversidad con la elegancia y deportividad -como si hubiera sufrido una lesión al ser derribado del caballo durante un partido de polo- de un buen caballero inglés. Por su afán viajero se le ha comparado a Thesiger y por su amor por Oriente Medio a Lawrence de Arabia, pero es inevitable que en su lúcida tenacidad para seguir ejerciendo el periodismo pese a su discapacidad veamos también la fuerza de voluntad y la mente entera de Lord Nelson enarbolando el catalejo con su única mano. Estoy seguro de que la maravillosa Lady Hamilton estaría de acuerdo. Gracias, Frank, por darnos este ejemplo.

Y gracias a vosotros, Albert, Francesc y Arcadi, tres catalanes contra los dogmas catalanistas, por hacernos sentir de nuevo el pulso caliente de López de Lacalle en su doble dimensión de escritor político y activista cívico. Como en vuestro caso la prensa y la plaza pública eran sus dos tribunas. También venía de la izquierda. También antepuso la defensa de los derechos humanos vulnerados a cualquier otra consideración. Lo que para vosotros ha representado la fundación de Ciutadans para él lo supuso el alumbramiento del Foro de Ermua. No me extraña que se hable y especule sobre la posible colaboración de ambas entidades, pues las dos llevan grabadas en su ADN el grito rebelde de la libertad aldeanamente aherrojada.

Todos sabemos lo que significa Albert Boadella en la vida intelectual del último franquismo, de la Transición y de nuestra imperfecta democracia. Desde sus primeros pasos al frente de Els Joglars hasta sus últimos montajes denunciando la impostura de los personajes mejor embozados en el manto de la honorabilidad, ha remado contra corriente, ha abierto las cajas fuertes de los mayores farsantes con la ganzúa de la sátira, ha encarnado lo políticamente incorrecto y sobre todo ha hecho carne el verbo fértil de la provocación escénica. Es nuestro Alfred Jarry, nuestro Woody Allen, nuestro Dario Fo. A mí me hubiera gustado contribuir a convertirlo también en nuestro Art Buchwald, pero él no termina de dejarse.

Francesc de Carreras representa la pasión racionalista del corredor de fondo. La paciencia del espíritu de las leyes dosificado en columnas de periódicos. La serenidad de quien no mide la correlación de fuerzas sino la solvencia de los argumentos en conflicto. La tenacidad de quien es consciente de que le ha tocado desmontar una inmensa y poderosa superchería y de que no existe otro modo de hacerlo sino tornillo por tornillo. Y todo ello adobado con un sano idealismo quijotesco que emana del optimismo de la voluntad. Como bien sabemos en EL MUNDO, para el periodismo es un lujo contar con la referencia de catedráticos de Derecho que siempre te hacen pisar en tierra firme. Para la política, el mejor de los adornos ha sido haberle tenido a él en el último lugar de la lista de Ciutadans y en primera línea de combate cuando ese movimiento no tenía aún ni siquiera nombre.

Y queda Arcadi, nuestro querido Arcadi, de cuyo fichaje y compañía tan orgullosos nos sentimos ahora en esta casa. Estamos ante un indomable exponente del apego a la ética de la realidad dentro de un panorama periodístico cada vez más invadido por el servilismo, el oportunismo y la gandulería intelectual. Frente a la disposición de tantos colegas a cumplir con el rol previamente autoasignado y pasar cada asunto por el tamiz de su campanuda ignorancia, satisfaciendo siempre las bien remuneradas expectativas de lo previsible, Arcadi Espada abre cada mañana el tenderete dispuesto a hacerse todas las preguntas y, como bien ha subrayado Victoria Prego, a medida que va encontrando las respuestas «es esclavo y no dueño de lo que concluye». Podrá acertar o equivocarse, pero -a diferencia de tantos sinvergüenzas- nunca describe el paisaje sin antes contemplarlo. Hemos tardado demasiado tiempo en encontrarnos en este diario liberal, y por lo tanto transideológico, pues tanto él como nosotros compartimos la incómoda costumbre de hacer y decir muy a menudo cosas distintas -e incluso opuestas- de lo que nos conviene.

Con tales mimbres fundacionales no es de extrañar que todas las apuestas clasificaran a Ciutadans de Catalunya como un divertido e interesante disparate con tantas posibilidades lúdicas como inviabilidad política y que el propio Eugenio Trías, tan identificado con sus principios, se haya sentido obligado a advertir, con una mezcla de regocijo y asombro que «esta fiesta no celebra un premio de consolación para una opción romántica, nueva ocasión perdida, prueba de la inviabilidad en Cataluña de otro paradigma que el nacionalista».

Este premio lo habrían merecido igual, cualesquiera que hubieran sido los resultados, porque el periodismo puede responder de la siembra, no de la cosecha. Pero el milagro de Ciutadans abriéndose camino entre el ostracismo, sin medios ni padrinos, en un tiempo récord, nos hace celebrarlo doblemente y no tanto por ellos como por la sociedad catalana. Sus 90.000 votos, contemplados junto a los 60.000 en blanco, y junto a los 315.000 del PP que con tanto mérito y esfuerzo ha defendido una visión unitaria de España en medio de la hostilidad de unos y la incomprensión de otros, demuestran que incluso en la narcotizada Cataluña existe margen para, movilizando a una parte de esos 2.250.000 abstencionistas, construir una mayoría social alternativa -de la que no tendría por qué sentirse excluido ningún partido nacional- que anteponga los derechos de las personas a los de los pueblos.

Aunque Ciutadans haya circunscrito con muy buen criterio su acción política a Cataluña, ese sueño de reorientar la marcha de las cosas también es posible para el País Vasco y para el conjunto de España. Este no es el momento para entrar en detalles de estrategia, pero sí para hacer dos consideraciones finales. La primera es que tanto en la política como en el periodismo el heroísmo debe tener una proyección práctica. Garibaldi podía arengar a sus hombres diciéndoles: «Cuantos menos seamos, mayor será nuestra gloria». En la política hay que ganar las elecciones y en el periodismo tener el mayor número posible de lectores.

La segunda es que ese pragmatismo de la utilidad puede muy bien ser compatible e incluso complementario con la ética de la autenticidad. Ése es, de hecho, el denominador común que une a nuestros premiados con las personas en cuya memoria se instituyeron estos galardones. De cada uno de ellos puede decirse que antepuso siempre el ser al parecer y que, como escribe Salustio de Catón, «cuanto menos buscó la fama, más la fama se empeñó en perseguirle a él».

Esto es lo que, en definitiva, honramos hoy aquí: el público matrimonio entre el talento y la virtud. Algo tan poco frecuente como ciertamente digno de servir de ejemplo «tanto a los hombres de nuestros días como a los de los días venideros».

pedroj.ramirez@el-mundo.es

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