Un BMW averiado en la N-1
17-04-07
A SANGRE FRIA
Un BMW averiado en la N-1
DAVID GISTAU
Haría frío, o tendrían hambre, o les daría pereza, o aceptarían una coima, o estaría demasiado cercana la hora del relevo como para complicarse con trámites burocráticos por un simple «morito» que viajaba con «un par de camisas» con el chip de seguridad puesto.
Vaya usted a saber. El caso es que dos guardias civiles no hicieron su trabajo. Y su desidia, como la de tantos otros elementos de las Fuerzas de Seguridad relacionados de un modo más o menos periférico con el 11-M que no quisieron llegar tarde a casa por culpa de unos mindundis, añade bronca a la certeza de que el atentado podría haberse evitado con tan sólo un poco más de diligencia y de intuición policial. A 'El Chino' le tuvieron. Dos veces. La segunda, apenas unos días antes del atentado, le multaron cuando llevaba el coche cargado de explosivos. Siempre le dejaron ir. (.../...)
La noche del 5 de diciembre de 2003, dos guardias de Tráfico abordaron a un hombre a quien el coche había dejado tirado en la N-1, a 88 kilómetros de Madrid. La suspicacia estaba justificada, y no precisamente por los motivos lombrosianos resumidos en la famosa sentencia de Montesquieu: «Por tus orejas, por tu cara, yo te condeno». Las orejas y la cara de Jamal Ahmidan eran lo de menos cuando en un BMW que no estaba registrado a su nombre llevaba mercancía robada a El Corte Inglés, y dos cuchillos de grandes proporciones, y una maza «de las de hacer daño».
Cuando, además, El Chino portaba documentación falsa e intentó refugiarse en una actitud chulesca por las mentiras sobre su viaje que no resistieron a un interrogatorio superficial. No le detuvieron ni le retuvieron para indagar. No «procedía». Por pereza o porque era tarde o porque hacía frío, vaya usted a saber.
Y los dos guardias de la N-1 acabaron siendo otros más de esos funcionarios de las Fuerzas de Seguridad que no daban crédito cuando descubrieron por los retratos publicados en la prensa que el morito de las camisas, el delincuente de cabotaje por el que no merecía la pena complicarse con trámites burocráticos ni llegar tarde a casa ni creer a los confidentes que avisaban de lo que se estaba urdiendo, era nadie menos que el autor principal del peor atentado terrorista de la Historia de España.
Por lo demás, la sesión de ayer fue de transición y la ocuparon personajes secundarios que rebajaron la tensión con ramificaciones políticas que empapó la semana pasada. A diferencia de Díaz de Mera, el testigo L-61 no se amparó en ningún supuesto código de honor y, en cambio, se ofreció a localizar al huido 'Nayo'. El confidente de la operación Pípol, a quien se supone en la República Dominicana, estaría en conversaciones para pactar su regreso.
La negociación nos recuerda ese mercadeo de información a cambio de impunidad que constituía un hábito en la trama asturiana y que hizo creer a Trashorras cuando se presentó en comisaría que de ésta se libraría como de otras: colocándole el marrón a otro. Aunque ayer no estuviera en la sala, Rosa estuvo presente en los corrillos por su presunto perjurio, por esas 16 conversaciones no grabadas con su novio que demuestran que El Chino siempre estuvo controlado, incluso después del atentado, cuando ya había ascendido de camello a terrorista para la consideración policial.
A SANGRE FRIA
Un BMW averiado en la N-1
DAVID GISTAU
Haría frío, o tendrían hambre, o les daría pereza, o aceptarían una coima, o estaría demasiado cercana la hora del relevo como para complicarse con trámites burocráticos por un simple «morito» que viajaba con «un par de camisas» con el chip de seguridad puesto.
Vaya usted a saber. El caso es que dos guardias civiles no hicieron su trabajo. Y su desidia, como la de tantos otros elementos de las Fuerzas de Seguridad relacionados de un modo más o menos periférico con el 11-M que no quisieron llegar tarde a casa por culpa de unos mindundis, añade bronca a la certeza de que el atentado podría haberse evitado con tan sólo un poco más de diligencia y de intuición policial. A 'El Chino' le tuvieron. Dos veces. La segunda, apenas unos días antes del atentado, le multaron cuando llevaba el coche cargado de explosivos. Siempre le dejaron ir. (.../...)
La noche del 5 de diciembre de 2003, dos guardias de Tráfico abordaron a un hombre a quien el coche había dejado tirado en la N-1, a 88 kilómetros de Madrid. La suspicacia estaba justificada, y no precisamente por los motivos lombrosianos resumidos en la famosa sentencia de Montesquieu: «Por tus orejas, por tu cara, yo te condeno». Las orejas y la cara de Jamal Ahmidan eran lo de menos cuando en un BMW que no estaba registrado a su nombre llevaba mercancía robada a El Corte Inglés, y dos cuchillos de grandes proporciones, y una maza «de las de hacer daño».
Cuando, además, El Chino portaba documentación falsa e intentó refugiarse en una actitud chulesca por las mentiras sobre su viaje que no resistieron a un interrogatorio superficial. No le detuvieron ni le retuvieron para indagar. No «procedía». Por pereza o porque era tarde o porque hacía frío, vaya usted a saber.
Y los dos guardias de la N-1 acabaron siendo otros más de esos funcionarios de las Fuerzas de Seguridad que no daban crédito cuando descubrieron por los retratos publicados en la prensa que el morito de las camisas, el delincuente de cabotaje por el que no merecía la pena complicarse con trámites burocráticos ni llegar tarde a casa ni creer a los confidentes que avisaban de lo que se estaba urdiendo, era nadie menos que el autor principal del peor atentado terrorista de la Historia de España.
Por lo demás, la sesión de ayer fue de transición y la ocuparon personajes secundarios que rebajaron la tensión con ramificaciones políticas que empapó la semana pasada. A diferencia de Díaz de Mera, el testigo L-61 no se amparó en ningún supuesto código de honor y, en cambio, se ofreció a localizar al huido 'Nayo'. El confidente de la operación Pípol, a quien se supone en la República Dominicana, estaría en conversaciones para pactar su regreso.
La negociación nos recuerda ese mercadeo de información a cambio de impunidad que constituía un hábito en la trama asturiana y que hizo creer a Trashorras cuando se presentó en comisaría que de ésta se libraría como de otras: colocándole el marrón a otro. Aunque ayer no estuviera en la sala, Rosa estuvo presente en los corrillos por su presunto perjurio, por esas 16 conversaciones no grabadas con su novio que demuestran que El Chino siempre estuvo controlado, incluso después del atentado, cuando ya había ascendido de camello a terrorista para la consideración policial.
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