El lado malo de la tostada


05-06-07



A SANGRE FRIA

El lado malo de la tostada


David Gistau

El hombre al que la tostada siempre le cae del lado de la mantequilla es Rafá Zouhier. Parece el comodín al que recurren tanto las Fuerzas de Seguridad como la Fiscalía para cobrarse un trofeo de caza compensatorio cada vez que se les escabulle una pieza importante. Le ocurrió en los días de su detención. Cuando las grabaciones escuchadas durante la fase documental demuestran que su controlador, 'Víctor', recibió con un murmullo desganado y ninguna iniciativa las informaciones ofrecidas por Zouhier que deberían haber bastado para detener a 'El Chino' poco después del atentado. Si de la eficiencia de Víctor hubiese dependido, la bomba fallida de Mocejón habría descarrilado un AVE. Y ahora Zouhier dispondría de aún más argumentos para lamentar que sus confidencias se perdieran en una bruma de pereza y negligencias que no se reparan, apenas se solapan, criminalizándole a él más allá de lo que probablemente merezca o procurando que desaparezcan notas informativas.

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Semejante técnica de distracción basada en ofrecer la cabellera de Zouhier la empleó también la Fiscalía. Ya lo adelantaron las filtraciones. Las conclusiones de Olga Sánchez aumentaron la petición de pena a Zouhier asociándolo con la autoría. Y lo hicieron justo cuando el imprevisto de los traductores ha dejado temblando una de las acusaciones principales, la de 'El Egipcio', verdadera grieta en los cimientos de la versión oficial que ayer se intentó apuntalar con la comparecencia por sorpresa de los intérpretes italianos. Que, por cierto, sólo sirvió para envolver las palabras de El Egipcio en una confusión y en una confrontación de pareceres comparables a las de las moléculas voladoras. Como quiera que ya Basel Ghalyoun esquivó la autoría material, lo de Zouhier parece el intento más o menos desesperado de agregar alguna otra condena fuerte a las pocas que ya se esbozan que mitigue cierta sensación de impunidad, o de sumario mal armado, que va a dejar el juicio en su desenlace.

Zouhier no es el empleado del mes de los boy scouts. Y la sentencia habrá de determinar hasta qué punto practicó el doble juego durante sus devaneos con un pie puesto en cada lado de la ley. Pero es un personaje demasiado visible y desbocado con el que ha resultado fácil anotarse los puntos perdidos en otros frentes, tanto para las Fuerzas de Seguridad como para la Fiscalía.

En cuanto a la teoría etarra, ya bautizada como cuarta trama, la ligereza de la explicación referente a las «moléculas voladoras» impedirá que este juicio zanje la invitación a la sospecha. Por más que la autoría islámica y el trasiego de explosivos desde Mina Conchita hayan quedado lo bastante acreditados como para desafiar la fe en tramas periféricas. Esta circunstancia demuestra algo que ya se anticipó aquí en los comienzos de la vista oral: que los prejuicios adquiridos se las arreglarían para sobrevivir al proceso y que esa cuarta trama se instalaría para siempre, como el asesinato de Kennedy, en el acervo de los misterios folclóricos. En algo va a fracasar este juicio: no será la catarsis colectiva que debiera haber permitido que el 11-M quedara atrás, recluido en los anaqueles de la Historia.

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