Las amistades peligrosas
23-05-07
A SANGRE FRIA
Las amistades peligrosas
DAVID GISTAU
A SANGRE FRIA
Las amistades peligrosas
DAVID GISTAU
Su inocencia podrá acogerse a sagrado en el principio de presunción hasta que haya sentencia. Pero, mientras tanto, lo que ya habrá quedado demostrado es que algunos de los acusados más destacados, como Haski y El Egipcio, escogían fatal sus amistades. Los suicidas de Leganés, por ejemplo. Tanto es así, que los personajes vinculados a ellos por lazos de afecto o por pertenencia al mismo ambiente que intentan avalar su inocencia con sus testimonios no suelen ser precisamente honrados comerciantes aficionados a la botánica sino terroristas islámicos que cumplen condena en diferentes cárceles europeas por hechos probados y a los que, por tanto, no queda presunción alguna en la que guarecer la honra. Con esas relaciones resulta complicado defender de forma creíble la pose del inmigrante, limpio de toda culpa original, cuyo único anhelo era encontrar un curro.
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La videoconferencia con el Versalles no palaciego abundó en la estratagema de exculpar a los procesados a base de retractarse de declaraciones anteriores alegando que fueron forzadas por la presión policial y las irregularidades. Attila Turk, con su nombre de malevo del cómic, atribuyó a la falta de «conciencia real» todo cuanto dijo sobre Haski. Su inquietud durante los días del atentado cuando le tuvo alojado en París. Sus disputas con Abdelkamer Hakimi en una reunión celebrada en Bruselas para hacerse con la jefatura europea del GICM. Y el uso del apodo Abú Hamza, que sí asociaron con Haski -aunque precisaron que así se le llamaba «raramente»- los hermanos M'Saad. Éstos, que también dieron albergue a Haski no sin quejarse de que era vago aunque manejase dinero, refirieron sus escapadas a los cibercafés y negaron que hubiera tratado de dominarles con un tutelaje religioso: tan sólo habría dicho que era capaz de «responder a cualquier pregunta sobre el islam», como si en vez de ser un pastor de voluntades captando reclutas, tan sólo hubiera querido encontrar pareja para un concurso de trivial basado en conocimientos musulmanes.
Por su parte, los biólogos de la Policía, los mismos que certificaron la presencia de Lamari entre los suicidas de Leganés partiendo tan sólo de una quijada y una mata de pelo, ubicaron en la calle de Martín Gaite rastros de ADN pertenecientes a Ghalyoun y Bouchar. No así de Jamal Zougam, que de los presuntos autores materiales sigue siendo el que menos aparece en las actividades y en los ámbitos del grupo, desde el río Alberche hasta los chiscones de Virgen del Coro, Morata y Leganés. Entre cuchillas de afeitar y huesos de dátiles impregnados con su ADN, a Bouchar en cambio le suenan todos los detectores, por si no bastase con la identificación de los policías que acaso se propusieron dejar de fumar cuando se sofocaron al intentar capturarle mientras bajaba la basura.
Resignados a la disciplina los acusados levantiscos, ayer fueron los abogados del turno de oficio los que manifestaron un motivo de descontento. Lo cierto es que se están dejando el alma en un caso terrible y absorbente sin que apenas lleguen compensaciones que les rediman de la precariedad. Anuncian para vindicarse «medidas de presión». Por favor, que no sea otra huelga de hambre, que ya está francamente démodée.
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La videoconferencia con el Versalles no palaciego abundó en la estratagema de exculpar a los procesados a base de retractarse de declaraciones anteriores alegando que fueron forzadas por la presión policial y las irregularidades. Attila Turk, con su nombre de malevo del cómic, atribuyó a la falta de «conciencia real» todo cuanto dijo sobre Haski. Su inquietud durante los días del atentado cuando le tuvo alojado en París. Sus disputas con Abdelkamer Hakimi en una reunión celebrada en Bruselas para hacerse con la jefatura europea del GICM. Y el uso del apodo Abú Hamza, que sí asociaron con Haski -aunque precisaron que así se le llamaba «raramente»- los hermanos M'Saad. Éstos, que también dieron albergue a Haski no sin quejarse de que era vago aunque manejase dinero, refirieron sus escapadas a los cibercafés y negaron que hubiera tratado de dominarles con un tutelaje religioso: tan sólo habría dicho que era capaz de «responder a cualquier pregunta sobre el islam», como si en vez de ser un pastor de voluntades captando reclutas, tan sólo hubiera querido encontrar pareja para un concurso de trivial basado en conocimientos musulmanes.
Por su parte, los biólogos de la Policía, los mismos que certificaron la presencia de Lamari entre los suicidas de Leganés partiendo tan sólo de una quijada y una mata de pelo, ubicaron en la calle de Martín Gaite rastros de ADN pertenecientes a Ghalyoun y Bouchar. No así de Jamal Zougam, que de los presuntos autores materiales sigue siendo el que menos aparece en las actividades y en los ámbitos del grupo, desde el río Alberche hasta los chiscones de Virgen del Coro, Morata y Leganés. Entre cuchillas de afeitar y huesos de dátiles impregnados con su ADN, a Bouchar en cambio le suenan todos los detectores, por si no bastase con la identificación de los policías que acaso se propusieron dejar de fumar cuando se sofocaron al intentar capturarle mientras bajaba la basura.
Resignados a la disciplina los acusados levantiscos, ayer fueron los abogados del turno de oficio los que manifestaron un motivo de descontento. Lo cierto es que se están dejando el alma en un caso terrible y absorbente sin que apenas lleguen compensaciones que les rediman de la precariedad. Anuncian para vindicarse «medidas de presión». Por favor, que no sea otra huelga de hambre, que ya está francamente démodée.
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