Por un puñado de euros
24-05-07
JUICIO POR UNA MASACRE / La opinión / A SANGRE FRIA
Por un puñado de euros
DAVID GISTAU
JUICIO POR UNA MASACRE / La opinión / A SANGRE FRIA
Por un puñado de euros
DAVID GISTAU
Receso de la mañana. Iván Reis, demacrado, con esas ojeras por las que parece que hubiera usado unos prismáticos embadurnados con betún, está junto a la máquina del café. Luego se refugiará en una esquina junto a una ventana o en la antesala, lugares donde los procesados no encarcelados se aíslan en los descansos para evitar mezclarse con las víctimas.
(.../...)
Iván, alias Jimmy, salió huyendo a las Canarias del territorio lumpen que tenía meado Suárez Trashorras cuando las deudas contraídas le hacían temblar cada vez que sonaba el timbre. En las islas tiene ahora un negocio incipiente y una hija de corta edad. Le piden ocho años por tráfico de explosivos: «Si salgo de ésta, viviré una vida legal. Estoy completamente escarmentado de la puta droga, no quiero ni verla. Mira en qué lío me ha metido».
Como 'Amokachi', Iván era uno de los chavales encanallados de Avilés que orbitaban alrededor de Trashorras para levantarse algo de guita con los trapicheos del hachís. Se le acusa de haber transportado en un autobús Alsa unos 10 kilos de Goma 2 de los 312 que, según la Guardia Civil, fueron distraídos de Mina Conchita antes del 28 de febrero de 2004 con la colaboración necesaria de aquellos mineros de los que Trashorras dijo que se vendían «por una raya de coca». Reis asegura que creía estar llevando hachís para los narcos de baja estofa de Lavapiés y que lo hizo para saldar una deuda de 400 euros con Antonio Toro por la que habrían llegado a encañonarle en la cabeza con una pistola. Y lo cierto es que la intervención de los peritos, ayer, no logró rebatirle.
Primero, los peritos dijeron que a la fuerza tenía que tratarse de explosivos porque un cargamento de hachís «lo huele cualquiera». La observación, que inspiró carcajadas entre los expertos del tráfico de drogas que están dentro de la jaula, obliga a preguntarse para qué se molesta la Policía en adiestrar perros que levantan la patita si el olfato humano basta para detectar un alijo. El propio Gómez Bermúdez hubo de recordarles que la cosa no acostumbra a resolverse de modo tan sencillo en las fronteras. Luego esgrimieron un cálculo de pesos probables que en vez de perjudicar a Iván Reis le benefició, pues los 10 kilos que pesaba su bolsa distan mucho de los 30 o 40 que los peritos suponen a un envío de explosivos. Y, aun así, se empecinaban en negar que las bolsas de Jimmy y Amokachi hubieran podido transportar droga o CD piratas, posibilidad, ésta última, con la que ni siquiera hicieron pruebas durante la investigación.
Cuando los peritos se marchaban y pasaron junto a la jaula, Rafá Zouhier regresó a sus costumbres extrovertidas y les comunicó con un ademán que tenían mucha cara. El presidente amagó una expulsión y finalmente le apercibió.
Supieran o no lo que llevaban, Jimmy y Amokachi eran herramientas de Trashorras y víctimas de su falta de escrúpulos. Tontos útiles, por así decirlo, que cometieron con Trashorras el mismo error que Fausto con el diablo. Y poniendo un precio muy bajo al alma, además. Como tantos otros personajes del submundo que han desfilado por el juicio, fue el atentado lo que les sacó de una existencia de delincuencia de perfil bajo con connivencias policiales en la que habrían podido permanecer mucho tiempo si «el lío» no hubiese sido algo demasiado terrible para dejarlo impune. O para resolverlo como Trashorras acostumbraba con sus trapis del hachís: negociando en un bar, delatando, quién sabe si compartiendo el botín. Trashorras, por cierto, está experimentando una mutación física dentro de la jaula, cada vez más voluminoso y escatológico.
Cuando se deja crecer la barba, directamente parece que cada semana de juicio le hace retroceder un eslabón de la cadena evolutiva.
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Iván, alias Jimmy, salió huyendo a las Canarias del territorio lumpen que tenía meado Suárez Trashorras cuando las deudas contraídas le hacían temblar cada vez que sonaba el timbre. En las islas tiene ahora un negocio incipiente y una hija de corta edad. Le piden ocho años por tráfico de explosivos: «Si salgo de ésta, viviré una vida legal. Estoy completamente escarmentado de la puta droga, no quiero ni verla. Mira en qué lío me ha metido».
Como 'Amokachi', Iván era uno de los chavales encanallados de Avilés que orbitaban alrededor de Trashorras para levantarse algo de guita con los trapicheos del hachís. Se le acusa de haber transportado en un autobús Alsa unos 10 kilos de Goma 2 de los 312 que, según la Guardia Civil, fueron distraídos de Mina Conchita antes del 28 de febrero de 2004 con la colaboración necesaria de aquellos mineros de los que Trashorras dijo que se vendían «por una raya de coca». Reis asegura que creía estar llevando hachís para los narcos de baja estofa de Lavapiés y que lo hizo para saldar una deuda de 400 euros con Antonio Toro por la que habrían llegado a encañonarle en la cabeza con una pistola. Y lo cierto es que la intervención de los peritos, ayer, no logró rebatirle.
Primero, los peritos dijeron que a la fuerza tenía que tratarse de explosivos porque un cargamento de hachís «lo huele cualquiera». La observación, que inspiró carcajadas entre los expertos del tráfico de drogas que están dentro de la jaula, obliga a preguntarse para qué se molesta la Policía en adiestrar perros que levantan la patita si el olfato humano basta para detectar un alijo. El propio Gómez Bermúdez hubo de recordarles que la cosa no acostumbra a resolverse de modo tan sencillo en las fronteras. Luego esgrimieron un cálculo de pesos probables que en vez de perjudicar a Iván Reis le benefició, pues los 10 kilos que pesaba su bolsa distan mucho de los 30 o 40 que los peritos suponen a un envío de explosivos. Y, aun así, se empecinaban en negar que las bolsas de Jimmy y Amokachi hubieran podido transportar droga o CD piratas, posibilidad, ésta última, con la que ni siquiera hicieron pruebas durante la investigación.
Cuando los peritos se marchaban y pasaron junto a la jaula, Rafá Zouhier regresó a sus costumbres extrovertidas y les comunicó con un ademán que tenían mucha cara. El presidente amagó una expulsión y finalmente le apercibió.
Supieran o no lo que llevaban, Jimmy y Amokachi eran herramientas de Trashorras y víctimas de su falta de escrúpulos. Tontos útiles, por así decirlo, que cometieron con Trashorras el mismo error que Fausto con el diablo. Y poniendo un precio muy bajo al alma, además. Como tantos otros personajes del submundo que han desfilado por el juicio, fue el atentado lo que les sacó de una existencia de delincuencia de perfil bajo con connivencias policiales en la que habrían podido permanecer mucho tiempo si «el lío» no hubiese sido algo demasiado terrible para dejarlo impune. O para resolverlo como Trashorras acostumbraba con sus trapis del hachís: negociando en un bar, delatando, quién sabe si compartiendo el botín. Trashorras, por cierto, está experimentando una mutación física dentro de la jaula, cada vez más voluminoso y escatológico.
Cuando se deja crecer la barba, directamente parece que cada semana de juicio le hace retroceder un eslabón de la cadena evolutiva.
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