Un Paupérrimo Debate Que Sienta Un Pésimo Precedente

21-07-06



Editorial

Un Paupérrimo Debate Que Sienta Un Pésimo Precedente


Y luego los políticos se preguntan por qué tienen tan mala reputación entre los ciudadanos. El espectáculo que dieron ayer los miembros de la Diputación Permanente fue a todas luces desolador. Una muestra de la mezcla de desidia y nula altura dialéctica y política de buena parte de la clase dirigente de nuestro país. Sobre todo cuando de lo que se trataba era de intentar arrojar luz sobre la mayor masacre terrorista de la historia de España, en la que perdieron la vida 192 personas y resultaron heridas más de mil. Reducidos a monaguillos del poder, todos los demás grupos se coaligaron para rechazar la comparecencia del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, solicitada por el PP, que con toda la razón, reclama una explicación clara y coherente sobre las importantísimas contradicciones y dudas que -desde la publicación de los autos de procesamiento y conclusión- han surgido en torno al tipo de explosivo que estalló en los trenes. Un asunto que el portavoz popular Eduardo Zaplana -el único a la altura de la ocasión- calificó acertadamente como la «piedra angular» del sumario del 11-M.

La comparecencia de Rubalcaba habría sido una excelente oportunidad para interrogar al que hoy es el máximo responsable de las Fuerzas de Seguridad por el misterioso informe realizado tras el análisis de los restos de los focos y que debería aclarar la presencia o no de restos de nitroglicerina en los trenes. Así lo sugieren las primeras informaciones divulgadas por Efe y Europa Press la propia tarde del 11-M, las palabras del jefe de los Tedax, Jesús Sánchez Manzano, ante la Comisión de Investigación cuatro meses más tarde; y el hecho de que el entonces ministro del Interior anunciara que el explosivo que había causado la masacre era Titadyn basándose en las informaciones de los Tedax. Pero además, si hubieran tenido el mínimo interés en el esclarecimiento de la verdad, sus señorías podrían haber exigido al ministro que explicara también los sospechosos cambios de versión de Sánchez Manzano y sus falsedades ante el juez del Olmo.

El Grupo Popular tiene razón en que aquí está en juego no sólo el esclarecimiento de uno de los puntos clave del 11-M, sino también la propia respetabilidad de la Cámara. Al renunciar a su derecho a reclamar una explicación al Gobierno, los grupos sientan el pésimo y peligroso precedente de que un alto cargo policial puede hacer afirmaciones categóricas ante el Parlamento y luego desmentirlas alegremente ante el juez. ¿Qué ejemplo es ése de cara a futuras comparecencias y comisiones de Investigación?

Pero lo que más desasosiego provoca es el nivel de los argumentos esgrimidos por los distintos portavoces para eludir su responsabilidad. El sustituto de López Garrido recurrió al viejo y manoseado ataque a la «generación política» de Acebes y Zaplana; calificó los datos e incógnitas como «chismes y cuentos», y se permitió el sarcasmo sin gracia de afirmar que «en Bombay nunca han visto a Txeroki». No fue más edificante la intervención de Llamazares, mientras las de Joan Puig y Margarita Uría apenas sobrepasaron el rango de caricatura.

El desdén que todos los grupos, con la excepción paradójica del que en el 11-M ostentaba la responsabilidad del Gobierno, es impropia de una democracia parlamentaria. Qué ajeno es todo esto a las promesas de regeneración democrática y transparencia con las que Zapatero llegó al poder.

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