Fernández Bermejo: el «sectarismo extremo»

12-02-07



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Fernández Bermejo: el «sectarismo extremo»


CASIMIRO GARCIA-ABADILLO

La Justicia, en el ojo del huracán. Los grandes conflictos que enfrentan al Gobierno con el principal partido de la oposición, y que resucitan el estigma de las dos Españas, terminan desembocando en los tribunales. Es la prueba más evidente de la ruptura del consenso.


Si el PSOE, en lugar de pactar el Estatuto de Cataluña con los nacionalistas, lo hubiese hecho con el PP, como ha sucedido en la democracia española hasta la llegada al poder de Rodríguez Zapatero, seguramente no habría habido recurso de inconstitucionalidad. Pero el desencuentro es tan profundo que los tribunales han asumido el papel de una tercera cámara, mucho más selecta y reducida que el Congreso y el Senado pero, al mismo tiempo, con una capacidad letal para desbaratar los planes del Gobierno en los dos asuntos básicos de esta legislatura: ETA (o sea, el País Vasco) y Cataluña.
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Cuestiones tan inmediatas y relevantes como la posible reducción de condena o excarcelación de De Juana Chaos (que hoy se ve en la Sala de lo Penal del Supremo); la posibilidad de que Batasuna, con otro nombre, esté presente en las próximas elecciones municipales; la hipotética revisión de la ley de partidos y, por supuesto, la posible inconstitucionalidad de los artículos más polémicos del Estatuto de Cataluña. Todo está pendiente de los jueces.

Como hay tanto en juego, los partidos y los líderes que sólo creen en el Estado de derecho de boquilla han pasado a la ofensiva, se olvidan de mantener las formas y atacan sin recato la independencia del Poder Judicial.

El Gobierno vasco convoca una manifestación contra su procesamiento; el Parlamento vasco aprueba una declaración en favor de De Juana; Montilla descalifica al Tribunal Constitucional por la decisión de apartar al magistrado Pérez Tremps, etc. No hay día que no salga un político poniendo a parir a los jueces con argumentos tan pedestres como que en los altos tribunales «anida la derecha más reaccionaria». Esas descalificaciones de grueso calibre se dirigen tanto contra la Audiencia, como contra el Supremo o el Constitucional, cuando no para definir a la mayoría conservadora del Consejo General del Poder Judicial, órgano que está precisamente pendiente de renovación.

Y en esto, llegó Fernández Bermejo. Nadie apostaba por él hace tan sólo una semana, pero al final la tenacidad de María Teresa Fernández de la Vega ha llevado al presidente a elegir la peor de las opciones.

Se equivocan los que ven en Fernández Bermejo el brazo armado de Cándido Conde-Pumpido. Es verdad que fue el fiscal general quien le nombró fiscal de sala del Supremo y que ambos se conocen desde hace más de 25 años, cuando coincidieron en Segovia, siendo Conde-Pumpido presidente de su Audiencia. Los dos son de izquierdas, sí, pero los dos tienen ambiciones políticas propias. ¿O es que acaso no le hubiera gustado ser ministro de Justicia al hoy fiscal general del Estado?

Quienes le conocen bien lo afirman sin dudarlo: el día que se conoció la noticia del nombramiento de Fernández Bermejo, no fue un buen día para Conde-Pumpido. Tiempo al tiempo. Ya veremos lo que pasa cuando haya que hacer nombramientos en la carrera judicial.

Al margen de ese choque de trenes larvado entre dos pesos pesados que quieren marcar su impronta, lo que está claro es la finalidad política, en su sentido más partidista, que implica el nombramiento del que fuera fiscal jefe de Madrid cuando se produjo el encarcelamiento de Mariano Rubio.

Lo que necesitaba ahora la Justicia era un ministro conciliador, capaz de aplacar las aguas, negociador y, sobre todo, que no actuara marcado por sus odios personales y prejuicios políticos. Si estuviéramos en un proceso penal, las continuas desavenencias de Fernández Bermejo con el PP serían causa clara para su recusación por enemistad manifiesta.

¿Es posible la renovación del CGPJ con un ministro como éste? Rotundamente, no. ¿Puede producirse en los próximos meses un acercamiento de posiciones entre el Gobierno y el PP en el diseño de la política antiterrorista si uno de los encargados de llevarlo a cabo es Fernández Bermejo? Evidentemente, no.

Entonces, ¿a qué responde la arriesgada apuesta de Rodríguez Zapatero? El editorial de El País del pasado viernes apuntaba en la dirección correcta: «Ese partido (el PP) sabe sin duda que en Fernández Bermejo tiene la horma de su zapato. Si el presidente quería contar con alguien que defendiera con firmeza la política judicial de su Gobierno, la elección es acertada».

Es decir, que con este ministro lo que busca el presidente es un enfrentamiento frontal con el Partido Popular, y, al mismo tiempo, un férreo capataz que sea capaz de llevar adelante una estrategia judicial que pasa por revisar la legislación antiterrorista y por la ampliación de los márgenes que marca la Constitución en los conflictos autonómicos.

El aparato del PSOE llevaba semanas, sino meses, criticando abiertamente la «pasividad» de López Aguilar en la gestión de los temas clave para el Gobierno. «Demasiado blandito», decían. Bueno, pues ahora tienen lo que buscaban. Alguien que no va a ceder ni un milímetro y al que no le importa lo que digan de él sus adversarios en la carrera judicial. Y los hay a centenares.

Pero, ¡ojo! Fernández Bermejo puede ser sectario, pero no torpe. Todo lo contrario, es hábil e inteligente y sabe mover los hilos sin que se perciba su influencia.

Los socios del Gobierno le han recibido con alborozo porque es «progresista». Esa etiqueta parece que da permiso para demasiadas cosas. Sin embargo, lo que puede empeorar aún más la ya delicada situación de la Justicia no es la ideología del ministro. Hay muchos jueces y fiscales de izquierdas que hubieran desempeñado ese papel de forma idónea. No. Lo malo es que para Fernández Bermejo el fin ha justificado en demasiadas ocasiones los medios empleados para conseguirlo. Fue capaz, por ejemplo, de resucitar una querella ya archivada para demostrar que la Fiscalía de Madrid investigaba los negocios oscuros de la derecha en tiempos del tamayazo.

Lo peor del introvertido Fernández Bermejo no son sus malas pulgas o sus bruscos modos, sino su visión maniquea del mundo. Ese rechazo visceral a la derecha que le hizo pronunciar esta definitoria frase: «Hemos luchado contra los padres y ahora nos toca luchar contra los hijos».

Quizás Fernández Bermejo no puede soportar que su padre, Mariano Fernández Alonso, fuera en su día falangista y jefe local del Movimiento en Arenas de San Pedro (Avila), y, desde hace bastantes años y hasta su muerte, un militante muy activo del PP.

Parece mentira que en esta España que ha sabido hacer una transición modélica a base de aceptar una reconciliación nacional que suponía el perdón por parte de los dos bandos pervivan todavía rencores que fueron enterrados tras la muerte de Franco.

Rodríguez Zapatero, por acción u omisión, está siendo el responsable de que España entre en una dinámica peligrosa que lleva a los dos grandes partidos a asumir posiciones irreconciliables. Para avanzar, tan necesaria es la derecha como la izquierda. ¡Basta ya de visionarios que quieren que vivamos condenados a andar a la pata coja!

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

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