Mejoras en el guión


19-06-07



A SANGRE FRIA

Mejoras en el guión


DAVID GISTAU

El abogado Rodríguez Segura tiene de las cosas una percepción cinematográfica. De ahí que no le complazca el guión del 11-M pergeñado durante el juicio. Se muestra casi decepcionado de que el atentado lo cometieran vulgares chorizos de barrio -los moromierda de Makinavaja-, asistidos en la trama asturiana por machacas que se sacan los mocos y por atorrantes tripudos, como el tal 'Dinamita', que pierden el autobús y se quedan dormidos en las sesiones. Por eso, el informe del abogado Rodríguez Segura estuvo lleno de sugerencias argumentales pensadas para mejorar la superproducción del 11-M con personajes que inspiren mayor fascinación maligna que los malevos de cabotaje que ocupan el habitáculo, diluidos en su impostura de gente corriente con apenas un euro en el bolsillo. Sin ir más lejos, se le han ocurrido mercenarios como los de Frederick Forsythe, enrolados por la mano clandestina de algún servicio secreto, y etarras que a su juicio son sospechosos por no ser sospechosos, y explosivos militares que agregarían un matiz harto más sofisticado que los cartuchos de Mina Conchita, que no deja de sonar a puticlub argentino. Y para obtener una escenificación de Al Qaeda más lograda que la que aporta 'El Egipcio' con su cara de pobre, sus gripes y sus huelgas de hambre de fogueo, ha confesado que echa en falta entre los procesados a nadie menos que Bin Laden, tal vez encerrado en una jaula para fieras como aquélla en la que Fujimori metió a Abimael Guzmán. Si además encontramos una tía buena, peliculón: La cuarta trama, combo de palomitas con la entrada.
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Lo malo es que los hechos probados nos abocan a una realidad mucho más prosaica, la de la infraestructura de una delincuencia común encauzada hacia el terrorismo islámico. Lo en verdad decepcionante es que semejantes gualdrapas lograran endiñarle el 11-M a ese «baluarte antiterrorista» que Rodríguez Segura afirmó que era la España de Aznar, más allá de las manipulaciones políticas y de las pruebas sobrevenidas urdidas para desgastar a aquel Gobierno después del atentado.

Para disculpar al abogado, hay que decir que tampoco las Fuerzas de Seguridad creyeron capaces a unos camellos de boca de Metro en Lavapiés de perpetrar la masacre de los trenes. Y por eso en el «baluarte antiterrorista» se cometieron tantos y tan ominosos errores, tantas complicidades chungas entre confidentes y controladores, tantas dejaciones a pesar de las informaciones que, a poco que se hubieran coordinado y tratado con profesionalidad, podrían haber bastado para desbaratar la conjura. Lo dijo bien un Boyé hobessiano: en el contrato de renuncia a una parte de libertad a cambio de seguridad que el ciudadano firma con su Estado, el Estado nos dejó tirados. Y eso no se resuelve alterando la realidad para que encaje con los prejuicios, sino alterando los prejuicios para que encajen con la realidad. Es decir, asumiendo que el guardián en su garita no ha de esperar para gritar «alarma» a ver un pasamontañas o una chaqueta de camuflaje como la de Bin Laden. Porque al parecer, los yihadistas infiltrados en Occidente no suelen hacerse imprimir una tarjeta de visita en la que ponga: «Terrorista». Tienden a pasar desapercibidos, a fingirse reparadores de lavadoras, o vendedores de pollos, o camellos de Lavapiés.

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