El milagro islamista de los panes y los peces
20-02-07
PREGUERIAS
El milagro islamista de los panes y los peces
VICTORIA PREGO
PREGUERIAS
El milagro islamista de los panes y los peces
VICTORIA PREGO
Para eso están los profesionales, para adentrarse en esta jungla de embustes, oscuridades, imprecisiones, rectificaciones y silencios y tratar de separar el embuste de lo cierto y la luz de la penumbra. Esta tarea, que parece ciclópea vista con ojos de profano, fue una sensación que se acrecentó ayer extraordinariamente después de escuchar a los tres hombres que la Fiscalía considera que pusieron las bombas de la matanza del 11 de Marzo. Pero no es la tarea de quienes observamos el proceso sin la responsabilidad de establecer cuál es la verdad y quiénes son los culpables.
(.../...)
Por eso podemos abandonarnos al estupor cuando, escuchando los relatos de los procesados, nos adentramos en un laberinto de visitas cruzadas y llamadas internacionales entre conocidos esporádicos; de servicios secretos que atraviesan en silencio el fondo del escenario y desaparecen por el foro; de pisos compartidos con llaves en poder de mil manos; de habitaciones que son de uno y de nadie, o quizá de todos; de colchones de muchos; de prendas personales que pasan de propietarios y aparecen en lugares donde el dueño real dice no haber estado jamás; de extraños favores por parte de quienes casi no se han visto; de gentes laboralmente inactivas que, sin embargo, manejan mucho dinero; de teléfonos móviles que estaban en unos bolsillos pero aparecen en otros; de coches que compran unos que no saben conducir pero registran a nombre de otros que dicen apenas conocerles.
Escucharles es como recorrer una cashba al anochecer, con gafas de sol y arrastrados por alguien conocedor de todas las esquinas y de todas las callejuelas, pero cuyo propósito real no es el de conducirnos a una plaza iluminada sino el de dejarnos, como en el juego de la gallina ciega, en plena desorientación espacial y temporal, con las manos extendidas hacia el vacío y los ojos vendados. Todo está lleno de puertas secretas, de manos que surgen de la oscuridad, de recodos que llevan a nuevos recodos.
La presencia sosegada de los tres magistrados del tribunal, el constante control del proceso que está llevando a cabo su presidente y el orden en que la fiscal y los abogados hacen sus preguntas nos sugieren, sin embargo, que alguna farola acabará encendiéndose en lo alto de esta cashba y que terminaremos sabiendo quién es quién en este coro múltiple y desafinado, y dónde está cada cual en este plano del crimen que se está levantando a mano y por capítulos.
Y, sin embargo, dentro de esta cacofonía, hay cosas que relucen hasta para el más abrumado: las mentiras gigantescas, groseramente sostenidas con cachaza, con insolente silencio. Ayer se llevó la palma el último de los comparecientes Abdelmajid Bouchar, el corredor de fondo, el atleta que dicen que salió corriendo de la casa de los suicidas de Leganés y al que la Policía no tuvo manera de alcanzar. «A los 100 metros ya nos había sacado otros 100», dicen que dijeron sus perseguidores. El corredor de medio fondo que contó ayer que había estado a punto de conseguir ¡una medalla de oro en las Olimpiadas! empezó anunciando que prefería «aplazar el debate a la semana que viene» porque se ve que él no tenía gusto de declarar en el día de ayer. Hubo risas contenidas en la sala. Pero ése fue solamente el principio. Después supimos que había recorrido durante un año siete países de Europa con identidades distintas, sin documentación ninguna, con 1.600 euros por todo capital y que encima le sobraron 400 cuando llegó a Serbia, su último destino antes de que le echaran el guante. Y sin ayuda, oiga. El milagro de los panes y los peces fue un truco de guardería comparado con la hazaña de este señor.
Ése es tan sólo un pequeño ejemplo de lo que ayer se escuchó de labios de este joven que ni se molestó en buscar alguna explicación lógica a los monumentales embustes que nos estaba colocando. Y fue tal la dimensión de su trapisonda que sus devastadores efectos se extendieron a las declaraciones de los demás procesados, también muy oscuras en muchos puntos, pero casi nunca tan obscenas. Ya lo ha explicado Javier Gómez Bermúdez: un procesado no puede mentir en su declaración pero, si miente, eso no tiene para él consecuencias penales. Ayer los declarantes le sacaron chispas a esta evidencia.
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Por eso podemos abandonarnos al estupor cuando, escuchando los relatos de los procesados, nos adentramos en un laberinto de visitas cruzadas y llamadas internacionales entre conocidos esporádicos; de servicios secretos que atraviesan en silencio el fondo del escenario y desaparecen por el foro; de pisos compartidos con llaves en poder de mil manos; de habitaciones que son de uno y de nadie, o quizá de todos; de colchones de muchos; de prendas personales que pasan de propietarios y aparecen en lugares donde el dueño real dice no haber estado jamás; de extraños favores por parte de quienes casi no se han visto; de gentes laboralmente inactivas que, sin embargo, manejan mucho dinero; de teléfonos móviles que estaban en unos bolsillos pero aparecen en otros; de coches que compran unos que no saben conducir pero registran a nombre de otros que dicen apenas conocerles.
Escucharles es como recorrer una cashba al anochecer, con gafas de sol y arrastrados por alguien conocedor de todas las esquinas y de todas las callejuelas, pero cuyo propósito real no es el de conducirnos a una plaza iluminada sino el de dejarnos, como en el juego de la gallina ciega, en plena desorientación espacial y temporal, con las manos extendidas hacia el vacío y los ojos vendados. Todo está lleno de puertas secretas, de manos que surgen de la oscuridad, de recodos que llevan a nuevos recodos.
La presencia sosegada de los tres magistrados del tribunal, el constante control del proceso que está llevando a cabo su presidente y el orden en que la fiscal y los abogados hacen sus preguntas nos sugieren, sin embargo, que alguna farola acabará encendiéndose en lo alto de esta cashba y que terminaremos sabiendo quién es quién en este coro múltiple y desafinado, y dónde está cada cual en este plano del crimen que se está levantando a mano y por capítulos.
Y, sin embargo, dentro de esta cacofonía, hay cosas que relucen hasta para el más abrumado: las mentiras gigantescas, groseramente sostenidas con cachaza, con insolente silencio. Ayer se llevó la palma el último de los comparecientes Abdelmajid Bouchar, el corredor de fondo, el atleta que dicen que salió corriendo de la casa de los suicidas de Leganés y al que la Policía no tuvo manera de alcanzar. «A los 100 metros ya nos había sacado otros 100», dicen que dijeron sus perseguidores. El corredor de medio fondo que contó ayer que había estado a punto de conseguir ¡una medalla de oro en las Olimpiadas! empezó anunciando que prefería «aplazar el debate a la semana que viene» porque se ve que él no tenía gusto de declarar en el día de ayer. Hubo risas contenidas en la sala. Pero ése fue solamente el principio. Después supimos que había recorrido durante un año siete países de Europa con identidades distintas, sin documentación ninguna, con 1.600 euros por todo capital y que encima le sobraron 400 cuando llegó a Serbia, su último destino antes de que le echaran el guante. Y sin ayuda, oiga. El milagro de los panes y los peces fue un truco de guardería comparado con la hazaña de este señor.
Ése es tan sólo un pequeño ejemplo de lo que ayer se escuchó de labios de este joven que ni se molestó en buscar alguna explicación lógica a los monumentales embustes que nos estaba colocando. Y fue tal la dimensión de su trapisonda que sus devastadores efectos se extendieron a las declaraciones de los demás procesados, también muy oscuras en muchos puntos, pero casi nunca tan obscenas. Ya lo ha explicado Javier Gómez Bermúdez: un procesado no puede mentir en su declaración pero, si miente, eso no tiene para él consecuencias penales. Ayer los declarantes le sacaron chispas a esta evidencia.
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