Radiografía de un votante de izquierda.


La igualdad, la defensa del medio ambiente, la solidaridad y la protección social han sido asumidas por la derecha como algo propio y natural . En la medida que el tiempo ha dado lugar a una perdida de sentido de todas las ideas de la izquierda, el uso de los sentimientos primarios resulta el recurso, casi único, que los partidos de esa parte del abanico político es capaz de enarbolar.

Sentimientos básicos en los que subyace la necesidad de hiperlegitimarse; llevando a los votantes de la izquierda a silogismos que, por simples, no dejan de ser absurdos.
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Ante la renuncia de los valores morales tradicionales recurren sin rubor a una moralina de la izquierda, dictada por los gurús de la casa común; estos, sin mas ideario que la asunción como propios de valores universales, pretenden simbolizar la bondad mediante arquetipos, donde sus seguidores ven el espejo que les sirve como adormidera y encaje de su conciencia.

El estereotipo se basa en el siguiente silogismo: “Yo me considero un buen hombre, la izquierda defiende las cosas buenas, ser de izquierdas es cosa de hombres buenos, luego yo soy de izquierdas”. No les pidáis mas razonamientos; ese es el mecanismo engañoso que les hace ser dúctiles y manejables. Lo que les permite defender con ardor las consignas de sus lideres, aunque sean totalmente incoherentes con lo que decían ayer, incluso con lo que manifestaban pocos minutos antes.

Hemos asistido al abuso de la idea de la paz y el ecologismo como obuses de gran calibre en la estrategia de la izquierda para desbancar a la derecha, a la que considera un accesorio de la democracia, un mero accidente. Su hiperlegitimismo sólo tiene sentido mediante la negación de la legitimidad del contrario.

Vemos como la base socialista cambia de criterio en función de las estrategias temporales de su partido. Y como ejemplo: Asistimos asombrados a la negación, por los paisanos de izquierda, de la necesidad de agua en el Levante con este simple argumento: “¿Para que queremos el agua, para que se enriquezcan los especuladores? . Todo para justificar el miserable peaje del PSOE para mantenerse en el poder.

El discurso de las ideas pasa para ellos a un 2º plano; aceptan como única premisa la aparente bondad de una sonrisa sardónica, antes que la razón y las consecuencias de los actos.

Con todo su anticlericalismo, su comportamiento difiere bien poco de una manada de beatas de principios del siglo pasado; asidas a las sotanas del párroco, autoproclamaban su “santidad” en función de los relicarios que portaban, y en el ejercicio fariseo de la moralina con la que adornaban su conciencia; pasaban por el tamiz de la indecencia todo lo que no estuviera en su circulo de actuación y modos de comportamiento, satanizando conductas dentro de la reprobación mas escandalizada.

Los votantes socialista revolotean y siguen sin el mas sentido crítico los dictados de sus lideres (cura), sin importarles la amoldación interesada de su discurso a las circunstancias que más le interesa a su curia política. Se autoproclaman paradigmas de ejemplo de ciudadanía ( santidad), en función de los valores cuya propiedad exclusiva reclaman (relicarios), y califican como indecente cualquier acción, manifestación o comportamiento que vaya en contra de sus intereses políticos; deslegitimando (satanizando) cualquier conducta que provenga de la derecha( pecadora).

Este comportamiento simple es lo que lleva a militantes de izquierda a conductas como la de Pilar Majón: culpando a la derecha de la muerte de su hijo en atentado terrorista, por la intransigencia generadora de odio de otras civilizaciones. O la justificación de la miserable actuación de Carod en su entrevista con ETA, por que su condena perjudicaba al PSOE.

El liberalismo cree en la libertad como fin en si mismo y el sujeto activo de su ejercicio como destino final de todo comportamiento. El socialismo entiende al ciudadano como un medio para el ejercicio de sus fines, el uso de la libertad como un equipaje del que muchas veces se puede prescindir en el viaje a su construcción política. Este reducionismo les lleva a justificar toda actuación con un único fin: Mantenerse en el Poder.

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