LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XVIII) "Para que recuerdes a tu mujer"

24-05-05


LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XVIII)

"Para que recuerdes a tu mujer"

Envían a Lavandera fotos de la autopsia de Lorena

Por FERNANDO MÚGICA
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No es fácil asimilar el terror en estado puro. Las represalias contra los hombres que alertaron de las mafias que prepararon el 11-M continúan con un sadismo inimaginable. A Francisco Javier Lavandera, el hombre que denunció a la "célula de Avilés" y que en 2001 avisó a las Fuerzas de Seguridad sobre la venta en Asturias de grandes cantidades de dinamita y de que querían fabricar bombas con móviles, le han enviado de forma anónima las fotos más crueles de la autopsia que se practicó a Lorena, su mujer. Se ahogó a la vista de todos en la playa de Gijón sin que nadie fuera capaz de salvarla. Ahora, en el buzón de la casa de Lavandera, ha aparecido un sobre macabro en el que podía leerse: «Un recuerdo de tu mujer, para que no la olvides». Ya no es testigo protegido, teme por la vida de los suyos y se pregunta quién puede ser capaz de tanta crueldad.

Siempre me pregunté en esta investigación cuándo sobrepasaría el límite de la repugnancia. Ya ha sucedido.

Francisco Javier Lavandera -el hombre que advirtió a las Fuerzas de Seguridad en 2001 sobre una banda que vendía grandes cantidades de explosivos y que quería fabricar bombas con móviles- bajaba las escaleras de su casa el lunes 25 de abril. A su lado caminaban su hijo, de dos años y medio, y su madre, de 72. En realidad, las dos personas por las que aún considera que merece la pena vivir. En el buzón correspondiente a su piso, Francisco Javier vio un sobre grande, doblado, que alguien había introducido con dificultad y que sobresalía llamativamente.

«Lo primero que me llamó la atención es que no tenía la dirección puesta. Tampoco llevaba remitente ni franqueo. Alguien había escrito a mano, con letras grandes y mayúsculas, una frase: 'Un recuerdo de tu mujer, para que no la olvides'».

«Yo he hecho el curso de escoltas y por eso, en mis circunstancias, siempre abro las cartas raras con cierta precaución. El sobre tenía un tono crudo, como el de los que se usan en las votaciones, pero más grande. Estaba limpio. No tenía la grasilla que puede indicar que contiene algún tipo de explosivo, ni un exceso de sellos, como suelen hacer los terroristas para asegurarse de que llega a su destino».

«Llegábamos a la calle cuando lo abrí. No estaba cerrado, sólo tuve que levantar la solapa, que estaba metida hacia adentro, y me encontré con unas fotos impresas en folios normales».

«SOLO UNA MENTE ASQUEROSA»

«Me quedé helado al ver el contenido. No soy una persona que se asuste fácilmente. Pero aquello sobrepasaba cualquier límite. Hasta los terroristas tienen que tener un límite de humanidad. Sólo una mente asquerosa podía haberme enviado aquello».

«Allí estaba Lorena, mi mujer, echada en una especie de mesa de acero inoxidable, abierta en canal, como un cerdo en una carnicería. Tenía todas las tripas fuera, puestas a un lado».

«En la siguiente foto le habían arrancado el cuero cabelludo. Tenía el pelo hacia adelante, el cráneo abierto y se le veían todos los sesos».

«Me quedé en blanco. No pude seguir mirando. Mejor dicho, vi que eran tres o cuatro fotos más, pero me era imposible asimilarlas. Ni siquiera puedo recordar su contenido. Miré a mi alrededor. Tuve una pavorosa sensación de peligro, como si los que lo habían hecho estuvieran por allí observando mi reacción».

«Mi hijo me preguntaba: 'Papá, ¿qué es eso?'. Mi madre insistía: '¿Qué te han mandado?'. Yo sólo pensaba en deshacerme de aquello. Tenía que evitar que lo vieran. Lo rasgué con fuerza, tal vez metí la pata hasta atrás, pero lo rompí en unos cuantos pedazos y lo tiré al contenedor que está justo enfrente de mi casa mientras les decía: 'No es nada, propaganda'».

«Yo soy un hombre frío, acostumbrado al dolor. No es fácil que nadie consiga alterarme. Puedo meter la mano en una hoguera y esperar a quemarme sin apartarla. Pero aquello me sobrepasó por unos minutos. Me puse muy nervioso. Intenté disimular por mi madre y el crío, pero sólo conseguí llamar más su atención. Se dieron cuenta de que me pasaba algo».

«No quiero ni pensar lo que hubiera sucedido si llega a ser mi madre quien recoge el sobre y ve las fotos. Creo que lo que quieren es volverme loco. A veces pienso que lo que pretenden es llevarme a la desesperación o al suicidio. Quieren alterarme para que no pueda declarar en el juicio o para que mi testimonio no pueda ser tenido en cuenta. Pero no lo van a conseguir. Voy a llegar a declarar sereno y con todas las luces».

CONVERSACIÓN EN PLENA NOCHE

Lavandera trata de disimular el terror que ha empezado a colarse por todos los poros de su cuerpo. Hablamos en plena noche sin más testigos que una fila de patos trasnochadores y el sonido lúgubre y lejano de unas ocas en celo. Estamos en un parque, y las sombras de los árboles se confunden a la luz tenue de los faroles. Francisco Javier mira a todos los lados después de cada frase. Sabe que van a por él y que está más solo que nunca desde que el juez Juan del Olmo le quitara el estatus de testigo protegido. Pero también es evidente que sus enemigos aún no saben a qué tipo de individuo se enfrentan. No va a ser nada fácil doblegarlo.

«He tenido que superar el miedo muchas veces a lo largo de mi vida. Hay ocasiones en las que he despreciado el riesgo. Recuerdo cuando estaba en el Ejército. Un día en Cuervos, en Jaca, había un montón de chavales de colegio mirando nuestros entrenamientos. Yo le pregunté al sargento si elegía una cuerda de 40 metros o de 30. El me dijo: 'Tú eso lo subes sin cuerda'. Era una broma, pero yo me lo tomé en serio. Así que subí y, cuando estaba ya en la mitad, todos se echaban las manos a la cabeza. Reconozco que hay ocasiones en las que no he calculado el riesgo. Por eso no tengo miedo, ni es fácil tumbarme. En el club he visto muchas cosas y he tratado con todo tipo de seres humanos. Para asustarme hace falta algo más que un tipo duro y una pistola. Pero esto que han hecho demuestra que no tienen corazón, que es gente sin entrañas capaz de hacer algo tan repugnante. Conocen que mi punto débil es mi familia y se han ensañado».

«Apenas puedo dormir dándole vueltas. Al principio quise consolarme pensando que se trataría de unas fotos trucadas. Pero no. Era ella. Era Lorena, no tengo duda, aunque tenía la cara amoratada e hinchada. Se trataba de las fotos de su autopsia y yo me pregunto: aparte del forense y del juez, ¿quién ha podido tener acceso a ellas? Los que me las mandan, además de ser unos elementos sin entrañas, tienen que tener poder suficiente para llegar a ellas. Saber mi domicilio es fácil. Los periódicos de aquí publicaron mis señas e hicieron reportajes de mi casa. Pero, ¿cómo llegaron a esas fotos?».

«RECHAZAN A MI HIJO EN EL COLEGIO»

«Le he dado tantas vueltas que no sé qué pensar. Me están pasando demasiadas cosas injustas. Es como lo del chaval. Lo llevo a matricular a un colegio público, el que corresponde a la zona de mi barrio, y me dicen con toda educación: 'Oye, ¿tú no eres el del 11-M?. Está muy bien todo lo que hiciste, pero te rogaríamos que lo llevaras a otro colegio. Para nosotros es demasiado riesgo tener a tu hijo aquí. ¿Por qué no lo llevas a un colegio privado?'».

«Es lo que me faltaba. Me tratan en todas partes como a un apestado. ¡Un colegio privado!. Y resulta que gano 500 euros al mes y tengo que ayudar a mi madre a pagar el alquiler y todo lo demás. Me han arruinado la vida. Han dejado que mi mujer se muriera delante de las narices de todos y ahora no aceptan a mi hijo. Y todo por colaborar con la Justicia, por intentar desbaratar una banda que contribuyó a los atentados del 11-M».

El envío anónimo de las fotos de la autopsia de Lorena ha sido puesto en conocimiento de la Guardia Civil. Existe un informe cuya copia está en poder de la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC). Tiene fecha de 29 de abril de 2005. El número de registro es el 520.

En el mismo escrito se da cuenta de la preocupación de Lavandera por la extraña visita de un supuesto técnico que pretendía entrar en su casa para medir las habitaciones.

«Cuando le dije que iba a llamar a la Policía para identificarle, se marchó y aún no ha vuelto. También he pensado que el paquete bomba que me pusieron debajo del coche llegó en el momento más oportuno, unos días antes de que terminara el plazo para poner un pleito a la Policía por negligencia en el salvamento de mi mujer. Dicen que sólo era un paquete de chucherías. Entonces, ¿por qué se lo llevaron sin enseñármelo? ¿Por qué se lo tomaron tan en serio y acordonaron la zona?».

«Al final, el juez me convenció de que la Policía había hecho todo lo posible para salvarla. Así que no presenté ninguna demanda. Se han salido con la suya, aunque cada vez hay más gente en Gijón que piensa que es inexplicable por qué nadie consiguió evitar que Lorena se ahogara».

La noche está fresca. El relato de Lavandera da escalofríos cuando comenta los detalles de lo que pasó por su mente después de recibir las fotos. Las ocas siguen con sus gritos sordos.

«LE VACIARON EL ESTOMAGO»

«Por la noche, piensas cosas irracionales. Tonterías que no se pueden evitar».

«La última vez que hablamos, Lorena estaba preocupada porque yo, como testigo protegido, no podía estar con ella ni ayudarla económicamente. Antes de su muerte había cobrado y llenó la nevera. Por eso, cuando vi sus tripas fuera, pensé cosas terribles. Como que allí era donde se había gestado nuestro hijo. O que le habían vaciado el estómago y que la habrían incinerado con hambre. Ya ves qué tonterías tan ridículas».

«Era una infeliz. Una pobre cría. Sólo tenía 23 años. Era la persona más alegre que he conocido. Podía estar muriéndose de hambre, pero no dejaba nunca de sonreír, de bailar. Quieren volverme loco, pero tengo que mantenerme en calma, no perder los estribos pase lo que pase».

La indignación le sale a borbotones cuando habla de la mafia que se movía en torno a Toro y Trashorras. Sus denuncias consiguieron quitar de en medio a algunos maleantes, pero la corrupción sigue prácticamente intacta.

«Yo he estado a punto de arruinarles el negocio y eso es lo que no me perdonan. A mí me da igual que una mujer haga con su cuerpo lo que quiera, si es adulta. Pero que a una niña de 16 años la obliguen a prostituirse, la golpeen, le saquen el dinero, eso no puedo soportarlo. Yo fui al juez directamente y lo denuncié. Así que un montón de gente va a ir a la cárcel por mi culpa. No me fiaba de la Policía, así que fui directamente al juez. Me prometió que irían para adelante y que no se filtraría nada, y así fue».

«Les jodí un negocio muy grande. La realidad es que el jefe del Horóscopo recibía una llamada de policías cada vez que iba a haber una redada para que retiraran a las menores de la circulación».

«¿Quieres escribir? Pues escribe. Hay policías que se pasan la noche follando y bebiendo gratis. A un jefe de policía el dueño le pagaba la hipoteca. Y a otro, el coche. Y a otro, el crédito que debía. Otro llega allí un día y dice: 'Necesito 800.000 pesetas para que no me embarguen el piso'. '¡Tómalas, sin problemas!' ¿Cómo cojones iban a venir luego al club a tocarle los huevos al dueño?. Mira, a pesar de lo jodido que estoy, si me hubieran sabido aprovechar, yo hubiera colaborado con gusto y hubiéramos podido limpiar buena parte de esa corrupción. En lugar de eso, me mandan esas fotos asquerosas para volverme loco, para amedrentarme». «En torno al mundo de la noche, de los clubes, hay demasiado dinero por medio. Yo denuncié a dos camareros que vendían armas abiertamente en el club donde trabajaba».

REVÓLVERES DEBAJO DEL MOSTRADOR

«Tenían los revólveres debajo del mostrador. Lo denuncié, pero nunca les registraron. Tienen mucho poder y yo soy una presa fácil, yo no tengo nada. Son capaces de pagar a alguien para que diga que soy amigo de Bin Laden. Hombre, sería muy chocante que me pasara algo, pero no se cortan ante nada. Se saben inmunes».

«Yo antes creía en Dios, en la Justicia y en España. Me he vuelto una persona tan fría que ya no me afecta nada. Hace meses que no me río. Todo me da asco. Veo algo, por muy triste que sea, y no me impresiona. Ya no soy humano. A veces también lloro, solo, por las noches, y no creo que sea menos hombre por ello. Han sabido dónde tocarme la fibra».

«Me dicen que por qué no llevé las fotos a la Policía. En primer lugar, las tiré por instinto, para alejarlas de mi madre y de mi hijo. No pensé en nada más. Tenía la mente en blanco. Además, ¿para qué iba a llevarlas? Seguro que me decían: 'Ah, ¿ya te han llegado?'. Después de lo que me pasó con lo del 11-M, ya no denuncio nada a la Policía, ni aunque vea pasar un misil. Hace poco vi un programa de televisión en el que pedían colaboración ciudadana. Me dieron ganas de llamar y decir: 'Soy Lavandera, así que no me cuenten milongas'».

Desde que dejó de ser testigo protegido no sabe nada del juez Del Olmo.

«Si ahora cambio de móvil, le llamaré para informarle. No quiero molestarle con mis cosas. No quiero que piense que soy un pelota o algo así. Sólo le llamaré si veo que lo necesito de verdad. Sé que está haciendo un gran trabajo y no quiero molestarle».

No se le va de la cabeza el 11-M.

«Yo pienso que Toro y Trashorras estaban muy bien protegidos. Tenía que ser por gente muy gorda para que actuaran con ese descaro. Yo me pongo a vender en un club dinamita y, a las dos horas, estoy engrilletado. ¿No ves que las putas lo cuentan todo?. Yo le dije una vez al jefe: 'Esos tíos venden dinamita, así que no les voy a dejar entrar más aquí'. Y me contestó: '¿Pero tú sabes la pasta que dejan aquí esos tíos?'».

Antes de despedirnos, intenta aclarar sus propios pensamientos.

«¿Hay algo humano en todo lo que han hecho conmigo desde el principio?. Es repugnante. Sólo les falta secuestrarme al hijo. Pero te juro que, si lo hacen, quemo España».

«Yo siempre soñé con tener una familia numerosa y que se reuniera todo el mundo. Que mi crío viera en su cumpleaños a muchos primos y tíos. Pero estamos solos».

«Lo que menos me gustó de Madrid, cuando fui a declarar, es que nadie conoce a nadie. Estoy seguro de que, si me hubiera muerto en el Metro, no me hubieran recogido hasta que oliera mal. La deshumanización me hunde. Por eso no puedo comprender quién ha podido ser capaz de hacer lo de las fotos. Claro que, si mataron a 200 personas y se quedaron tan frescos, ¿cómo no van a ser capaces de hacer algo como esto?».

EL CALVARIO DE CAMPILLO

Jesús Campillo, el guardia civil que grabó a Lavandera la cinta en la que denunciaba a la mafia de Avilés, no lo está pasando mejor. Sus compañeros y el sindicato que le representa -AUGC- temen por su salud psíquica.

Está apartado del servicio y, en el último informe médico, se recomienda que siga de baja por la «disminución de su capacidad de razonamiento, rumiaciones y sentido de culpabilidad». Un sistema infalible para que su testimonio en un próximo juicio no sea tenido demasiado en cuenta.

Campillo ha intentado hacer una vida normal. Es más, ha seguido trabajando por su cuenta y ha llegado a presentar informes por escrito en su departamento del Servicio de Información.

La respuesta de sus mandos ha sido inmediata. Han cambiado las cerraduras de la oficina para evitar que pueda volver a entrar. El nuevo teniente de Información interino, Camporro, ha llegado a insinuarle que no es bien recibido y que se aparte hasta nueva orden de todo lo que concierne a su trabajo.

LE HAN RETIRADO SUS ARMAS

Hay que recordar que su único delito ha consistido en pasar a sus superiores una información relevante, documentada con un testimonio grabado por él en una cinta magnetofónica, en la que advertía del peligro de una banda de delincuentes que luego se vieron implicados en la matanza del 11-M.

Desde que se publicó la cinta se siente amenazado, pero sus superiores le han retirado el arma de defensa personal.

Ante las numerosas peticiones de que se la devuelvan, le han contestado -según consta en un informe en poder de la AUGC- que, para garantizar su seguridad, «interesa que participe cada día, antes de las 21 horas, en la previsión de actividades del día siguiente con las horas de salida, lugares a visitar y circunstancias que haya observado en días anteriores. Debe entenderse que las horas a las que no haga mención se encuentra en su domicilio habitual o en el recinto del cuartel, o no considera oportuno ser protegido».

La trayectoria profesional de Campillo ha terminado. Nadie le va a perdonar que contradijera a sus superiores cuando defendió que Lavandera había identificado a Emilio Suárez Trashorras y a otros en las fotos que le enseñaron en el cuartel cuando le tomaron declaración después de que denunciara a la banda de Avilés.

Las cacicadas han continuado en los cuarteles de la Guardia Civil asturiana. Al teniente de Información que se negó a declarar sobre el tema de la cinta de Campillo sin la presencia de un abogado lo han trasladado a Ourense. Los mandos le han acusado de haber sido la persona que filtró el tema a la prensa.

A la vez, al teniente coronel Bolinaga le han puesto a su disposición el mejor abogado de la ciudad. ¿Quién va a pagar la factura, cercana a los dos millones de pesetas?.

Lo sucedido con el envío de las fotografías de la autopsia a Lavandera puede parecer un detalle marginal. En mi opinión, constituye un hecho de una gravedad extrema. Demuestra el salvaje talante del hampa que se mueve entorno a los atentados del 11-M y que, por cierto, no tiene nada que ver con los moros.

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