LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XL) La inexplicable absolución de Toro

4-11-07



LA SENTENCIA / El análisis

La inexplicable absolución de Toro


Ofreció explosivos en la cárcel a Zouhier, le entregó un detonador, acudió a la segunda reunión en el McDonald's, pero el tribunal dice que no intervino en la venta de la dinamita

Por FERNANDO MUGICA

LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XL). Muchos indicios apuntan a que Antonio Toro Castro está implicado en el tráfico de explosivos que facilitó dinamita a los responsables materiales de la matanza de Atocha. Sin embargo, ha sido absuelto en la sentencia que leyó el juez Javier Gómez Bermúdez. Agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil se entrevistaron con él antes de que fuera detenido oficialmente por orden del juez instructor del caso, Juan del Olmo. Su relación con las fuerzas de seguridad fue siempre privilegiada y a lo largo de todo el proceso judicial no mostró la menor preocupación a pesar de que la Fiscalía pedía para él penas de cárcel.


El 17 de octubre de 2004, en un capítulo de Los agujeros negros, describía a Antonio Toro Castro como uno de los personajes más misteriosos de toda la trama del 11-M.

Apuntaba que, en mi breve conversación con él, me había parecido un hombre discreto, con la gran capacidad para pasar inadvertido que tienen los buenos agentes infiltrados -aunque hasta ahora nadie ha podido probar que lo sea-.

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Ni siquiera con la presión que suponía el escaparate de la pecera de la sala del juicio del 11-M traicionó esa actitud.

Recibió la noticia de la absolución con una simple sonrisa, como si el milagro que le estaba salvando fuera algo natural y hasta esperado.

Le dije, cuando nos vimos cara a cara en Oviedo, que muchos testigos me habían asegurado que no se comportaba, en su trato diario, como un delincuente.

Fue cuando me miró muy fijo, con sus ojos melancólicos, y tras unos segundos de silencio valorativo me comentó sin levantar la voz: «Es que no lo soy».

Repito que sólo un milagro podía salvar a un hombre que por testigos acreditados había sido acusado de ofrecer explosivos a la venta en grandes cantidades, de tener contactos comerciales con ETA y de buscar, mucho antes de los atentados, a alguien que fabricara bombas con teléfonos móviles.

EL HOMBRE QUE GUARDABA DINAMITA

Por si fuera poco, Antonio Toro fue señalado en 2002 por José Ignacio Fernández, un preso del centro penitenciario de Villabona, como el hombre que guardaba en un escondite 150 kilos de dinamita.

Es el individuo al que señala el confidente de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, la UCO, Rafá Zouhier, en enero de 2003, por haberle ofrecido explosivos.

Es quien, según el mismo testigo, está presente en la entrega de una muestra del explosivo que vende la banda asturiana en la localidad madrileña de Las Rozas de Madrid, en febrero de 2003.

Es, además, alguien que está presente en una de las reuniones del McDonald's, en noviembre de 2003, junto a su hermana Carmen, Rafá Zouhier, El Chino y Emilio Suárez Trashorras, entre otros.

Se encuentra en Madrid el propio día del 11-M. Mantiene una cena en una marisquería de Madrid poco después, junto a varios de los implicados en los atentados. Es quien se pone en contacto telefónico en numerosas ocasiones con Rafá Zouhier y al que señalan en el mundo de la noche de Avilés y Gijón como el jefe del grupo en el que se desenvuelve Emilio Suárez Trashorras. «Le mandaba callar en público y el otro no rechistaba», dice Francisco Javier Lavandera, el hombre que trató de impedir que la banda siguiera con sus actividades delictivas. «Exhibía una gran cantidad de dinero en el Club Horóscopo asturiano. Sin duda aparentaba ser el que llevaba la voz cantante».

Y por si todo esto no fuera suficiente, era el hermano de María del Carmen Toro, la que el 14 de febrero de 2004 se convirtió en la mujer de Emilio Suárez Trashorras, el ex minero al que la sentencia ha condenado a casi 35.000 años de cárcel.

Por todo esto, y por algunas cosas más -era el socio de Trashorras en el negocio de compraventa de coches de Piedras Blancas y ha sido ya condenado por tráfico de explosivos por la operación Pípol y delitos contra la salud pública-, a nadie puede escandalizar que su absolución haya constituido una sorpresa.

Cualquiera que haya seguido su trayectoria vital se da cuenta de que siempre ha tenido un trato muy amable por parte de las fuerzas de seguridad.

EN LA CARCEL DE VILLABONA EN 2001

Miembros de la Comandancia de la Guardia Civil de Gijón aseguran que ya en 2000 se paró una investigación, bastante antes de que se encontrara inmerso en la operación Pípol. Durante ésta, fue encarcelado en Villabona como preso preventivo pero, mientras los más de 20 implicados tuvieron que aguantar dos años en el centro penitenciario, él salió a los seis meses justo para que pudiera pasar la Navidad de 2001 en su casa. Trashorras ni siquiera pasó un solo día en prisión.

En aquella ocasión, no fueron las buenas relaciones de su padre -prejubilado tras un grave accidente laboral con un tendido eléctrico-, sino la amistad del que sería más tarde su cuñado, Trashorras, con el inspector de Avilés Manuel Rodríguez, Manolón lo que le salvó de la quema. Fue a cambio de la libertad de Toro con lo que amarraron a Emilio Suárez las fuerzas de seguridad para convertirlo en un fiel y provechoso confidente de la policía.

A pesar de todo, la operación Pípol no acabó bien para Toro ya que en enero de 2007 fue condenado a seis años de prisión por tráfico de explosivos. Pero hay que recordar que esa acusación llegó mucho más tarde de los hechos, ya que en un primer momento la inculpación era por tráfico de drogas. La policía se conformó con los 16 cartuchos en mal estado que encontraron en un garaje alquilado por él y ni siquiera registraron su piso.

En la instrucción, los explosivos pasaron inadvertidos hasta que alguien se dio cuenta de que la condena de Toro y Trashorras por ese tráfico podría resultar decisiva a la hora de su implicación en los atentados del 11-M. Fue entonces cuando utilizaron el testimonio de Lavandera, el mismo que habían desechado hasta que aparecieron publicadas en EL MUNDO sus palabras, en otoño de 2004, tras salir a la luz una cinta que le había grabado la Guardia Civil.

Curiosamente, Lavandera sufrió todo tipo de insultos públicos y vejaciones -incluidos tiroteos, la muerte de sus animales y amenazas constantes- hasta que alguien se dio cuenta de la importancia de su testimonio y comenzaron a llamarle don Francisco. A pesar de que para entonces la mayor parte de los medios de comunicación habían tratado de destrozar su reputación, fue su testimonio en el juicio de la operación Pípol el que llevó a Toro y Trashorras a una condena por tráfico de explosivos.

Esa condena ha sido muy útil a la acusación para dar por sentado que Trashorras era un traficante de explosivos pero, curiosamente, no ha tenido ningún efecto a la hora de enjuiciar a Antonio Toro. Los mismos hechos han servido para condenar a Trashorras, junto con otras pruebas, y para exonerar a Toro. El tribunal, a la hora de la sentencia, ha argumentado que el tráfico de explosivos atribuido a este último se produjo en un momento determinado de su trayectoria delictiva, que ya fue condenado por ello y que no puede probarse su relación con el tráfico de explosivos del 11-M que ahora se ha juzgado.

Respecto a las reuniones del McDonald's, donde se fraguó la venta de explosivos de los asturianos a El Chino, el tribunal acepta que Toro estuvo presente en la segunda de ellas -la de noviembre de 2004, la más cercana a la fecha de la matanza- pero argumenta que no hay constancia alguna de que en esa reunión, en la que estaban presentes su hermana, Zouhier, El Chino y Trashorras, se tratara el tema de los explosivos.

DE COPAS CON AGENTES DE LA UCO

A los guardia civiles que participaron en la detención de Antonio Toro, en junio de 2004, en Asturias les parecieron muy raros algunos detalles. Agentes de Madrid tenían un interés especial en hablar con Antonio Toro antes de que fuera detenido oficialmente por orden del juez Juan del Olmo. Sobre todo querían adelantarse a los hombres de la UCO, la unidad operativa del coronel Hernando. Emplearon una argucia a través de sus compañeros asturianos. Se aprovechó una simple falsedad documental en uno de los vehículos que manejaba Toro para que fuera detenido por agentes de la Policía Judicial del instituto armado. Toro se limitó a negarse a declarar. Le iban a poner en libertad hasta la fecha en que fuera llamado al juzgado, cuando anunciaron su visita los agentes madrileños de la Unidad Central. Lo que más sorprendió a los agentes de la Judicial es que se llevaron a Toro fuera de la comandancia. Salieron a cenar con él y a tomar copas. Nadie sabe de qué hablaron en esa cena de hermandad, pero los mismos agentes que nos lo han contado aseguran que desde esa fecha, Toro se mostró mucho más relajado y sonriente. Era evidente que ya no tenía miedo por su porvenir. Eso sí, según los agentes de la Judicial se preocupó de dormir cada noche en un sitio distinto.

La relación privilegiada de Toro con las fuerzas de seguridad la expuso el propio Suárez Trashorras. En una de sus declaraciones dijo que el policía Manuel García ayudaba a Toro cuando éste tenía algún problema con alguno de los vehículos que vendía. Concretamente se refirió a dos vehículos Cherokees localizados en Ceuta y Avilés que, según Trashorras, habían sido vendidos por Toro y cuya procedencia no estaba clara.

El trato de Toro con Manolón está explicado por él mismo en el sumario del 11-M. En su nota relata como el día 6 de mayo de 2004 se encontraba en un bar de Avilés cuando se le acercó Carmen Toro para decirle que su hermano Antonio quería hablar urgentemente con él. La propia Carmen hizo de intermediaria para conseguir una cita entre ambos, un cuarto de hora más tarde, en un aparcamiento situado en la calle del Muelle.

En la entrevista, que duró un cuarto de hora, relata el propio policía en su nota informativa que Toro le cuenta que desde que había sido puesto en libertad tras su primera detención y su paso por la Audiencia Nacional, la Guardia Civil no le dejaba en paz. Que había sido la propia Guardia Civil la que le había pedido una colaboración para averiguar el nombre y apellidos del policía de Avilés que hablaba con su cuñado. En su defecto, querían la matrícula y las características del vehículo que usaba o la dirección de su domicilio.

No debemos olvidar que fue por las gestiones de Manolón por las que Toro salió de la cárcel en 2001.

EL CAREO DE TORO Y SUAREZ TRASHORRAS

El 16 de noviembre de 2004, el juez Del Olmo sometió a un careo a Toro y Trashorras. Toro dijo textualmente que Emilio le había dicho que cada información que tenía se la daba a Manolón el policía. Es esencial, aunque parece que no ha tenido ningún eco en la sentencia, el volver a afirmar que desde el teléfono que usaban Carmen Toro y su marido Trashorras llamaron al policía Manolón justo después de concertar una cita en Avilés con El Chino y de que éste viajara a Asturias a por los explosivos. Es evidente que Toro supo sacar una rentabilidad mayor de sus contactos con Manolón y con la Guardia Civil.

El misterio Toro continúa sin resolver y su absolución sólo añade elementos para la controversia. Los que le conocieron en su juventud aseguran que su paso por la Legión le cambió físicamente. Aquel muchacho regordete volvió en una forma física extraordinaria que ya no abandonaría y que le sirvió, esporádicamente, para trabajar como portero de discotecas.

La preocupación de Antonio Toro por su hermana ha sido una constante a los largo de estos últimos años. Se opuso con todas sus fuerzas a la boda de Carmen con Trashorras. Durante los interrogatorios a los que fue sometido en las dependencias centrales de la Guardia Civil, en Madrid, Toro resistió todo tipo de presiones sin inmutarse. Sólo descomponía la figura cuando salía su hermana a relucir.

Toro negó una y otra vez la presencia de su hermana en la reunión del McDonald's a pesar de que los agentes tenían información suficiente como para indicarle dónde estaba sentada exactamente. Nunca lo admitió.

Uno de los interrogadores nos comentó en su día que Toro era un hombre de acero inoxidable. «Lo tiramos contra la pared y como si tal cosa. En seguida nos dimos cuenta de que era un hombre sereno y hermético que no tenía necesidad de contar nada y del que no íbamos a sacar nada».

La familia de Trashorras se prestó desde el principio -antes de que se separaran Carmen y Emilio- a pagar un buen abogado para María, pero se negaron a pagárselo a Toro. Este pasó de tener un abogado muy importante asturiano a llegar al juicio del 11-M con un abogado de oficio que no destacó en la sala por su brillantez. «Es», nos comentó uno de los abogados de otro acusado, «como si no tuviera ninguna preocupación por su futuro a pesar de hacer frente a acusaciones de decenas de años por cooperación necesaria en los atentados y otros muchos cargos».

SIN RELACION CON LOS HECHOS

Preocupado o no, es evidente que el resultado no ha podido ser más favorable para él y para su hermana. En la sentencia se argumenta que no se ha encontrado la relación de Toro con los hechos juzgados y además se emplean algunas de sus declaraciones para apuntillar definitivamente a su ex cuñado. La jugada no ha podido salirle mejor.

«No soy un delincuente», me dijo en Oviedo en el pasillo de un juzgado donde se le acabaría condenando por un delito contra la salud pública. Ahora resulta que la trama asturiana relacionada con el 11-M nunca existió. Toda la trama que tanto ha dado que hablar consistía en un ex minero esquizofrénico, cristiano y de derechas, manejado por un policía y al que -nunca llegaré a imaginar por qué-, una trama islamista le confió el secreto más importante de su vida, la comisión de un gigantesco atentado.

«¿Cómo podían fiarse de que no acudiría a la policía y les chafara el invento?», me ha sugerido un buen amigo con enormes dosis de ingenuidad y sentido común. Mi respuesta ha sido inmediata. «Pero si ya acudió. Lo que sucede es que eso a nadie le ha parecido importante». Al menos, yo no he visto en la sentencia ninguna alusión a que fue el propio Trashorras quien tuvo que convencer a la policía de que los moritos podían tener alguna relación con el atentado.

Francisco Javier Lavandera, el asturiano que contó a las fuerzas de seguridad en 2001 que había una banda, dirigida por Toro, que vendía explosivos y trataba de encontrar a alguien que fabricara bombas con móviles, me ha recordado estos días que en su declaración en el juicio alguien le preguntó por Trashorras como el hombre que le había enseñado los explosivos. Y él tuvo que corregirle. «No fue Trashorras. Fue Toro quien me los enseñó».

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