LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XI) El terror de un valiente

20-12-04

LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XI) / LA INVESTIGACION

El terror de un valiente

Campillo teme que lo maten por lo que creen que sabe

Por FERNANDO MUGICA

El agente de Información de la Guardia Civil Jesús Campillo, que grabó en 2001 la cinta en la que Lavandera advertía del tráfico de explosivos y de que la trama de Avilés buscaba fabricar bombas con móviles, ha pedido guardaespaldas porque teme que lo maten. Se siente amenazado por una banda delincuencial asturiana en la que asegura que puede haber policías. De baja psicológica y sin armas propias para defenderse, advierte de que Lavandera sabe más cosas de las que están incluidas en la cinta. Asegura que el teniente coronel Bolinaga le avisó de que la guardaba en la caja fuerte y de que si un juez no la reclamaba le llamaría, pasado un tiempo prudencial, para que la destruyeran juntos.
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Es un hombre de la vieja escuela. Ha dedicado su vida a la Guardia Civil. Por eso, después de 31 años de servicio, se le han movido los cimientos debajo de los pies al comprobar en carne propia las incongruencias, las mentiras, las injusticias que han rodeado las investigaciones asturianas de los implicados en la trama de los explosivos del 11-M.

Su nombre, Jesús Campillo, saltó a la opinión pública cuando la Dirección General de la Guardia Civil lo desveló a raíz de la publicación de la cinta que en 2001 había grabado al confidente Francisco Javier Lavandera.

Ahora se siente en peligro de muerte y por eso ha pedido protección a sus compañeros. Tiene guardaespaldas, excepto cuando él se las arregla para no avisarles porque necesita encontrarse puntualmente con alguien.

Su mayor preocupación es que «la banda» -así llama a un entramado delincuencial en el que incluye a policías- piense que Lavandera le contó más cosas de las que se han dicho. Es evidente por sus palabras que fue así.

«Hoy día es muy fácil que te quiten de en medio. Pagan a un tipo en Madrid dos millones de pesetas y se acabó».

Jesús Campillo jamás hubiera salido del anonimato al que estaba acostumbrado. A los 52 años, ya no esperaba medallas ni reseñas elogiosas en las primeras páginas de los periódicos. Aspiraba simplemente a continuar con su trabajo subterráneo, anotando en su pequeña libreta de tapas azules, con su letra picuda y meticulosa, cada dato que pudiera servir a los intereses del departamento al que había entregado los últimos 14 años de su vida: el servicio de Información de la Guardia Civil.

COACCIONES

Nunca se planteó, antes de ahora, a dónde iban a parar esos pequeños datos que había conseguido con tanto esfuerzo. Si hay algo estructurado y férreo en la Benemérita es su larga cadena de mando. Los jefes siempre tienen razón y un simple guardia no es quien para discutir sus planteamientos.

Pero todo tiene un límite. Para Jesús, esa línea roja la traspasó el nuevo jefe de la zona de Asturias, el coronel Búrdalo, cuando en su despacho intentó con coacciones, que él consideró amenazas, que cambiara su testimonio sobre las circunstancias de la cinta que grabó en 2001 a Francisco Javier Lavandera -en la que éste denunciaba la trama de venta de explosivos de Avilés- para que cuadrara más con la tesis oficial.

Después de horas de duro interrogatorio, Jesús estaba destrozado.Salió del despacho del coronel convencido de que el mundo se le venía encima. Todo aquello en lo que había creído se desvanecía de pronto. No podía confiar en nadie. Sabía que sus teléfonos móviles estaban intervenidos. Deambuló por las calles de Gijón hasta que, ya avanzada la madrugada, hizo una llamada a Madrid.

Le pidió a un amigo que saliera de su casa y buscara una cabina de teléfono para que pudiera llamarle con seguridad a un número que él iba a darle. La conversación fue emocionante. Jesús balbuceaba.Fue la primera vez que habló de acogerse a la baja psicológica.Quería quitarse de en medio, por lo menos unos días, para poder aclarar las ideas.

«Me llaman cada 20 minutos. Me dan órdenes y contraórdenes. No tienen datos, no saben por dónde les van a venir los palos, así que se ensañan conmigo. Me hacen declarar una y otra vez, hasta que ha llegado un punto en que me he negado. El último interrogatorio ha durado tres horas y media. No puedo más. Hablan de mi cinta.Pero yo hice lo que tenía que hacer, conseguir la información que ofrecía Lavandera y dársela a mis jefes».

«¿Por qué no buscan las otras grabaciones? Por ejemplo, la que hizo el teniente Montero cuando Lavandera fue a la Comandancia a ratificarse de todo lo que había dicho. Yo me he levantado siempre a las 6.00 y a las 7.00 de la mañana para ir a trabajar.No he faltado ni un solo día en mi puesto. No merezco ahora que me amenacen, que me insinúen que voy a salir de Información.Quieren que manipule mis declaraciones y yo nunca lo voy a hacer.Tengo ganas de llorar».

«Estoy reventado. Ni como, ni ceno. No puedo dormir. No merezco lo que me está pasando, sólo por haber cumplido con mi deber».

UN TENIENTE CORONEL EN ZAPATILLAS

Las cosas se pusieron ya muy feas para Jesús cuando visitó de forma espontánea al teniente coronel Bolinaga, su jefe de Comandancia, en su domicilio. Lo recibió en bata y zapatillas. Fue a raíz de que el guardia de Cancienes David Robles desvelara a sus mandos la existencia de la cinta con la grabación a Lavandera.

Jesús tenía algo que le daba vueltas en su conciencia y quería exponérselo a su jefe. Le dijo abiertamente que creía que la Guardia Civil asturiana no había hecho lo suficiente para controlar la mafia de los explosivos, a pesar de las numerosas advertencias de los confidentes. Le expresó con claridad y sencillez que tal vez si se hubieran hecho las cosas bien, se podrían haber evitado los atentados del 11-M.

El teniente coronel fue muy claro. Aceptó ante Campillo que le había llegado la cinta con la grabación a Lavandera -en la que se hablaba, en 2001, de obtener bombas que funcionaran por medio de móviles y de tráfico a gran escala de dinamita-, y que la tenía bien guardada en su caja fuerte. Y le propuso un plan de actuación: no la iban a hacer pública y, por tanto, estaba descartado dársela a los medios de comunicación. Sólo la entregaría si se la pidiera un juez. Esperarían para ello un tiempo prudencial, y si no se la reclamaba ninguno, llamaría al propio Campillo para que la destruyeran juntos.

Al día siguiente, Jesús supo a qué podía atenerse cuando lo enviaron urgentemente a un psicólogo para hacerle un exhaustivo reconocimiento.Como en otros tiempos y en otros tenebrosos países, sus jefes consideraban que su actitud sólo podía deberse a una demencia transitoria o a un trastorno psicológico. El resultado de la consulta médica fue, como no podía ser de otra forma, totalmente favorable sobre la salud mental de Campillo. Pero él supo ya desde ese momento el calvario que le esperaba.

Resistió lo que pudo. Consideraba que una baja psicológica, el recurso más empleado en la Guardia Civil para quitarse de en medio, era casi el equivalente a una rendición. Siguió yendo a su puesto de trabajo hasta que comprendió que tenía que apartarse de la vorágine para poder pensar con más claridad.

Mientras tanto, continuaba la toma de declaraciones y las advertencias serias: «Piénsalo bien. Igual luego te arrepientes. Aún estás a tiempo de cambiar tu declaración».

No consiguieron que manipulara lo que había dicho y se mantuvo firme. Desde entonces, ha tenido que declarar oficialmente en cinco ocasiones en la Fiscalía ante el juez Juan del Olmo y ante sus mandos. Siempre ha dicho lo mismo.

UNA FAMILIA MUY UNIDA

Jesús aceptó al fin una baja psicológica y se dedicó con más ahínco a su familia. Desde que murió su mujer, Campillo ha cubierto las necesidades de su casa. No le importa reconocer que friega, lava, plancha, y que siempre que puede hace la comida. Sus dos hijos han sido para él una de las máximas prioridades. El mayor, de 27 años, ha conseguido estudiar en la universidad. Tiene un buen empleo y resulta una ayuda afectiva importante para su padre.

El suicidio de Elizángela Barbosa, la mujer de Lavandera, ha supuesto otro punto de inflexión en el estado de ánimo de Campillo.Ahora se siente más amenazado. Le preocupa mucho el submundo de los clubs de alterne, donde se mezclan los intereses mafiosos de la droga y la prostitución. Está convencido de que en Asturias existe una mafia policial en torno a todo ello. Es consciente de que por ahí puede llegarle el verdadero peligro.

«Al estar de baja psicológica», reconoce, «me han quitado las armas. Para mí es algo muy duro. No tengo nada para defenderme como no sean los cuchillos de cocina. Algunos compañeros me han ofrecido un arma clandestina. Y he tenido la tentación de cogerla, pero la he rechazado porque puede venir de improviso cualquier policía con mala voluntad, me hace un cacheo y ¡clas! -hace un gesto juntando las dos muñecas-, me meten para adentro».

Jesús es hijo y nieto de guardias civiles. Además, tiene dos hermanos en la Benemérita. Por eso lo que más le cuesta aceptar es que lo traten como si ya no fuera alguien del Cuerpo. Desde 1973, ha pasado por todos los servicios. Perteneció a la compañía de Avilés, formó parte de los antidisturbios, en el núcleo de la reserva durante siete años, incluido uno en el País Vasco en los peores momentos de la Transición. Supo lo que era hacer mesa en la Plana Mayor, un trabajo de oficina burocrático durante 14 años. Consiguió salir a la calle y hacer investigación al comienzo de los años 90. En Información se hizo con un puesto indiscutible. Recibió varias felicitaciones.

Ahora, Campillo está convencido de que Lavandera ha dicho más cosas de las que salen en la grabación de la cinta. Por eso pregunta insistentemente por el levantamiento del secreto de sumario del juez Juan del Olmo.

«Se van a saber más cosas. Estoy convencido de que ha aportado más datos. Recuerdo que a lo largo de las numerosas conversaciones que tuve con Lavandera durante meses igual me hizo otros comentarios.El sabía con quién habló en la Comisaría de Policía y de qué».

Jesús se vuelve amnésico cuando le preguntas por esos datos.

«El peligro ha aumentado para mí porque estoy seguro de que hay muchos que creen que yo sé más de lo que sé. Tengo los teléfonos intervenidos. Me siento vigilado. No puedo ni bajar al bar a tomar una copa sin que sienta que alguien se pone a mi lado para escuchar».

«El problema no es que yo sepa cosas, sino que ellos crean que las sé. Si Lavandera le ha contado todo al juez, no hay duda de que habrá implicado a más gente. Seguro que salen policías de Avilés y de aquí, de Gijón. Había muchos mezclados en el entramado de clubs como el Horóscopo. En ese mundillo todos se conocen entre sí; por eso digo que habrá más cosas que aportar».

Cuando se le aprieta, Campillo asegura, sin embargo, no saber nada, pero advierte de que en el suicidio de la mujer de Lavandera tuvieron que influir las presiones que ella recibía de ese mundillo.

«Para hacer algo así tenía que estar hasta arriba de alcohol y probablemente de algo más. Perdió momentáneamente su trabajo y se sentía muy presionada. Todo a raíz del descubrimiento de la cinta y de que saliera el nombre de su marido en los periódicos.Lo que más me extraña a mí es que fuera capaz de suicidarse sabiendo que tenía un hijo de dos años y que en Brasil tenía por lo menos otro hijo. No sé lo que pudo pasar por su cabeza. Tal vez algunos pensaban que sabía algunas cosas».

Para Jesús, Lavandera es un hombre intachable. Aprovecha cualquier ocasión para echarle flores y asegura que le gustaría ser la mitad de hombre de lo que es Francisco Javier.

EN PELIGRO DE MUERTE

«Tuve que verle en una circunstancia especial. Cuando fui a declarar ante el juez Del Olmo, en Madrid, él estaba allí sentado. Me acerqué, le di la mano y le pedí perdón por haberle grabado nuestra conversación de 2001. Yo creo que, por su actitud, me hizo ver que lo comprendía. Para mí eso era muy importante».

«Nunca pretendí perjudicarle. Durante meses, en muchas ocasiones, él se acercaba a mí para preguntarme qué estaba haciendo la Guardia Civil con sus revelaciones sobre Toro y Trashorras. Yo ya no sabía ni qué decirle porque la verdad es que, desgraciadamente, nunca le hicieron ni caso».

Mientras tanto, en Asturias continúan las reuniones extraordinarias de los mandos de la Guardia Civil. Se habla de reunificación de comandancias, se buscan nuevas cintas y aumenta prodigiosamente el número de bajas psicológicas.

Oficialmente son más de 120, pero los que saben aseguran que, en realidad, sobrepasan las 160. Se da el caso curioso de que, en el acuartelamiento de Cancienes, se ha quedado a cargo, como jefe de puesto un simple guardia: el mismo que descubrió la cinta, David Robles. Todos sus superiores se han acogido a la baja psicológica.

Lo que más inquieta a los integrantes de la Guardia Civil asturiana es comprobar que sus jefes eluden la responsabilidad de lo que ha ocurrido y, en ocasiones, ocultan descaradamente la verdad.

Por ejemplo, el que fuera coronel de la zona -hoy general-, Pedro Laguna, afirmó ante la Comisión de Investigación del 11-M que en la primavera de 2003 se había formado un grupo de trabajo para investigar la trama de los explosivos. Nada más lejos de la realidad. Lo que afirman, con datos en la mano, es que precisamente el entonces coronel Laguna impidió que se formara ese grupo a pesar de la petición expresa de sus subordinados, que pretendían que tuviera dedicación exclusiva.

Otro de los mitos que se desmontan ahora es la incapacidad de coordinación entre la Guardia Civil y la Policía. La realidad demuestra que, cuando le convenía al mando, esa coordinación existía y era perfecta. Precisamente en la primavera de 2003 se formó un grupo conjunto para investigar una trama de prostitución relacionada con la denuncia del teniente Virgilio Rico, hoy capitán, sobre un fraude en los vales de gasolina. El asunto se encuentra en los tribunales. Un juez determinó que, si bien existió el delito, no se podía concretar quiénes habían sido los autores.Una instancia superior dirimirá ahora si eso es cierto.

NO SE INVESTIGO LA TRAMA DE LA DINAMITA

El comandante Jambrina y el capitán Marful, entre otros, formaron un grupo de trabajo. Sus jefes, según Rico, pretendían tapar las vergüenzas de aquella pequeña corruptela de la Benemérita.Se hicieron seguimientos, se detuvo a personas inocentes, se intervinieron teléfonos e incluso se manipuló a testigos, según consta en su propia declaración manuscrita.

Pero lo más curioso es que se trabajó desde el primer día con la colaboración directa de la Policía. Era en comisaría donde los guardias civiles tomaban declaraciones. El instructor de la causa pertenecía a un cuerpo y el secretario al otro.

En fin, una colaboración estrecha desde el primer momento en un caso en el que se dilucidaba si algunos guardias se habían apropiado indebidamente del dinero de unos vales de gasolina por una cantidad que apenas superaba los 500 euros. ¿Se imaginan? Todo ese despliegue, ordenado por el coronel Laguna, para contrarrestar la denuncia de un teniente honrado y dejar así «a buen recaudo el buen nombre de la Guardia Civil».

Y eso en la misma época en que no se formó un grupo de trabajo serio ni se pudo coordinar con la Policía ninguna actuación para investigar nada menos que la trama de los explosivos que, supuestamente, se utilizaron para los atentados del 11-M.

El capitán Marful dijo en su día que había charlado en una cafetería con fiscales asturianos y que, sólo de paso, hablaron de la dinamita, ya que el grueso de la conversación había versado sobre otro tema que no recordaba. ¿Sobre qué? Según las mismas fuentes sobre el caso de las prostitutas relacionadas con la corrupción de los vales de gasolina.

Integrantes del grupo de trabajo que sí existió han manifestado que no están dispuestos a dejarse manejar por el general Laguna. Insisten en que hicieron una petición formal para integrarse en un grupo de trabajo que investigara, a tiempo completo, la trama de la dinamita y que Laguna expresamente lo impidió.

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