La huida de Said 'El Mensajero'
24-10-05
CRONICA DE LA SEMANA
La huida de Said 'El Mensajero'
CASIMIRO GARCIA-ABADILLO
CRONICA DE LA SEMANA
La huida de Said 'El Mensajero'
CASIMIRO GARCIA-ABADILLO
El 8 de marzo de 2004, agentes de la Comisaría General de Información (de la que depende la rama especializada en terrorismo islámico, la UCIE) acudieron a una urbanización de lujo en las afueras de Madrid, en la zona conocida como Mirasierra.
Querían hablar con uno de los empleados que hacía las veces de vigilante a la entrada del recinto. Pero ese día no había ido a trabajar. No había avisado a su empresa de que ese día no acudiría a su puesto. A uno de sus compañeros, de nacionalidad marroquí, como él, le dijo simplemente que tenía que ir a Marruecos para acudir al entierro de su hermana.
(.../...)
Tres días después de esa visita infructuosa, el 11 de marzo, cuatro trenes saltaban por los aires en Madrid, causando la muerte de 191 personas.
El hombre al que habían ido a buscar los policías era nada menos que Said Berraj, el individuo al que 'Abu Dahdah', el jefe de la célula de Al Qaeda en España, recientemente condenado por pertenencia a banda armada y por colaborar en el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, se refería en sus conversaciones telefónicas como Said El Mensajero.
Berraj estaba ya bajo la lupa de la UCIE desde hacía meses. El juez Baltasar Garzón había pedido que se localizase a ese enigmático personaje que parecía contar con la plena confianza de Abu Dahdah.
La policía turca había confirmado a la UCIE que El Mensajero había asistido a la cumbre celebrada en octubre de 2000 en Estambul, a la que habían acudido Amer Azizi, conocido como 'Othman al Andalusí'; Lahcen Ikassrien (que posteriormente sería detenido en Afganistán y trasladado a Guantánamo y cuya extradición a España se produjo el pasado mes de julio), y Salahedin Benyaich, conocido como El Tuerto (detenido en el verano de 2003 en Marruecos acusado de participar en los atentados de Casablanca).
La empresa de seguridad para la que trabajaba Berraj es propiedad de un inspector de Policía ya retirado, cuyas iniciales son A.I.Nada más ingresar en su compañía, A.I. informó a la Brigada Provincial de Información de Madrid (que también se ocupa de investigar asuntos relacionados con el terrorismo) de la presencia de Berraj.
A.I. no sabía de la trayectoria radical de Berraj, pero su olfato de policía le hizo actuar con la máxima prudencia.
Berraj no era un inmigrante más en busca de un empleo. Era extremadamente religioso. No fumaba, no bebía alcohol, seguía fielmente los ritos de su fe y era muy intransigente con quienes no lo hacían.
Su compañero de trabajo marroquí recuerda que una ocasión le recriminó por mirar a una chica guapa que pasó a su lado. Tampoco le gustaba que escuchara música infiel; o sea, cualquier tipo de música que no tuviera que ver los rezos coránicos.
Los hombres de la Brigada Provincial pronto descubrieron que Said Berraj mantenía relaciones con algunos de los sospechosos que ya estaban en su lista negra, como 'El Tunecino', Jamal Zougam, Mohamed Chedadi (su hermano Said había sido detenido por Garzón en la Operación Dátil en noviembre de 2001), o 'El Chino', Mohamed Haddad y los hermanos Oulad, todos ellos nacidos, como él, en Tetuán.
No fue difícil descubrir dónde tenía su vivienda. Un pequeño piso en el número 70 de la calle de Rocafort, en el barrio madrileño de Villaverde. En ese mismo piso había vivido con anterioridad Driss Chebli, que había sido detenido por Garzón en junio de 2003 en la última fase de la operación Dátil, acusado de reclutar muyahidines para luchar en las zonas en conflicto.
Sin embargo, los agentes de la Brigada Provincial de Información de Madrid no sabían de la relevancia del hombre al que estaban investigando.
La UCIE, por su lado, estaba a la espera de que la policía de Turquía les remitiera una fotografía del Said Berraj que había asistido a la cumbre de Estambul. Los nombres, a veces, engañan.El propio Ikassrien había entrado en Turquía con el pasaporte falsificado de su amigo Haddad.
El 19 de diciembre de 2003, y aún sin haber recibido la fotografía de Turquía, el juez Garzón autorizó la intervención telefónica del domicilio donde residía Said Berraj.
Cuando el pinchazo se llevó a cabo, la UCIE no tenía ni idea de que la Brigada Provincial de Madrid llevaba tiempo siguiendo los pasos del marroquí.
Berraj era muy comedido. Nunca cogía él personalmente el teléfono.Cuando alguien llamaba a su casa, siempre descolgaba una mujer.Preguntaba quién quería localizarle y respondía que ya se pondría en contacto con él. Así que la intervención telefónica dio escasos frutos.
No obstante, su nivel de relaciones con el entorno islamista radical, muchos de cuyos miembros eran personas del entorno de Abu Dahdah, le convertían en un objetivo fundamental para desentrañar la trama de un grupo terrorista que podría actuar en España, al igual que lo había hecho con anterioridad en Marruecos.
Ese era el convencimiento de la UCIE, que llegó a elaborar un documento interno en el que se barajaba esa posibilidad y en la que se apuntaban algunos de los nombres que después resultaron implicados directamente en el atentado del 11-M. Sin embargo, la visita de la Policía, aquella mañana del 8 de marzo, no tenía por objeto su detención, aunque ya Turquía había remitido la fotografía que ponía de relieve que Said Berraj, el hombre que trabajaba como vigilante en la urbanización de Mirasierra, era el mismo que había acudido a la cumbre de Estambul y el mismo al que Abu Dahdah se refería como El Mensajero y al que Garzón quería echar el guante. No, el objeto del frustrado encuentro era conseguir convencerle de que se convirtiera en confidente.Ofrecerle protección y dinero a cambio de dejarle tranquilo (tenían acumulada mucha información sobre él).
Algún policía de la Comisaría General de Información tenía la sospecha de que Berraj ya estaba haciendo de soplón para la Policía marroquí. Y lo pensaban así porque, entre otras razones, había hecho un reciente viaje a Marruecos, días antes de su huida; es decir, días antes del 11-M.
Nada más producirse el atentado, la Policía le situó en la cabecera del grupo de sospechosos. De hecho, el juez Del Olmo le tiene en busca y captura por su implicación en la matanza del 11-M.Durante muchos meses, la Policía le consideró como uno de los autores materiales del atentado. Es decir, como uno de los terroristas que colocaron las mochilas de la muerte. Ahora eso ya no está tan claro.
Sin duda, Berraj ha sido uno de los hombres clave en la preparación de la masacre. Su perfil, a diferencia de otros imputados, se corresponde perfectamente con el de un terrorista islámico. Concienzudo, reservado, muy religioso, precavido.
Pero, a diferencia de otros, como El Chino, El Tunecino, Lamari, los hermanos Oulad, etcétera, Berraj se quitó de en medio días antes del atentado. El Mensajero nunca llegó a pasar por el piso de Leganés, donde no han aparecido sus huellas. Ni siquiera estuvo en la casa de Morata, uno de los lugares donde se montaron las bombas con móviles.
El caso de El Mensajero, al margen de su posible labor como confidente de los servicios marroquíes, pone de relieve, una vez más, hasta qué punto la descoordinación policial (o tal vez algo peor) facilitó que un grupo numeroso de delincuentes, cuyo núcleo estaba controlado, pudiera llevar a cabo el mayor atentado de la historia de España.
casimiro.g.abadillo@el-mundo.es
Querían hablar con uno de los empleados que hacía las veces de vigilante a la entrada del recinto. Pero ese día no había ido a trabajar. No había avisado a su empresa de que ese día no acudiría a su puesto. A uno de sus compañeros, de nacionalidad marroquí, como él, le dijo simplemente que tenía que ir a Marruecos para acudir al entierro de su hermana.
(.../...)
Tres días después de esa visita infructuosa, el 11 de marzo, cuatro trenes saltaban por los aires en Madrid, causando la muerte de 191 personas.
El hombre al que habían ido a buscar los policías era nada menos que Said Berraj, el individuo al que 'Abu Dahdah', el jefe de la célula de Al Qaeda en España, recientemente condenado por pertenencia a banda armada y por colaborar en el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, se refería en sus conversaciones telefónicas como Said El Mensajero.
Berraj estaba ya bajo la lupa de la UCIE desde hacía meses. El juez Baltasar Garzón había pedido que se localizase a ese enigmático personaje que parecía contar con la plena confianza de Abu Dahdah.
La policía turca había confirmado a la UCIE que El Mensajero había asistido a la cumbre celebrada en octubre de 2000 en Estambul, a la que habían acudido Amer Azizi, conocido como 'Othman al Andalusí'; Lahcen Ikassrien (que posteriormente sería detenido en Afganistán y trasladado a Guantánamo y cuya extradición a España se produjo el pasado mes de julio), y Salahedin Benyaich, conocido como El Tuerto (detenido en el verano de 2003 en Marruecos acusado de participar en los atentados de Casablanca).
La empresa de seguridad para la que trabajaba Berraj es propiedad de un inspector de Policía ya retirado, cuyas iniciales son A.I.Nada más ingresar en su compañía, A.I. informó a la Brigada Provincial de Información de Madrid (que también se ocupa de investigar asuntos relacionados con el terrorismo) de la presencia de Berraj.
A.I. no sabía de la trayectoria radical de Berraj, pero su olfato de policía le hizo actuar con la máxima prudencia.
Berraj no era un inmigrante más en busca de un empleo. Era extremadamente religioso. No fumaba, no bebía alcohol, seguía fielmente los ritos de su fe y era muy intransigente con quienes no lo hacían.
Su compañero de trabajo marroquí recuerda que una ocasión le recriminó por mirar a una chica guapa que pasó a su lado. Tampoco le gustaba que escuchara música infiel; o sea, cualquier tipo de música que no tuviera que ver los rezos coránicos.
Los hombres de la Brigada Provincial pronto descubrieron que Said Berraj mantenía relaciones con algunos de los sospechosos que ya estaban en su lista negra, como 'El Tunecino', Jamal Zougam, Mohamed Chedadi (su hermano Said había sido detenido por Garzón en la Operación Dátil en noviembre de 2001), o 'El Chino', Mohamed Haddad y los hermanos Oulad, todos ellos nacidos, como él, en Tetuán.
No fue difícil descubrir dónde tenía su vivienda. Un pequeño piso en el número 70 de la calle de Rocafort, en el barrio madrileño de Villaverde. En ese mismo piso había vivido con anterioridad Driss Chebli, que había sido detenido por Garzón en junio de 2003 en la última fase de la operación Dátil, acusado de reclutar muyahidines para luchar en las zonas en conflicto.
Sin embargo, los agentes de la Brigada Provincial de Información de Madrid no sabían de la relevancia del hombre al que estaban investigando.
La UCIE, por su lado, estaba a la espera de que la policía de Turquía les remitiera una fotografía del Said Berraj que había asistido a la cumbre de Estambul. Los nombres, a veces, engañan.El propio Ikassrien había entrado en Turquía con el pasaporte falsificado de su amigo Haddad.
El 19 de diciembre de 2003, y aún sin haber recibido la fotografía de Turquía, el juez Garzón autorizó la intervención telefónica del domicilio donde residía Said Berraj.
Cuando el pinchazo se llevó a cabo, la UCIE no tenía ni idea de que la Brigada Provincial de Madrid llevaba tiempo siguiendo los pasos del marroquí.
Berraj era muy comedido. Nunca cogía él personalmente el teléfono.Cuando alguien llamaba a su casa, siempre descolgaba una mujer.Preguntaba quién quería localizarle y respondía que ya se pondría en contacto con él. Así que la intervención telefónica dio escasos frutos.
No obstante, su nivel de relaciones con el entorno islamista radical, muchos de cuyos miembros eran personas del entorno de Abu Dahdah, le convertían en un objetivo fundamental para desentrañar la trama de un grupo terrorista que podría actuar en España, al igual que lo había hecho con anterioridad en Marruecos.
Ese era el convencimiento de la UCIE, que llegó a elaborar un documento interno en el que se barajaba esa posibilidad y en la que se apuntaban algunos de los nombres que después resultaron implicados directamente en el atentado del 11-M. Sin embargo, la visita de la Policía, aquella mañana del 8 de marzo, no tenía por objeto su detención, aunque ya Turquía había remitido la fotografía que ponía de relieve que Said Berraj, el hombre que trabajaba como vigilante en la urbanización de Mirasierra, era el mismo que había acudido a la cumbre de Estambul y el mismo al que Abu Dahdah se refería como El Mensajero y al que Garzón quería echar el guante. No, el objeto del frustrado encuentro era conseguir convencerle de que se convirtiera en confidente.Ofrecerle protección y dinero a cambio de dejarle tranquilo (tenían acumulada mucha información sobre él).
Algún policía de la Comisaría General de Información tenía la sospecha de que Berraj ya estaba haciendo de soplón para la Policía marroquí. Y lo pensaban así porque, entre otras razones, había hecho un reciente viaje a Marruecos, días antes de su huida; es decir, días antes del 11-M.
Nada más producirse el atentado, la Policía le situó en la cabecera del grupo de sospechosos. De hecho, el juez Del Olmo le tiene en busca y captura por su implicación en la matanza del 11-M.Durante muchos meses, la Policía le consideró como uno de los autores materiales del atentado. Es decir, como uno de los terroristas que colocaron las mochilas de la muerte. Ahora eso ya no está tan claro.
Sin duda, Berraj ha sido uno de los hombres clave en la preparación de la masacre. Su perfil, a diferencia de otros imputados, se corresponde perfectamente con el de un terrorista islámico. Concienzudo, reservado, muy religioso, precavido.
Pero, a diferencia de otros, como El Chino, El Tunecino, Lamari, los hermanos Oulad, etcétera, Berraj se quitó de en medio días antes del atentado. El Mensajero nunca llegó a pasar por el piso de Leganés, donde no han aparecido sus huellas. Ni siquiera estuvo en la casa de Morata, uno de los lugares donde se montaron las bombas con móviles.
El caso de El Mensajero, al margen de su posible labor como confidente de los servicios marroquíes, pone de relieve, una vez más, hasta qué punto la descoordinación policial (o tal vez algo peor) facilitó que un grupo numeroso de delincuentes, cuyo núcleo estaba controlado, pudiera llevar a cabo el mayor atentado de la historia de España.
casimiro.g.abadillo@el-mundo.es
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