ENTRE LA PANTERA ROSA Y LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M

02-07-07



Editorial

ENTRE LA PANTERA ROSA Y LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M

Sea cual sea la sentencia, las hemerotecas siempre acreditarán el esfuerzo investigador de EL MUNDO -con muy pocos precedentes en la historia del periodismo español- para intentar aclarar los innumerables enigmas del 11-M.

Si la semana pasada sacábamos a la luz el extraño hallazgo de 33 billetes de 500 euros entre los restos de la explosión del piso de Leganés y nos preguntábamos cómo era posible que la policía nunca hubiera investigado su procedencia, hoy ya podemos dar la respuesta. Una respuesta que dejará sin duda aun más estupefactos a nuestros lectores: la policía no hizo esas pesquisas porque ella misma había facilitado ese dinero a uno de los islamistas que se sientan en el banquillo del juicio que concluirá hoy para que tendiera una trampa a El Chino.

Comprendemos que la chapucera peripecia que acaeció en la carnicería de Rachid Aglif, alias El Conejo, no es como para sacar pecho. La UCIE preparó una bolsa con el dinero y un chip electrónico que debería facilitar el seguimiento, pero uno de los lugartenientes de El Chino, en lugar de llevársela tal cual, cogió sólo los billetes, juntándolos con el cordero que acababa de comprar. Por si fuera poco, los agentes de la UCIE encargados del servicio acababan de ser enviados detrás de otra pista a la localidad granadina de Albolote, y quien tuvo que hacer el seguimiento sin auxilio electrónico alguno fue un marroquí amigo de El Conejo que también colaboraba -otro más- con la policía.

Pero una cosa es que la UCIE quisiera evitar que quedara constancia de que sus métodos y eficacia se parecen demasiadas veces a los de la Pantera Rosa y otra que el juez instructor se aviniera a ello. Pese a que el marroquí en cuestión explicó a Del Olmo su papel en el enredo, ninguna nueva diligencia se practicó al respecto. De ahí que el tribunal que juzga los hechos tenga probablemente que enterarse ahora de todo ello por EL MUNDO. Y esto es muy grave, porque no solamente estamos ante una triquiñuela policial más o menos fallida, sino ante una línea de investigación que podría ayudar a resolver algunos de los agujeros negros de este sumario. En primer lugar, el que los hechos ocurrieran la víspera de la explosión de Leganés aporta una valiosa pista de cómo pudo la policía llegar al escondite de los islamistas. En segundo lugar, parece incomprensible que si El Conejo participó en la negociación de la compra de la dinamita a los asturianos -como sostiene la fiscalía- luego colaborara para capturar a El Chino. Sin duda, el miedo a las represalias de su entorno le ha llevado a callar todo lo relacionado con este episodio.

Pero aún hay una cosa más inaudita: las amenazas de muerte que El Chino profería contra el tal Aglif durante esos días, a cuenta de una deuda relacionada con pastillas estupefacientes. ¿Cabe en cabeza humana que alguien que supuestamente está oculto por haber perpetrado y consumado la mayor matanza terrorista de la historia de Europa, como expresión de su fanatismo religioso, tenga como simultáneo afán el intentar ajustar cuentas con sus deudores en el trapicheo de la droga? ¿Por qué se le ha hurtado todo esto al tribunal?

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