LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (II). La 'célula' de Avilés

10-06-04

LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M / LA INVESTIGACION

La 'célula' de Avilés

Son ya cinco los detenidos del 11-M que eran confidentes

Por FERNANDO MUGICA

LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (II). Las detenciones de los principales implicados en el entramado asturiano, relacionado con los atentados, han producido nuevas sorpresas. Al menos tres de ellos tenían una relación telefónica fluida, antes y después de los trágicos sucesos, con un inspector jefe de estupefacientes de la comisaría de Avilés. Precisamente desde una cabina situada justo enfrente de esta comisaría se realizaron llamadas claves a Jamal Ahmidan, 'El Chino', acusado de participar en la matanza y uno de los 'suicidas' de Leganés. EL MUNDO ha realizado una investigación exhaustiva sobre los explosivos utilizados por los terroristas, la ruta que recorrieron y el entramado delincuencial que comerció con ellos. Decenas de llamadas telefónicas entrecruzadas indican que la 'célula' de Avilés mantenía con los marroquíes implicados una relación fluida en las mismas 'narices' de las Fuerzas de Seguridad. De nuevo se demuestra que delincuentes de poca monta y confidentes derrotaron, incomprensiblemente, a la Seguridad del Estado.
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La luna de miel de Carmen con Milio se vio bruscamente interrumpida en la noche del 18 de marzo de 2004. Se habían casado en Avilés nada menos que el día de los enamorados, el 14 de febrero anterior. Ella era una empleada de seguridad de unos grandes almacenes de la localidad. El, ex ayudante de minero, había conseguido una incapacidad permanente, por enfermedad mental, a los 27 años. Entre el dinero de su baja y el sueldo de ella podían arreglárselas. Claro que para mejorar su situación habían echado mano de pequeñas trampas con sus amigos los moros, traficantes de hachís de poca monta de los bajos fondos madrileños.

La joven no las tenía todas consigo desde el maldito 11-M. Le aterrorizaba pensar que aquellos muchachos marroquíes con los que se había reunido dos veces en Madrid, y a los que había incluso invitado a su boda, pudieran ser los autores materiales de la matanza. Por eso llamó a su protector al menos tres veces en aquel fin de semana electoral.

-Manolo, ¡creo que la hemos cagado! ¡Creo que han sido los nuestros los de los explosivos!

El policía, Manuel García Rodríguez, un inspector jefe de estupefacientes de Avilés, veterano de la lucha antiterrorista, le contestó con el tono más sereno que pudo.

-Calma. Puedes estar totalmente tranquila. La matanza ha sido cosa de ETA. Te lo aseguro.

Carmen se lo contó con estas mismas palabras a su marido Milio, José Emilio Suárez Trashorras, en el primer encuentro cara a cara que pudieron tener en la cárcel después de la detención del ex minero, el día 18 de marzo, acusado de colaborar con los terroristas del 11-M y de haberles entregado los explosivos y los detonadores. Ella nombró en esa conversación a más personas y acusó a varios de sus conocidos de Asturias, del ámbito minero, como los causantes de todas sus desgracias. Lo que no podía saber en ese momento es que esa conversación estaba siendo grabada y que estaba proporcionando a los investigadores un valiosísimo material.

Si las pesquisas en torno a los marroquíes acusados como autores y colaboradores de la masacre nos dejaron atónitos, por la irrelevancia de la personalidad de los implicados, pequeños delincuentes muy controlados por las Fuerzas de Seguridad, los datos que se desprenden de los imprescindibles colaboradores asturianos producen aún mayor desconcierto. Se trata de pequeños matones de discoteca, rateros de minas que trapichean con droga y dinamita. Gente perfectamente identificada y controlada en los ambientes de la noche asturiana.Personajes de tres al cuarto con antecedentes policiales, condenas preventivas y, sobre todo, chivatos de la policía.

Estremece considerar que de los siete terroristas reunidos en un McDonald's madrileño para preparar el intercambio de explosivos, al menos cuatro eran confidentes de la policía o la Guardia Civil.Rafá Zouheir, como ya se ha desvelado, colaboraba con la Benemérita.Emilio Suárez, su mujer, Carmen Toro, y el hermano de ésta, Antonio Toro, eran confites, soplones, confidentes del inspector jefe Manuel García. Como más tarde explicaremos, uno de ellos, Antonio, llegó a ofrecer dinamita a terroristas etarras encarcelados en la misma prisión que él.

LLAMADAS CLAVE

El histórico de los teléfonos que manejaban -así se llama al tráfico de llamadas que se puede detectar desde y hacia cualquier móvil- deja bien a las claras que entre el policía, sus confidentes y los marroquíes implicados en los atentados existía una comunicación permanente en las semanas anteriores y posteriores al 11-M. Muchas de esas llamadas se hacían justo desde la cabina que está enfrente de la comisaría de Avilés.

Hemos conseguido hacer un seguimiento minucioso de cada uno de los cartuchos de dinamita que llegaron a Mina Conchita, el lugar desde donde según muchos indicios salió el explosivo que manejaron las personas a las que se ha involucrado en los atentados. El juez Juan del Olmo tiene ya en su poder todos estos datos y está actuando en consecuencia, como prueban las detenciones de ayer en Asturias. Pero vayamos al detalle.

Rellenar los agujeros negros del 11-M es una tarea muy compleja.Ya no hay hueco para más conjeturas. Ahora deben prevalecer los hechos, los datos precisos. Sólo así podremos ayudar a descubrir la verdad de lo que realmente sucedió.

Una de las luminarias más grandes que los asesinos dejaron en el camino -las que en una primera entrega denominamos como las piedras de Pulgarcito- está situada en la cuenca minera asturiana, el escenario del asunto que hoy va a ocuparnos. Concretamente en la zona de Avilés se formó «un entramado delincuencial sin cuya colaboración nunca se hubieran podido cometer los crímenes», según los investigadores encargados por el juez Juan del Olmo de seguir la trama de los explosivos. El juez jamás se fió de la veracidad de la inconexa declaración de Emilio. Por eso hizo algo que al principio molestó a algunos de los investigadores: impidió que pudieran hablar con él. El juez quería que trabajaran con la cabeza limpia, sin haber sido contaminados por la confusa verborrea del ex minero.

Asombra todavía a algunos de los agentes que siguen el caso la facilidad y la rapidez con la que se llegó a la conclusión de que Emilio Suárez era quien había proporcionado los cartuchos de Goma 2 a los terroristas. Ni siquiera ahora, después de casi tres meses de investigaciones, se puede asegurar que fuera así.

Desde el primer momento se dio como explicación válida la de que cada cartucho tenía en su envoltorio datos precisos, una especie de matrícula, por la que se puede saber el lugar de procedencia y destino de cada uno de ellos. En realidad, cada cartucho sólo lleva un número de serie, el mismo para un montón de ellos. La misma serie -como sucedió con la dinamita que se empleó para los atentados- se reparte entre varias explotaciones mineras.Por tanto, en ningún caso el hecho de conocer el número de esa serie podía llevar sólo a una mina concreta y menos aún a una persona que no trabajaba en ninguna de ellas desde hacía ya un año y medio.

Se explicó que se habían encontrado varios cartuchos en la mochila que apareció en una comisaría de Vallecas y que la policía consiguió desactivar. Se había hallado además una bolsa de plástico debajo del asiento delantero del pasajero de una furgoneta blanca Renault Kangoo, matrícula 0576-BRX -en la que también se encontró la famosa cinta de audio con canciones de versículos del Corán que llevó a la pista islamista-, con unos cuantos detonadores. La dinamita y los detonadores «llevaban», según la policía, a Emilio Suárez. ¿Por qué?

En primer lugar, tendrían que haber hecho una investigación, de al menos varias semanas, para poder descartar el resto de las minas a las que también se había enviado ese tipo de explosivo de la serie que indicaba el número de registro. Una vez concretada la atención en una de ellas, por ejemplo en Mina Conchita o en Mina Collada, pertenecientes a la empresa Caolines de Merillés, se tendría que haber investigado a los que tienen la posibilidad de acceder a los polvorines de esas minas donde se guarda la dinamita, a los que tienen las llaves por razón de su cargo y a los barrenistas que pueden sustraer algún cartucho como consecuencia de estar diariamente en contacto con el explosivo por su trabajo.Casi en último lugar se habría reparado en José Emilio, ya que éste había dejado de trabajar allí muchísimo antes, concretamente el 31 de octubre de 2002.

LO SABIAN

No. La razón por la que la policía detuvo tan rápidamente a Suárez Trashorras no fue porque una prueba material le llevara hasta él, sino porque alguno de sus miembros conocía de antemano cuáles eran sus manejos, cuáles sus compañías y cuáles sus propósitos.

El marroquí Rafá Zouheir fue detenido el día 19 de marzo por la Guardia Civil, que conocía con detalle sus funciones de intermediario para conseguir explosivos, ya que lo había hecho trabajando para su Unidad Central Operativa (UCO) y, por tanto, con su consentimiento.Un día antes, el 18 de marzo, la policía, conociendo que Zouheir iba a delatar a Emilio en cuestión de horas, prefirió proceder a la detención de éste para quitarlo de en medio.

De hecho, el juez lo puso a buen recaudo, incomunicado, en la cárcel de Valdemoro. Como en el caso de la Guardia Civil con Zouheir, la policía de Asturias había dado hilo a la cometa de Suárez Trashorras y cuando voló demasiado alto nada le resultó tan fácil como recogerlo.

El colmo de los despropósitos se produce cuando más tarde se conoce que todos ellos, tanto el ex minero como su mujer, Carmen Toro Castro, así como el hermano de ésta, Antonio Toro Castro, habían sido y seguían siendo confidentes de la policía de Avilés.Eran personas que no daban un paso en el mundo de la delincuencia sin contárselo antes a su controlador.

Emilio Suárez nunca fue un hombre muy inteligente. Los médicos le habían detectado una enfermedad, síntomas de esquizofrenia y personalidad bipolar, que habían sido decisivos para que la empresa prescindiera de él cuando se terminó su contrato. Gracias a su padre, trabajó primero para una empresa láctea de Avilés, pero duró en ella muy poco tiempo. A los 18 años quiso entrar en el Ejército pero le rechazaron. Consiguió un empleo intermitente en Caolines de Merillés como ayudante de minero. Un familiar, Ramón López, relacionado con los propietarios, le había recomendado para que entrara. Su historial laboral arroja el siguiente saldo: entra el 3 de abril del año 2000 y antes de que pase un año, el 28 de febrero de 2001, causa baja. En este mismo año trabaja tan sólo tres días más, del 17 al 20 de septiembre. En 2002 trabaja ocho meses, del 28 de enero al 28 de junio y del 1 de agosto al 31 de octubre. Deja de trabajar cuando tiene tan sólo 25 años.

Para llenar los días de ocio, Emilio, con el dinero de la baja permanente en el bolsillo, se junta con malas compañías. Sus problemas se agravan por la influencia del que llegaría a ser su cuñado, Antonio Toro, un año menor que él. Este es un hombre de gimnasio, un portero de locales de alterne y discotecas que ha brujuleado por pequeños empleos como mensajero. Le encantaba armar broncas por cosas intrascendentes y juntos llegaron a formar una pareja violenta y temible. Comenzaron con el pequeño tráfico de droga y pronto sirvieron de carne de cañón, ya que estorbaban a los traficantes más asentados en la zona. Es así como les sorprende la policía, en junio de 2001, en la operación antidroga denominada Pipol. En un garaje alquilado por Antonio Toro encuentra un coche con 100 tabletas de hachís, 16 cartuchos de Goma 2 y casi un centenar de detonadores.

Fue el propio Antonio Toro quien delató a Emilio, pero éste consiguió salir libre después de una declaración ante el juez. Nunca se le pudo probar la relación con la droga o la dinamita. A Toro, el aparentemente más listo de los dos y el que llevaba la voz cantante, le ingresan como preventivo durante algo más de cuatro meses en el centro penitenciario de Villabona, en julio. Y es allí donde comienza a colaborar con la policía y a urdir un plan con el conocimiento de sus manipuladores. Tiene acceso a mineros que saben cómo proporcionar dinamita a buen precio.

En Asturias eso es algo habitual. Hay un mercado subterráneo en el que se vende de estraperlo a los pescadores. La onda expansiva de un par de cartuchos liquida a los peces sin reventarlos. También se hace un poco de contrabando para las obras de carretera y pequeñas canteras. Las revisiones son estrictas, pero siempre hay una forma de evitarlas. Son muchas las asociaciones de vecinos que protestan por el trasiego a deshora de coches deportivos y furgonetas que llegan, sin el menor control, a las proximidades de las pequeñas explotaciones.

Es el caso, por ejemplo, del pueblo de La Collada, donde los vecinos me cuentan, tras invitarme a una botella de sidra y enseñarme las grietas de sus casas debido a las explosiones, cómo protestan desde hace dos años por el descontrol de una nueva explotación.

En La Viesca tan sólo ven trabajar a tres o cuatro operarios y, sin embargo, en toda la parroquia han tenido que soportar los sustos de explosiones en plena noche y el trasiego de coches de lujo deportivos a altas horas de la madrugada en un lugar de donde nunca se ve salir el mineral.

«La policía y la Guardia Civil nos han tomado el pelo», asegura uno de los 400 afectados. «Les avisamos y cuando llegan, casualmente, nunca encuentran a nadie y todo está en orden. En cuanto se van, comienza de nuevo la actividad».

El 11-M ha puesto los pelos de punta a todas estas comunidades en este sentido. «Nosotros vimos a chicos extranjeros por aquí y observamos una furgoneta blanca por aquellas noches. No queremos tener las manos manchadas de sangre. Dicen que el explosivo salió de Mina Conchita, pero todos sabemos que pudo salir un poco de aquí, un poco de allí, de cualquiera de estas explotaciones. Nuestra conciencia está tranquila porque ya avisamos a la comandancia mucho antes».

Como ésta, son centenares las explotaciones que surgen en cada recoveco del paisaje. Los terroristas pudieron agenciarse la dinamita en cualquiera de ellas. En España hay más de 10.000 pequeños depósitos de explosivos. Su control, hasta ahora, ha sido en la práctica imposible. Pero sigamos la peripecia de nuestros protagonistas de hoy.

EXPLOSIVOS PARA ETA

Antonio Toro, el futuro cuñado de Emilio Trashorras, se hizo muy popular entre ciertos presos de Villabona. Conectó con miembros encarcelados de ETA y estableció un diálogo con ellos en el que les ofreció la posibilidad de venderles explosivos.

Estaba muy cercano el 11-S y algunos de los terroristas etarras comenzaban a pensar en un atentado a gran escala sin descartar la colaboración del mundo radical islámico, como ya se ha desvelado en este periódico. En la cárcel asturiana se encontraban en esa época cuatro miembros de ETA: Itziar Arrizabalaga, Jesús Amantes, Javier Izaga y Anselmo Olano. También estaban tres miembros de la organización Jarrai: Enrique Urarte, Daniel Ortiz y Juan Luis Camarero. Este último mantuvo -como ya ha relatado EL MUNDO- una conversación con Joseba Iñaki Bereciartúa, que estaba en libertad en ese momento, en la que alardeó de su amistad con otro preso, un argelino del GIA -Abdelkrim Beresmail-, y señaló que los métodos de los radicales islámicos -muchos muertos y ningún aviso previo- podrían ser más eficaces en la nueva estrategia de ETA.

Los terroristas etarras no sabían que Antonio era un confidente de la policía. Al final, las cosas se tuercen. Hay versiones contradictorias sobre por qué no llegan a un acuerdo. La más aceptada es la de que Toro, un muchacho criado en la calle, no se fía de los de ETA por si se llevan la dinamita sin pagar.Por eso cambia el tercio y se lo ofrece esta vez a los moros de la prisión. Y así es como conoce a Rafá Zouheir, un marroquí acusado de robo con violencia, que enseguida se interesa por la mercancía.

No es una casualidad. Rafá es un confidente de la UCO, la Unidad Operativa de la Guardia Civil. Toro sale de prisión a finales de 2001 y Zouheir, en febrero de 2002. Continúa entre ellos el contacto y la amistad. Un año más tarde, Zouheir comunica a la Benemérita que Toro sigue ofreciendo explosivos. La Guardia Civil le pide una prueba de la mercancía, según ha detallado recientemente EL MUNDO. Rafá viaja a Asturias y Toro le da una muestra del explosivo que resulta ser auténtica Goma 2. La policía y la Guardia Civil intercambian mercancía sin que ninguno de sus confidentes intermediarios sepan para quién trabaja el otro. La muestra de dinamita termina en la escuela de adiestramiento de perros antidroga de El Pardo, en Madrid.

Toro y Emilio siguen con sus trapicheos. Montan un negocio de compra-venta de coches en una localidad muy próxima a Avilés, Piedras Blancas. Antonio tiene otro tropiezo con la Justicia.Esta vez regresa a prisión en junio de 2003 después de que le relacionen con 1.700 dosis de cocaína. Sólo está encerrado un mes. Cuando sale, sorprende a todos porque se le ve con aparentes ganas de dejar el mundo de la delincuencia. Se ha dado cuenta de que, si no cambia, va a acabar muy mal. Pero la realidad es que continúa en contacto con marroquíes a los que ha conocido a través de Zouheir.

Los marroquíes siguen con su negocio de hachís. Se establece así un vínculo con Asturias en el que participarán Emilio Suárez, Antonio Toro y su hermana Carmen Toro como compradores y el marroquí Rachid Aglif como representante de los vendedores.

Rachid Aglif es un marroquí de 25 años que entró en España en 1999, un delincuente que hoy se encuentra detenido en la cárcel de Valdemoro, implicado en el 11-M por haber hecho de intermediario entre la célula asturiana y los autores de los atentados. Por las declaraciones de Rafá Zouheir se sabe que el propietario de la droga era Jamal Ahmidan, alias El Chino, aunque en Asturias se le conocía más por su segundo alias, Mowgli.

El tercer marroquí que siempre aparece en las reuniones es Mohamed Oulad Akcha, de 29 años. Entró en España en 1997 y trabajó como agricultor y albañil. Fue el conductor, en varias ocasiones, de los coches con los que se trasladaban a Asturias, y presuntamente participó en la caravana que transportó a Madrid los explosivos relacionados con el 11-M. Murió junto a su hermano Rachid y Jamal Ahmidan y otros cuatro integristas en la explosión de Leganés, el 3 de abril.

¿Cómo ha llegado la policía a probar la relación de los atentados del 11-M con las minas asturianas? Estos son los datos que ya tiene en su poder el juez Juan del Olmo sobre el tema.

LOS DETONADORES DE ALUMINIO

Los únicos detonadores que han podido ser recuperados en relación con los atentados son los encontrados en la furgoneta blanca Renault Kangoo, matrícula 0576-BRX, aparcada en los aledaños de la estación de Alcalá de Henares, el de la bolsa que se encontró en la comisaría de Vallecas, el de la mochila que colocaron en las vías del AVE y los recuperados en el piso de Leganés.

Envueltos en una bolsa de plástico, la policía certifica que halló en la furgoneta dos detonadores de aluminio con dos metros de rabiza -el cabo de sujeción- y cinco de cobre de la misma longitud. También hay un detonador de cobre con la rabiza manipulada. Fue en esta bolsa de plástico donde la policía encontró unas huellas correspondientes a los dedos corazón y pulgar de la mano derecha de un hombre. Primero se atribuyeron a Brandon Mayfield, un abogado estadounidense convertido al islam. El FBI tuvo que reconocer que había cometido un error cuando los investigadores españoles certificaron que las huellas correspondían a un ciudadano argelino, Daoud Ouhnane, que tiene una orden internacional de busca y captura y cuyo ADN apareció en la casa de Morata de Tajuña donde, presuntamente, se prepararon las mochilas bomba para los atentados del 11-M.

El detonador que se encontró en la mochila de Vallecas, que no llegó a explotar y que un policía consiguió desactivar, era de cobre. El que se halló en la mochila junto a las vías del AVE Madrid-Sevilla, a la altura del término municipal de Mocejón, en la provincia de Toledo, era de aluminio con la rabiza de las mismas características que los descubiertos en la furgoneta.En el piso de Leganés, donde murieron buena parte de los terroristas implicados, la policía encontró 236 detonadores; de ellos, 222 de aluminio.

Se da la circunstancia de que los detonadores de aluminio con dos metros de rabiza son una exclusiva de las minas de Caolines de Merillés. Es la única empresa de toda España a la que se sirven.

Así que muchos de los detonadores encontrados -curiosamente no la mayor parte de los que se hallaron en la furgoneta ni en la mochila del AVE- llevaban necesariamente a Mina Conchita y Collada, en la comarca de Tineo, en Asturias.

Conseguir detonadores no es demasiado difícil. Pueden robarse con cierta facilidad por su pequeño tamaño. De hecho, Emilio Suárez ha reconocido que dio a los marroquíes algunos. Sin embargo ha negado, hasta ahora, que haya entregado explosivos.



LA RUTA DE LOS EXPLOSIVOS

La policía ha certificado que en el piso de Leganés se encontraron casi 600 envoltorios correspondientes a otros tantos cartuchos de dinamita. Los de la marca Goma 2 ECO tienen una anchura de 26 milímetros y una longitud de 200. El peso de cada uno es de, aproximadamente, 152 gramos. En el envoltorio se puede leer una advertencia de su peligrosidad en cinco idiomas y una numeración correspondiente a una serie. Cada cartucho no tiene una numeración particular, por lo que la misma etiqueta sirve para todos los cartuchos de la misma serie. Las numeraciones de los envoltorios correspondían en esta ocasión a tres series: 033N212, 044E071 y 044E151.

La suma del peso de todos los cartuchos correspondientes a esos envoltorios apenas si sobrepasaría los 80 kilos. Una labor minuciosa en la fábrica de Unión Española de Explosivos, situada en Páramo de Masa, en Burgos, llevó a los investigadores a comprobar que esas series fueron enviadas a los depósitos de Villanueva de Jamuz, en León y a los de Columbiello, en Asturias.

Las series de los cartuchos reseñados se fabricaron entre el 21 de noviembre de 2003 y el 15 de enero de 2004. Al depósito de Columbiello llegaron de la siguiente manera: 500 kilos de la serie 044E071, el 14 de enero de 2004. Algo más de 3.000 kilos de la serie 044E151 y 044E151-152, en tres lotes, los días 21 y 30 de enero y 3 de febrero. De la serie 033N212 llegaron 4.100 kilos en los primeros 10 días de febrero de 2004.

Desde el depósito de Columbiello, los explosivos viajaron por cuenta de Canela Seguridad hasta el depósito de Valdellano, en Cangas de Narcea, el proveedor de Mina Conchita, en las siguientes fechas: 15 de enero -500 kilos-, 3 de enero -1.000 kilos-, 6 de enero -500 kilos-, el 12 -500 kilos- y 18 de febrero -otros 1.000 kilos-.

Los explosivos de cuyos envoltorios tiene conocimiento la policía se almacenaron en el depósito número 3 de Valdellano, que tiene una capacidad de algo más de 2.000 kilos, equivalente a 42 cajas de 25 kilos cada una. En el depósito no existe un control escrito del reparto, por lo que sólo se puede fijar de una forma aproximada la entrega del material que nos interesa a Mina Conchita.

Teniendo en cuenta el sistema habitual -primero se distribuye el material que antes ha llegado al depósito- y otras circunstancias, los investigadores consideran que Mina Conchita pudo recibir entre el 23 de enero y el 23 de febrero alrededor de 1.000 kilos de las cuatro series que corresponden a los envoltorios encontrados por la policía.

Si consideramos solamente la cantidad de explosivos correspondiente a esos envoltorios, se puede deducir que esos 80 kilos de dinamita podrían haber salido de Mina Conchita entre el 23 de enero y el 29 de febrero de 2004. La fecha coincide con la declaración del ex minero Trashorras, que asegura que se transportó una importante cantidad de explosivos en la última semana de febrero desde Asturias hasta Madrid, después de que Jamal Ahmidan le pidiera que le proporcionara alrededor de 60 kilos.

Ninguno de estos datos lleva directamente a la dinamita empleada en los atentados. Parece más bien corresponder a la dinamita que explosionó en el piso de Leganés, donde precisamente la policía dice haber encontrado los 600 envoltorios de cartuchos.

PISTAS INTACTAS EN LEGANES

En el piso de Leganés -no deja de producir asombro la de cosas que se encontraron intactas en ese lugar a pesar de una enorme explosión en la que sólo quedaron las vigas de sustentación- también halló la policía 14 bolsas vacías, originales de fábrica, de las que se utilizan para transportar los cartuchos de dinamita.Cada bolsa puede contener cinco kilogramos de Goma 2. La cantidad por tanto que se pudo transportar en esas bolsas de color verde no sobrepasa los 70 kilos.

Todos los mineros de la zona coinciden en afirmar que un robo de una cantidad tan grande de explosivos -alrededor de 70 u 80 kilos- no habría podido pasar inadvertido, y menos si se hubiera efectuado con sus embalajes originales. Para poder cometerlo tuvo que existir, necesariamente, la colaboración de varias personas.Y aquí es donde entra en escena el entramado delincuencial asturiano.

Tanto Carmen como Antonio Toro se asustan cuando se enteran de los brutales atentados del 11-M. Están convencidos de que han podido contribuir a que se hayan cometido. Desde el jueves hasta el domingo llaman a su controlador de la policía en seis ocasiones.

Zouheir se muestra tranquilo hasta que sus contactos de la Guardia Civil le dan una cita trampa y lo detienen el día 19 de marzo.Rafá cree que puede estar a salvo dada su condición de confidente .Luego se pondrá nervioso y comenzará a enviar cartas y a hablar al ver que a Toro lo mantienen en libertad. Primero declara ante la Unidad Central Operativa de la Benemérita en la comandancia 111 situada en Guzmán el Bueno de Madrid. Después es trasladado a las dependencias policiales de Canillas y ahí se da cuenta de que tiene problemas graves. Aparentemente, desvela lo que sabe. Denuncia a sus contactos asturianos y marroquíes sin conocer que los de Avilés son confidentes de la policía.

Según un relato de Carmen Toro, la detención de su marido, Emilio Suárez, se produce en circunstancias poco claras. Emilio habla con Manolo, el inspector jefe de Avilés que lo controla, y éste le convence, después de una cena, de que su vida corre peligro y de que lo mejor que puede hacer es dejar que lo trasladen a Madrid para ponerlo en un sitio seguro. Emilio confía en su controlador y en los dos policías llegados de Madrid que le acaban de presentar.En medio de la conversación le dan a firmar un papel, con el que al parecer podrá tener derecho a un seguro por si le pasara algo en el viaje. Siempre en la versión de Carmen, en realidad lo que está firmando, sin embargo, es la confirmación de la lectura de sus derechos. Manolo le acompaña hasta Madrid para que esté más tranquilo.

Poco después de llegar a Madrid, su controlador le dice que tiene que volver a Asturias pero que lo deja en muy buenas manos. Comienza a comprender que está detenido en relación con el 11-M.

Dice que quiere colaborar. Aparentemente se muere por contar todo lo que sabe, pero los hechos demostrarán que no es cierto.Su declaración presenta demasiadas lagunas.

Ante la autoridad judicial reconoció que tenía una relación tanto con Rafá Zouheir como con Jamal Ahmidan y Mohamed Oulad. Aseguró que a estos últimos los había visto un par de veces en Madrid y que había mantenido alguna conversación con El Chino por teléfono.Luego recuerda más reuniones, como la de Navidad de 2003 en Avilés.Se le olvida mencionar que a través de dos números de dos teléfonos móviles, desde el día 17 de enero de 2004 hasta el 4 de febrero, ha hablado con Jamal Ahmidan nada menos que en 40 ocasiones.Eso supone una media de más de dos veces al día.

Por si a alguien le pareciera poco, El Chino recibe en la última semana de febrero cuatro llamadas de Carmen Toro, además de 21 llamadas desde cuatro cabinas públicas de Avilés y otra llamada el 21 de febrero desde Tenerife, lugar donde estaban los recién casados Emilio y Carmen en esa fecha. Ahmidan, según Emilio, le llamó desde Mallorca -luego se ha sabido que era desde una teléfono público del aeropuerto de Ibiza- tan sólo siete días antes de los atentados.

UNA CABINA FRENTE A COMISARIA

Otro de los implicados marroquíes, Mohamed Oulad Akcha, llamó a Emilio, según se ha comprobado por el histórico de los móviles, cinco veces el día 4 de marzo de 2004. El 8 de marzo, tan sólo tres días antes de los atentados, Oulad recibió una nueva llamada desde una cabina pública de Avilés.

Son cuatro las cabinas utilizadas por el entramado para comunicarse.Están situadas en Avilés, en el céntrico Parque de Meanas, en un establecimiento público de Acero 7, en la calle Llano Ponte número 50 y en Jiménez Díaz número 15. Precisamente esta última cabina adquiere especial relevancia al comprobarse el gran número de veces que se ha utilizado, en momentos claves, para que pudieran conectarse entre sí los terroristas con la célula asturiana.

Ni siquiera en la imaginación del maestro John le Carré habría podido concebirse que el emplazamiento de la cabina estuviera en un sitio tan singular: exactamente, enfrente del gran recinto esquinado de la comisaría de policía de Avilés. El edificio donde desempeña su trabajo el inspector jefe que controlaba a la familia Toro, Manuel García Rodríguez.

Desde esa cabina se ha conectado también con otros miembros de la red, como Javier González Díaz, más conocido como El Dinamita, un hombre con una estrecha relación con Emilio Suárez y Antonio Toro en negocios poco limpios.

Se ha podido establecer por la secuencia de llamadas una relación directa entre las que se producen desde la cabina de Avilés que se encuentra enfrente de la comisaría a El Chino, y llamadas inmediatamente posteriores desde la misma cabina a Javier González, El Dinamita. Lo mismo sucede con llamadas de El Dinamita a Emilio que son inmediatamente contestadas desde la citada cabina.

También se han detectado llamadas de El Dinamita al policía Manolo García, con el que comparte otros 10 contactos telefónicos. Hay que reseñar que también llama a Zouheir, el confidente de la Guardia Civil, y a uno de los números que participan en el entramado y del que todavía no se ha podido identificar a su propietario.

Javier González, El Dinamita, viaja a Madrid seis días antes de los atentados. Su móvil es localizado como uno de los que llamaron a partir de las 12 del mediodía de ese día desde la localidad madrileña de Humanes. Regresó a Avilés esa misma noche.

El inspector jefe Manuel García Rodríguez recibe llamadas de Emilio Suárez -a través de sus dos teléfonos-, de Antonio Toro, de su hermana Carmen y de uno de los teléfonos misteriosos a cuyo dueño no se ha identificado -un número desde el que se llama a El Dinamita y a Rafá Zouheir-.

En uno de los informes elaborado por encargo del juez Del Olmo consta algo muy preocupante. Se insiste en que la mayoría de los contactos de los miembros del entramado de Avilés con Manuel García se producen el mismo día en que alguno de los anteriores contacta con Jamal Ahmidan, El Chino. Esto sucede especialmente los días 27 de febrero -el día anterior a que el grupo de El Chino consiga los explosivos en Asturias-, 1 y 2 de marzo -cuando los explosivos teóricamente acaban de llegar a Madrid- y los días 11 y 12 de marzo -el día del atentado y el día siguiente-.Una relación pormenorizada de las llamadas de un solo día puede dar al lector una visión más precisa del entramado.

TODOS LLAMAN AL POLICIA DE AVILES

El día 2 de marzo, por ejemplo, Carmen Toro llama a su controlador en la policía. Son las 14.18 horas y la llamada dura sólo 27 segundos. A las 15.00 h., Carmen llama a su marido Emilio Suárez tan sólo ocho segundos. Emilio llama a las 15.15 h. y a las 15.30 h. a un número de alguien sin identificar -el mismo al que llama Carmen Toro el día 27 de febrero tan sólo dos minutos después de haber llamado al policía-.

A las 15.33 h. y a las 15.55 h. Emilio llama a Jamal Ahmidan, El Chino. Sólo necesita 25 segundos. Desde una cabina de Avilés, una de las situadas en el Parque de Meanas, alguien llama a El Chino a las 16.02 h. A las 20.54 h., Emilio envía un mensaje SMS a El Chino. Veinte minutos más tarde vuelve a llamarle durante tres segundos. Cuatro minutos más tarde llaman a El Chino, esta vez desde la cabina que se encuentra enfrente de la comisaría de Avilés. Son las 21.14 h. y la duración de la llamada es de 83 segundos. Tan sólo dos minutos más tarde Emilio vuelve a comunicarse con él. A las 22.00 h., Emilio llama una vez más a El Chino.Dos minutos después es El Chino quien llama a Emilio. En siete horas se han llamado los dos siete veces, sin contar las posibles llamadas desde cabinas telefónicas.

En las declaraciones de Emilio, corroboradas en parte por Rachid Aglif y Antonio Toro, mantiene que en septiembre de 2003 se reunieron los tres con Rafá Zouheir, Carmen Toro, Jamal Ahmidan y Mohamed Oulad Akcha en un restaurante McDonald's que está cerca del Hospital Militar Gómez Ulla, en el barrio de Carabanchel Alto, en Madrid.En esta reunión, El Chino «le vuelve a preguntar» por explosivos y detonadores.

Esas declaraciones textuales, que figuran en la declaración de Emilio, dejan en evidencia que ya habían hablado de explosivos con anterioridad. No debemos olvidar que, como si se tratara de la famosa novela de Chesterton El hombre que fue jueves en la que todos los conspiradores reunidos resultan ser policías, al menos cuatro de los siete reunidos en McDonald's eran confidentes de las Fuerzas de Seguridad.

Trashorras menciona una nueva reunión con los marroquíes en Avilés, en la Navidad de 2003. Desde esa fecha y hasta marzo de 2004, Jamal Ahmidan habría estado al menos cuatro veces más en Asturias, según Emilio. Los investigadores coinciden en que en esas reuniones es más que probable que se hubiera tratado el tema de los explosivos.

El ex minero concreta que el 26 de febrero, el día en que él y su esposa, Carmen Toro, llegaron a Madrid procedentes de Tenerife, donde habían viajado para su luna de miel, llamó a Jamal Ahmidan para quedar con él, «ya que disponían de cuatro o cinco horas libres». Concertaron una cita en un local de la calle Marqués de Vadillo con El Chino y otros dos marroquíes.

Emilio reconoce en su declaración, bastante caótica, a las Fuerzas de Seguridad, después de su detención, que recibieron una demanda de explosivos de algunos de los terroristas implicados en los atentados del 11-M. Cuenta que Jamal Ahmidan y Mohamed Oulad Akcha, así como un tercero al que no sabe identificar, viajaron a Asturias el 28 de febrero. Le preguntaron por la ubicación de la mina en la que había trabajado, Mina Conchita. Habían llegado en un coche modelo Golf. Jamal le preguntó antes de regresar a Madrid por la ruta hacia León pero pasando por Mina Conchita.Era una noche de perros. Había nevado en todo el país.

Encontrar el lugar exacto de la mina a plena luz del día es muy laborioso. Te pierdes en pequeñas carreteras de montaña y te pierdes aún más si te dejas guiar por las indicaciones de los vecinos. Sólo alguien que conozca perfectamente el lugar puede llegar hasta donde están los explosivos.

EXPLOSIVOS EN EL MALETERO

El ex minero relata que a eso de la 1.30 horas, El Chino le llama para decirle que se han perdido, que han regresado a dormir a Avilés. Se cita con ellos y los encuentra llenos de barro. Al abrir el maletero del Golf -no sabe explicar por qué lo abrieron-, Emilio ve que llevan explosivos en unas bolsas verdes inconfundibles.Le dicen que el coche les está fallando y le piden un vehículo.A través de Antonio Toro conseguirán un Toyota, todoterreno, matrícula 3241CDW de color marrón. Emilio declara que esas circunstancias se las contó a la policía como tres o cuatro días después de los atentados de Madrid.

Al presunto conductor del Toyota, Rachid Oulad, la Guardia Civil de Tráfico le multará en tres ocasiones por diversas infracciones.Para identificarse utiliza -como ya se ha explicado- un pasaporte falsificado a nombre de un ciudadano belga.

Antonio Toro envía con posterioridad a un menor, al que llaman El Gitano, hasta Madrid para recuperar el vehículo. El Gitano es un conductor inexperto, que según algunas versiones ni siquiera tiene carné de conducir. Al regreso hacia Asturias tiene un accidente con el coche. Se descubre que la matrícula no corresponde al vehículo y que se ha troquelado de forma ilegal.

Emilio termina su enmarañada declaración relatando que en uno de los viajes de los marroquíes a Asturias se dio cuenta de que El Chino tenía cicatrices en la cara. Le explicaron los marroquíes que habían probado unos detonadores y que les habían explotado.En la declaración no se concreta la fecha de este incidente, pero las cicatrices estaban ya cauterizadas.

Antonio Toro Castro, el cuñado de Emilio, ha soportado con estoicismo varios interrogatorios de la policía y la Guardia Civil. No cuenta casi nada y muchos de los interrogadores le conocen como el Señor No Sé. Toro ha mantenido dos móviles operativos sin la menor relación con su actividad laboral.

El seguimiento de las llamadas del número con el que contactaba con Zouheir no deja la menor duda sobre otro hecho sorprendente: Toro llamó desde Madrid los días 10 y 11 de marzo de 2004. En definitiva, se encontraba en la ciudad donde se llevaron a cabo los atentados el día anterior y el mismo día de producirse los mismos.

Tomaba sus precauciones. Utilizaba uno de sus teléfonos solamente para recibir llamadas. Desde otro conectaba, entre otras personas, con el inspector jefe de Avilés, Manuel García, y con otros dos números de móviles cuyos usuarios aún no han podido ser identificados.

Toro declaró a las Fuerzas de Seguridad que no sabía quién era Manuel García. Pero los investigadores habían visto el número de teléfono por medio del que se comunicaba con el policía escrito en su agenda junto al nombre MANPOL, se supone que para referirse a MAN-olo POL-icía. Después de conocer el dato, Toro rectificó y dijo que sí lo conocía, que se trataba de un inspector de Avilés y que no se había dado cuenta antes sobre quién le estaban hablando.

En el otro teléfono de Antonio Toro sólo se registran llamadas salientes. Los investigadores creen que lo empleaba para impartir órdenes después de haber recibido mensajes de otros implicados.Toro utilizaba a su hermana Carmen para dar instrucciones a Emilio.Las horas marcadas como llamadas indican que conectaba con su marido inmediatamente después de haber recibido una llamada de su hermano.

Carmen Toro, con apenas 23 años, es una persona clave para los investigadores. La reciente esposa de Emilio Suárez mantuvo al menos dos reuniones en Madrid con al menos dos de los acusados de perpetrar los atentados. También se cree que el 26 de febrero acudió junto a su marido a la casa que poseía El Chino en Morata de Tajuña para ver un zulo con droga. Las Fuerzas de Seguridad consideran que ha tenido un papel «activo e imprescindible» para que los terroristas pudieran cometer sus atentados. Curiosamente también llamaba de forma habitual al inspector jefe de la policía Manuel García Rodríguez.

EL PANICO DE CARMEN

A Carmen le entró pánico en los días posteriores a los atentados.Así lo reconoció en la primera conversación que pudo tener en la cárcel con su marido, después de que éste fuera detenido.Lo que no podía saber es que la conversación estaba siendo grabada.

En ella, como hemos apuntado al comienzo, reconoció que llamó al policía para decirle: «¡Manolo, creo que la hemos cagado!», en referencia a la entrega de explosivos a los marroquíes. El inspector jefe le tranquilizó: «Puedes estar totalmente tranquila.Los atentados son cosa de ETA». Fue en la misma conversación donde mencionó nombres de personas relacionadas con las minas, ahora detenidas, y que pueden llevar hasta los implicados en la salida del explosivo de Mina Conchita.

Y es que al no existir denuncias de robo por parte de la empresa Caolines de Merillés ni evidencias de que haya sido forzada la entrada de los polvorines, los famosos minipol en el argot de los mineros, se llega a la conclusión de que si ha habido una entrega de explosivos ha tenido que ser con colaboración desde dentro de la explotación.

Un estudio concienzudo del sistema de trabajo refuerza la convicción de que no sólo han tenido que intervenir los que tienen acceso a las llaves sino también los que tienen capacidad para alterar documentalmente los consumos de los detonadores y explosivos.

Los investigadores han encontrado errores, que posteriormente se han subsanado sólo de viva voz, en el asiento de consumos de Goma 2 del mes de marzo de 2004. También se han comprobado diferencias entre la cantidad de explosivos consumidos, según el Libro de Asientos y lo que los diferentes artilleros, picadores y ayudantes comunican a la empresa haber consumido. Esas diferencias son de 415 kilos en enero, 300 en febrero y más de 500 en marzo.Se ha consumido en esos periodos un número de detonadores excesivamente alto para el explosivo empleado en las diferentes voladuras.

SOSPECHOSOS

No son muchas las personas que en Mina Conchita reúnen las condiciones necesarias para ser sospechosas. En primer lugar está Emilio Llano Alvarez. Es el vigilante y encargado de la mina. Entre sus obligaciones están las de controlar los pedidos de explosivos, apuntar su consumo y comunicárselo a la intervención de armas de la Guardia Civil y, por supuesto, a la propia empresa. Posee llaves de los polvorines de Mina Conchita y tiene acceso a las llaves de Collada. El propio Emilio Llano corrigió de viva voz un aparente error, ya que el día 1 de marzo había una diferencia de la cantidad de Goma 2 consumida y apuntada de 50 kilos.

Hay dos hermanos que también tienen acceso a las llaves. Son Conrado Pérez Tronco y Juventino Pérez Tronco. Ambos son cuñados del encargado, Emilio Llano.

Se ha hecho también un estudio del consumo medio de explosivos que necesita un barrenista para realizar su trabajo y el que han empleado cada uno de los trabajadores de Mina Conchita. En el consumo pueden influir factores como la negligencia del trabajador o su impericia. También, claro está, hay que tener en cuenta que los mineros pueden tener la tentación de distraer algún cartucho para trapichear con él. La policía sigue el rastro de los mineros que más dinamita han consumido en los primeros meses de 2004 y lo compara con otros periodos de su actividad laboral. Se estrecha así el cerco que podrá llevarse a cabo con mucha mayor velocidad después de las últimas detenciones.

Dos de los contactos telefónicos más asiduos de Emilio Suárez Trashorras son dos de los detenidos ayer, el ya citado Javier González, El Dinamita, y Rubén Iglesias Díaz. Los investigadores consideran que éste ha tenido un papel relevante durante la estancia de Jamal Ahmidan y Mohamed Oulad en Asturias en los días 28 y 29 de febrero cuando viajaron hasta la zona de Avilés para conseguir explosivos.

Las detenciones que se han producido en Asturias y el interrogatorio de los nuevos implicados servirán para abrir un poco de luz en este entramado asturiano. Es difícil llegar a creerse que tres muchachitos, de nuevo delincuentes de poca monta y además confidentes de la policía, hayan podido poner en jaque al Estado y cambiar el rumbo político de un país.

Los agujeros negros siguen ahí, casi intactos, mientras los españoles continúan exigiendo respuestas.



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