Es peligroso asomarse al interior
30-04-06
PREGUERIAS
Es peligroso asomarse al interior
PREGUERIAS
Es peligroso asomarse al interior
A quienes indagan en el 11-M se les hace sospechosos de intentar minar la estabilidad del sistema - Cualquiera que se atreva a contradecir la verdad establecida es tratado como un pequeño traidor - La condena de la duda es una corrupción intelectual que ni siquiera resulta políticamente honesta
VICTORIA PREGO
Los que tengan edad suficiente, que serán muchos, se acordarán de unas chapitas de bronce que iban atornilladas en los bajos de las ventanillas de los trenes españoles cuando todavía no nos habían metido en cajas herméticas y los pasajeros podían darle a la manivela y bajar el cristal de los vagones. «Es peligroso asomarse al exterior» advertían, prudentes, las chapas. Y decían bien porque, en esos años, más de uno y más de un ciento, asomados alegremente a mirar el paisaje, se habrán golpeado mortalmente la cabeza contra un poste del tendido. (.../...)
Ya no hay carteles en los vagones, pero la advertencia sigue viva, aunque ahora con un sentido distinto y en relación con otro tipo de trenes: con aquellos que quedaron desventrados y varados en mitad de las vías que los conducían a Madrid atestados de personas. «Es peligroso asomarse al interior», viene a decir el mensaje de las autoridades a los pocos, poquísimos periodistas, que se atreven a meter la cabeza para husmear entre los miles de folios del sumario del caso y a callejear entre los vericuetos que forman los personajes colindantes con el caso.
Y es, ciertamente, peligroso asomarse al interior porque quien lo hace resulta inmediatamente sospechoso de estar buscando, no la verdad, ni siquiera una de las mil verdades que siempre encierra una tragedia, sino de algo abiertamente condenable por antipatriótico: sospechoso de querer minar la estabilidad del sistema, hacer dudar de la credibilidad de las instituciones, y manchar el buen nombre de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
El método que se está aplicando con tenacidad contra los periodistas que están indagando en el 11-M y sus aledaños es exactamente el inverso al que la lógica aconseja: no se elaboran los razonamientos a partir de los hechos contrastados para luego alcanzar, si es posible, alguna conclusión, la que sea, o sencillamente ninguna.No. Se está haciendo exactamente al revés. En este asunto se está repitiendo todos los días el asombroso y antiperiodístico método de adelantar las conclusiones para condicionar o directamente impedir las reflexiones. De manera que, dado por hecho y establecido que cualquier investigación que contradiga la certeza oficial tiene el nada deseable efecto de debilitar las instituciones, el sistema y el buen nombre de la Policía, la Guardia Civil y el CNI; quien indague debe saber que va a cargar sobre sí el peso de una responsabilidad insoportablemente alta: nada menos que la de ser algo parecido a un pequeño traidor a la democracia.
La segunda derivada del mensaje que se esconde acurrucada entre los pliegues de esa letanía es que, si realmente usted es un demócrata sincero, si respeta a las instituciones que nos representan y cree sinceramente en el futuro de su país, usted no debe hacerse determinadas preguntas. Incluso más: sólo quien es un demócrata sincero no se hace esas preguntas y no alberga ninguna duda sobre lo sucedido.
Y, al contrario, quien se haga preguntas y mantenga recelos, ya lo sabe: no es un buen demócrata porque duda de lo más sagrado e incluso atenta contra ello. Puede incluso llegar a ser un dinamitero moral de sus compatriotas. Así que elija usted. Tiene usted lo blanco y lo negro. Esa es la oferta. No se le ofrece a usted la posibilidad de quedarse en un terreno de nadie, libre para dudar y para no dudar al mismo tiempo. De ese género no nos queda nada, compañero.
Nadie debería resignarse a elegir entre esas dos opciones, porque las dos son falsas. Como falso es otro de los recursos, también revestido de conclusión, que pretende alzarse como muro de contención insalvable frente a quien se esfuerza en reflexionar con la interrogación como bandera. El argumento es que, si algo oscuro o injustificable hubiera sucedido en las fechas previas a la matanza, ésa sería en todo caso una responsabilidad del Gobierno del PP, entonces en el poder.
«¿Y qué?», debería ser la respuesta. ¿Y qué tiene que importarles a los ciudadanos el signo político de quien tuviera que asumir alguna responsabilidad pasada o presente, en caso de que alguna de tantas preguntas obtuviera respuesta? ¿Es que son las siglas las que han de alentar o detener la lógica en función de si unas u otras salen favorecidas o perjudicadas? ¿Qué clase de dirigismo predemocrático o ademocrático es éste que pretende señalar de antemano al individuo el final del camino de la deducción que él pretende recorrer, para intentar disuadirle de que lo haga?
Lo que se describe aquí es la escena argumental que se maneja en los ámbitos políticos y periodísticos. Y es un escenario en penumbra, sin ventilación, angosto y atosigante.
De todo este clima de opinión que, sin gritos pero sin clemencia, se quiere imponer entre la ciudadanía por las autoridades y por muchos periodistas están, sin embargo, clamorosamente ausentes la pregunta y la respuesta que, formulada una y ofrecida la otra, podrían justificar tanta admonición, tanta sospecha y tanta acusación en sordina o a clarín tonante. La pregunta que tendría que presidir y reinar sobre toda esta brumosa desaprobación silenciosa, sobre esa desconfianza no sostenida con datos, sobre esa acusación no claramente formulada ni sólidamente argumentada, es ésta: ¿es verdad o es mentira?
¿Es verdad o es mentira lo que los periodistas que investigan este dramático caso están publicando? Porque, si es mentira, caiga sobre cada reportero toda la fuerza del descrédito y de la reprobación social. Pero es que los desmentidos brillan por su ausencia. Así que, si es verdad, tengamos la honradez de no apartar los datos de la vista sólo porque no convengan a la conclusión formulada urbi et orbi según la cual nuestro deber es no debilitar el sistema pensando, especulando, dudando.
Todo lo contrario. Lo que es responsabilidad de los ciudadanos, lo que es su obligación y también su derecho, es el procurar disponer de todas las informaciones relevantes que rodean el caso, lleven éstas a una meta o no lleven a ninguna. Y es deber de los periodistas no ocultarlas, por mucho que dañen momentáneamente la versión tenida como buena por la oficialidad. Luego vendrán las discrepancias y las discusiones. Pero el principio según el cual es peligroso asomarse al interior porque quien se asoma daña al país entero y a todos sus ciudadanos supone una profunda corrupción intelectual que ni siquiera resulta políticamente honesta.
Subsisten muchas preguntas en torno al 11-M. Y la democracia española y sus gobiernos -el anterior, el actual y el que venga- tienen que poder, saber y querer aguantar su existencia. Porque es eso, y no lo contrario, lo que nos fortalece.
victoria.prego@elmundo.es
VICTORIA PREGO
Los que tengan edad suficiente, que serán muchos, se acordarán de unas chapitas de bronce que iban atornilladas en los bajos de las ventanillas de los trenes españoles cuando todavía no nos habían metido en cajas herméticas y los pasajeros podían darle a la manivela y bajar el cristal de los vagones. «Es peligroso asomarse al exterior» advertían, prudentes, las chapas. Y decían bien porque, en esos años, más de uno y más de un ciento, asomados alegremente a mirar el paisaje, se habrán golpeado mortalmente la cabeza contra un poste del tendido. (.../...)
Ya no hay carteles en los vagones, pero la advertencia sigue viva, aunque ahora con un sentido distinto y en relación con otro tipo de trenes: con aquellos que quedaron desventrados y varados en mitad de las vías que los conducían a Madrid atestados de personas. «Es peligroso asomarse al interior», viene a decir el mensaje de las autoridades a los pocos, poquísimos periodistas, que se atreven a meter la cabeza para husmear entre los miles de folios del sumario del caso y a callejear entre los vericuetos que forman los personajes colindantes con el caso.
Y es, ciertamente, peligroso asomarse al interior porque quien lo hace resulta inmediatamente sospechoso de estar buscando, no la verdad, ni siquiera una de las mil verdades que siempre encierra una tragedia, sino de algo abiertamente condenable por antipatriótico: sospechoso de querer minar la estabilidad del sistema, hacer dudar de la credibilidad de las instituciones, y manchar el buen nombre de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
El método que se está aplicando con tenacidad contra los periodistas que están indagando en el 11-M y sus aledaños es exactamente el inverso al que la lógica aconseja: no se elaboran los razonamientos a partir de los hechos contrastados para luego alcanzar, si es posible, alguna conclusión, la que sea, o sencillamente ninguna.No. Se está haciendo exactamente al revés. En este asunto se está repitiendo todos los días el asombroso y antiperiodístico método de adelantar las conclusiones para condicionar o directamente impedir las reflexiones. De manera que, dado por hecho y establecido que cualquier investigación que contradiga la certeza oficial tiene el nada deseable efecto de debilitar las instituciones, el sistema y el buen nombre de la Policía, la Guardia Civil y el CNI; quien indague debe saber que va a cargar sobre sí el peso de una responsabilidad insoportablemente alta: nada menos que la de ser algo parecido a un pequeño traidor a la democracia.
La segunda derivada del mensaje que se esconde acurrucada entre los pliegues de esa letanía es que, si realmente usted es un demócrata sincero, si respeta a las instituciones que nos representan y cree sinceramente en el futuro de su país, usted no debe hacerse determinadas preguntas. Incluso más: sólo quien es un demócrata sincero no se hace esas preguntas y no alberga ninguna duda sobre lo sucedido.
Y, al contrario, quien se haga preguntas y mantenga recelos, ya lo sabe: no es un buen demócrata porque duda de lo más sagrado e incluso atenta contra ello. Puede incluso llegar a ser un dinamitero moral de sus compatriotas. Así que elija usted. Tiene usted lo blanco y lo negro. Esa es la oferta. No se le ofrece a usted la posibilidad de quedarse en un terreno de nadie, libre para dudar y para no dudar al mismo tiempo. De ese género no nos queda nada, compañero.
Nadie debería resignarse a elegir entre esas dos opciones, porque las dos son falsas. Como falso es otro de los recursos, también revestido de conclusión, que pretende alzarse como muro de contención insalvable frente a quien se esfuerza en reflexionar con la interrogación como bandera. El argumento es que, si algo oscuro o injustificable hubiera sucedido en las fechas previas a la matanza, ésa sería en todo caso una responsabilidad del Gobierno del PP, entonces en el poder.
«¿Y qué?», debería ser la respuesta. ¿Y qué tiene que importarles a los ciudadanos el signo político de quien tuviera que asumir alguna responsabilidad pasada o presente, en caso de que alguna de tantas preguntas obtuviera respuesta? ¿Es que son las siglas las que han de alentar o detener la lógica en función de si unas u otras salen favorecidas o perjudicadas? ¿Qué clase de dirigismo predemocrático o ademocrático es éste que pretende señalar de antemano al individuo el final del camino de la deducción que él pretende recorrer, para intentar disuadirle de que lo haga?
Lo que se describe aquí es la escena argumental que se maneja en los ámbitos políticos y periodísticos. Y es un escenario en penumbra, sin ventilación, angosto y atosigante.
De todo este clima de opinión que, sin gritos pero sin clemencia, se quiere imponer entre la ciudadanía por las autoridades y por muchos periodistas están, sin embargo, clamorosamente ausentes la pregunta y la respuesta que, formulada una y ofrecida la otra, podrían justificar tanta admonición, tanta sospecha y tanta acusación en sordina o a clarín tonante. La pregunta que tendría que presidir y reinar sobre toda esta brumosa desaprobación silenciosa, sobre esa desconfianza no sostenida con datos, sobre esa acusación no claramente formulada ni sólidamente argumentada, es ésta: ¿es verdad o es mentira?
¿Es verdad o es mentira lo que los periodistas que investigan este dramático caso están publicando? Porque, si es mentira, caiga sobre cada reportero toda la fuerza del descrédito y de la reprobación social. Pero es que los desmentidos brillan por su ausencia. Así que, si es verdad, tengamos la honradez de no apartar los datos de la vista sólo porque no convengan a la conclusión formulada urbi et orbi según la cual nuestro deber es no debilitar el sistema pensando, especulando, dudando.
Todo lo contrario. Lo que es responsabilidad de los ciudadanos, lo que es su obligación y también su derecho, es el procurar disponer de todas las informaciones relevantes que rodean el caso, lleven éstas a una meta o no lleven a ninguna. Y es deber de los periodistas no ocultarlas, por mucho que dañen momentáneamente la versión tenida como buena por la oficialidad. Luego vendrán las discrepancias y las discusiones. Pero el principio según el cual es peligroso asomarse al interior porque quien se asoma daña al país entero y a todos sus ciudadanos supone una profunda corrupción intelectual que ni siquiera resulta políticamente honesta.
Subsisten muchas preguntas en torno al 11-M. Y la democracia española y sus gobiernos -el anterior, el actual y el que venga- tienen que poder, saber y querer aguantar su existencia. Porque es eso, y no lo contrario, lo que nos fortalece.
victoria.prego@elmundo.es
Comentarios
No vale ya la contemporización de entonces, porque ninguna institución habrá capaz de llevar la contraria a la "verdad" oficial.
FUERZA Y HONOR.