El entierro del 11-M

20-09-04



CRONICA DE LA SEMANA

El entierro del 11-M


CASIMIRO GARCIA-ABADILLO

El PSOE y el PP trataron de cerrar precipitadamente la Comisión del 11-M a la vuelta del verano. Rubalcaba y Zaplana negociaron el carpetazo porque a ninguno de los dos grandes partidos les interesaba prolongar el suplicio de una investigación que no podía dejar bien ni al Gobierno ni al principal partido de la oposición. Pero no hubo forma. La firmeza de los partidos minoritarios, las revelaciones tanto sumariales como periodísticas y, sobre todo, la presión de la opinión pública han obligado a los comisionados a solicitar 14 nuevas comparecencias y multitud de documentos oficiales.
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El monumental enfado del PP a partir del pasado día 15 ha tenido su origen no en el acuerdo para que Aznar acuda al Congreso, sino en que el PSOE ha conseguido hábilmente situar al ex presidente del Gobierno como reo político estelar en este histórico proceso.

La falta de interés de los socialistas en el mantenimiento de la Comisión (incluso la creación de la misma es cuestionada ya abiertamente como un «grave error» por parte de algunos de sus dirigentes) tiene su explicación en una obviedad: Rodríguez Zapatero ganó las elecciones el 14 de marzo y, por tanto, todo lo que sea remover lo sucedido desde el 11 de marzo hasta el día de los comicios sólo puede ir en desdoro de lo que fue, hay que repetirlo una vez más, una victoria absolutamente legítima.

Tampoco el PP se siente cómodo al tener que mirar hacia atrás.Fue su Gobierno el que cometió los errores imperdonables, sobre todo en la gestión informativa de la crisis, que le llevaron a la derrota. Rajoy quiere mirar hacia el futuro, empezar a hacer oposición en terrenos que le son propicios, como el debate sobre el modelo de Estado, el presupuesto, la financiación de la sanidad, etc. Todo lo que sea recordar el 11-M supone revivir la pesadilla de aquellos cuatro días en los que el PP perdió unas elecciones que tenía prácticamente en el bolsillo. A ese amargo recuerdo, se suma el hecho de que la defensa obligada de Aznar y su política impide hacer algunas rectificaciones necesarias, como la posición del partido respecto a la Guerra de Irak.

En ese escenario de intereses comunes por concluir una investigación parlamentaria que ya se inició con notable desgana, parece que lo que menos importa es indagar hasta el fondo en los hechos.Es decir, averiguar qué ocurrió realmente el 11 de marzo, cómo se fraguó el atentado y quienes fueron los autores intelectuales de la masacre. Sólo conociendo esos extremos se puede llegar a conclusiones útiles que sirvan para ayudar a evitar o, al menos, para reducir los riesgos de que algo similar vuelva a ocurrir.

Es evidente que las investigaciones policiales y judiciales siguen sus propios derroteros y que el Congreso de los Diputados no puede ni debe tratar de suplantarlas. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es tratar de limitar los objetivos de la Comisión a los estrictamente relacionados con la gestión del Gobierno anterior.

Por desgracia para el PP, la mayoría de los partidos que integran la Cámara han encontrado en este asunto la oportunidad de vapulear a Aznar y a sus ministros, arreglando así viejas cuentas pendientes.Sólo así se puede entender el respaldo de los grupos minoritarios a la negativa por parte del PSOE a que comparezcan los confidentes policiales y algunos mandos de las fuerzas de seguridad.

La pretendida búsqueda de la verdad a la que todos apelan se ha convertido en un instrumento para tratar de machacar al PP.Esa es la sensación que tiene la mayoría de los españoles y de ahí deriva su escepticismo sobre la luz que puedan arrojar las conclusiones de la Comisión.

¿Qué podemos esperar entonces de esta segunda fase de comparecencias que respetuosamente no se producirán hasta que no haya concluido el congreso del PP? No mucho. Tal vez el testimonio de Aznar ayude a entender un poco mejor el comportamiento de su Gobierno en aquellos días. La presencia de los jefes de la Guardia Civil y de la policía de Asturias también deberían ayudar a despejar algunas de las incógnitas sobre la incomprensible pasividad de la UCO ante las denuncias previas al 11-M sobre el tráfico de dinamita. También será útil escuchar las explicaciones del fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Asturias. Por último, la versión de la presidenta de la Asociación de Víctimas del 11-M, Clara Escribano, llevará al Congreso la imprescindible voz de los protagonistas de la masacre.

Pero, mientras los grandes partidos no se despojen de los prejuicios generados por sus intereses a corto plazo será difícil que cambie la dinámica de la Comisión. Tal vez sea pedirle peras al olmo, pero sería muy bueno para la investigación y para el país que el PP y el PSOE se olvidaran por un momento de sus pequeñas miserias.Es cierto que Aznar llamó a los directores de periódicos para decirles que el atentado lo había cometido ETA. Como lo es también que el entonces líder de la oposición, Rodríguez Zapatero, llamó al menos a uno de ellos para decirle que habían aparecido restos de terroristas suicidas en uno de los trenes. Es verdad que el PP se dio cuenta de que si se demostraba que la autoría de los atentados correspondía a un grupo fundamentalista islámico, el principal beneficiario sería el PSOE y de que si lograba mantener con solvencia la tesis de ETA podría obtener la mayoría absoluta.Pero a sensu contrario, el mismo razonamiento operó en el PSOE.Cada partido tiró para su lado. Y con ello contaban los terroristas que planificaron la masacre. Sabían que un atentado de esas proporciones hundiría al Gobierno y beneficiaría a la oposición.

Es decir, el maquiavelismo de los autores intelectuales del 11-M fue corroborado por los hechos, y, lo que es peor, ese juego de intereses sigue actuando como un elemento que dificulta avanzar hacia el conocimiento de la verdad.

Una de las grandes lecciones del 11-M es que mientras la mayoría de los ciudadanos (desde los policías hasta los enfermeros, pasando por los médicos, los funcionarios de Justicia o simplemente los centenares de personas que fueron a donar su sangre) pensaba en cómo echar una mano para paliar el dolor de las víctimas, en un ejemplo de solidaridad que no tiene precedentes, algunos líderes políticos pensaron antes que nada en la rentabilidad política de lo sucedido.

El impacto del 11-M fue tan grande que lo lógico es que el Gobierno hubiera convocado el Pacto Antiterrorista o una reunión extraordinaria de todos los grupos representados en el Parlamento para que las decisiones se adoptaran por consenso. Esa imagen de unidad ante la tragedia hubiera beneficiado a todos los partidos y hubiera reforzado la confianza de los ciudadanos en el Gobierno de la nación.

Eso no se hizo en su momento y los principales perjudicados fueron precisamente Aznar y el PP, que, en sólo 72 horas, perdieron su credibilidad. Si Rodríguez Zapatero no es capaz de extraer esa lección de lo sucedido entre el 11 y el 14 de marzo, su Gobierno corre el riesgo de sufrir también un serio desgaste.

Nadie les está pidiendo a los dos grandes grupos que representan al 80% de los ciudadanos que se hagan el haraquiri. Entre otras cosas porque ellos fueron también víctimas de la monstruosidad planeada a sangre fría por los autores finales del 11-M.

Lo que la sociedad les está demandando es que den prioridad a lo más importante ahora, que no es otra cosa que buscar la verdad, independientemente de quién sea su beneficiario.

En una actitud constructiva, los grupos de la Comisión deberían escuchar todos aquellos testimonios que puedan arrojar algo de luz y no cerrarse líneas de investigación que pueden resultar políticamente incorrectas.

Decir que ya se sabe lo fundamental sobre el 11-M sólo sirve para tranquilizar las conciencias de los que temen a la verdad.

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

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