UN ESPECTACULO QUE DEJA ENTRE LA ESPADA Y LA PARED A ZAPATERO
08-09-06
Editorial
UN ESPECTACULO QUE DEJA ENTRE LA ESPADA Y LA PARED A ZAPATERO
Editorial
UN ESPECTACULO QUE DEJA ENTRE LA ESPADA Y LA PARED A ZAPATERO
Poco antes de que Zapatero anunciara solemnemente y arropado por Kofi Annan que se avecinan «momentos trascendentes» en el proceso de paz con ETA, el terrorista Iñaki Bilbao amenazaba con «pegarle siete tiros» y «arrancarle la piel a tiras» al presidente del tribunal que lo juzgaba. Las escalofriantes imágenes del etarra insultando a gritos primero a Alfonso Guevara y después a Baltasar Garzón cuando declaraba como testigo mostraron ayer a millones de españoles el rostro descarnado de la banda, que no se arrepiente de sus crímenes ni pide perdón por ellos.
No es la primera vez que un etarra se comporta de esta manera ante los magistrados. Hace apenas un mes, Txapote llamó a uno de ellos «monigote de circo» y a finales de junio Jesús María Exteberria y Angel Aramburu la emprendieron a patadas contra la mampara de cristal blindado que les separaba del resto de la sala. Lo llamativo en el caso de Iñaki Bilbao es la terca reincidencia. Lo que se juzgaba ayer era precisamente un incidente similar, cuando en 2003 el etarra dio un puñetazo en la mesa del despacho de Garzón, arrojó al suelo una cruz de Caravaca y le gritó en la cara que iba a acabar «como Carrero Blanco». Desde entonces, Bilbao ha protagonizado incidentes similares con los magistrados Fernando Andreu y Teresa Palacios.
Pero más allá de la nauseabunda sarta de insultos que Iñaki Bilbao les espetó ayer a Guevara y Garzón -«fascista», «enano mental», «pelamangos», «borracho», «parásito» o «cerdo»-, lo más importante de sus palabras es el anuncio de que él y los suyos continuarán en la lucha armada «hasta la constitución de una Euskal Herria independiente, reunificada, socialista y euskaldún». Esta declaración refleja la posición del sector duro de ETA, cuyo descontento con la línea negociadora de Otegi y Josu Ternera ha generado tensiones en el entorno de la banda. Este desencuentro desembocó en agosto en la huelga de hambre del sanguinario De Juana Chaos, que en un mes ha perdido 14 kilos. Es evidente que los pistoleros más contumaces de la banda quieren forzar al Gobierno a que modifique su política penitenciaria sin que Batasuna condene antes la violencia. Éste es probablemente el motivo por el que Otegi le exigió anteayer al PSE la firma de un preacuerdo que incluya compromisos sobre los presos y la autodeterminación.
Es probable que Otegi y De Juana Chaos no sean exactamente lo mismo, al contrario de lo que dijo ayer el hijo del socialista asesinado Fernando Múgica, pero Zapatero no debe olvidar que sin el sometimiento de los más extremistas el proceso de paz está condenado al fracaso. Y ésta es precisamente la razón por la que el presidente está entre la espada y la pared. Si accede a las concesiones sin que la banda entregue las armas, un buen sector de la opinión pública le acusará de ceder al chantaje terrorista. Si no lo hace, el proceso puede encallar definitivamente. Antes de deslizarse por una pendiente irreversible, debería visionar una y otra vez las imágenes del siniestro espectáculo de ayer para ser consciente de quiénes son los interlocutores que se esconden bajo las capuchas.
No es la primera vez que un etarra se comporta de esta manera ante los magistrados. Hace apenas un mes, Txapote llamó a uno de ellos «monigote de circo» y a finales de junio Jesús María Exteberria y Angel Aramburu la emprendieron a patadas contra la mampara de cristal blindado que les separaba del resto de la sala. Lo llamativo en el caso de Iñaki Bilbao es la terca reincidencia. Lo que se juzgaba ayer era precisamente un incidente similar, cuando en 2003 el etarra dio un puñetazo en la mesa del despacho de Garzón, arrojó al suelo una cruz de Caravaca y le gritó en la cara que iba a acabar «como Carrero Blanco». Desde entonces, Bilbao ha protagonizado incidentes similares con los magistrados Fernando Andreu y Teresa Palacios.
Pero más allá de la nauseabunda sarta de insultos que Iñaki Bilbao les espetó ayer a Guevara y Garzón -«fascista», «enano mental», «pelamangos», «borracho», «parásito» o «cerdo»-, lo más importante de sus palabras es el anuncio de que él y los suyos continuarán en la lucha armada «hasta la constitución de una Euskal Herria independiente, reunificada, socialista y euskaldún». Esta declaración refleja la posición del sector duro de ETA, cuyo descontento con la línea negociadora de Otegi y Josu Ternera ha generado tensiones en el entorno de la banda. Este desencuentro desembocó en agosto en la huelga de hambre del sanguinario De Juana Chaos, que en un mes ha perdido 14 kilos. Es evidente que los pistoleros más contumaces de la banda quieren forzar al Gobierno a que modifique su política penitenciaria sin que Batasuna condene antes la violencia. Éste es probablemente el motivo por el que Otegi le exigió anteayer al PSE la firma de un preacuerdo que incluya compromisos sobre los presos y la autodeterminación.
Es probable que Otegi y De Juana Chaos no sean exactamente lo mismo, al contrario de lo que dijo ayer el hijo del socialista asesinado Fernando Múgica, pero Zapatero no debe olvidar que sin el sometimiento de los más extremistas el proceso de paz está condenado al fracaso. Y ésta es precisamente la razón por la que el presidente está entre la espada y la pared. Si accede a las concesiones sin que la banda entregue las armas, un buen sector de la opinión pública le acusará de ceder al chantaje terrorista. Si no lo hace, el proceso puede encallar definitivamente. Antes de deslizarse por una pendiente irreversible, debería visionar una y otra vez las imágenes del siniestro espectáculo de ayer para ser consciente de quiénes son los interlocutores que se esconden bajo las capuchas.
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