17-10-04

CARTA DEL DIRECTOR

Algo huele a podrido en Dinamarca

PEDRO J. RAMIREZ


Con la misma deferencia con que los vencedores del 14-M rindieron tributo a las víctimas de la masacre que había facilitado su victoria, Claudio, nuevo rey de Dinamarca, matiza el gozo por su coronación con el luto por la muerte de su hermano cuyo trono y esposa ha heredado: «Estas alegrías son imperfectas, pues en ellas se han unido a la felicidad las lágrimas, las fiestas a la pompa fúnebre, los cánticos de muerte a los epitalamios del himeneo y han sido pesados en igual balanza el placer y la aflicción».

Sin embargo, cuando su sobrino Hamlet se empecina en mantener una reflexiva pesadumbre y se obsesiona por averiguar la verdad de lo ocurrido, Claudio le insta a lo que ahora se llama pasar página y a aprovechar las oportunidades que le brinda el nuevo Gobierno: «El que sobrevive limita la filial obligación de la tristeza a un cierto término, pues continuar en interminable desconsuelo es una conducta de obstinación impía Modera, pues, yo te ruego, esa inútil tristeza; considera que tienes un padre en mí, puesto que debe ser notorio al mundo que tú eres la persona más inmediata a mi trono».
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El problema de Hamlet, paradigma de la duda y por lo tanto de los sectores más inconformistas y exigentes de una sociedad democrática, consiste en que no puede dejar de ver con espíritu crítico lo que otros amortizan enseguida a beneficio de inventario. A veces se refugia en el sarcasmo: «Economía, Horacio, economía. Aún no se habían enfriado los manjares cocidos para el confite de duelo, cuando se sirvieron en las mesas de la boda ». Pero su propósito recurrente, el único fin hacia el que en realidad camina, es el conocimiento pleno de las causas de la muerte de su padre.

La versión oficial dice que el viejo monarca falleció a causa de la mordedura de una serpiente venenosa -acto de violencia terrorista donde los haya-, pero aunque la ponzoña ciertamente se había apoderado de su cuerpo, nadie había visto el menor rastro del ofidio. Cuando el nuevo poder constituido no puede ni doblegar ni hacer callar a Hamlet, difunde la especie de su enajenación mental. El Príncipe se burla tanto de sí mismo como de quienes pretenden convertir en enfermedad su lucidez: «Yo no estoy loco sino cuando sopla el nordeste; pero cuando corre el sur, distingo muy bien un huevo de una castaña».

Esa es la diferencia entre un accidente y un asesinato, entre la casualidad y el jaque al Estado, entre la fatalidad del destino y una conspiración en toda regla. Un docto comunicante, Ignacio García de Leániz, me incitaba el otro día a recurrir a la más conocida tragedia de Shakespeare como abrelatas analógico de la relación entre el 11 y el 14-M, sin reparar en que el atormentado heredero danés cuenta con un superdotado auxiliar de detective que ya lo hubiera querido para sí el sabueso de Baker Street.Con un doctor Watson como el fantasma del propio finado, Sherlock Holmes no hubiera tenido que quitarse nunca las pantuflas.

Desde la escena quinta del primer acto, cuando La Sombra se le aparece a Hamlet sobre las almenas del castillo de Elsinor, todas las preguntas tienen su respuesta: «Tú debes saber, mancebo generoso, que la serpiente que mordió a tu padre ciñe hoy su corona Dormía yo una tarde en mi jardín, según era mi costumbre. Tu tío me sorprendió en aquella hora de quietud y trayendo consigo una ampolla de licor venenoso, derramó en mi oído su ponzoñosa destilación».Así cualquiera.

Ninguno de los periodistas que investigamos «el jeroglífico, envuelto en un enigma, encerrado en un misterio» que es el 11-M -dónde sino en el Instituto Cervantes de Londres iba yo a tomarle prestada esta gran definición a Churchill- sabemos cómo acaba esta película. Ni siquiera si al final descubriremos o no a todos los malvados. Sólo manejamos conjeturas basadas en indicios: la conexión con la cúpula de Al Qaeda, la relación con los acontecimientos en Irak, la intervención de los servicios secretos marroquíes, los vínculos con ETA a través de la trama asturiana de suministro de explosivos y del grupo de Allekema Lamari, confirmado anteayer como séptimo suicida de Leganés

Se trata de hipótesis tan plausibles como las alternativas que el relato dramático de Shakespeare hubiera permitido imaginar para el asesinato del monarca danés: una conjura coordinada por su gran chambelán Polonio, un magnicidio contratado por agentes del rey de Noruega e incluso una turbia maniobra de los oportunistas Rosencrantz y Guildenstern para sentar anticipadamente a su amigo Hamlet en el trono. Pero nada de eso está en la obra.

Si el gran bardo de Stratford upon Avon hubiera hecho converger todos estos motivos en una suma de complots encadenados y superpuestos, además de inventar el género humano, como sostiene el crítico Harold Bloom, también habría inventado las novelas de Agatha Christie. El 23-F fue así de complicado -los golpes de Armada y Milans se subieron a la chepa del de Tejero- y el 11-M tiene todas las trazas de superarlo en densidad conspirativa. Pero también pudiera ocurrir que un día aparecieran las memorias secretas de El Tunecino o del propio Lamari y resultara que por las noches estudiaban Ciencias Políticas, marketing electoral y técnicas avanzadas de fabricación de explosivos, corroborando así la tesis del Ministerio del Interior, según la cual no hay otra autoría intelectual que la de los propios difuntos o todo lo más El Egipcio.Sólo recelando hasta de nuestras propias especulaciones estaremos en condiciones de seguir efectuando este viaje.

Cuantas menos respuestas cerradas tengamos, más posibilidades habrá de seguir encontrando nuevas preguntas. Si estamos avanzando muchísimo es, en realidad, porque cada día sabemos que hay nuevas cosas que no sabemos. A nuestra ignorancia sobre la precisión con la que alguien jugó con el Gobierno de Aznar, haciéndole creer primero que había sido ETA, sembrando después la duda y levantando el velo islamista con el vídeo de la papelera junto a la mezquita a la hora menos cinco del proceso electoral; a nuestro desconocimiento sobre por qué, de entre todos los callejones de España, ETA fue a robar un coche al de Trashorras y por qué, de entre todas las noches del año, su caravana de la muerte tuvo que partir el mismo 28 de febrero que la de los islamistas; a nuestro desconcierto sobre la acumulación de avisos desatendidos por los cuerpos policiales, y especialmente por la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, controlada por ese estrecho colaborador del mayor ladrón y sinvergüenza que en varios siglos de Historia ha estado al frente de la Seguridad del Estado, se suman ya nuevas incógnitas hirvientes.

Por ejemplo las dos planteadas hace unos días por Casimiro García-Abadillo en un programa radiofónico: ¿dónde se ha visto a unos terroristas suicidas, a unos fanáticos kamikazes, a unos mártires de Alá que, al hacer explotar la dinamita, las únicas vidas que pretenden tronchar -al geo lo mataron accidentalmente- sean las suyas propias?

¿Por qué, si habían demostrado dominar la técnica de las mochilas bomba accionadas telefónicamente, cuando dos semanas después del 11-M tratan de volar el AVE lo hacen con el antediluviano sistema del delator cable kilométrico que lleva hasta la loma de detrás de la ladera?

Y para trampantojo en el que el sentido de la orientación naufraga en un ataque de asomatognosia aguda, el que acaba de poner ante nuestra vista el ínclito juez Del Olmo al levantar otro trocito de su tan rácanamente administrado secreto del sumario: ¿cómo es posible, córcholis, que si el informe de la Guardia Civil sobre la tupida telaraña de llamadas telefónicas que precedieron al 11-M subraya el «activo e imprescindible» protagonismo de Carmen Toro en el decisivo menester de poner de acuerdo a los unos con los otros, Su Señoría mantenga en libertad a esta aprendiz de Lady Macbeth que tenía apuntado en su agenda el teléfono del jefe de los Tedax?

ENTREACTO

Hemos vuelto a Shakespeare para buscar los signos externos de la culpa. Al matrimonio de usurpadores del trono de Escocia se les notaba todo porque no podían conciliar el sueño y vagaban por el castillo imbuidos de sus remordimientos. Para que su tío y su propia madre se delaten, Hamlet inventa la prueba del algodón, del teatro como espejo de la vida, cuando instruye a unos cómicos para que representen ante ellos hechos miméticos a los de su propio empeño criminal.

Aunque se cuenta la historia de un tal Duque de Gonzaga y la acción transcurre en Viena, todo -desde el adulterio hasta el suministro del veneno a través del tímpano- resulta ser la moviola de su magnicidio. No en balde la función se llama La Ratonera.El inquilino de El Globo hubiera empalidecido de celos de haber sabido que, cinco siglos después, la gran dama del crimen le copiaría el título con tanto éxito como para representar su drama policiaco en el -para los isabelinos- despreciable West End durante 30 años consecutivos. Asistimos en todo caso a la apoteosis del teatro dentro del teatro, pues el Rey Claudio y la Reina Clotilde reaccionan desabridamente, dándole una patada al tablero, como si todos los focos acabaran de iluminarles en el centro de la escena acarreando el trozo de queso fruto de su codicia asesina.

En el momento de los preparativos Hamlet ha explicado su estrategia: «Yo he oído a veces que asistiendo a una representación hombres muy culpados han sido heridos en el alma con tal violencia por la ilusión del teatro, que a la vista de todos han publicado sus delitos; pues la culpa, aunque no tenga lengua, siempre se manifiesta por medios maravillosos Esta representación ha de ser el lazo en que se enrede la conciencia del Rey».

¿Se entiende ahora por qué algunos nos hemos empeñado tanto en que se constituyera la Comisión de Investigación parlamentaria sobre el 11-M y trataremos por todos los medios lícitos de mantenerla abierta mientras no se haya averiguado toda la verdad? Cuando oigo que algunos parlamentarios y analistas alertan contra el riesgo de que pueda convertirse en un circo, no puedo por menos que sonreír hacia adentro: precisamente de eso se trata. Es lo más parecido que tenemos a los cómicos ambulantes que llegan a Elsinor.

Por eso hay que escrutar no sólo el rostro de los comparecientes, sino el de los representantes de los distintos grupos y, lo que es más importante aún, el de todos los espectadores que observan la función y reaccionan a sus avatares, pues entre el público puede haber camuflados culpables, cómplices y encubridores.

Por eso el corazón nos dio un vuelco cuando el coronel Hernando amenazó veladamente de muerte a Zouhier desde el estrado: el momento no alcanzó los decibelios de intensidad del día en que Barrionuevo se autoinculpó llamando «chivato» a Sancristóbal durante su careo en el juicio del caso Marey, pero se le acercó bastante.

Por eso hemos tomado buena nota de lo nervioso que se pone el PNV cada vez que alguien osa pronunciar la palabra ETA y de lo que le irrita a Rubalcaba la reiteración del PP en pedir que acudan a declarar los confidentes.

Por eso nos ha llamado tanto la atención que el mismísimo Rey de Marruecos haya perdido la calma hasta el extremo de escribir una carta a Zapatero pidiéndole que salga al paso de los bien documentados análisis que en el libro de Casimiro García-Abadillo rastrean la conexión marroquí y que, de un tiempo a esta parte, van de boca en boca entre los comisionados.

Estos relámpagos de la intuición se convierten, sin embargo, en atronador desconcierto cuando, de repente, sucede algo en el proscenio que alborota, por igual, las bambalinas, la tramoya, el patio de butacas, las plateas, los palcos y antepalcos y el mismísimo gallinero. ¿Cómo distinguir entonces las voces de los ecos? ¿Cómo diferenciar la turbación genuina del seguidismo atolondrado, o incluso del propio acompañamiento de la claque?

Eso es lo que ha ocurrido con la turbamulta originada tras las respuestas de Zouhier al cuestionario del diputado Del Burgo.Había que contar con el pataleo del PSOE y sus aliados en la medida en que la gran densidad de información que destila ese texto pone en evidencia el obstruccionismo a que el confidente comparezca. ¿Pero por qué también pitan y abuchean al veterano político navarro el fiscal general del Estado y el propio juez Del Olmo, subrayando ambos algo tan irrelevante para ellos como que se haya tratado de una iniciativa al margen de los procedimientos acordados por la Comisión de Investigación?

Vayamos por partes. Si bien continúa decretado un parcial secreto del sumario, Zouhier no está sometido a restricción alguna de su comunicación escrita: de la misma manera que ha mantenido correspondencia con el Rey, el presidente del Gobierno, la propia Comisión del 11-M, el ministro del Interior o el director de EL MUNDO -algunos de los cuales también le han enviado sus misivas-, ha podido hacerlo libremente con el diputado Del Burgo.

La iniciativa de éste no sólo es irreprochable sino digna de encomio. Como diputado -podía haber actuado incluso como simple buen ciudadano- ha tenido noticia de que hay alguien que conoce una parte importante de la trama del 11-M por haberla vivido en primera persona y de que, a diferencia del resto de los imputados, está ansioso por transmitir a las instituciones y a la sociedad esa información. Consciente de que el cauce de la comparecencia en la Comisión está obturado por la cerrazón de Rubalcaba y sus remeros, Del Burgo se ha limitado a sistematizar las pesquisas y trasladar el resultado a los interesados, con el propósito de complementar sus restantes actuaciones.

Es el fiscal general no Del Burgo quien ha sacado los pies de su tiesto al quejarse ante el presidente del Congreso de la inexistente intromisión del diputado en la independencia judicial. ¿Quién es él para poner límites a la actividad indagatoria dentro de la legalidad de un representante electo que no obedece otro mandato imperativo sino el de la soberanía popular? Es la primera reacción verdaderamente decepcionante de Cándido Conde-Pumpido y su sintonía con la dirección del Grupo Socialista evoca los peores fantasmas del pasado.

En lo que se refiere a las esotéricas providencias del juez Del Olmo, es difícil opinar sobre algo prácticamente imposible de entender, pues, como de costumbre, Su Señoría empieza poniendo de relieve sus graves dificultades para manejar la sintaxis castellana.Pero lo que más llama la atención no es su confusión con la gramática sino con las garantías procesales. Al denunciar que se ha podido generar una situación de indefensión del preso y lacrar púdicamente dentro de un sobre las respuestas a Del Burgo, demuestra una inquietante falta de criterio, pues ni Zouhier ha sido presionado -como sí lo fue por la UCO cuando, ante la total pasividad del magistrado, se le visitó irregularmente en la prisión y se le indujo a escribir la carta a Toro Castro- ni nadie pretende que ese escrito adquiera el carácter de declaración testifical. Pero sí es un documento de relieve sumarial y toda vez que el abogado del confidente ha pedido su incorporación Su Señoría debe hacerlo sin mayores melindres. Conclusión provisional: ya sabemos que -para bien, pero sobre todo para mal- Del Olmo no tiene ni la ambición ni la vista de águila de Garzón.

Puestos a hablar de «indefensión», ¿no es tal la situación que en el plano de la opinión pública padece este Rafá Zouhier del que se habla un día sí y otro también en la Comisión -anteayer fue reiteradamente citado o aludido por los mandos de la Guardia Civil asturiana- sin que se le permita contraponer su propia versión a lo que se dice de él?

«Cuidad de que los que hacen de graciosos no añadan nada a lo que está escrito en su papel», advierte Hamlet al jefe de los cómicos. Sólo el interrogatorio y escrutinio sistemático de Zouhier por parte de los comisionados podrá permitir dilucidar cuáles de los hechos que relata pueden considerarse acreditados, cuáles suscitan dudas en su fiabilidad y cuáles pueden haber sido fruto de una fértil imaginación. Pero hecha esta salvedad, sus revelaciones son tan comprometedoras que al final será de plena aplicación el baremo del Palacio de Elsinor, de forma que quien impida o no aguante su exposición estará delatándose al menos como encubridor de hechos gravísimos.

Yo confío en que, en ese último acto de la función, el presidente Zapatero demuestre que su papel en este drama no tiene nada que ver con el de Claudio y se asemeja en cambio al del joven Fortinbrás, cuyos clarines también resuenan sobre un campo de cadáveres, pero a quien lo que le lleva a heredar el reino son sus propios méritos y no ninguna conspiración. Si él o sus colaboradores con más adicción a la lectura han llegado hasta aquí, deben reparar que lo primero que hace el audaz campeón noruego es prometer saldar cuentas con la verdad que le ofrece relatar Horacio, al margen de que ello pueda incriminar a algunos de sus partidarios, pues él tiene muy claro que su legitimidad es otra: «¡Oh, este destrozo pide sangrienta venganza!... Deseo con impaciencia oíros y convendrá que se reúna con este objeto la nobleza de la nación.Miro con horror estos dones que me ofrece la fortuna; pero tengo derechos muy antiguos a esta corona, y creo que es justo reclamarlos».

Es mientras cae el telón cuando se supone que el amigo más leal de Hamlet vuelve la mirada atrás para reconstruir una historia que, como Shakespeare pretendía, y la vida siempre imita al arte, «dé fatiga al pensamiento y empape de sudor el alma toda».

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