Israel contra el fascismo de rostro islamista

28-07-06



CONVULSION EN ORIENTE PROXIMO / DESDE LA FRONTERA DE UNA GUERRA DISTINTA (I)

Israel contra el fascismo de rostro islamista



El filósofo y escritor francés Bernard-Henri Lévy inicia hoy una serie con las vivencias y testimonios recogidos durante su viaje de varios días a distintas ciudades y localidades israelíes fronterizas con Gaza en algunos casos y con el Líbano en otros. Lévy vuelve después de mucho tiempo a su ciudad israelí preferida, Haifa.«La gran ciudad cosmopolita, donde judíos y árabes cohabitan desde la fundación del país. También ella, una ciudad muerta.También ella, una ciudad fantasma», nos dice. Tras describir a Hizbulá como «un pequeño Irán, o un pequeño tirano, que no dudó en tomar como rehén al Líbano», lo califica como el «tercer fascismo», de rostro islamista, tras el primer fascismo y el segundo, el totalitarismo comunista.


BERNARD-HENRI LÉVY

Hoy, lunes 17 de julio, es el aniversario del comienzo de la guerra de España. Hace exactamente 70 años que tuvo lugar el golpe de los generales [día del alzamiento militar en el Marruecos español que el 18 se extendió a la Península] que significó el comienzo de la guerra civil, ideológica e internacional querida por el fascismo de la época. Y no puedo dejar de pensar en ella. No puedo dejar de recordarla, mientras aterrizo en Tel Aviv.

Siria entre bambalinas. El Irán de Ahmadineyad en el timón de mando. A través de Hizbulá que, como todo el mundo sabe, es un pequeño Irán, o un pequeño tirano, que no dudó en tomar como rehén al Líbano. Y, al fondo del decorado, ese fascismo de rostro islamista, ese tercer fascismo del que todo indica que es, a nuestra generación, lo que fueron el otro fascismo y, después, el totalitarismo comunista, a la de nuestros mayores.

Nunca había encontrado tan tensos y ansiosos a mis viejos amigos de Tel Aviv, que no veía desde 1967.

(.../...)

Lo ví desde mi primera conversación con Denis Charbit, ardiente militante del campo de la paz, que no duda ni un momento en la legitimidad de esta guerra de autodefensa impuesta a su país.O desde mi primera entrevista con Tzipi Livni, la joven y brillante ministra de Asuntos Exteriores, que contribuyó tan decisivamente a convencer a Ariel Sharon de evacuar Gaza y a la que encuentro, ahora, de pronto, extrañamente desamparada frente a esta geopolítica nueva y, en muchos aspectos, indescifrable para una mente formada en las viejas categorías del conflicto israelo-árabe tradicional.


SDEROT

Siento algo nuevo. Siento que algo inédito en la historia de las guerras de Israel está a punto de suceder. Como si ya no se estuviese seguro de maniobrar sólo en el marco de Israel.Como si el contexto internacional, el juego del escondite entre actores visibles e invisibles, el papel, una vez más, de Irán y de su brazo armado Hizbulá, diesen a todo el asunto un perfume y unas perspectivas inéditas.

Lo siento de inmediato, antes de subir hacia el frente norte, en dirección a Sderot, la ciudad mártir de Sderot, en la frontera con Gaza. La ciudad que está en guerra con los aliados Hamas y Hizbulá. ¡Sí, la ciudad mártir!

Las informaciones que nos llegan del Líbano son tan horribles, la sola idea de las víctimas civiles libanesas es tan insoportable para la conciencia y para el corazón, la insistencia de los medios en encuadrar y pasar una y otra vez la imagen de los barrios del sur de Beirut bombardeados es tan habitual que se hace difícil, lo sé, imaginar que una ciudad israelí pueda ser también una ciudad mártir. Y, sin embargo, sus calles están vacías.

Sus casas, destripadas por los obuses. Una montaña de obuses, que se han almacenado en el patio de la comisaría central, y que cayeron las últimas semanas. Hoy mismo, una nueva lluvia de obuses se abatió sobre el centro de la ciudad y obligó a regresar a los refugios subterráneos a la poca población que intentaba aprovechar la brisa del verano.

Y, piadosamente clavadas en una tela negra en la oficina del alcalde, Eli Moyal, las fotos de los 15 jóvenes, a veces niños, que murieron estos últimos tiempos bajo el fuego de los guerrilleros de Hamas. Esto no borra, evidentemente, aquello. Y no seré yo el que juegue al sucio deporte de la comparación de cadáveres.

¿Pero por qué lo que se le debe a unos, se les niega a los otros? ¿Por qué se habla tan poco de estas víctimas judías caídas después de que Israel haya abandonado Gaza?.

Para alguien como yo, que pasó media vida luchando contra la idea de que pueda haber buenos y malos muertos, victimas sospechosas y obuses privilegiados; para alguien como yo que, además, defiende desde siempre que el Estado hebreo ha de salir de los territorios ocupados, para conseguir, a cambio, la seguridad y la paz, hay en todo esto una cuestión de probidad, de equidad en el juicio: la devastación, la muerte, la vida en los refugios, las existencias rotas por la muerte de un niño y el sufrimiento forman también parte del lote de Israel.

HAIFA

Haifa, mi ciudad preferida en Israel. La gran ciudad cosmopolita, donde judíos y árabes cohabitan desde la fundación del país.También ella, una ciudad muerta. También ella, una ciudad fantasma.También aquí, desde los cerros llenos de árboles del Monte Carmelo hasta el mar, el ulular de las sirenas que, a intervalos casi regulares, obligan a los escasos coches a detenerse, a los últimos viandantes a lanzarse por las bocas del metro hacia las profundidas, y que, sobre todo, hace evidente de golpe y porrazo la pesadilla que viven los israelíes desde hace 40 años.

BAT GALIM

El problema, me dice en esencia Zivit Seri, esta bella y menuda madre cuyos gestos torpes y sin defensa me emocionan, como me emocionaban antaño los cuerpos de Sarajevo, el problema, me explica, mientras me guía entre los edificios destruidos de Bat Galim, literalmente «la hija de las olas», que es el barrio de la ciudad que más ha sufrido los bombardeos, el problema, pues, no son solamente los muertos. Israel está acostumbrado a ellos.

El problema no es siquiera que se ataque aquí a objetivos militares, sino a blancos deliberadamente civiles. Eso también lo sabemos.No, el problema, el auténtico problema, es que estos bombardeos nos hacen ver lo que pasará un día, ya no muy lejano, en el que las mismas cabezas de los misiles tengan el doble de potencia.Primero, para apuntar todavía con mayor precisión y para alcanzar, por ejemplo, las instalaciones petroquímicas que ve usted allá, en el puerto. Y segundo, que estén equipadas con armas químicas que pueden sembrar una desolación tal, al lado de la cual Chernóbil y el 11-S juntos no serían más que un amable preludio.

Porque ésta es, en efecto, la situación. Estos son, vistos desde Haifa, los objetivos de la operación en marcha. Israel no entró en guerra porque hayan violado su frontera. No lanzó sus aviones sobre el sur del Líbano por el placer de castigar a un país que ha permitido a una milicia armada edificar su propio Estado dentro del Estado. Reaccionó con este vigor, porque la simultaneidad de los ataques contra sus ciudades y las declaraciones de Ahmadineyad llamando a borrar al propio Israel del mapa, la conjunción, por vez primera en la misma mano, de una voluntad claramente aniquiladora y de armas para ejecutarla, creaba una nueva situación.

Hay que entender a los israelíes cuando nos explican que no tenían otra alternativa. Hay que escuchar a Zivit Seri explicar, delante de un edificio reventado por un obús y cuyos trozos de cemento se balancean entre los hierros torcidos, que era casi medianoche en Israel.

Hay que escuchar también la tristeza del jeque Mohammad Charif Ouda, el jefe de la pequeña comunidad hamadi, cuya familia vive aquí desde hace seis generaciones y que me recibe en su casa, en los montes del barrio de Khababir, revestido con un shalwar kamiz [vestimenta utilizada en India y Bangladesh] y con un turbante paquistaní. Para este hombre, como para todos los habitantes de esta ciudad, el gran pecado de Hizbulá es, ciertamente, el atacar indiscriminadamente.

Matar a ciegas, judíos y árabes mezclados, como en la masacre del domingo pasado, en la estación central de Haifa, que dejó ocho muertos y veinte heridos.

El gran pecado de Hizbulá es hacer reinar un clima de terror y, por lo tanto, un clima de inquietud a cada instante, que, también, salvadas todas las distancias, me recuerda la manera que tenían los habitantes de Sarajevo de especular continuamente sobre el hecho de que no habían estado en el lugar en el que había explotado el obús por un pelo, por casualidad, por un cambio de programa de último minuto, por una cita que se había prolongado o que se había abreviado o que, milagrosamente, había cambiado de lugar.

PALESTINA

El crimen, pues, es ése. Pero también es, insiste el jeque árabe, el enorme salto hacia atrás que impuso Hizbulá a todo Oriente Próximo, haciendo pasar a segundo plano la cuestión palestina.El jeque Mohammad Charif Ouda tiene razón. Porque, por muy indiferentes que hayan sido en el fondo de sí mismos a la suerte de los habitantes de Gaza y de Nablus, al menos los dirigentes árabes tradicionales hacían como si les importase. Mientras que Nasrala ni siquiera se toma esa molestia.

El sufrimiento y los derechos de los palestinos no son ya, en su geopolítica íntima, ni un litigio ni una coartada. Basta con leer su literatura, sus declaraciones asesinas a la cadena Al-Manar, la carta misma de su movimiento, para ver que, en su sueño de una Umma [comunidad islámica] reconciliada de la que Irán sería la base, Siria el brazo armado y Hizbulá, la punta de lanza, no queda sitio alguno para este resabio de épocas pasadas que es el nacionalismo árabe en general, y palestino en particular.

Sólo queda el odio ciego y desnudo. La guerra sin objetivo de guerra. En esta yihad versión persa, a la que la guerra actual acaba de dar el pistoletazo de salida, quedan tres damnificados: Israel, el Líbano y, por lo tanto, Palestina.

Abandoné Haifa, para dirigirme a San Juan de Acre, a lo largo de la frontera libanesa, a través de una sucesión de aldeas, kibutz y moshavs que viven, desde hace 10 días, bajo el fuego.

SAN JUAN DE ACRE

Un verdadero diluvio de fuego, por no decir una tormenta de acero, la que cae, hoy en día, sobre estos paisajes bíblicos de la Alta Galilea. «Nunca supe qué es lo que había que hacer en un caso así -me dice, forzando la sonrisa, el teniente coronel Olivier Rafovitch, mientras nos acercamos a Avivim y el ruido de las explosiones también parece acercarse a nosotros-. Se tiende a acelerar, ¿verdad?. Se tiende a pensar que lo único que hay que hacer es alejarse lo más rápidamente posible de este infierno.

Pero eso, en el fondo, es un error. Porque, ¿quién sabe si no es precisamente al acelerar, cuando se va al encuentro de la muerte?». Y sin embargo, aceleramos. Atravesamos en tromba una aldea drusa desierta. Después, un gran pueblo agrícola, cuyo nombre no me da tiempo a anotar -quizás Sasa-, que también ha sido evacuado. A continuación, una zona completamente abierta, donde un Katiusha acaba de hacer un gran boquete en la carretera.

Es terrible la destrucción que causan estos cohetes vista de cerca. Y el ruido que producen, mezclado con el del coche: el shock sordo y sin resplandor del obús caído a lo lejos; la detonación estridente y como exasperada, cuando pasa por encima de las cabezas; la amplia vibración, como una nota grave, cuando estalla cerca y lo hace temblar todo en los alrededores.

Son auténticos obuses, verdaderos misiles. Hay que llamar por su nombre a esta guerra buscada, desencadenada y proseguida por esos presuntos resistentes de Hizbulá. Para que adquiera toda su dimensión fanática y, una vez más, gratuita. Porque la semántica, en Oriente Próximo, es más que nunca un asunto moral.

Los israelíes no son unos santos. Y, evidentemente, son capaces, en situación de guerra, de operaciones, manipulaciones y negaciones maquiavélicas. Y sin embargo, hay un signo que indica que esta guerra no la quisieron y que les cayó encima como una mala pasada del destino. Y ese signo es la elección, para el cargo de Ministro de Defensa, del antiguo militante de Paz Ahora, partidario desde siempre de la causa de la partición de la tierra con los palestinos, jefe de la central sindical Histadrouth y mucho mejor preparado, en principio, para hacer huelgas que para hacer la guerra: Amir Peretz.

«No he dormido en toda la noche -comenta, muy pálido, con los ojos enrojecidos, en la pequeña oficina donde me recibe a mí y al editorialista de Haaretz, Daniel Ben Simon, y que no se encuentra en el Ministerio, si no en la sede del Partido Laborista-.No dormí, porque pasé la noche escuchando las noticias de una unidad de nuestros chavales que cayeron, ayer al mediodía, en una emboscada en el sector libanés».

Al rato, un joven ayudante de campo, con aspecto, también él, de militante sindical, le tendió y, después recogió, un teléfono de campaña, a través del cual recibió, sin decir una palabra, con los ojos cerrados y su gran bigote temblando de emoción mal contenida, las noticias que estaba esperando ansioso. «Por favor, no lo difundan todavía, porque las familias todavía no se han enterado, pero tres de ellos están muertos y no tenemos noticias del cuarto. Es horrible».

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La esposa de Levy, Arielle Dombasle, habla un simpático castellano con acento mejicano......
Anónimo ha dicho que…
Los orígenes judíos del autor presumiblemente hayan tenido que ver con el enfoque que si no es del todo novedoso, sirve en cierto modo de contrapeso ante el aluvión de críticas que ha suscitado la actuación israelí en el conflicto del Líbano. La mayor parte de ellas injustificadas, porque Hizbulá y sus acólitos, como prolongación de Irán y Siria, niegan la existencia del Estado Israel. ¿Acaso la paz, ansiada y anhelada hasta en el más rincón sórdido del mundo, tiene como tributo la desaparición de Israel? Es esa la paz que reivindica el PSOE. Todos lamentamos las víctimas civiles, a los pies de la arbitrariedad a causa de un conflicto no deseado. Pero mientras persistan las causas, que se dejen de monsergas, y exijan de una vez a toda esa patulea del fanatismo, el reconocimiento del Estado judío.

En lo que concierne al artículo, Levy juzga la ideología de Hizbulá con la pluma acerada propia de su estilo y desde la perspectiva que le ha ido proporcionando su trayectoria, vindicativa en todo momento y en cualquier circunstancia. Este grupo religioso, de indudables inclinaciones nacionalsocialistas, desvestido de su turbante y rasurada su barba, bien podía interpretar un papel análogo al de los skinheads europeos. Su capacidad de acción es en cambio mucho mayor. A título ilustrativo, decir que junto a la lectura siempre recomendada del Corán, aparece entre sus libros de cabecera, el Mein Kampf ( Mi lucha) de Adolf Hitler. Esta es la paradoja tan evidente en la que vive sumida la izquierda, que apoya en Oriente Próximo a un grupo extremista, el cual a su vez defiende una ideología contra la que se batieron en el fenecido siglo XX. Si por lo menos lograra despertar alguna conciencia el artículo, en esta parodia de lo absurdo.

Bravo, Levy!!!!

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