«Cuida a mis amigos del PNV»
21-01-07
CRISIS ANTITERRORISTA / El futuro político
«Cuida a mis amigos del PNV»
Los elogios de Zapatero a la formación nacionalista y a Imaz apuntan a pactos poselectorales PSE-PNV en el País Vasco
CAYETANO GONZALEZ
CRISIS ANTITERRORISTA / El futuro político
«Cuida a mis amigos del PNV»
Los elogios de Zapatero a la formación nacionalista y a Imaz apuntan a pactos poselectorales PSE-PNV en el País Vasco
CAYETANO GONZALEZ
MADRID.- Cuando el presidente del Gobierno, durante su primera intervención en el Pleno extraordinario sobre política antiterrorista celebrado el lunes en el Congreso, resaltó «el impecable compromiso democrático del PNV con la paz y la libertad de todos, insisto, de todos los españoles», algunos vimos en esas palabras algo más que un puro agradecimiento al papel secundario que, efectivamente, el partido presidido por Josu Jon Imaz decidió jugar en los meses que ha durado el «alto el fuego permanente» de ETA.
Pero cuando en el turno de réplica a la intervención del portavoz nacionalista, Josu Erkoreka, Zapatero elevó casi hasta el infinito ese elogio al PNV diciendo que su comportamiento durante el «proceso», «quedará en la memoria de muchos ciudadanos de este país, quedará en la memoria del Partido Socialista cuál ha sido su comportamiento en este difícil esfuerzo que el Gobierno que presido ha intentado llevar adelante».
(.../...)
Añadió que «muchos ciudadanos tendrían el deseo de dar las gracias personalmente a Josu Jon Imaz por su actitud y valentía; como hay muchos ciudadanos que lo quisieran hacer, quiero dárselas hoy aquí». Entonces algunos pensamos que el presidente, por un lado, se introducía en el túnel del tiempo y regresaba al pasado de la política vasca, a aquellos tiempos en los que se consideraba al PNV como pieza absolutamente imprescindible para la solución de lo que los propios nacionalistas vascos llaman el «conflicto», y por otro, que Zapatero estaba haciendo más que un guiño al de por Imaz, pensando quizás en los pactos que habrá que hacer para gobernar los ayuntamientos y las diputaciones forales tras las elecciones de mayo, amén de las autonómicas que en principio tendrían lugar dentro de dos años.
Formas y modos
Es indiscutible que las formas y las maneras de Imaz son mucho más refinadas y agradables que el tono abrupto y crispado habitualmente empleado por el anterior presidente del PNV, Xabier Arzalluz, que parecía que cada vez que hablaba echaba una bronca a su interlocutor. Pero se engañaría Zapatero si pensara que Imaz no defiende ni defenderá los postulados fundamentales de su partido, entre los que se encuentra la independencia y el derecho de autodeterminación.
Convendría recordar que Imaz era el portavoz del Gobierno vasco cuando el PNV firmó con ETA el Pacto de Estella, un pacto que excluía al PP y al PSE de las instituciones vascas. También convendría recordar que ya era presidente de su partido cuando en diciembre de 2004 se aprobó en Vitoria el Plan Ibarretxe, que posteriormente fue rechazado por el Congreso.
Ese enamoramiento del PNV no ha sido sólo un pecado de juventud de Zapatero. De distinta manera también le pasó a Aznar con Arzalluz, sobre todo antes de llegar a la Presidencia del Gobierno, aunque luego esa relación se deterioró enormemente, fundamentalmente con motivo de la tregua de ETA de 1998. Incluso Felipe González, cuando ya habían pasado cinco años desde que había dejado La Moncloa, en un mitin en Baracaldo de apoyo a Nicolás Redondo Terreros, candidato del PSE a lehendakari en las autonómicas de mayo de 2001, dijo lo siguiente: «Nicolás, no te equivoques, cuida a mis amigos del PNV», algo que dejó literalmente helado al destinatario principal de la frase, ya que su apuesta estratégica en esas elecciones era construir, junto al PP, una alternativa constitucionalista al PNV.
Durante los meses que ha durado el mal llamado proceso de paz, se ha especulado mucho sobre los pactos poselectorales que tenía previsto Zapatero para el País Vasco en el supuesto de que el proceso hubiera salido bien, lo que llevaba aparejado que Batasuna se hubiera convertido en una formación legal. La mayoría de los análisis se inclinaban por pensar que intentaría repetir el modelo de «tripartito» de Cataluña, con un Gobierno vasco formado por el PSE, Batasuna e Izquierda Unida. El propio secretario general de los socialistas vascos, Patxi López, no descartaba hace unos meses, en unas declaraciones publicadas en Gara llegar a acuerdos y a gobernar en un futuro con Batasuna. Esa posibilidad, a día de hoy, tras el atentado de ETA en Barajas y con una Batasuna ilegalizada se presenta como imposible, y teniendo en cuenta que los puentes y los lazos entre populares y socialistas en el País Vasco están absolutamente rotos, la única alternativa que el PSE tiene de pactar para estar en el poder es con el PNV, algo que ya hicieron a lo largo de 11 años (1987-1998) en Vitoria.
En septiembre de 1986 se consumó la escisión interna del PNV y el nacimiento de un nuevo partido, Eusko Alkartasuna, liderado por Garaikoetxea, lo que obligó al lehendakari Ardanza a disolver el Parlamento vasco y convocar elecciones autonómicas. Éstas se celebraron en noviembre de ese año, resultando ganador el PSE, que consiguió 19 escaños por 17 del PNV, 13 EA, 13 HB, 9 EE, 2 AP y 2 el CDS. Le correspondía, por tanto, formar gobierno al candidato del PSE, Txiki Benegas, que sin mucho entusiasmo entabló negociaciones con EA y con EE para formar un gobierno que se conoció con el nombre del «tripartito de la Seguridad Social», debido a la reivindicación, puesta por Garaikoetxea para llegar a ese pacto, de que se realizara la transferencia de la caja única de la Seguridad Social. Aquella negociación fracasó y entonces Benegas -según cuenta él-, por indicación expresa de Felipe González, le ofreció al PNV formar un gobierno de coalición en el que los socialistas renunciaron, teniendo más escaños que el PNV, a la Lehendakaritza, que recayó en Ardanza, mientras que el socialista Jáuregui fue nombrado vicelehendakari.
Once años duró esa coalición de gobierno en la que el PNV, además de la Presidencia del Ejecutivo, se reservó las áreas de más peso político -Hacienda, Interior, Cultura, Política Lingüística, Televisión y Radio Pública Vasca (EITB)- mientras que los socialistas pilotaron las consejerías de carácter económico y social -Vivienda, Trabajo, Industria, Turismo y Educación-, cartera que fue ocupada, primero por José Ramón Recalde y luego por Fernando Buesa, contra los que ETA atentó años después. Recalde consiguió salir vivo, aunque con secuelas del atentado, mientras que Buesa fue asesinado junto a su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza, en febrero de 2000 en Vitoria.
Aunque algunos socialistas, caso de Ramón Jáuregui, defiendan que el formar parte de aquellos gobiernos fue un ejercicio de responsabilidad por parte del PSE y que sirvió para que la ciudadanía pudiese ver que era posible la gobernabilidad entre nacionalistas y no nacionalistas, no es menos cierto que el PNV succiona de tal forma a quien tiene a su lado, que las señas de identidad de los socialistas vascos se fueron desdibujando a lo largo de aquellos dos lustros largos. Incluso, desde el punto de vista del respaldo electoral, los números no pudieron ser peores para el PSE. En 1987, cuando entró en el Gobierno vasco, tenía 19 diputados en el Parlamento vasco; cuando salió, 11 años más tarde, esa cifra había descendido a 12. Por el contrario, el PNV comenzó esa experiencia de coalición con 17 escaños y la terminó con 22.
Además, los socialistas tuvieron que aguantar situaciones muy delicadas, como cuando en febrero de 1990, el Parlamento vasco aprobó, a propuesta del PNV, una proposición no de ley en la que se reconocía el derecho de autodeterminación, o cuando el entonces presidente del PNV, Xabier Arzalluz, dijo, al hilo de los escándalos de corrupción que salpicaron los últimos años de los Gobiernos de Felipe González, que «hemos tenido que taparnos los ojos, los oídos y hasta la nariz para gobernar con estos».
Otro camino
Los gobiernos entre nacionalistas y socialistas terminaron en junio de 1998, cuando el entonces secretario general del PSE, Nicolás Redondo, consideró que la negativa del PNV a que figurase en el Reglamento del Parlamento vasco la obligación de que todos los diputados acatasen la Constitución era un claro síntoma de que ese partido había decidido iniciar otro camino.
Así sucedió, porque lo que pasó a continuación ya forma parte de nuestra reciente historia: tras el asesinato de Miguel Angel Blanco en julio de 1997, el PNV se fue a pactar con ETA en Estella, entre otras lindezas, la exclusión de los partidos «españolistas» (PP y PSOE) de las Instituciones vascas. El PNV abandonó la vía del autonomismo por la que, con más o menos entusiasmo, había caminado desde la transición democrática y tomó la de la autodeterminación.
El PSE trabajó por ser alternativa al nacionalismo y para eso no tuvo ningún empacho en buscar el entendimiento con el PP, entonces en el Gobierno de España. En las elecciones autonómicas de mayo de 2001, sólo 24.000 votos separaron a Mayor Oreja y a Redondo Terreros de lograr algo que sin duda hubiese merecido el calificativo de histórico: conseguir por primera vez que un no nacionalista fuera lehendakari. Al no lograrlo, la dirección del PSOE -Zapatero ya era secretario general-, con la inestimable ayuda del Grupo Prisa, organizó una auténtica campaña de acoso y derribo a Nicolás Redondo, que se vio obligado a dimitir. Un Congreso extraordinario eligió a Patxi López.
Desde aquel momento quedó muy claro que los socialistas vascos renunciaban a ser alternativa al PNV, como se puso en evidencia con los resultados de las elecciones autonómicas de abril de 2005: la coalición PNV-EA logró 29 parlamentarios, por 18 del PSE. Si el plan de Zapatero es seguir pactando con el nacionalismo vasco, tiene que saber que el papel de los socialistas vascos quedará reducido al de ser meros segundones, porque en esa estrategia, el PNV siempre gana. El partido fundado por Sabino Arana sabe mejor que nadie situarse en la centralidad de la política vasca y convertirse en imprescindible. Si además, desde fuera se les reconoce ese papel, como de forma desmesurada ha hecho Zapatero, entonces su cotización sube hasta en la Bolsa de Bilbao.
Pero cuando en el turno de réplica a la intervención del portavoz nacionalista, Josu Erkoreka, Zapatero elevó casi hasta el infinito ese elogio al PNV diciendo que su comportamiento durante el «proceso», «quedará en la memoria de muchos ciudadanos de este país, quedará en la memoria del Partido Socialista cuál ha sido su comportamiento en este difícil esfuerzo que el Gobierno que presido ha intentado llevar adelante».
(.../...)
Añadió que «muchos ciudadanos tendrían el deseo de dar las gracias personalmente a Josu Jon Imaz por su actitud y valentía; como hay muchos ciudadanos que lo quisieran hacer, quiero dárselas hoy aquí». Entonces algunos pensamos que el presidente, por un lado, se introducía en el túnel del tiempo y regresaba al pasado de la política vasca, a aquellos tiempos en los que se consideraba al PNV como pieza absolutamente imprescindible para la solución de lo que los propios nacionalistas vascos llaman el «conflicto», y por otro, que Zapatero estaba haciendo más que un guiño al de por Imaz, pensando quizás en los pactos que habrá que hacer para gobernar los ayuntamientos y las diputaciones forales tras las elecciones de mayo, amén de las autonómicas que en principio tendrían lugar dentro de dos años.
Formas y modos
Es indiscutible que las formas y las maneras de Imaz son mucho más refinadas y agradables que el tono abrupto y crispado habitualmente empleado por el anterior presidente del PNV, Xabier Arzalluz, que parecía que cada vez que hablaba echaba una bronca a su interlocutor. Pero se engañaría Zapatero si pensara que Imaz no defiende ni defenderá los postulados fundamentales de su partido, entre los que se encuentra la independencia y el derecho de autodeterminación.
Convendría recordar que Imaz era el portavoz del Gobierno vasco cuando el PNV firmó con ETA el Pacto de Estella, un pacto que excluía al PP y al PSE de las instituciones vascas. También convendría recordar que ya era presidente de su partido cuando en diciembre de 2004 se aprobó en Vitoria el Plan Ibarretxe, que posteriormente fue rechazado por el Congreso.
Ese enamoramiento del PNV no ha sido sólo un pecado de juventud de Zapatero. De distinta manera también le pasó a Aznar con Arzalluz, sobre todo antes de llegar a la Presidencia del Gobierno, aunque luego esa relación se deterioró enormemente, fundamentalmente con motivo de la tregua de ETA de 1998. Incluso Felipe González, cuando ya habían pasado cinco años desde que había dejado La Moncloa, en un mitin en Baracaldo de apoyo a Nicolás Redondo Terreros, candidato del PSE a lehendakari en las autonómicas de mayo de 2001, dijo lo siguiente: «Nicolás, no te equivoques, cuida a mis amigos del PNV», algo que dejó literalmente helado al destinatario principal de la frase, ya que su apuesta estratégica en esas elecciones era construir, junto al PP, una alternativa constitucionalista al PNV.
Durante los meses que ha durado el mal llamado proceso de paz, se ha especulado mucho sobre los pactos poselectorales que tenía previsto Zapatero para el País Vasco en el supuesto de que el proceso hubiera salido bien, lo que llevaba aparejado que Batasuna se hubiera convertido en una formación legal. La mayoría de los análisis se inclinaban por pensar que intentaría repetir el modelo de «tripartito» de Cataluña, con un Gobierno vasco formado por el PSE, Batasuna e Izquierda Unida. El propio secretario general de los socialistas vascos, Patxi López, no descartaba hace unos meses, en unas declaraciones publicadas en Gara llegar a acuerdos y a gobernar en un futuro con Batasuna. Esa posibilidad, a día de hoy, tras el atentado de ETA en Barajas y con una Batasuna ilegalizada se presenta como imposible, y teniendo en cuenta que los puentes y los lazos entre populares y socialistas en el País Vasco están absolutamente rotos, la única alternativa que el PSE tiene de pactar para estar en el poder es con el PNV, algo que ya hicieron a lo largo de 11 años (1987-1998) en Vitoria.
En septiembre de 1986 se consumó la escisión interna del PNV y el nacimiento de un nuevo partido, Eusko Alkartasuna, liderado por Garaikoetxea, lo que obligó al lehendakari Ardanza a disolver el Parlamento vasco y convocar elecciones autonómicas. Éstas se celebraron en noviembre de ese año, resultando ganador el PSE, que consiguió 19 escaños por 17 del PNV, 13 EA, 13 HB, 9 EE, 2 AP y 2 el CDS. Le correspondía, por tanto, formar gobierno al candidato del PSE, Txiki Benegas, que sin mucho entusiasmo entabló negociaciones con EA y con EE para formar un gobierno que se conoció con el nombre del «tripartito de la Seguridad Social», debido a la reivindicación, puesta por Garaikoetxea para llegar a ese pacto, de que se realizara la transferencia de la caja única de la Seguridad Social. Aquella negociación fracasó y entonces Benegas -según cuenta él-, por indicación expresa de Felipe González, le ofreció al PNV formar un gobierno de coalición en el que los socialistas renunciaron, teniendo más escaños que el PNV, a la Lehendakaritza, que recayó en Ardanza, mientras que el socialista Jáuregui fue nombrado vicelehendakari.
Once años duró esa coalición de gobierno en la que el PNV, además de la Presidencia del Ejecutivo, se reservó las áreas de más peso político -Hacienda, Interior, Cultura, Política Lingüística, Televisión y Radio Pública Vasca (EITB)- mientras que los socialistas pilotaron las consejerías de carácter económico y social -Vivienda, Trabajo, Industria, Turismo y Educación-, cartera que fue ocupada, primero por José Ramón Recalde y luego por Fernando Buesa, contra los que ETA atentó años después. Recalde consiguió salir vivo, aunque con secuelas del atentado, mientras que Buesa fue asesinado junto a su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza, en febrero de 2000 en Vitoria.
Aunque algunos socialistas, caso de Ramón Jáuregui, defiendan que el formar parte de aquellos gobiernos fue un ejercicio de responsabilidad por parte del PSE y que sirvió para que la ciudadanía pudiese ver que era posible la gobernabilidad entre nacionalistas y no nacionalistas, no es menos cierto que el PNV succiona de tal forma a quien tiene a su lado, que las señas de identidad de los socialistas vascos se fueron desdibujando a lo largo de aquellos dos lustros largos. Incluso, desde el punto de vista del respaldo electoral, los números no pudieron ser peores para el PSE. En 1987, cuando entró en el Gobierno vasco, tenía 19 diputados en el Parlamento vasco; cuando salió, 11 años más tarde, esa cifra había descendido a 12. Por el contrario, el PNV comenzó esa experiencia de coalición con 17 escaños y la terminó con 22.
Además, los socialistas tuvieron que aguantar situaciones muy delicadas, como cuando en febrero de 1990, el Parlamento vasco aprobó, a propuesta del PNV, una proposición no de ley en la que se reconocía el derecho de autodeterminación, o cuando el entonces presidente del PNV, Xabier Arzalluz, dijo, al hilo de los escándalos de corrupción que salpicaron los últimos años de los Gobiernos de Felipe González, que «hemos tenido que taparnos los ojos, los oídos y hasta la nariz para gobernar con estos».
Otro camino
Los gobiernos entre nacionalistas y socialistas terminaron en junio de 1998, cuando el entonces secretario general del PSE, Nicolás Redondo, consideró que la negativa del PNV a que figurase en el Reglamento del Parlamento vasco la obligación de que todos los diputados acatasen la Constitución era un claro síntoma de que ese partido había decidido iniciar otro camino.
Así sucedió, porque lo que pasó a continuación ya forma parte de nuestra reciente historia: tras el asesinato de Miguel Angel Blanco en julio de 1997, el PNV se fue a pactar con ETA en Estella, entre otras lindezas, la exclusión de los partidos «españolistas» (PP y PSOE) de las Instituciones vascas. El PNV abandonó la vía del autonomismo por la que, con más o menos entusiasmo, había caminado desde la transición democrática y tomó la de la autodeterminación.
El PSE trabajó por ser alternativa al nacionalismo y para eso no tuvo ningún empacho en buscar el entendimiento con el PP, entonces en el Gobierno de España. En las elecciones autonómicas de mayo de 2001, sólo 24.000 votos separaron a Mayor Oreja y a Redondo Terreros de lograr algo que sin duda hubiese merecido el calificativo de histórico: conseguir por primera vez que un no nacionalista fuera lehendakari. Al no lograrlo, la dirección del PSOE -Zapatero ya era secretario general-, con la inestimable ayuda del Grupo Prisa, organizó una auténtica campaña de acoso y derribo a Nicolás Redondo, que se vio obligado a dimitir. Un Congreso extraordinario eligió a Patxi López.
Desde aquel momento quedó muy claro que los socialistas vascos renunciaban a ser alternativa al PNV, como se puso en evidencia con los resultados de las elecciones autonómicas de abril de 2005: la coalición PNV-EA logró 29 parlamentarios, por 18 del PSE. Si el plan de Zapatero es seguir pactando con el nacionalismo vasco, tiene que saber que el papel de los socialistas vascos quedará reducido al de ser meros segundones, porque en esa estrategia, el PNV siempre gana. El partido fundado por Sabino Arana sabe mejor que nadie situarse en la centralidad de la política vasca y convertirse en imprescindible. Si además, desde fuera se les reconoce ese papel, como de forma desmesurada ha hecho Zapatero, entonces su cotización sube hasta en la Bolsa de Bilbao.
Comentarios