El 'no' de los etarras

24-04-07



A SANGRE FRIA

El 'no' de los etarras


DAVID GISTAU

Había expectación con los etarras. No tanto por lo que fueran a decir, sino por cómo podrían llegar a comportarse. Como genuinos terroristas de cómic de los que patean cristales y simulan pistolas con los dedos, ¡pum, pum!, harto más metidos en el orgullo reivindicativo del malevo que estos islamistas del 11-M que intentan pasar por piadosos obreros de la construcción, o por vendedores de pollos, o como mucho por humildes mercachifles del hachís apostados junto a una boca de metro.
(.../...)

Encima venía Henri Parot, un serial-killer incrustado en nuestro acervo íntimo del dolor, por lo que la expectación rozaba el morbo ante la posibilidad de que, por primera vez, en el juicio irrumpiera un personaje más terrible que cutre, el que nos vienen negando tanto El Egipcio y sus chunguitos como el desfile de policías cañís e incompetentes metidos a brazo tonto de la ley.

Luego resultaría que los etarras traían interiorizado que ésta no es su película y que ni siquiera interesaba usurpar protagonismo. Pero antes, era convocarlos por turno Javier Gómez Bermúdez, y la sala entera observaba la puerta de los testigos igual que el público de Las Ventas mira la de toriles cuando ya está abierta y en el ambiente todo es inminencia del bicho.

Muy ingenuo habría sido esperar que nada de lo dicho por los etarras diera un vuelco al juicio. Y más cuando en dos meses de sesiones ningún indicio ha implicado a la banda ni ha surgido ninguna certeza que pudiera ponerlos en aprietos durante su declaración.

Lo único cierto respecto a ETA es que ese atentado del 11-M que batió sus marcas de infamia, al final le permitió obtener más rentabilidad política y más publicidad que los propios. Por lo demás, los tres etarras que comparecieron ayer venían inducidos a la negación de todo. «No sé». «No tengo nada que ver con los islamistas». «No le conozco». «Yo no tendría ni que estar aquí». Y tampoco disponía ninguna acusación ni defensa de argumentos ni pruebas solventes para sacarlos del enroque. De ahí que tan sólo dieran juego para 15 minutos antes de que desaparecieran como se corta un fotograma que pertenece a otra película.

Irkus Badillo se parapetó en la discreción y el lenguaje lacónico para pasar el trago cuanto antes: tenía la misma pinta de desgraciado captado en un bar que los amokachis asturianos a los que intimidaba y manipulaba Trashorras. Henri Parot se permitió alguna sonrisa burlona para subrayar cuán absurdo le parecía lo que le preguntaban, e incluso se desvinculó de la cúpula etarra -«yo estoy preso»- para no entrar en disquisiciones estratégicas que pudieran aunar ambos terrorismos en un interés común. Por supuesto, negó conocer y haber pasado la fórmula de la cloratita a Abdelkrim Bensmail, el preso islamista en cuya celda fue encontrada una anotación con el nombre de Henri Parot. Más chulesco e histriónico estuvo Gorka Vidal, el jefe del comando que traía a Madrid la caravana de la muerte mientras desde Asturias circulaba la de El Chino, que elevó la táctica de la negación a un tono cínico lleno de desplantes. Tanto fue así, que la presidencia le dio dos avisos como ocurre en Las Ventas cuando defrauda lo que salió de toriles.

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