Un ataque de nervios

21-03-07



A SANGRE FRIA

Un ataque de nervios


David Gistau

La tan elogiada templanza del presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, no sólo le está sirviendo para pilotar el juicio como quien domina un león subido a un taburete. A la firmeza pausada agrega unas dosis enormes de sensibilidad que ayer impidieron que los nombres de algunos fallecidos en el atentado aparecieran en un documento exhibido para la sala y que constituye un dique para que jamás desborden las tensiones latentes en el ambiente. Las propias del suceso atroz que aquí se juzga, y de la cercanía de los asesinos y de aquellos a los que destrozaron la vida.

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Pero también las que emanan de un desgarro entre las propias víctimas, polarizadas por las diferentes concepciones de justicia y verdad, cuya satisfacción han encomendado al proceso.

Gómez Bermúdez permanece aislado tanto de la presión externa como de cualquier contaminación política, y avala así que la ley y sus garantías serán el único rasero. Por el contrario, la fiscal Olga Sánchez, que se niega a contestar las preguntas de los periodistas de EL MUNDO y les compadece por tener que trabajar «para ese periódico», ha sucumbido a la presión de un modo que le impide guardar las distancias asépticas y que incluso la anima a igualar sus tribulaciones propias del cargo que desempeña con el dolor de los que sufrieron el atentado. En vez de enfriar las tensiones con la autoridad desapasionada que se le supone a la toga, y con cierta comprensión obligada a los que las pasan putas cada día dentro de esa sala, Sánchez las agrava con episodios como el que protagonizó ayer.

En la antesala, después del receso y delante de decenas de personas, abordó a una víctima cuyas declaraciones en un programa de televisión no le habían gustado y con el dedo índice bien enhiesto le señaló dónde estaba la única verdad reglamentaria y admisible. Remató el exabrupto con un «Tú eres de la AVT, ¿verdad?», como para confirmar que no estaba ante una de las víctimas ungidas por el favoritismo oficial y por esas tendencias mediáticas de una u otra naturaleza ante las que la fiscal del juicio más importante de la Historia española no ha sabido aislarse ni mantener la compostura y la concentración en su cometido.

La salida de tono de la fiscal Olga Sánchez coincide con estas jornadas en que la mochila de Vallecas y la furgoneta Kangoo han favorecido el choque de teorías extendido a las crónicas periodísticas e incluso al lenguaje corporal de los abogados, que hacen muecas de burla o de hastío cuando interviene un letrado de los que buscan una verdad distinta de la propia. Y mientras los que están a este lado del cristal blindado se encuentran cada día más enfrentados por un conflicto larvado, los que ocupan el interior del habitáculo se aburren y casi son olvidados, como si este asunto ya no les concerniera a ellos.

El relato del trasiego de la mochila fue confuso y caótico. Lo protagonizaron policías de barrio y otros en prácticas que hubieron de iniciarse en su oficio nada menos que con el atentado del 11 de marzo y que hicieron cabotaje por todo Madrid, desde la comisaría de Villa de Vallecas hasta la de Puente de Vallecas pasando por el pabellón 6 de Ifema, con los enseres encontrados en la estación de El Pozo. La imposibilidad de determinar nada concluyente obliga a temer que siempre permanecerá entre nosotros esa sombra de la sospecha que nos corroe y desune, y que desquicia a los custodios de la versión oficial aunque lleven toga.


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