«Me usaron entre el 11 y el 14-M para probar que el atentado era islamista»

03-07-07



JAMAL ZOUGAM EN SU ALEGATO FINAL

«Me usaron entre el 11 y el 14-M para probar que el atentado era islamista»


Fouad Morabit equipara la actitud de las acusaciones con el síndrome de Diógenes:

«Sus tesoros incriminatorios han resultado ser nada»


MANUEL MARRACO

MADRID.- Jamal Zougam añadió ayer a su declaración de inocencia una explicación: «Me han utilizado entre el 11 y el 14 de marzo para acusar de que fueron islamistas. Yo no sé si fueron islamistas o no, pero yo no fui».

Sus palabras fueron las primeras del turno de última palabra que el tribunal ofreció a los 28 acusados por la masacre. Comenzó a media tarde y concluyó pasadas las 22.30 horas con la intervención de Bermúdez: «Gracias a todos por su comprensión y colaboración. Queda visto para sentencia».

Cuatro meses y medio y 310 horas de vista después, se acabó. La última sesión nos retrotrajo a los momentos posteriores a la matanza, con el repaso que hizo de las investigaciones de aquellos días el letrado de Jamal Zougam, y la queja de éste de haber sido utilizado para que el 14-M se diese un determinado resultado.

No todos aprovecharon esa última oportunidad -nueve callaron- pero algunos, como el propio Zougam, se extendieron. El marroquí fue el primero de los procesados en ser detenido, en plena jornada de reflexión. Esa circunstancia, dijo, fue la que le llevó a preguntar por el resultado electoral en cuanto la Policía le trasladó a la Audiencia Nacional. «No me podía quitar de la cabeza que nos habían detenido horas antes de las elecciones. Sabía que si las detenciones habían influido en los resultados, íbamos a tener problemas. Como así ha sido».

Su abogado acababa de intervenir durante varias horas, pero el marroquí dedicó tres cuartos de hora a añadir más argumentos en su favor. Zougam miraba en ocasiones hacia la fiscal Olga Sánchez, que se abanicaba con el mismo garbo con el que él le iba exhibiendo contradicciones de los testigos e irregularidades en las ruedas de reconocimiento.

También apeló a la lógica para buscar su inocencia. Primero, «nadie comete un atentado con las tarjetas que vende su negocio». Segundo, si lo hace y sabe por la prensa que se ha desactivado una de las bombas, huye antes de que rastreen la tarjeta hasta el locutorio. «Me quedé haciendo vida normal».

En la línea expuesta la semana pasada por la defensa de Belhadj, dijo que la Fiscalía lo necesitaba como acusado de peso en un banquillo sin suicidas ni huidos. «Como el otro Jamal ha muerto, pues hay que echárselo a otro», dijo, en referencia a Jamal Ahmidan, El Chino.

Fouad Morabit.

Su discurso volvió a dejar claro que se parece más al preparado intelectual descrito por las defensas que al emigrante con poca formación en el que insiste su abogado.

El marroquí se declaró «indignado» en un tono absolutamente sereno y aseguró que algunas acusaciones sufren «el síndrome de Diógenes». «Sus tesoros incriminatorios tan valiosos han resultado ser nada», dijo.

«Precisamente porque no hay nada concretamente contra mí, porque no puede haber nada, apelo a la lógica y a la justicia».

El acusado se extendió a aspectos concretos de la investigación. Así, hizo referencia a las «muchas fantasías» creadas en torno al local de Virgen del Coro en el que vivieron varios de los acusados y donde supuestamente se mantenían reuniones preparatorias para la yihad. «Estaba vigilado como mínimo un año antes de los atentados, y en ningún informe consta la palabra reunión».

Antonio Toro.

El único acusado de la trama asturiana que aprovechó su oportunidad fue breve y preciso. Dio tres apuntes. Nunca ha entregado ninguna muestra de explosivo ni ningún detonador. Segundo, que un coche que supuestamente empleó consta que estaba desguazado. Tercero, que los datos que aquí se usan para acusarle de tráfico de explosivos ya le valieron una condena a seis años por la operación Pipol, por lo que no pueden volver a usarse.

Hasan Haski.

«Después de tres años, aún no sé qué cargos hay contra mí». Así comenzó el presunto inductor del 11-M su intervención final. «No he estado en Leganés ni conozco a ninguno de los 116 detenidos por el juez. Ninguno de ellos sabe quién es Hasan Haski. En el proceso nunca se ha mencionado mi nombre».

Rafá Zouhier.

«No voy a montar ningún show». Aun así, lo hizo. Con el mismo ímpetu que ha mostrado cada vez que le han dado la palabra, el confidente marroquí aprovechó la última oportunidad para arremeter contra la UCO, la unidad de la Guardia Civil a la que informó de la trama de los explosivos. La Fiscalía reconoce que colaboró, pero asegura que dejó de hacerlo un año antes de los atentados. «En vez de acusarme de no avisar desde marzo de 2003, ¿por qué no acusan a la UCO de no hacer nada desde marzo de 2003?», dijo Zouhier.

El presidente tuvo que interrumpirle varias veces porque se giraba directamente hacia la silla de la fiscal. En ocasiones dirigía su tuteo al propio Gómez Bermúdez. «¿Sabes lo que me dijo Víctor [su controlador]? Te lo juro, eh. Me dijo: 'Lo de Asturias está controlado'», le dijo Zouhier en un efectista susurro.

En el momento de concluir, el confidente pasó a un registro más solemne. «Todo lo que supe de los explosivos se lo comuniqué a la autoridad y eso no me convierte en un terrorista, sino en todo lo contrario».

A la declaración de Zouhier le siguió la de su máximo enemigo en la causa, su compatriota Rachid Aglif. «Sus declaraciones son falsas, falsas, falsas, pero muy falsas», insistió nervioso. «Si hay una sola declaración de Zouhier que sea verdadera, que en vez de 20 años sean 40.000 millones».

También intervino ampliamente Basel Ghalyoun. Pese a ser el más beneficiado por las modificaciones de la fiscal, el sirio no eludió las críticas al Ministerio Público. Sobre todo, por haberle mantenido como autor material con un único y endeble reconocimiento, que no ha resistido el juicio oral. «Debería haberlo contrastado más antes de pedirme 40.000 años», dijo mirando a la fiscal.

Cuando llegó el turno de Abdelilah Fadual Akil, Panchito, el presidente ordenó que bajaran el micrófono a su modesta altura. Él mantuvo la mirada aún más baja y, emocionado, aseguró que no tenía nada que ver con el 11-M. «Todas las mañanas, cuando me levanto en mi celda, me miro al espejo y me pregunto por qué estoy aquí».

Durante su larga intervención, Abdelmajid Bouchar cargó contra las evidencias y aseguró no haber estado nunca en el piso del que se le vio huir. Hamid Ahmidan, primo de Jamal, se centró en ese vínculo familiar. «Si mis primos estuvieran aquí, seguro que yo no estaría en la pecera». Mohamed Larbi ben Sellam lamentó la mala suerte de que no se le hubiera juzgado por lo mismo en otro proceso en el que también estada. «Todos los que procesaron junto a mí están en libertad», dijo.

Otman Gnaoui aseguró que, pese a haber trabajado en la finca de Morata, nunca supo de la «misión secreta» de El Chino, mientras que el libanés Mahmoud Slimane lamentó que le acusen de terrorismo tras haber huido de la guerra.

Mohamed Bouharrat lamentó en voz alta su mala suerte: acabó detenido tras ir a declarar voluntariamente ante Del Olmo. El último en intervenir, Mouhannad Almallah, también tenía una queja. Encorbatado, una vez más, insistió en que fue su vengativa ex mujer la que le envió a prisión.

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