LAS TARJETAS DE LOS MOVILES Y LAS 'PIEDRAS DE PULGARCITO'
05-03-07
EDITORIAL
LAS TARJETAS DE LOS MOVILES Y LAS 'PIEDRAS DE PULGARCITO'
EDITORIAL
LAS TARJETAS DE LOS MOVILES Y LAS 'PIEDRAS DE PULGARCITO'
Por tercer lunes consecutivo, nuestro vicedirector Casimiro García-Abadillo hace hoy revelaciones sustanciales que ponen en jaque la investigación del 11-M recogida en el sumario. Si sus dos anteriores entregas dejaban en evidencia la altísima probabilidad de que lo que estallara en los trenes no fuera Goma 2 ECO y de que la Policía haya manipulado los restos de explosivos intactos para sostener la teoría de la contaminación en la fábrica, esta vez su trabajo de investigación se centra en las tarjetas de los móviles que presuntamente hicieron estallar las mochilas bomba.
De nuevo los datos de la realidad -plasmados en el propio sumario- no cuadran con el relato policial asumido por la Fiscalía y por el juez instructor. Resulta que, según la información atribuida a Amena, siete tarjetas -incluida la de la mochila de Vallecas- fueron activadas en la zona de Morata entre las 16.00 y las 19.00 horas del 10 de marzo, víspera de los atentados. ¿Cómo pudo obtener esos datos la Policía si también se hace constar que sólo se conservan durante tres días, es decir, hasta las horas equivalentes del sábado 13 de marzo?
(.../...)
Desde luego no de manera legal, porque el auto del juez Del Olmo pidiendo la información a la compañía tiene fecha del martes 16. Ya en sí mismo esto puede tener unas implicaciones devastadoras para el ministerio público, pues según la Ley de Enjuiciamiento Criminal toda prueba obtenida sin cobertura legal puede quedar anulada y contaminar cuantos datos se deriven de ella. Pero incluso si aceptamos la hipótesis de que Amena accediera a la irregularidad -probablemente delictiva- de colaborar con la Policía tirando por la calle de enmedio, dadas las especialísimas circunstancias que se vivieron aquellos días, los plazos sólo cuadrarían mediante una inverosímil combinación de eficiencia, celeridad y buena suerte. Téngase en cuenta que la declaración en comisaría de los indios que habían vendido las tarjetas a la tienda de Zougam no se produce hasta las 16.00 horas del propio sábado 13. Pensar que en sólo tres horas se consiguieron los números de las tarjetas, se convenció a Amena de que rastreara ilegalmente la información y se obtuvieran los datos de la estación próxima a Morata al filo mismo de su borrado automático parece bastante poco realista.
Es inevitable, por lo tanto, poner todo esto en combinación con las sospechas en torno a pruebas como la propia mochila de Vallecas, la furgoneta milagrosa o el Skoda Fabia, o con la significativa declaración del mando policial que el jueves aseguró ante el tribunal que desde el primer momento los Tedax mantuvieron -¿con qué base si ni siquiera se había localizado aún a Trashorras?- que la dinamita procedía de Mina Conchita. Todo nos devuelve a la expresiva metáfora de las piedras de Pulgarcito evocada por Fernando Múgica en uno de sus primeros agujeros negros: es como si alguien hubiera dejado, en paralelo al atentado, una serie de pistas preconstituidas para que la autoría quedara de inmediato resuelta.
Unase a ello el nuevo engaño de Sánchez Manzano al juez Del Olmo -¿y van?-, haciéndole creer que el teléfono hallado en la mochila tenía la hora correcta, cuando en realidad habían sido los propios Tedax los que la habían tenido que programar al haber quedado borrada de la memoria del teléfono, y tendremos el mismo panorama tantas veces detectado: la conducta policial osciló aquellos días una y otra vez entre la chapuza y la manipulación delictiva.Determinar qué proporción hubo de lo uno y de lo otro es uno de los retos esenciales que éste u otro tribunal tendrá que afrontar para averiguar toda la verdad del 11-M.
De nuevo los datos de la realidad -plasmados en el propio sumario- no cuadran con el relato policial asumido por la Fiscalía y por el juez instructor. Resulta que, según la información atribuida a Amena, siete tarjetas -incluida la de la mochila de Vallecas- fueron activadas en la zona de Morata entre las 16.00 y las 19.00 horas del 10 de marzo, víspera de los atentados. ¿Cómo pudo obtener esos datos la Policía si también se hace constar que sólo se conservan durante tres días, es decir, hasta las horas equivalentes del sábado 13 de marzo?
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Desde luego no de manera legal, porque el auto del juez Del Olmo pidiendo la información a la compañía tiene fecha del martes 16. Ya en sí mismo esto puede tener unas implicaciones devastadoras para el ministerio público, pues según la Ley de Enjuiciamiento Criminal toda prueba obtenida sin cobertura legal puede quedar anulada y contaminar cuantos datos se deriven de ella. Pero incluso si aceptamos la hipótesis de que Amena accediera a la irregularidad -probablemente delictiva- de colaborar con la Policía tirando por la calle de enmedio, dadas las especialísimas circunstancias que se vivieron aquellos días, los plazos sólo cuadrarían mediante una inverosímil combinación de eficiencia, celeridad y buena suerte. Téngase en cuenta que la declaración en comisaría de los indios que habían vendido las tarjetas a la tienda de Zougam no se produce hasta las 16.00 horas del propio sábado 13. Pensar que en sólo tres horas se consiguieron los números de las tarjetas, se convenció a Amena de que rastreara ilegalmente la información y se obtuvieran los datos de la estación próxima a Morata al filo mismo de su borrado automático parece bastante poco realista.
Es inevitable, por lo tanto, poner todo esto en combinación con las sospechas en torno a pruebas como la propia mochila de Vallecas, la furgoneta milagrosa o el Skoda Fabia, o con la significativa declaración del mando policial que el jueves aseguró ante el tribunal que desde el primer momento los Tedax mantuvieron -¿con qué base si ni siquiera se había localizado aún a Trashorras?- que la dinamita procedía de Mina Conchita. Todo nos devuelve a la expresiva metáfora de las piedras de Pulgarcito evocada por Fernando Múgica en uno de sus primeros agujeros negros: es como si alguien hubiera dejado, en paralelo al atentado, una serie de pistas preconstituidas para que la autoría quedara de inmediato resuelta.
Unase a ello el nuevo engaño de Sánchez Manzano al juez Del Olmo -¿y van?-, haciéndole creer que el teléfono hallado en la mochila tenía la hora correcta, cuando en realidad habían sido los propios Tedax los que la habían tenido que programar al haber quedado borrada de la memoria del teléfono, y tendremos el mismo panorama tantas veces detectado: la conducta policial osciló aquellos días una y otra vez entre la chapuza y la manipulación delictiva.Determinar qué proporción hubo de lo uno y de lo otro es uno de los retos esenciales que éste u otro tribunal tendrá que afrontar para averiguar toda la verdad del 11-M.
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