Editorial CUANDO EL CHANTAJE SE REITERA CON LAS ARMAS SOBRE EL HOMBRO
05-11-06
Editorial
CUANDO EL CHANTAJE SE REITERA CON LAS ARMAS SOBRE EL HOMBRO
Editorial
CUANDO EL CHANTAJE SE REITERA CON LAS ARMAS SOBRE EL HOMBRO
La instantánea que abre hoy nuestra portada no puede llamar a engaño. Los dos encapuchados que aparecen en la primera página del Zutabe donde puede leerse el último comunicado de ETA no han dejado las armas sino que las llevan bien a la vista, aún colgadas al hombro. Por el momento, no encañonan a nadie, pero las muestran con la actitud desafiante de quien quiere dar a entender que en cualquier momento puede volver a apretar el gatillo.
Si esta imagen preside hoy nuestra portada no es sólo por la inmensa carga simbólica que implica sino porque a medida que el proceso discurre -y lo hace a lomos de la negociación política, al contrario de lo prometido por Zapatero-, es más evidente la tutela que sobre él ejerce la insoslayable y continuamente recordada presencia de ese gatillo.
(.../...)
Ningún ciudadano de un país democrático puede aceptar como normal que una banda de asesinos conmine con las armas en la mano a un Gobierno elegido en las urnas a cambiar el marco político de todo el Estado. Como tampoco puede aceptar que al día siguiente una organización ilegal -esta vez en boca de Joseba Permach- amplifique el repugnante mensaje de los terroristas a plena luz del día en un acto público sin que lo impidan la policía o los jueces. O que siguiendo las directrices del texto se arrojen cócteles molotov contra una de las sedes del partido en el Gobierno para hacer aún más explícita si cabe la coacción a sus decisiones. Pues bien, el Gobierno parece aceptar esta suma de disparates como parte del desarrollo lógico de los acontecimientos y asegura en privado que hay indicadores de que la banda ha bajado el tono del enfrentamiento.
Sin embargo, basta una lectura del comunicado para comprobar que el Ejecutivo está en las antípodas de la realidad. Como en agosto, la banda le exige a Zapatero que cumpla sus «compromisos», pero en el plano político el chantaje tiene esta vez un plazo inequívoco: el preacuerdo para la mesa de partidos debe alcanzarse antes de que termine el otoño.
A lo largo del texto, los terroristas insisten en arrinconar al Gobierno advirtiéndole de que no caben «trampas» ni «pseudosoluciones» y le emplazan a negociar la «autodeterminación» bajo el peso de su intolerable chantaje. Ni siquiera aceptan la anuncio de Zapatero en su declaración de junio de que respetaría «las decisiones de los ciudadanos vascos».
En medios nacionalistas y gubernamentales se había asegurado hasta ahora que existía un espacio transitable entre lo que el Gobierno podía ceder y lo que la banda estaba dispuesta a aceptar. Por el contrario, el comunicado demuestra que ETA no está dispuesta a rebajar un ápice sus objetivos pese a la interminable retahíla de cesiones con que ha intentado aplacarla el Gobierno, como atinadamente recordó ayer Mariano Rajoy en Granada.
El Gobierno no debe dar un paso más hasta que ETA abandone su repugnante chantaje, pero incluso así lo esencial del daño estaría ya hecho, pues su pésima estrategia ha convertido a una banda que hace dos años estaba moribunda y arrinconada en gran protagonista de la escena política en España y en Europa.
Si esta imagen preside hoy nuestra portada no es sólo por la inmensa carga simbólica que implica sino porque a medida que el proceso discurre -y lo hace a lomos de la negociación política, al contrario de lo prometido por Zapatero-, es más evidente la tutela que sobre él ejerce la insoslayable y continuamente recordada presencia de ese gatillo.
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Ningún ciudadano de un país democrático puede aceptar como normal que una banda de asesinos conmine con las armas en la mano a un Gobierno elegido en las urnas a cambiar el marco político de todo el Estado. Como tampoco puede aceptar que al día siguiente una organización ilegal -esta vez en boca de Joseba Permach- amplifique el repugnante mensaje de los terroristas a plena luz del día en un acto público sin que lo impidan la policía o los jueces. O que siguiendo las directrices del texto se arrojen cócteles molotov contra una de las sedes del partido en el Gobierno para hacer aún más explícita si cabe la coacción a sus decisiones. Pues bien, el Gobierno parece aceptar esta suma de disparates como parte del desarrollo lógico de los acontecimientos y asegura en privado que hay indicadores de que la banda ha bajado el tono del enfrentamiento.
Sin embargo, basta una lectura del comunicado para comprobar que el Ejecutivo está en las antípodas de la realidad. Como en agosto, la banda le exige a Zapatero que cumpla sus «compromisos», pero en el plano político el chantaje tiene esta vez un plazo inequívoco: el preacuerdo para la mesa de partidos debe alcanzarse antes de que termine el otoño.
A lo largo del texto, los terroristas insisten en arrinconar al Gobierno advirtiéndole de que no caben «trampas» ni «pseudosoluciones» y le emplazan a negociar la «autodeterminación» bajo el peso de su intolerable chantaje. Ni siquiera aceptan la anuncio de Zapatero en su declaración de junio de que respetaría «las decisiones de los ciudadanos vascos».
En medios nacionalistas y gubernamentales se había asegurado hasta ahora que existía un espacio transitable entre lo que el Gobierno podía ceder y lo que la banda estaba dispuesta a aceptar. Por el contrario, el comunicado demuestra que ETA no está dispuesta a rebajar un ápice sus objetivos pese a la interminable retahíla de cesiones con que ha intentado aplacarla el Gobierno, como atinadamente recordó ayer Mariano Rajoy en Granada.
El Gobierno no debe dar un paso más hasta que ETA abandone su repugnante chantaje, pero incluso así lo esencial del daño estaría ya hecho, pues su pésima estrategia ha convertido a una banda que hace dos años estaba moribunda y arrinconada en gran protagonista de la escena política en España y en Europa.
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