Los agujeros negros del 11-M (XXXVI) El testamento fantasma de Kounjaa

12-02-07



JUICIO POR UNA MASACRE / Los agujeros negros del 11-M (XXXVI)

El testamento fantasma de Kounjaa


Apareció en Canillas en la bolsa de Saed el Harrak aunque la Policía Científica de Leganés la revisó y no lo encontró

Por FERNANDO MUGICA

Es uno de los 19 procesados por el 11-M. Sobre Saed el Harrak pesan gravísimos cargos. La prueba más importante en su contra es una carta manuscrita atribuida a Abdenabi Kounjaa y calificada como su testamento. La versión oficial sostiene que fue encontrada en la bolsa con su ropa que dejó en una caseta de la obra en la que trabajaba como encofrador, en Leganés. Ni el dueño de la empresa que entregó la bolsa a la Policía tras registrarla, ni los agentes que la recibieron, ni los expertos de la Policía Científica que la examinaron en la comisaría de Leganés supieron nada de la carta hasta que fue encontrada en la central de la Comisaría Científica de Canillas dos semanas después de que la bolsa con las pertenencias de Saed el Harrak hubiera sido enviada allí. Éste ha comentado a EL MUNDO que prefiere esperar al juicio para que salgan, a la vez, todas las contradicciones de este caso.

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El responsable de una empresa de encofrados llevó voluntariamente una bolsa con ropa de Saed el Harrak a la comisaría de Leganés, después de que se anunciara que éste había sido detenido, en mayo de 2004, como implicado en los atentados del 11-M.

La bolsa la revisó primero él, luego los policías que atendieron su llamada y más tarde los policías de la Científica de la comisaría. Encontraron un CD, 26 cintas magnetofónicas y bastante ropa. En la bolsa no había ninguna carta. Así lo certifican el escrito con la relación de objetos que tuvo que firmar el empresario, el listado confeccionado por la Policía Científica de Leganés y el oficio con una nueva relación que envió el comisario de Leganés junto con los objetos encontrados a la Comisaría Central de la Policía Científica, en Canillas.

Fue precisamente en esta última comisaría donde encontraron, en la bolsa de ropa de Saed el Harrak, un sobre con una carta manuscrita en árabe, atribuida más tarde a Abdenabi Kounjaa -uno de los presuntos suicidas de Leganés- y calificada como su testamento.

Es interesante recordar que precisamente en la Central de Canillas es donde se certificó el hallazgo en el interior de la furgoneta Kangoo, encontrada el 11-M en Alcalá, de numerosas ropas, cintas, detonadores y restos de explosivo, a pesar de que los primeros policías que llegaron hasta este vehículo contaron a EL MUNDO que la furgoneta estaba prácticamente vacía.

La carta manuscrita de Kounjaa en la bolsa de Harrak es la prueba más importante para involucrar a éste en el 11-M. Es uno de los 29 procesados por los atentados.

EN LIBERTAD POR UN ERROR JUDICIAL

La situación de Harrak es bastante peculiar. A pesar de las graves acusaciones que pesan contra él, se encuentra en libertad. La juez Teresa Palacios tuvo que ponerlo en la calle en mayo de 2006, dado que había cumplido dos años en prisión preventiva y que ni el juez Juan del Olmo ni la fiscal Olga Sánchez habían pedido la prórroga de su prisión.

Vive en Parla con su mujer y sus dos hijos en un piso de su propiedad. Se le ha retirado el pasaporte. Tiene obligación de presentarse dos veces al día en la comisaría, no puede salir de la Comunidad de Madrid y está fuertemente vigilado por un amplio dispositivo policial.

Pero vayamos a los detalles de la peripecia de la carta atribuida a Kounjaa, la que primero no estaba y luego sí en la bolsa de ropa de Harrak.

El 6 de mayo de 2004, prácticamente dos meses después de los atentados del 11-M, el marroquí Saed el Harrak, de 32 años, fue detenido. Para él fue un hecho inesperado. No había intentado huir porque no se le pasó por la cabeza que fueran a relacionarlo con la masacre.

Llevaba ya bastantes años en España. Era un simple trabajador por cuenta ajena y se había integrado sin dificultad.

Por supuesto, no había dejado de ser musulmán y acudía asiduamente a la mezquita de Parla, localidad cercana a Madrid donde se había instalado definitivamente. Había llegado a nuestro país en el año 1996. Trabajó en el camping de su suegro, a cuatro kilómetros de Toledo. Después se trasladó a Mocejón, donde vivió aproximadamente un año. No le hacía ascos al trabajo.

Compaginaba las labores en el camping con faenas agrícolas. Ejerció de jardinero en la Veguilla del río Tajo. Fue a finales de 1997 cuando se marchó a buscar fortuna a Parla, donde vivió en varios domicilios, hasta que consiguió comprar un pisito barato en la calle Macarena, su actual residencia.

Por las preguntas que le hizo la Policía en el interrogatorio, comprendió que querían relacionarlo con algunos de los nombres que más habían sonado como autores materiales del 11-M. Le apretaron las clavijas para que dijera por qué su número de teléfono aparecía en el listado de llamadas de varios de ellos. También querían saber por qué encontraron su número de móvil, apuntado en un papel, en el piso de Leganés donde murieron varios de los implicados.

Las respuestas fueron las de un hombre normal. No tenía una coartada elaborada. Se limitó a decir que su número de teléfono siempre había sido el mismo desde hacía cuatro años; que, de vez en cuando, prestaba su móvil a marroquíes que se lo pedían ocasionalmente; que no era un fanático religioso, pero que le gustaba ir un par de veces a la mezquita, en los días en que no trabajaba; que no conocía a ninguno de los presuntos terroristas con los que estaban pretendiendo relacionarle.

Después de ver fotografías, admitió que al que decían que era Abdenabi Kounjaa él lo conocía como Abdallah. Sí, a éste sí que le había prestado el teléfono y es posible que tuviera su número anotado en algún papel.

Los investigadores se dieron cuenta de que no hablaba con ansiedad ni tenía necesidad de llenar los huecos. Cuando le preguntaron si llamó en la tarde del 7 de marzo, a tal o cual persona -dos meses antes del interrogatorio-, se limitó a contestar algo razonable. No tenía ni idea de si esa tarde de hacía 60 días había llamado a alguien o no.

MALTRATO EN COMISARIA

Saed es un hombre serio, corpulento, que ha tenido que luchar mucho para salir adelante. No le intimidaron los gestos poco corteses de los muchachos más duros de la Unidad de Información.

Así que el 10 de mayo de 2004, cuando habló con el juez por primera vez, después de cuatro días de interrogatorios policiales, no tuvo ningún problema en decir con claridad que la Policía le había «golpeado en la mejilla izquierda y el oído», que por eso tenía hinchado el lateral izquierdo del cuello, que le dolía la articulación de la mandíbula y que había recibido también varias patadas en el costado izquierdo y en el estómago. También le habían golpeado «en el pecho con los puños y le habían propinado patadas en las nalgas y las piernas». Pormenorizó que había contado lo de los golpes, en la tarde del día anterior, al médico forense y que, con posterioridad, tras irse el doctor volvieron a pegarle.

El juez le preguntó por qué en su domicilio la Policía se encontró documentación de un vehículo que había pertenecido a la cuñada de Kounjaa. Nuevamente dio una contestación simple y contundente. Después de ver un papel en Parla, con el anuncio de la venta de un coche barato, llamó y se lo compró a una mujer por el equivalente a 120.000 pesetas. Nunca funcionó bien. Lo tuvo ocho meses hasta que sus averías le obligaron a dejarlo aparcado, primero en una calle de Torrejón de Velasco y más tarde -durante un mes- en un garaje de Vargas. Finalmente, pudo venderlo en el mes de abril de 2004.

El vehículo, un Ford Escort 1.6 matrícula M-3384-KT, fue adquirido a finales de 1999 por la cuñada de Abdenabi Kounjaa, Horia Amar Abdeselam, a su anterior propietario, Alfredo del Río Ibáñez. Pero, curiosamente, meses después -el 12 de agosto de 2000-, tras el cambio de titularidad, se denunció el robo de las placas, un robo que tras los atentados seguía vigente.

En resumen, Saed compró un coche y lo usó con las mismas placas cuyo robo había sido denunciado. Ni el terrorista más tonto de la Tierra haría algo parecido a no ser que estuviese ajeno a los hechos.

En el piso de Leganés que quedó destruido en la tarde del 3 abril de 2004 apenas había documentación. Se encontró, sin embargo, el contrato de compraventa de ese vehículo, fechado en abril de 2000, formado por su antiguo propietario, Alfredo del Río, y la cuñada de Kounjaa. Un documento de hacía cuatro años aparecía entre los restos de la explosión de un piso en el que teóricamente un grupo variopinto de terroristas acababa de refugiarse de forma provisional. Es evidente que alguien quiso poner el foco en ese vehículo que llevaría tarde o temprano a Saed el Harrak.

EL PUEBLO DE LA MOCHILA DEL AVE

El nombre de Mocejón, la localidad donde Saed el Harrak había vivido desde 1996, aparecía involucrado en el 11-M. La pregunta del juez era lógica. ¿Por qué apareció precisamente en Mocejón, una localidad que él conocía muy bien, el 2 de abril de 2004, la mochila con explosivos cerca de las vías del AVE? Saed lo ignoraba. Él nunca se había acercado a las vías del AVE cuando vivía en Mocejón. Trabajaba en el tomate y otras faenas agrícolas cerca del río, entre Villamiel y Bargas.

La Guardia Civil, que fue quien investigó el asunto de esa mochila, pidió inútilmente, durante meses, que le enviaran el ADN de Saed el Harrak para poder compararlo con los que ellos habían encontrado.

Ninguno de los minuciosos registros de pisos y vehículos relacionados con Saed el Harrak aportó nada consistente a la investigación. Todo quedó en tráfico de llamadas desde móviles y el uso de un vehículo que, en su día, fue propiedad de un pariente de uno de los terroristas.

El cartucho de fusil, con las siglas W-Wsuper 7mm. Rem Mg, encontrado en su casa, no sirvió de mucho. Se dijo que munición parecida se había hallado en poder de ETA en una investigación sobre la preparación de un atentado contra el Rey.

Los análisis no lo relacionaron con ningún delito anterior, ni con la munición hallada en Morata de Tajuña o Leganés. Ese cartucho nunca había estado en la recámara de un arma, según los peritos.

Mucho más tarde se certificó que una huella hallada en una bolsa de plástico depositada en la guantera de un vehículo presuntamente usado por Jamal Ahmidan era de un dedo de Saed el Harrak. La huella -una vez más- no estaba en el vehículo, sino en una bolsa de plástico dentro del mismo. Pero la acusación estrella contra Saed viene de la colaboración ciudadana.

UN EMPRESARIO ASUSTADO

El Harrak había trabajado como ayudante de encofrador, en varias obras, para la empresa madrileña Encofrados Román. Concretamente, desde el 15 de octubre de 2003 hasta el 5 de mayo de 2004. El día 6 de mayo fue detenido por la Policía. El responsable de la empresa, Félix Román Hidalgo, se asustó cuando se supo, el día 10, que Saed había sido detenido. Se dio cuenta de que en la caseta del vestuario de la obra Polígono las Lagunas, de Leganés, y en una bolsa de deporte, Saed se había dejado objetos personales. Lo revisó junto a otros compañeros y comprobaron que allí había una bolsa de plástico con 26 cintas de casete, algunas con anotaciones en árabe, un CD y ropa: dos cazadoras vaqueras, un pantalón vaquero, un mono de trabajo, una camisa negra, un niqui gris, una camisa de cuadros, una camiseta blanca, una camisa azul y una sudadera gris.

Félix Román llamó a la Policía para advertirles de su hallazgo. Ya en la comisaría de Leganés ratificó su declaración. Se revisaron con él los objetos encontrados en la bolsa y le hicieron firmar una declaración en la que se corroboraba la lista de los objetos encontrados.

EL LISTADO COMPLETO

La bolsa y los objetos fueron entregados al grupo de Policía Científica de Leganés, quien examinó de nuevo lo encontrado e hizo una lista más precisa de lo aportado por el empresario. El comisario de Leganés, José Luis Domínguez Alonso, envió el 11 de mayo de 2004 a la Comisaría General de Policía Científica todos los efectos encontrados con un listado firmado por él en el que se lee: «26 cintas de casete sin su caja, algunas con caracteres árabes. Camisa vaquera marca Levi's de color azul. Cazadora vaquera de color negro con forro interior, de marca Caster. Mono de color gris con rayas blancas en los brazos y con las letras Codesport SA, en la espalda. Pantalón vaquero de color azul, marca Street 7, manchado de barro, y cinturón negro. Camisa de color negro de marca Springfield. Camisa de cuadros azul y amarillo. Polo gris con cuello blanco marca Dihnos. Camiseta de color azul sin marca. Sudadera de color gris sin marca».

Los efectos y la relación llegan a Canillas el 12 de mayo y se consigna con el número de registro 6220. Un mes y medio más tarde se extiende el informe sobre lo recibido en las dependencias de la sección de Actuaciones Especiales de la Comisaría General de la Policía Científica. De nuevo se hace una relación de los objetos entregados por Félix Román en la comisaría de Leganés y, además de los ya citados, se añade una coletilla sorprendente: «Revisados los efectos recibidos, en un bolsillo lateral de la bolsa de deportes se encontró un sobre blanco, de pequeño tamaño, conteniendo en su interior tres cuartillas cuadriculadas, con escritura manuscrita en idioma árabe. Dicho sobre y las cuartillas no figuran en la relación de efectos remitidos por la Comisaría de Leganés. Al ser encontrados en esta Sección de Actuaciones Especiales de la Comisaría General de Policía Científica se da cuenta al Juzgado Central de Instrucción nº 6 con fecha 27 de mayo de 2004».

En Canillas -para algunos la Comisaría de las apariciones del 11-M- se produce un nuevo milagro. Hallan un sobre con lo que luego se daría en llamar «El testamento de Abdenabi Kounjaa», la carta de despedida para su familia antes del suicidio. ¿Cómo pudo llegar a la bolsa de Saed el Harrak? ¿Cómo es posible que una cosa tan importante y que podía involucrarle en el 11-M la mantuviera Saed el Harrak con sus pertenencias a la vista de todos y cuando había pasado un mes largo desde la voladura de Leganés y dos meses desde los atentados? ¿Por qué Saed no había hecho llegar esa carta íntima a la familia de Kounjaa? ¿Por qué una carta manuscrita en árabe está firmada por Kounjaa -como destacó en su día Libertad Digital- en caracteres latinos?

Pero, sobre todo, ¿por qué no la encontraron en la bolsa ni el empresario que halló esas pertenencias, ni los policías que la revisaron cuando se entregó en la comisaría de Leganés, ni los agentes de Policía Científica de la Comisaría de Leganés? ¿Pretenden decirnos que estos policías, acreditados profesionales, sin duda, ni siquiera fueron capaces de revisar lo que contenía una simple bolsa de deporte, dentro de una investigación tan importante como la del 11-M?

Lo más curioso es que los de la Científica de la Central de Canillas, a partir de que añaden la carta de Kounjaa a la lista de las pertenencias de Saed el Harrak, ya lo dan como enviado por Leganés en todos los escritos siguientes. Incluso en la foto pericial de los objetos encontrados que se incluye en el informe 176-IT-04, se ve un cartel en el que se lee en letras de imprenta: «Efectos pertenecientes a Saed el Harrak remitidos por la Comisaría de Leganés». Y en la parte inferior izquierda, en primer plano, se puede ver la carta manuscrita y el sobre.

El pie de foto que acompaña a la imagen, tal como consta en el sumario, no deja lugar a la interpretación: «Ilustración número dos: Positiva fotográfica, en la que se muestran los efectos remitidos por la Comisaría de Policía de Leganés, Madrid, y donde se observa, en la parte inferior de la fotografía, una de las hojas cuadriculadas y el sobre donde se encontraban».

Es falso, ya que en ningún lugar consta que ni el sobre ni la carta fueran remitidos desde Leganés.

CARA A CARA CON SAED

A lo largo de un pasillo oscuro se alinean varias puertas de falsa madera. No hay rótulos ni letras que puedan identificar el domicilio de Saed. Una joven con acento del Este de Europa nos ayuda a encontrarlo. «Si busca usted al moro, creo que es ese portal».

Nos abre la puerta una niña de muy corta edad. Sonríe ante el visitante inesperado sin dar ninguna sensación de temor. Un hermano aún más pequeño sale también al rellano. Al cabo de unos minutos, una joven muy tapada con ropas musulmanas nos dice en un castellano imperfecto que su marido no está en casa pero que nos puede escribir el número de teléfono de su móvil.

Llamamos y la voz grave de Saed el Harrak suena a través del aparato. «Prefiero que no nos veamos en mi casa. Baje usted a la calle y le encontraré».

El asfalto no ha llegado a esta calle de Parla. Los coches apenas pueden circular por un tramo donde los vecinos se afanan por sortear los charcos y el barro. Hay varios policías jóvenes de paisano en las esquinas. Se nota a la legua su condición. Comienzan a hablar por sus móviles para dar cuenta de mi presencia.

Saed el Harrak, un hombre alto y fuerte, se acerca flanqueado por otros dos agentes. Uno de ellos se me acerca para advertirme: «¿Sabe usted con quién va a hablar?». Le digo que Saed es un personaje conocido y se apartan para dejarnos solos.

Saed me lo suelta a bocajarro mientras damos una vuelta a la manzana seguidos por los policías.

«¿Cuánto está dispuesto a pagar EL MUNDO para que yo les cuente cosas?». Le comento la verdad, que yo no he pagado nunca por hacer una entrevista.

Y entonces él pierde todo el interés. Apenas si me permite algo de tiempo para formularle un par de preguntas. «¿Por qué los policías de Leganés no encontraron en su bolsa ninguna carta de Kounjaa y luego apareció en Canillas?».

Está claro que él también debe de saber que nos están grabando porque sonríe antes de decirme: «¿No lo ve usted algo muy raro? Ahora no quiero hablar. No deseo que pueda perjudicarme. Todas estas cosas se verán en el juicio».

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