Un hombre de honor

29-03-07



A SANGRE FRIA

Un hombre de honor


David Gistau

A veces, los principios son como el banderín del Séptimo agarrado al cual murió Custer. O, al menos, así lo entendió ayer Díaz de Mera, quien prefirió respetar los códigos de comportamiento que le permiten caminar en posición vertical antes que quebrantarlos revelando el nombre de una fuente, tal y como le exigía el presidente del tribunal amparándose en el artículo 716 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
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A Díaz de Mera, con su barba de adarga antigua y su memoria del dolor, le puso en la encrucijada una pregunta de la acusación particular referida al supuesto informe encargado por Telesforo Rubio a «un autor y una autora» ajenos a las consignas de la teoría oficial y que habría conectado a ETA con el 11-M. El ex director de la Policía se encontró entonces en una posición descrita en los manuales de ajedrez en la que el jugador saldrá perjudicado de cualquier movimiento que haga. Si entregaba el nombre de ese funcionario «riguroso, fiable y honesto» que le mencionó la existencia del informe, Díaz de Mera se sentiría traidor a las obligaciones de lealtad contraídas por su devoción al Cuerpo. Si no lo hacía, tendría que apechugar con una imputación por «desobediencia grave», cuya primera consecuencia menor fue una multa de 1.000 euros. Consciente de la repercusión del hecho y del atolladero en que la actitud del eurodiputado sumía el proceso, Gómez Bermúdez llegó a rogar, y a conceder recesos para la reflexión, y a encomendarse a los «seres queridos» de Díaz de Mera antes de aplicar las medidas disciplinarias. También debió de pesarle el relato de los acontecimientos vividos por el entonces alto cargo cuando, en primera línea durante el cerco de Leganés, escuchó en un walkie por tres veces el mensaje de «riesgo cero» justo antes de que el abrigo se le manchase entero por la polvareda de la explosión. Todo fue inútil.

Díaz de Mera permaneció atrincherado en una decisión que, si bien corrigió con un ejemplo honorable la sensación de podredumbre moral que siempre sobrevuela el juicio, al mismo tiempo arrojó sospechas sobre la veracidad de ese informe que jamás vio y del que tan sólo le habló alguien que en términos oficiales no existe.

La del informe no fue la única mención a ETA de una jornada en la que se pudo ver a Rachid Aglif sentado fuera del habitáculo, entre los acusados que están en libertad: «Le vi nervioso», dijo Gómez Bermúdez, «y lo saqué un rato para que no armase ningún follón».

Por la mañana, el inspector de la UCIE Antonio Parrilla, quien fue encarcelado por Del Olmo por sus declaraciones a EL MUNDO, contradijo en algunos aspectos lo declarado en la víspera sobre la entrevista con Trashorras en Avilés. Parrilla sí recordó que Trashorras se refirió a la amistad declarada por 'El Chino' con los etarras de la caravana de la muerte detenidos en Cañaveras. También responsabilizó a una orden de la comisaría general llegada desde Madrid de la detención de Trashorras, cuando su compañero de la víspera la atribuyó a una improvisación de los funcionarios, según las declaraciones con las que el minero se incriminó cuando intentaba negociar. Fue impagable el retrato que pergeñó de Carmen Toro como una parodia provincial de las malas a lo Cruella de Ville cuando, sentada sobre las rodillas de su marido, le dijo: «Cariño, cuéntalo todo, pero a mí déjame fuera».

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