Los otros confidentes

27-09-04



CRONICA DE LA SEMANA

Los otros confidentes

CASIMIRO GARCIA-ABADILLO

La policía de Marruecos utiliza un sistema peculiar para controlar la información y los pormenores de la vida privada de sus ciudadanos.Se trata de los mukadim, una especie de funcionarios auxiliares del Ministerio del Interior que operan en cada barrio, en cada aldea, en cada suburbio. Suponen una legión de confidentes oficiales que reciben cada mes una asignación económica equivalente a poco más de 50 euros.
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Los mukadim, una creación genuina de la policía marroquí que no tiene parangón en ningún otro país musulmán, conocen los nombres de los traficantes de hachís, quiénes se dedican a la pequeña delincuencia y también la identidad de los que simpatizan con los movimientos radicales islámicos, que constituyen la mayor amenaza para la estabilidad del sistema. La organización que más preocupa a Rabat es el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), justo el mismo al que el ex ministro del Interior Angel Acebes atribuyó la matanza del 11-M.

El Gobierno de su majestad Mohamed VI está obsesionado con este grupo, que ha adquirido gran relevancia en los últimos años y que se ha convertido en el aglutinador de todos los movimientos terroristas islamistas del norte de Africa, superando en capacidad operativa al GIA argelino. Ese grupo fue el responsable de la masacre de la Casa de España en Casablanca, llevada a cabo en mayo de 2003, el atentado más sangriento que ha sufrido el país vecino en toda su Historia. Es decir, los dos mayores atentados cometidos en España y Marruecos han sido responsabilidad del mismo grupo: el GICM.

Al GICM pertenecía Abdelaziz Benyaich, detenido por la policía española en Algeciras en junio de 2003 en virtud de una orden de detención internacional cursada por Marruecos como sospechoso de haber participado en el atentado de Casablanca. Rabat sospechaba que Jamal Zougam (el dueño del locutorio de Lavapiés y uno de los presuntos autores materiales de los atentados del 11-M) era también miembro del GICM. Zougam visitó en una cárcel de Marruecos en varias ocasiones al hermano de Abdelaziz, de nombre Salaheddim, acusado también de participar en la matanza de Casablanca.

Fundamentalistas como Zougam, Said Berraj o Amer Azizi, eran considerados por la policía marroquí como un auténtico peligro, en mayor grado de lo que lo eran para la policía española.

En agosto de 2001, una comisión rogatoria procedente de Francia llevó a la UCIE (la unidad policial dedicada a investigar el terrorismo islamista) a registrar el domicilio de Zougam, donde se encontró un teléfono de Azizi.

El juez Garzón le cita expresamente en dos sumarios: en uno de ellos le relaciona con Abu Dahdah; y en otro, con el atentado de Casablanca. El líder de la célula de Al Qaeda en España, se refería a él como «Jamal el de Tánger».

Zougam se relacionaba con un círculo ciertamente reducido. Su locutorio (ubicado en la calle de Tribulete, sita en el barrio madrileño de Lavapiés) está a sólo unos metros de la peluquería Paparazzi y del restaurante La Alhambra, donde se reunían islamistas muy cualificados. Mohamed El Egipcio, Azizi, Berraj, Said Chedadi, Jamal Ahmidan El Chino y Serhane El Tunecino, se movían en esa zona como pez en el agua y Zougam era, sin lugar a dudas, uno de los suyos.

Otro de los lugares de reunión de los miembros del comando que cometió los atentados del 11 de Marzo era Villaverde, donde no sólo vivían los hermanos Oulad, sino donde acudían a una recóndita mezquita en la que un emir insuflaba en sus espíritus el odio a los cristianos.

¿Cabe acaso imaginarse que los servicios secretos de Marruecos, tan celosos del control de los partidarios de la Yihad, no hubieran situado sus terminales en estos focos de islamismo radical en los que circulaban conocidos miembros del GICM?

Pero esa no es una labor propia de los mukadim, que, además, no actúan fuera de Marruecos.

El Ministerio del Interior ejerce el control de su comunidad en el extranjero a través de diversas vías. En primer lugar, de las asociaciones conocidas como Amicales Marocaines á l'etranger, que trabajan directamente para los consulados y que tienen como misión agrupar, asesorar y ayudar a los emigrantes. Las Amicales proporcionan a la policía una información muy útil sobre las actividades de sus nacionales.

Sin embargo, la actuación de los servicios secretos se produce al margen de dichas asociaciones y depende fundamentalmente de dos organismos: la Direction Générale de la Surveillance du Territoire (DGST) y la Direction Générale des Études et de la Documentation (DGED). Esta última está dirigida por el general de división Ahmed Harchi. Es, por así decirlo, la inteligencia militar, y cada consulado cuenta con uno o dos de sus agentes. La DGED actúa, según la policía española, con gran profesionalidad y siempre ha colaborado satisfactoriamente con los servicios secretos españoles.

En teoría, la DGST no puede actuar fuera de Marruecos, pero lo hace. Esta organización, una especie de CNI civil, está dirigida por un hombre de confianza de Hamidou Laanigri, el general que está al frente de la policía marroquí.

El grado de conocimiento que los servicios secretos de Marruecos tenían sobre la preparación del atentado del 11-M se ha convertido en un tema tabú tanto en España como en el país vecino. Pero es un asunto en el que trabajan la policía y los servicios secretos españoles, que están convencidos de que la DGST tuvo cierta información del atentado facilitada por alguno de sus agentes infiltrado en la amalgama donde se fraguó la salvaje carnicería de los trenes.

La actitud de la policía marroquí en relación a la investigación del atentado del 11-M provocó diversos roces con altos mandos policiales españoles. Algunos datos fueron directamente ocultados (como la detención en Marruecos de Hicham Ahmidan, primo de El Chino y persona clave en la financiación del atentado); otros no han sido aún facilitados (como la identidad de las dos personas a las que los suicidas de Leganés llamaron antes de hacer estallar la dinamita). Por no hablar de la extraña puesta en libertad de Mohamed Haddad, uno de los sospechosos de participar directamente en la masacre e idenficado por un testigo como una de las personas que manipuló las mochilas en la mañana del 11 de Marzo.

Sólo unos días después del atentado, Laanigri entregó al entonces director de la Policía, Agustín Díaz de Mera, un papel, localizado en el bolsillo de un detenido en Marruecos, en el que figuraba la estación de Alcalá y la hora a la que debían encontrarse allí los terroristas. Tampoco ese detenido ha podido ser interrogado por la policía española.

Algunos agentes que han seguido de cerca la investigación creen que los servicios secretos de Marruecos no sólo tenían infiltrados en el nivel más bajo del círculo donde se fraguó el 11-M, sino que apuntan incluso a terroristas de mayor rango, alguno de los cuales se fugó días antes de la masacre.

Hablar de Marruecos se ha convertido en algo políticamente incorrecto, ya que el Gobierno de Zapatero ha fijado en su agenda exterior la mejora de las relaciones bilaterales, muy deterioradas durante la etapa de Aznar, como una de sus prioridades.

Nadie discute que hay que mejorar las relaciones con el reino alauí y, sobre todo, en el terreno de la lucha contra el terrorismo.Mohamed VI tiene, en principio, tanto interés como Rodríguez Zapatero en acabar con la amenaza que suponen grupos como el GICM. Pero esa línea de actuación política y diplomática no debe estar reñida con la investigación a fondo de los hechos. Negarse a hacerlo sólo aumentará la sospecha de que se quiere ocultar algo relevante.

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

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