LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (VII)

10-11-04

LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (VII) / UNA GRABACION ENCONTRADA EN UN PEQUEÑO CUARTEL ASTURIANO DA UN DRAMATICO GIRO A LA INVESTIGACION DEL 11-M

Toro y Trashorras intentaban en 2001 'montar bombas con móviles' y la Guardia Civil lo sabía

El confidente 'Lavandero' reveló al agente Campillo que Trashorras le había preguntado si conocía a alguien que dominara esa técnica terrorista y que Toro le había mostrado «40 o 50 kilos de Goma 2», tras ofrecerle 400

Por FERNANDO MUGICA

Que las Fuerzas de Seguridad habían recibido avisos antes del 11-M de que Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras ofrecían grandes cantidades de dinamita es algo que ya ha quedado demostrado. Pero EL MUNDO revela hoy una información aún más inquietante: la Guardia Civil supo que Trashorras buscaba a alguien «que supiera montar bombas con teléfonos móviles».Así lo sostiene el confidente del Instituto Armado 'Lavandero', al que el propio el ex minero le había hecho la petición. Esta 'búsqueda' tuvo lugar en el verano de 2001, cuando todavía faltaban más de dos años para los atentados de Madrid. Un agente de Información de la Guardia Civil dejó constancia de todos los datos en una cinta que, por casualidad, llegó a manos de otro compañero del Cuerpo en el pequeño cuartel asturiano de Cancienes. La revelación arroja muchas dudas sobre las explicaciones ofrecidas por los mandos de la Guardia Civil ante la Comisión de Investigación del 11-M, donde no hicieron referencia alguna al asunto. Fue precisamente ese silencio el que ha llevado al agente que se hizo con la cinta a hacer pública su existencia.

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CANCIENES (ASTURIAS).- Para los guardias civiles de a pie, sobre todo en Asturias, el pasado 15 de octubre era una fecha muy importante.Todos estaban pendientes de la televisión, aunque fueron muy pocos los que pudieron acercarse hasta un local en el que estuviera conectada la cadena CNN plus. Era la única que retransmitiría la sesión de la Comisión de Investigación del 11-M que se iba a celebrar en el Congreso.

Las palabras del general Pedro Laguna, de su sucesor interino, Fernando Aldea, y del jefe superior de Policía de Asturias, el comisario Juan Carretero, fueron cayendo como gotas de mercurio incandescente sobre las conciencias de muchos agentes.

Especialmente sobre la de uno de ellos, un hombre que guardaba un secreto en su corazón que desde el 11-M le pesaba como un fardo insoportable.

Laguna, Aldea y Carretero fueron desgranando sus disculpas por no haberse enterado de la trama de los explosivos que se había desarrollado en el territorio bajo su responsabilidad, despreciando todos los indicios que les habían ido llegando.

Los tres explicaron que José Ignacio Fernández, Nayo, un delincuente que había sido detenido junto a Antonio Toro en la llamada operación Pípol, había contado en abril de 2002 en dos ocasiones a las Fuerzas de Seguridad que Toro y el que más tarde sería su cuñado, Emilio Suárez Trashorras, estaban poniendo a la venta grandes cantidades de explosivos.

¡Patrañas!, comentaron los mandos ante la Comisión. Sólo se trataba, en su opinión, de las maquinaciones de la mente calenturienta de un hombre al que le movía la venganza por haber sido abandonado a su suerte por sus antiguos compinches. Nayo quería acogerse a beneficios de cara al juicio que le aguardaba y por salir de la cárcel era capaz de echar toda la porquería sobre los hombros de sus colegas. Nada serio. No era un testimonio fiable, y tras algunas averiguaciones se descartó su veracidad.

El comisario jefe fue más lejos y declaró ante la Comisión que aquellas manifestaciones de Nayo eran simplemente «cuentos chinos».El general Laguna, antes de su oportuno mareo, ya había declarado que mientras se vigiló a Toro y a Trashorras «no cometieron ningún acto delictivo ni se halló la dinamita». «Yo creo que esos explosivos no existían y que la delación fue para perjudicar a quien perjudicó a nuestro informante [Nayo]», añadió. Aldea insistió: «Nayo estaba en la cárcel porque Toro y Suárez se chivaron a la policía por una cosa de drogas».

LA DECISION MAS DIFICIL

Hablaron también de la operación Serpiente, en la que un confidente les había informado sobre actividades de Toro y Trashorras relacionadas con dinamita, pero de nuevo, y tras unas pesquisas de dos meses, habían llegado a la conclusión de que era una falsa alarma.

Todas esas palabras retumbaban en el interior de la cabeza de un simple guardia civil que no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Sus jefes, aquéllos que representaban la cúspide del estamento al que había dedicado su vida, estaban, en su opinión, mintiendo descaradamente y él tenía las pruebas de ello.

Acababa de tomar la decisión más difícil de su vida. Se acercó hasta un cajón de su cómoda y sacó una pequeña cinta magnetofónica que había guardado durante todo un año. La microcasete sólo tenía una anotación escrita a mano idéntica por las dos caras: «Campillo».

Durante mucho tiempo había tenido la tentación de destruirla.Sólo el instinto y un inevitable amor por la verdad le habían hecho conservarla. La apretó en su mano y se dirigió hacia el pequeño acuartelamiento de la Guardia Civil en Cancienes, donde él trabajaba, en el término municipal de Corvera de Asturias.Una vez en el cuartel, reunió a algunos de sus compañeros, sacó el pequeño magnetófono que después de unos meses le había devuelto una compañera que lo necesitaba para hacer el curso de la UCO -la Unidad Central Operativa- y con cierta solemnidad puso en marcha el aparato.

En los dos primeros minutos apenas sí se oían unas voces confusas.Alguien preguntaba a una señorita por un señor. Los guardias civiles que escuchaban la cinta se impacientaron. De pronto, la audición se hace mucho más nítida. Es cuando alguien se presenta a otra persona y dice: «Hola, buenos días. Soy Campillo, de Información».Y a partir de ahí la debacle.

Durante 21 minutos, un confidente de la Guardia Civil cuenta con pelos y señales a Jesús Campillo Veiga, un guardia civil de Información de la comandancia de Gijón, la implicación de Toño -Antonio Toro- y Emilio Suárez Trashorras, su socio, en la venta de explosivos a gran escala. El confidente, un hombre que tiene una serpiente tatuada en su brazo y que figura en los archivos de la Guardia Civil relacionados con la operación Serpiente con el nombre de Lavandero, explica que trabaja en un club nocturno donde se manejan serpientes para adornar el espectáculo de striptease de las bailarinas. El Horóscopo es un club de Gijón donde supuestamente pueden darse cita, además de los clientes normales, todo un elenco de gente relacionada con el hampa. Allí se pueden intercambiar informaciones sobre drogas, armas o cualquier otra actividad delictiva.

Según quienes la han oído, en la cinta se escucha cómo el confidente, un hombre que ha sido minero y que ha pertenecido durante cinco años a las fuerzas especiales, insiste en que Toro le ha pedido que le busque un comprador para 400 kilos de dinamita. El propio confidente, que al principio recela del ofrecimiento, tiene la ocasión de comprobar la veracidad del mismo cuando Toro le enseña en el maletero de un coche, en una calle de Gijón, 40 o 50 kilos de explosivo en perfecto estado. El ha sido minero y sabe distinguirlo.Se trata de dinamita marca Goma 2, como la que se utilizará en el 11-M.

LA POLICIA NO LE CREE

Más adelante, el confidente explica que ya ha ido con el soplo a la policía, pero que prácticamente se han reído de él y no le ha hecho ningún caso. En la cinta se relata cómo a Toro lo meten en prisión por un asunto de drogas y dinamita (sin duda la operación Pípol de febrero de 2001) y de cómo se presenta al confidente un socio de Toro, Emilio, para ofrecerle con urgencia una gran cantidad de dinamita. Comenta que ya ha conseguido colocar 200 kilos, pero que le urge la venta de otros 200 porque si no se le van a estropear y tendrá que tirarlos.

Los guardias civiles que escuchan la cinta en Cancienes no salen de su asombro. «Conforme estábamos escuchando se nos estaban quedando las caras pálidas. Con cada palabra estábamos cada vez más acojonados».

Pero lo más grave, el punto sin retorno de todo esto, el detalle que puede dar un giro espectacular a la investigación del 11-M, es que el confidente confiesa con toda claridad, (escucharlo pone los pelos de punta): «Emilio me preguntó si sabía de alguien que supiera montar bombas con teléfonos móviles».

Por diversos datos que se escuchan en la cinta, se puede deducir que la grabación está hecha en el verano de 2001, un período en el que Antonio Toro estaba en la cárcel. Toro permaneció en la prisión de Villabona desde julio hasta diciembre de 2001.

Es decir, que antes del 11-S, antes de que nadie hablara de invadir Irak, antes de que Aznar apoyara a Bush y, sobre todo, antes de que ellos conocieran a ninguno de los miembros del comando de Leganés, Toro y Trashorras ya vendían grandes cantidades de explosivos y buscaban a «alguien que supiese montar bombas con teléfonos móviles».

El revuelo en el cuartel de Cancienes es mayúsculo. Hay quien insinúa que la cinta debería ser destruida de inmediato. Pero ya es tarde. Llega un segundo turno de guardias y también escuchan la cinta. Ya la ha oído demasiada gente (al menos siete guardias) como para pararla. Al manejarla, alguien le ha dado involuntariamente en dos ocasiones y durante dos segundos a la tecla de grabar, por lo que se han perdido un par de detalles de la conversación.Para evitar que pueda seguir deteriorándose, los guardias deciden romper las dos pestañitas laterales. Con ese sistema ya no se podrá borrar el original de una forma accidental.

El que ha desvelado la cinta sabe que ya no tiene más que una forma de cubrirse, y es entregarla oficialmente a sus superiores por el conducto reglamentario.

Así lo hace a la mañana siguiente, el 16 de octubre. Todo el acuartelamiento está pendiente del revuelo que se va a montar.Hay una buena ración de morbo y muchos comentarios en torno a la cara que se le va a quedar al sargento cuando se entere del asunto. En efecto. A la mañana siguiente, el primero en escuchar la cinta es el sargento del puesto, Francisco Salvador Prieto.No puede dar crédito a lo que escucha. Su primera reacción, al margen del estupor, es dudar de que sea auténtica. No puede entender que haya permanecido oculta hasta ahora, ya que le comunican que fue encontrada por el agente que la ha llevado al cuartel hace al menos un año, es decir, antes de octubre de 2003.

APARECE LA CINTA

El relato del hallazgo parece inverosímil, pero es tan rocambolesco que nadie en su sano juicio inventaría una coartada semejante.

La cinta aparece en el cuartel de Cancienes durante un traslado de muebles. Se ha renovado parte del mobiliario de la comandancia de Gijón y, ya se sabe, las mesas más viejas van a parar a los puestos más olvidados. Fue así como un camión llevó hasta Canciones, entre otras pertenencias, una mesa de oficina, la que había ocupado el teniente de Información de Gijón. La mesa estaba teóricamente vacía, ya que se habían limpiado los cajones en el lugar de origen antes del traslado.

En ella habían trabajado el teniente Montero, que durante un tiempo simultaneó el puesto de teniente en las dos facetas de Policía Judicial e Información. La renovación de su mesa se produjo mientras su sustituto en Información, el teniente Jesús Gómez Suárez, se encontraba destinado como fuerza expedicionaria en Mozambique. En la actualidad, Jesús Gómez ha sido ascendido a capitán y se encuentra en expectativa de destino.

El traqueteo del transporte hizo que la cinta, que sin duda se encontraba camuflada en la mesa, se desprendiera antes de llegar al patio de Cancienes. Uno de los guardias civiles la encontró y no resistió la tentación de quedársela: «Somos muy cotillas», dice uno de los agentes, «no sé si lo da la profesión, pero no podemos resistir la tentación de husmear en esas cosas».

La cinta permaneció en casa del guardia civil que la encontró hasta que, como ya hemos dicho, el 15 de octubre decidió sacarla a la luz.

El sargento Francisco Salvador Prieto sabe que el asunto es muy grave. Acaba de escuchar algo que desbarata las explicaciones de sus jefes. Además de Nayo y del confidente de la UCO Rafá Zouhier, hay una tercera persona que antes ya había advertido a la Guardia Civil de la trama de los explosivos, con el agravante de que en esta ocasión el interlocutor de Emilio les ha puesto en alerta sobre dos conceptos claves en el 11-M: bombas y teléfonos móviles.

Se suma a la reunión -donde está el sargento con la cinta y el resto de los guardias- el capitán José Antonio Bermejo Rodríguez, responsable del acuartelamiento. Llega acompañado por el entonces teniente de Información de Gijón Jesús Gómez Suárez.

Ordenan salir a todos los guardias menos al que la ha encontrado y de nuevo ponen la cinta desde el principio para escucharla.El capitán manda detenerla cuando se da cuenta del contenido y escucha la palabra Toro. Dice que se niega a oír nada más, que no quiere saber nada del tema y se sale de la habitación para que quede claro que no ha escuchado el resto de la grabación.

Al principio, el teniente, que ya ha reconocido que la mesa es la suya, al ver la cinta dice que no le suena de nada y que no debe de ser de su departamento. Pero cuando comienza a escucharla confiesa abiertamente: «Sí, ese que habla es Campillo, uno de mis guardias de Información. La cinta debe de ser nuestra». Pero insiste en que él no ha sabido nunca nada de su contenido. La importancia del material la confiesa en la propia grabación el agente Campillo, cuando reconoce en ella que las revelaciones del confidente son de gran importancia y que hay que investigar todos los datos uno por uno.

El que ha desvelado la existencia de la cinta tiene preparados dos folios a modo de recibos en los que se especifica la fecha de la entrega de la cinta a sus superiores y el contenido de la misma con los nombres de los implicados, Toro y Trashorras, la venta de dinamita y la petición de ayuda para fabricar bombas activadas por teléfonos móviles. Se hacen fotografías de la cinta donde se ve claramente la palabra escrita a mano «Campillo» y se entrega oficialmente al sargento. Este firma un recibo y a su vez se la entrega al teniente, que firma el segundo recibo.El capitán no firma nada porque no quiere aparecer en el caso.

Lo que sólo algunos de los que han escuchado la cinta saben es que la noche anterior el agente que la ha desvelado se la llevó a su casa presa de un ataque de pánico. Alguien le advierte: «Si se enteran los especiales de que la tienes tú, te crucificarán y luego destruirán la cinta». Por eso, hace que alguien se la lleve para custodiarla. Entonces es cuando se hacen varias copias que se llevan varias personas, con lo que será ya prácticamente imposible destruirla. Tendrían que neutralizar a demasiada gente.

Pasan los días y no se produce ninguna reacción oficial. El capitán Bermejo se ha reunido con todos sus hombres para hacerles una advertencia seria. Se trata de un asunto de una trascendencia gravísima, algo muy delicado que no admite ninguna filtración.La amenaza es directa: el que filtre algo, que se atenga a las consecuencias.

NINGUNA FILTRACION

Los guardias civiles son militares y saben que están sometidos a un régimen militar muy estricto. Se multiplican los casos de penas en una prisión militar por causas que a un civil le pueden parecer infantiles. Por ejemplo, tres meses de calabozo por ausentarse a ver a la novia a Barcelona, saliendo de la demarcación en donde trabaja el agente sin dar el parte correspondiente.

En ese ambiente de opresión y temor, nadie quiere imaginarse lo que puede suceder si alguien filtra una sola coma de la cinta.Pero lo sabe ya demasiada gente, hay muchos que tienen una copia y que consideran un deber, por encima de cualquier otra consideración, el que se divulgue. Está en juego nada menos que la verdad sobre lo que sucedió el 11-M.

Pasan las semanas y nadie llama a declarar al hombre que dio a conocer la existencia de la cinta. Es la mejor demostración de que se ha optado por la ocultación del hecho. Y este es simple y evidente: la Guardia Civil conocía ya desde mediados de 2001 la existencia de una trama delincuencial formada por Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras en la que no sólo se vendían enormes cantidades de explosivos, sino que expresamente se intentaba obtener información sobre cómo activar bombas a través de teléfonos móviles.

Y todo ello sucedió en el territorio bajo responsabilidad del jefe de la Zona de Asturias, recién ascendido a general, Pedro Laguna; de los jefes de las comandancias de Gijón y Oviedo, Bolinaga y Aldea; y del comisario jefe de la Policía, Carretero. El Gobierno del PSOE ascendió a Laguna a general el 11 de junio, justo tres meses después de los atentados del 11-M. El comisario jefe ha sido confirmado en su puesto.

Los guardias civiles de Cancienes saben que están metidos en una vorágine de la que ya no pueden evadirse. Esperan con impaciencia la llamada de sus superiores y la del juez para ratificar y confirmar cada uno de los puntos que se describen en esta información.«La verdad no debe asustar a nadie. Y estamos dispuestos a ratificarla allí donde se nos exija. A la vista de lo que ahora sabemos, estamos convencidos de que la masacre pudo ser evitada. Que cada uno asuma, al menos, sus responsabilidades».

La fecha de la grabación, en el verano de 2001, y el conocimiento del contenido de la misma por los mandos de la Guardia Civil años antes del 11-M abren nuevas incógnitas cada vez más escalofriantes sobre los atentados. Quedan muchos agujeros negros, pero cada vez serán más difíciles de tapar.


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