Constitución y golpes de efecto

4-12-06



CRONICA DE LA SEMANA

Constitución y golpes de efecto


CASIMIRO GARCIA-ABADILLO

La semana pasada, Santiago Carrillo presentó la versión revisada de sus Memorias (la primera edición de las mismas se editó en 1993). Sin duda, un buen momento, ahora que estamos en pleno auge de la memoria histórica.

Naturalmente, uno suele borrar de su memoria los recuerdos más desagradables, y el jefe de los comunistas españoles durante el franquismo hace lo propio en su libro en numerosas ocasiones. Por ejemplo, en lo referente a los asesinatos de Paracuellos.
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Sin embargo, no podemos aplicar a Carrillo el mismo rasero que, desde la izquierda, se pretende para «juzgar los crímenes de la derecha». Paracuellos, como tantos otros crímenes cometidos por ambos bandos en la Guerra Civil, quedó afortunadamente enterrado con la Constitución española de 1978. Es lo que se conoce como la reconciliación nacional, de la que el PCE hizo bandera durante la Transición.

Pero sí quiero recordar un capítulo de las Memorias del ex secretario general del Partido Comunista en el que recuerda un hecho fundamental para que la transición de la dictadura a la democracia se hiciera en España con un recorrido pacífico y, por tanto, ejemplar.

Nada más legalizarse el PCE, en el famoso sábado santo rojo de 1977, Carrillo convocó una reunión del Comité Central de su partido para el 14 de abril. Una fecha simbólica, por cuanto ese mismo día se proclamó la Segunda República. La izquierda, incluyendo claro está al PSOE, se reclamaba entonces republicana y no reconocía la legitimidad de la Monarquía ni, por supuesto, del Rey Juan Carlos.

Pero, esa misma mañana, la cúpula militar había hecho un comunicado en el que «repudiaba» la legalización del PCE, todo un reto para el endeble gobierno de Adolfo Suárez. Juan José Rosón, entonces gobernador civil de Madrid, había hecho llegar la noticia a Carrillo en plena reunión del Comité Central.

Carrillo cuenta en sus Memorias: «Necesitábamos dar un golpe de efecto, que causara una impresión profunda en el país, capaz de disminuir el efecto de la declaración militar. El golpe de efecto era la adopción de la bandera nacional, que había sido tradicionalmente de la monarquía y el franquismo, pero también de la Primera República, con Estanislao Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Emilio Castelar».

Es decir, que el secretario general de los comunistas atribuye a una reflexión personal la trascendental decisión de que su partido, rompiendo con la política que perduró durante el franquismo, abrazara la bandera española con todo lo que ello llevaba implícito.

Victoria Prego, en su libro Así se hizo la Transición,nos arroja algo de luz sobre ese episodio aparentemente tan nimio pero tan importante para el posterior transcurso de los acontecimientos.

Según cuenta Prego, José Mario Armero, entonces presidente de Europa Press además de prestigioso abogado, acudió a instancias de Suárez a un bar cercano a donde se estaba celebrando la reunión del Comité Central del PCE para transmitirle a Carrillo un mensaje del presidente del Gobierno. La única forma de tranquilizar la situación, es decir, de parar al Ejército, era que los comunistas aceptaran «la bandera, la Monarquía y la unidad de España».

Por tanto, la reflexión de Carrillo no fue más que la sensata respuesta a una petición de un Suárez justificadamente preocupado por la posibilidad de que se produjera una asonada militar.

El PCE asumió el «golpe de efecto» con férrea disciplina. En el primer mitin del PCE ya legalizado, celebrado en la plaza de toros de Vista Alegre de Madrid, el servicio de orden del partido reprimió sin miramientos a los que acudieron a la cita enarbolando la bandera republicana.

Según relata el propio Carrillo en sus Memorias, el gesto del PCE facilitó al PSOE seguir su mismo camino y abandonar las reivindicaciones y los símbolos utilizados contra el franquismo con el fin de abrir una nueva etapa en la Historia de España.

La base para que la democracia funcionara (al contrario de lo que sucedió durante la Segunda República) es que tanto la derecha como la izquierda aceptaran una Constitución para todos, en la que el espíritu de la reconciliación estaba por encima de las ansias de revancha.

La Constitución aguantó con extraordinaria solidez los primeros años de la democracia española, en una situación económica y social muy complicada. Sin embargo, precisamente ahora, cuando España alcanza cotas de bienestar desconocidas, la generación que vivió la Guerra Civil ha desaparecido prácticamente y los que no sufrieron el franquismo son ya mayoría en el país, comienzan a aparecer las primeras vías de agua en un casco que parecía blindado a prueba de memorias.

Hablaba la semana pasada el presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, de la deslealtad de los nacionalistas al haber aceptado la Constitución como un gesto puramente táctico. Es decir, como un primer paso para después cuestionar uno de sus pilares: la unidad de España.

Pero lo más preocupante es que desde algunas voces de la izquierda se está utilizando la memoria histórica como una forma de pasar factura a la derecha, no sólo por los crímenes cometidos en la Guerra Civil, sino por los que se cometieron durante la dictadura de Franco.

El propio Carrillo, en el acto de presentación de sus Memorias, afirmó que «la derecha no ha roto con el pasado franquista clara y decididamente». Y eso lo decía para explicar la actitud del PP en relación a la política antiterrorista del Gobierno.

El nonagenario ex dirigente de los comunistas, que sigue conservando intacta su lucidez mental, sentenció en el mismo acto: «La paz merece que, por un momento, nos olvidemos de las leyes».

Toda una declaración de principios. En definitiva, el fin justifica los medios.

Por ello, tiene todo su sentido preguntarse ahora, ¡31 años después de la muerte de Franco!, si lo que hicieron algunos dirigentes de la izquierda al asumir como propia la bandera de España fue simplemente un golpe de efecto propiciado por el miedo al golpe militar o un verdadero esfuerzo por enterrar las heridas que provocaron la Guerra Civil del 36.

Por desgracia, la sensación que se percibe ahora en la opinión pública es que la Constitución del 78 (de la que el próximo miércoles se cumplen 28 años) está en su momento más crítico desde su aprobación por las Cortes.

El modelo de Estado y, desde luego, el proceso de diálogo con ETA llevado a cabo sin consenso por el Gobierno son las razones fundamentales de ese deterioro repentino de nuestra Carta Magna.

Es a los dos partidos mayoritarios, los que representan más del 85% de los votos de todos los españoles, a los que corresponde hacer un esfuerzo por revitalizar la esencia de lo que significó la Constitución española, la primera de nuestra historia que se hizo sobre la base del consenso y no para machacar a los contrarios.

No es el poder inmediato lo que está en juego. No es el resultado de las proximas elecciones generales. No saber si Rodríguez Zapatero se saldrá con la suya y logrará una baza política a cuenta de que ETA deje de matar.

Lo que está en juego es la base misma de nuestra convivencia. La seguridad de que, por encima de los intereses a corto plazo, los partidos van a anteponer la convivencia sin resucitar a las dos españas. En resumen, enterrar para siempre los golpes de efecto.

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

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