H-93, hundido

3-12-06



H-93, hundido


Un testigo protegido del 11-M, buscado por los islamistas, vive de la caridad tras quedarse sin la ayuda de la Audiencia

PEDRO SIMON

MADRID.- El día en que dio el sí quiero y aceptó ser testigo protegido del 11-M, no sabía que el yo empezaba a írsele por un sumidero, que la máquina trituraría su pasado y que la partida de barquitos que se iniciaba en los albañales del Estado terminaría con él como una casilla tachada. Testigo S-20-04-H-93: hundido.

Haciendo memoria hoy, el cristalero de Tetuán (dos décadas en España) cuenta que el drama se ha desarrollado en tres actos.

(.../...)

Primero, el maldito día en que vio el apocalipsis de trenes en la pantalla y tuvo la ocurrencia de acudir a la Policía para contar los anhelos de sangre de El Chino.

Segundo, la tarde en que recibió la llamada anónima que le hizo huir con la prole a Vigo: «Te vamos a matar, chivato. Pero antes verás cómo violamos a tu mujer y a tus hijos».

Y ahora, finalmente, en paradero secreto. Con una mujer embarazada y dos críos de cuatro y tres años, apañándose con los 20 euros semanales que les da Cáritas, con dos meses cumplidos sin pagar el alquiler, sin agua caliente y los pequeños cenando pasta todos los días «porque es lo más barato que hay».

- Papá, ¿y tú no vienes al hotel con mamá y el hermano?, le preguntaba la niña cuando iban con la madre de camino a la beneficencia (un hueco en una casa de acogida de maltratadas que le dieron por todo cobijo).

-No, hija, es que me voy a trabajar, mentía H-93 rumbo al albergue.

Desde que tiene su condición de protegido desde mayo de 2004, el cristalero al que El Chino abroncaba por llevar unas Nike («te debería dar vergüenza: estás financiando a los judíos con esas zapatillas», le decía) ha saltado de tener un trabajo indefinido a tener que guardar cola para comer caliente, de creerse un adalid de la Justicia a caer en una depresión severa, de tener futuro a no tener ni tan siquiera pasado.

«Tenía una relación amistosa con Jamal Ahmidan, El Chino, a finales de los 90. Cuando se dedicaba a sus trapicheos, bebía, iba de putas... Poco a poco se fue metiendo más a traficar con droga y he de reconocer que llegué a hacer algún viaje con él a Amsterdam llevando 50.000 pastillas de éxtasis», cuenta el testigo protegido. «Hasta que se radicalizó. Fue a la primera persona a la que oí hablar de Bin Laden. Nos enseñaba vídeos de muyahidin y quería que pensásemos como él. No admitía disidencias. Por eso dejé de verle».

Ocurrieron los atentados, el cristalero de Tetuán se puso en contacto con la Policía y les dijo que conocía a alguien que quizás tuviera que ver con el 11-M. Fueron días de palmadas en la espalda, de «qué quieres tomar, campeón», de sentirse un agente de la ley señalando domicilios en un coche camuflado durante 12 horas al día, de ver fotos y fotos bajo un flexo. «Quería demostrar que hay árabes que no aceptamos ningún tipo de terrorismo. o hacía por gusto. Y sí, me sentía importante».

Fue en mayo de 2004 cuando el juez Del Olmo le llamó a declarar y aceptó ser testigo protegido, esto es, que ni tus datos ni el nombre aparecieran en el sumario. Cuando tuvo lugar la profanación de la tumba del GEO de Leganés, la Unidad Central de Inteligencia pensó que aquello era cosa del entorno de El Chino y llegó a la conclusión de que hacía falta un topo. Y allí estaba H-93.

«Ingenuo, hasta pensaba que tenía futuro en eso. No estaba quemado y me veía como el personaje perfecto», cuenta. «Así que cuando salía de trabajar me iba a ver a Mustafá, su hermano, que tenía un bar en Vallecas, a ver si le sacaba algo».

El pastel se descubrió por un soplo de su cuñado, que le fue con el cuento a la familia de El Chino. Comenzó a vivir en ascuas, girando la cabeza en cada pasillo, leyendo aquello de «morirás chivato» en la puerta de casa y todo lo demás.

La cosa había durado lo que había durado. El topo tenía cara, el testigo había sido exprimido y a los agentes no les servía. ¿Qué hacer con H-93? La Audiencia Nacional le dio otra identidad en Vigo, le buscó un domicilio y, dado que se quedaba sin su trabajo indefinido en la capital, le asignó una mensualidad de 1.200 euros hasta que se buscara la vida.

Daba igual lo que hiciera en Vigo porque aquello no era Madrid y la oferta cristalera no era la misma. Al día siguiente de llegar se apuntó como demandante de empleo. Nadie respondía a sus anuncios por palabras. Tiraban con los 1.200 euros.

«A los pocos meses, cuando iba a recoger al niño de la guardería, un familiar de El Chino se me paró con el coche al lado. Mi primera reacción fue proteger al crío. El tipo me dijo: 'Vaya, o sea, que es aquí donde te ha traído la Policía, chivato. Pues no te han llevado muy lejos'». Ya estaban allí. Habían vuelto. Y el cristalero sabía de lo que eran capaces. Con lo que llamó a la Audiencia y se quedó de una pieza: no sólo es que le dijeran que no le mudaban de domicilio, sino que le anunciaban que se quedaba sin asignación económica, que no había cumplido cierto protocolo, que se había acomodado y todo ese rollo. «Usted sabía que esto era provisional», cuenta que le dijo Del Olmo. Y allí quedaban a su suerte, sin dinero, con el crío de dos años ingresado con derrame pleural en el hospital y sin posibilidad de pedir ayudas sociales al no llevar ni un año empadronado en la nueva comunidad. Dejó a su mujer sin un duro frente a la máquina de café del hospital y se fue a Madrid a ver si le podía traer unas monedas.

Cuenta que, cuando fue a limpiar los cristales de un hotel que le salió, vio a un botones árabe que conocía a la gente de El Chino y -vuelta a empezar- tuvo que poner pies en polvorosa. Regresó a Vigo, huyó con la familia a otra provincia y finalmente entró en depresión.

Al final de la guerrita de barcos, a la familia H-93 se la ha visto tratando de salir a flote por Madrid. En vano, papá se puso en huelga de hambre frente al Congreso. Anduvieron vagando nueve días, entre el albergue de San Isidro y una casa de acogida, a ver si Del Olmo les daba una solución. Y hasta presentaron un escrito en la Sala de lo Penal pidiendo que les devuelvan sus yoes respectivos, las cotizaciones de antes y el libro de familia, que a los críos se lo piden para comer gratis en el comedor. Porque, ya puestos, prefieren morir de miedo a morir de hambre.

H-93 viene hoy de otra entrevista de trabajo. El casero le ha dicho que tiene una semana para pagar y, si no, tendrán que irse a la calle. Hace 10 días que los críos cenan pasta y cuatro que no se lavan. Y H-93, ahí, hundido.

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