Por tres rayas de coca
01-03-07
Por tres rayas de coca
Por tres rayas de coca
Zouhier está cada vez más solo en el habitáculo. A su alrededor hay un perímetro de exclusión, de bancos vacíos, que no cruza ni siquiera Aglif: su antiguo compañero de parrandas está integrado entre los que prefieren las mezquitas a las discotecas y hasta se cambia de lugar cuando lo tiene cerca. A ratos, Zouhier envía miradas de espagueti-western a Trashorras. Éste las ignora y hace reír a su ex mujer poniéndole caras de ogro a las que favorece esa quijada en la que se podría encender un fósforo.
(.../...)
Zouhier ha fatigado su personaje, ha hartado como un cómico de un solo chiste, y sobra incluso a Gómez Bermúdez. Primero le obligó a desplazarse en la jaula para que su cercanía a las víctimas no reavivase los rescoldos de la indignación de la jornada anterior. Y luego lo expulsó a los calabozos.
Los árabes, los «moritos» que diría Trashorras, siguieron la sesión de ayer con bastante desapego y sin usar apenas los auriculares de la traducción simultánea. Al fin y al cabo, lo que se contó fue un viaje al corazón de nuestras propias tinieblas, a la barriada Las Vegas en Avilés, donde los policías salen de copas con sus confidentes y les colocan a la esposa en El Corte Inglés, donde hay mineros que se venden por tres rayas de coca, donde las deudas de la droga se cobran apoyando en la sien el cañón de una pistola, donde los negocios empiezan en bares de putas. Toro y Trashorras la cagaron porque su mercadeo con 'El Chino' desbordó el perfil bajo de delincuentes comunes que lo mismo habrían vendido un cartucho de la dinamita distraída en las minas a quien la quisiera para pescar o para atracar. Que los explosivos cayeran en manos, no de butroneros o de pescadores furtivos, sino de terroristas capaces de perpetrar una masacre terrible es algo que tan sólo les pone más nerviosos de lo habitual, porque de algo tan gordo no se sale impune. Por lo demás, no hay atisbo de escrúpulos: el terrorismo ataca en Madrid, y no es ahí donde está «mi familia», como insinuó Toro. Se oyó un «¡hijoputa!» en la sala cuando Trashorras dijo que el 11-M no le había «afectado para nada».
A Trashorras, según Toro, no se le podía confiar un coche nuevo porque lo rompía. Hablaba con su controlador de la Policía Nacional, 'Manolón', desde que en 2001, a raíz de la operación Pípol, alcanzaran un acuerdo de intercambio de información por impunidad. La relación fue estrecha, constante y poco disimulada. Y tan fructífera para ambos que, mientras Manolón se apuntó éxitos en la lucha contra la droga, Trashorras llegó a pensar en comprarse un Ferrari aun cuando ya tenía cuatro coches y una moto. Con tanto delincuente intervenido, ¿cómo pudo, entonces, prepararse el atentado en una clandestinidad perfecta en la que nadie lo vio venir?
Acaso la mentalidad policial fuera también de barriada, de menudeo, y no pudiera concebir que un vulgar matón con esquizofrenia paranoide y un hatajo de «moros del hachís» vigilados alcanzasen para semejante golpe terrorista. Que lo lograran sorprende todavía hoy. Y si los manolones de la Policía y la UCO no los vieron venir, cualquier alternativa a la negligencia estremece.
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Zouhier ha fatigado su personaje, ha hartado como un cómico de un solo chiste, y sobra incluso a Gómez Bermúdez. Primero le obligó a desplazarse en la jaula para que su cercanía a las víctimas no reavivase los rescoldos de la indignación de la jornada anterior. Y luego lo expulsó a los calabozos.
Los árabes, los «moritos» que diría Trashorras, siguieron la sesión de ayer con bastante desapego y sin usar apenas los auriculares de la traducción simultánea. Al fin y al cabo, lo que se contó fue un viaje al corazón de nuestras propias tinieblas, a la barriada Las Vegas en Avilés, donde los policías salen de copas con sus confidentes y les colocan a la esposa en El Corte Inglés, donde hay mineros que se venden por tres rayas de coca, donde las deudas de la droga se cobran apoyando en la sien el cañón de una pistola, donde los negocios empiezan en bares de putas. Toro y Trashorras la cagaron porque su mercadeo con 'El Chino' desbordó el perfil bajo de delincuentes comunes que lo mismo habrían vendido un cartucho de la dinamita distraída en las minas a quien la quisiera para pescar o para atracar. Que los explosivos cayeran en manos, no de butroneros o de pescadores furtivos, sino de terroristas capaces de perpetrar una masacre terrible es algo que tan sólo les pone más nerviosos de lo habitual, porque de algo tan gordo no se sale impune. Por lo demás, no hay atisbo de escrúpulos: el terrorismo ataca en Madrid, y no es ahí donde está «mi familia», como insinuó Toro. Se oyó un «¡hijoputa!» en la sala cuando Trashorras dijo que el 11-M no le había «afectado para nada».
A Trashorras, según Toro, no se le podía confiar un coche nuevo porque lo rompía. Hablaba con su controlador de la Policía Nacional, 'Manolón', desde que en 2001, a raíz de la operación Pípol, alcanzaran un acuerdo de intercambio de información por impunidad. La relación fue estrecha, constante y poco disimulada. Y tan fructífera para ambos que, mientras Manolón se apuntó éxitos en la lucha contra la droga, Trashorras llegó a pensar en comprarse un Ferrari aun cuando ya tenía cuatro coches y una moto. Con tanto delincuente intervenido, ¿cómo pudo, entonces, prepararse el atentado en una clandestinidad perfecta en la que nadie lo vio venir?
Acaso la mentalidad policial fuera también de barriada, de menudeo, y no pudiera concebir que un vulgar matón con esquizofrenia paranoide y un hatajo de «moros del hachís» vigilados alcanzasen para semejante golpe terrorista. Que lo lograran sorprende todavía hoy. Y si los manolones de la Policía y la UCO no los vieron venir, cualquier alternativa a la negligencia estremece.
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