Trashorras y el 'tupperware'


22-06-07



A SANGRE FRIA

Trashorras y el 'tupperware'


DAVID GISTAU

Los vendedores a domicilio rebajan sus pretensiones según van sufriendo rechazos. Primero te ofrecen un rolex. Y si no cuela, un tupperware. Y si eso tampoco cuela, entonces te piden una ayuda para un bocata. El abogado Gerardo Turiel tiene en la inocencia de Suárez Trashorras una mercancía harto difícil de colocar. Y por eso está dispuesto a rebajar sus pretensiones. Hasta él considera irrefutable que Trashorras vendió a 'El Chino' Goma 2 de Mina Conchita. Pero, aprovechándose de las dudas sobre la marca de los explosivos de los trenes y sobre su procedencia sembradas por la pericial, aspira a librar a su cliente del cargo de cooperación necesaria por el que le piden unos 40.000 años. Pero por si acaso no cuela, ya se ha sacado del abrigo la eximente de la esquizofrenia paranoide.

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Turiel, con toda su panoplia académica, tiene un aspecto y un modo de expresarse que recuerdan a los abuelos protestones del palco en los teleñecos. Amenazó en el arranque de su alegato con que la llegada del verano nos sorprendería escuchándole aún, y casi lo logró con un discurso como la dentellada de un rottweiler, que cuando cierra la mandíbula sobre una presa ya no la abre. Una prueba de bravura a la que se somete a los rottweilers consiste en obligarles a morder una cuerda de la que se quedan colgados para comprobar cuál aguanta más. Si se hiciera lo mismo con los abogados del juicio, el último en caer sería Gerardo Turiel. Ocurre, sin embargo, que su informe de ayer fue más propio del derecho americano, donde se trata de convencer a un jurado popular y la defensa se vuelve más retórica que técnica. Es decir, que no parecía dirigido al tribunal, sino a la opinión pública y a los medios, como si de éstos dependiera la sentencia o al menos una influencia en los magistrados. Por eso ensayó argumentos demagógicos. Como cuestionar la legitimidad del proceso y los principios mismos del Estado de Derecho, no ya con referencias a los linchamientos de Alabama como hizo Abascal la víspera, pero sí a la Inquisición y a Guantánamo. O como vindicar para Trashorras una dimensión humana ajena al arquetipo del monstruo poco menos que acosado por una turba con antorchas en que, según Turiel, se ha convertido por culpa de la presión social. Estuvo lejos de lograr que el minero resultara de repente enternecedor y, en todo caso, el tribunal no basará su sentencia en cuestiones tan subjetivas y casi lombrosianas, sino en todos esos hechos probados que sepultan a Trashorras.

Sí, la inocencia del gánster asturiano es una mercancía difícil de colocar. Por más que Turiel intentara avalarla diciendo que, después del atentado, el minero acudió voluntariamente a declarar en la comisaría de Avilés de la que salió detenido, no sin antes bajar a ver un partido de fútbol para prolongar la camaradería con sus interrogadores. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Estaba acostumbrado a salir impune de los delitos perdonables, los del hachís, negociando con sus controladores y entregando a otros en esa urdimbre de corrupción que le unía a 'Manolón'. Pero el 11-M no era un delito perdonable. Ahí se le acabó el crédito a Trashorras. Ahí fue cuando entró para no volver a salir. Y sólo le queda la esquizofrenia para intentar, al menos, vender un tupper.

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