La afrenta de los desesperados

18-05-07



PREGUERIAS

La afrenta de los desesperados


VICTORIA PREGO

Ya van cediendo. Los de la huelga de sed la han dejado en huelga sólo de hambre y dos de los de la de hambre se han calzado unas lentejas. Buena señal. Cuando se lanza un reto de esta envergadura, hay que tener muy bien medidas las consecuencias pero mucho mejor estudiado el camino que el huelguista habrá de recorrer por sí mismo. Y eso es lo que parece que ninguno había hecho de antemano. Estos 14 hombres no calibraron bien ni hacia dónde se dirigían ni con quién estaban jugando a las cartas. Pero lo supieron enseguida, en cuanto algunos de ellos pidieron hablar con el juez Bermúdez. Y, efectivamente, ante varios letrados de la acusación, con presencia de la fiscal, y con sus respectivos defensores presentes, los huelguistas acudieron al despacho del presidente a decirle que no trataban de retar al tribunal pero que, siendo inocentes, se sentían condenados de antemano por la prensa. En síntesis, cuentan sus atribulados abogados, Bermúdez les dijo lo que ya les habían dicho ellos: que se estaban perjudicando inútilmente, que el juicio iba a seguir adelante con total seguridad y que, a su tiempo, se dictará la sentencia. Y otra cosa decisiva les dijo el juez: que si se consideraban inocentes, mejor harían contribuyendo a su defensa colaborando con sus defensores en lugar de complicar su trabajo con esa actitud. No será porque no tengan información de primera mano, que hasta su señoría se ha tomado la molestia de proporcionársela. Es de esperar, pues, que poco a poco vayan todos renunciando a este amotinamiento pacífico que los letrados de su defensa atribuyen a la desesperación que los acusados sienten ante su previsible futuro.

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Es verdad que la presunción de inocencia debe respetarse mientras no haya condena, pero también es verdad que en estos tres meses de juicio hemos escuchado ya muchas cosas como para no poder reclamar que los 29 procesados tengan al menos el respeto de escuchar en silencio lo que allí se diga y la obligación de entender que se está juzgando una atrocidad de tal dimensión que también ellos, sobre todo ellos, deben someterse a las exigencias de la administración de justicia.

Precisamente ayer fue uno de esos días en que el ánimo y la ira empujan para desbordar la debida compostura. Ayer vinieron los forenses que hicieron las autopsias a las víctimas a explicar con cruda precisión su trabajo en aquellos días. Y mira que se ha escuchado de todo en la sala y que ya sabemos en qué condiciones llegaron los cuerpos al pabellón de Ifema. Pero una cosa es saberlo y otra volverlo a oír, por más que fuera un relato extraordinariamente medido. Pero es que la sola evocación del destrozo humano padecido, de troncos mutilados y de cuerpos sin cabeza resultaba casi imposible de aguantar. Tenía por eso todo el sentido que hubiera en la sala menos víctimas de las habituales: si resultaba insoportable para quienes no formamos parte de las 1.841 personas, ahí es nada, destruidas por aquel crimen masivo, no podemos sospechar lo que estarían padeciendo ellas. Por eso, ayer, todo esto de la desesperación de los procesados huelguistas sonaba a afrenta.

victoria.prego@el-mundo.es

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