La leyenda de Leganés

18-05-07



JUICIO POR UNA MASACRE / La opinión / A SANGRE FRIA

La leyenda de Leganés


DAVID GISTAU

Justo el día en que los huelguistas de hambre enviaron desde su isla mensajes dentro de una botella con los que intentaban impartir lecciones de lo que es el sufrimiento, los peritos forenses desmenuzaron los terribles estragos sufridos por las víctimas. Aquéllas que sobrevivieron y que llevan tres años, dos meses y siete días intentando ser personas dueñas de una vida digna y que, desde luego, no necesitan que un presunto (todavía) terrorista islámico que finge patatuses venga a explicarle en qué consiste el dolor.


A este respecto, a las víctimas ya les fue impartida otra lección terrible, la del 11-M, eso que nosotros llamamos terrorismo y los de la jaula, resistencia. Bien está que los procesados recurran a cuantas argucias se les ocurra para tratar de eludir un destino judicial que cada vez se antoja más argumentado, pero incurren en el cinismo moral cuando piden para ellos la etiqueta de víctima, amparándose en unas supuestas injusticias judiciales que el celo garantista de Gómez Bermúdez refuta en cada sesión.

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En sus países, los huelguistas no habrían tenido el juicio que se les está dando. Y es el sistema de garantías lo que confunden con una debilidad de la que se han propuesto sacar tajada. En vano.

El relato de los forenses fue estremecedor por su frialdad: un puntero señalando en una pizarra cadáveres descuartizados y almas rotas, un capítulo de CSI. Para el profano, las víctimas del 11-M no son estadística, sino que trascienden a una dimensión emotiva en la que afloran nombres propios, ausencias y porvenires interrumpidos.

Por ello, el lenguaje académico de los forenses dejaba un regusto incómodo, como cuando explicaban el método para valorar en qué medida una víctima lo es de acuerdo a unas tablas de puntuación de las mutilaciones y cicatrices. Lo que está claro es que cualquier aproximación a los muertos, por tangencial que sea, aviva los rescoldos del sufrimiento. Aunque la búsqueda de la verdad pueda justificar la ruptura de ese tabú, esto es algo que habrán de tener en cuenta los peritos que propusieron la exhumación de cadáveres. Si se llega a hacer, más vale que le dé la vuelta al juicio, o el gesto habrá quedado aún más insensible por gratuito.

Por otra parte, los doctores Prieto Carretero y Conejero desmontaron otra de las leyendas urbanas inspiradas por el entusiasmo contrario a la tesis oficial, la que concierne a Leganés. La que hablaba de cánticos yihadistas grabados y de cadáveres congelados introducidos en el piso para impostar un falso suicidio colectivo con el que las Fuerzas de Seguridad habrían dado matarile quién sabe si a testigos incómodos o a sicarios que ya no eran necesarios.

Cuando abogados de la defensa intentaron sembrar dudas en este asunto con preguntas basadas en especulaciones, fue el propio presidente del tribunal el que acotó el interrogatorio con preguntas concretas y cortantes: «¿Tenían algún disparo? ¿Algún tóxico que les privara de conciencia? ¿Estaban atados?».

Las «características de vitalidad», por emplear la jerga médica, demostraban que a los terroristas los mató la explosión, y que si no abundaba la sangre era por las altas temperaturas y por las salpicaduras mínimas de los vasos cuando sufren un trauma asociado a una explosión. Los siete de Leganés cantaron ahí, dispararon ahí y se dieron muerte ahí. La pericial de los explosivos es el último escenario de confusión y dudas que le queda a la teoría alternativa, al menos en el marco de este juicio. Después no quedará sino elegir entre dar el caso por cerrado o perpetuar un folclor del misterio y la conspiración a la manera del asesinato de Kennedy o el hundimiento del Maine.

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