Stephen Hawking y los agujeros negros del 11-M

14-07-06



TRIBUNA LIBRE /

Stephen Hawking y los agujeros negros del 11-M


CONSTANTINO PIÑEIRO

Resulta extraordinariamente sorprendente que, de todas las personas que ha tenido la oportunidad de conocer durante estos dos últimos años en La Moncloa, haya sido precisamente Stephen Hawking quien más honda impresión ha causado al presidente del Gobierno. «Produce un gran impacto ver a una persona en esas condiciones físicas con su fuerza intelectual. Él, que ha navegado por las distancias más insondables del universo, ha adoptado una posición absolutamente admirable ante la vida», fueron las palabras de Zapatero después de encontrarse con el científico británico.
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No es, claro, que yo considere a tan reconocido profesor como un mero icono popular de nuestro tiempo, asumiendo buena parte del interés que sistemáticamente se le niega al mundo de la ciencia mucho más por sus singulares y complejas circunstancias vitales que por todos sus conocimientos y averiguaciones. Ni mucho menos. Lo que me llena de perplejidad son los mutantes y paradójicos gustos del presidente, y que conste que no me estoy refiriendo a su peculiar política de alianzas en Cataluña. ¿Cómo calificar si no a esa mezcla de admiración y respeto con la que recibió al ser humano que con más ahínco ha trabajado por descifrar todos los secretos que todavía hoy rodean a los agujeros negros?

A medidados del pasado mayo, EL MUNDO publicaba una sensacional entrevista con el genial científico. Supongo que Zapatero tuvo una fantástica oportunidad de deleitarse con su contenido. En cualquier caso, merece la pena recordar ahora alguno de sus extractos. Consideraba Hawking que «en los últimos 100 años hemos dado pasos espectaculares en la comprensión del universo». Se han descubierto las leyes que rigen lo que ocurre «incluso en las condiciones más extremas, como en los agujeros negros». Y aunque también admitía la existencia de dificultades -«muchos esperábamos encontrar pronto una teoría fundamental que habría permitido preverlo todo en el universo»-, sobre todo destacaba que existe un camino esperanzador: «Hoy tenemos un candidato especial para esa teoría, la llamada Teoría M». Aunque, para tranquilidad de algunos, reconocía en la entrevista que «no es posible formular directamente una teoría básica, sino tan sólo una serie de aproximaciones, eso sí, cada vez más precisas».

A continuación, el periodista, insatisfecho, le requería hábilmente por dos de los misterios que todavía existen en la explicación del cielo: la materia oscura y la fuerza oscura, así llamados precisamente por seguir siendo enigmas. ¿Existen realmente o son sólo una necesidad teórica?

Con respecto al primer elemento, Hawking no vacilaba en su respuesta: «La materia oscura es una materia que no podemos ver, pero cuya presencia podemos descubrir gracias a la gravedad. Con un poco de fortuna, la identificaremos en partículas débiles interactuantes». Sin embargo, sus respuestas en relación con la fuerza oscura no eran tan rotundas: «La energía oscura es más difícil de descubrir», para, a continuación, describirla como «un tipo de energía misteriosa que hace acelerar la expansión del universo, o ralentizarla».

Rodríguez Zapatero, no es menester recordarlo, alcanzó la Presidencia del Gobierno de España porque hubo alguien que decidió matar a 191 personas tres días antes de las elecciones generales. Así de duro y así de simple.

Las circunstancias de su victoria electoral harían imprescindible en cualquier país democrático, si no la formación de un Gobierno de concentración nacional al modelo alemán, sí al menos un denodado esfuerzo por parte del jefe del Ejecutivo por convenir con el líder de la oposición los temas más relevantes de su mandato. ¿Qué asuntos estarían entre ellos? La búsqueda de la verdad de tan brutal atentado, sin duda. La negociación con una organización terrorista, también.

Pero volviendo a la entrevista, no me digan que no resulta curioso el nombre -la Teoría M- con el que el señor Hawking ha dado en llamar a su hipótesis sobre el comportamiento del universo. Exactamente el mismo nombre, a falta de un número de dos cifras, con el que estamos desarrollando nuestras pesquisas acerca del brutal atentado de Madrid. Comprobemos si existen más similitudes.

Al igual que Hawking, también nosotros hemos descubierto leyes que rigen indefectiblemente a todos y cada uno de nuestros particulares agujeros negros. Alguna de ellas se ha hecho ya tan famosa como aquélla que dice que todo elemento probatorio que pasa por ciertas manos funcionariales se convierte, automáticamente, en una prueba falsa.

Al igual que Hawking, también nosotros hemos descubierto restos de materia oscura o, como él dice, «débiles partículas interactuantes». En nuestro peculiar caso, esas partículas pueden llegar a ser tan pequeñas y livianas como los escasos gramos de explosivo supuestamente encontrados en la furgoneta de Alcalá. Y también estos elementos se relacionan, en esta ocasión, con sus falsos compañeros de la mochila de Vallecas.

Decía el profesor en su entrevista que «puede que no lleguemos nunca al final de nuestra investigación, a una comprensión completa del universo». Y yo me atrevo a suponer que uno de los motivos de sus dudas lo constituya la dificultad de poseer una comprensión cabal de lo que se conoce como la fuerza oscura. Precisamente el mismo escollo con el que nos hemos encontrado durante estos meses de investigaciones.

Pero, hoy en día, desgraciadamente para Zapatero, la ciencia avanza una barbaridad. Y lo que en el mes de mayo se presentaba barnizado por un mal tinte, alcanza ya en estas fechas el resplandor de una supernova. Al fin y al cabo, los agujeros negros, según el propio profesor Hawking, no son tan oscuros como se pensaba.

Reconoce el astrofísico de Cambridge que no poder alcanzar jamás una explicación final a todas sus dudas no le preocupa demasiado. Es más, se muestra encantado. Y ello es así porque, en su opinión, «una vez encontrada la explicación del fundamento de todo, la ciencia sería como el alpinismo después del Everest». Es decir, un aburrimiento.

Y pese a que el inconveniente no es baladí, no por ello piensa autolimitarse cruzándose de brazos. Ni cejará en su empeño. «Todos queremos saber de donde venimos y por qué estamos aquí». Ni dejará de dar explicaciones comprensibles a todo aquél que le quiera escuchar. «Creo que la gente tiene derecho a compartir y conocer el entusiasmo de los descubrimientos que estamos haciendo. Después de todo, es el público el que paga las investigaciones».

Aunque, desde luego, siempre es importante encontrar un rato para la diversión. Y ese momento lo encuentra habitualmente el señor Hawking en una popular serie, como no podía ser de otra manera, de aventuras interestelares. Aparte de él, claro, muchos seguidores han tenido el placer de comprobar cómo los guionistas y productores de Star Trek han correspondido su afición por la saga con un pequeño papel en la trama no exento de su fina ironía.

Ocurre, sin embargo, que yo me lo imagino más bien como un sabio maestro Jedi en la otra gran epopeya de ciencia ficción de nuestro tiempo: La Guerra de las Galaxias. Un gran relato por capítulos en el que las fuerzas del mal consiguen atraer hasta el lado oscuro a un joven temerario e idealista, ambicioso y audaz. Y es precisamente ese momento concreto en el que Anakin Skywalker es definitivamente transformado en el maléfico Darth Vader el elegido por George Lucas para dar el pistoletazo de salida a tan colosales batallas.

La cara es, sin duda, el espejo del alma, debió de pensar el rey Midas del cine norteamericano. Quizás por ello el rostro angelical del inconsciente optimista antropológico se convirtió, quién sabe si definitivamente, en el rictus desencajado de un gobernante corrompido en la misma tarde de un día 22 de marzo en el que una organización terrorista le planteó, de nuevo, sus ansias de destrozar a uno de los reinos más antiguos y ricos del planeta [el pasado 22 de marzo ETA decretó el alto el fuego permanente].

Aunque lo más curioso, y tiene bemoles el asunto, es que vaya a ser justamente el presidente Aznar quien decida, desde su flamante nuevo despacho en la sede del imperio mediático del todopoderoso Rupert Murdoch, si la 20th Century Fox ha puesto definitivamente fin, o no, a esta apasionante película.

Por todo ello, queridos lectores, que la fuerza os acompañe.

Constantino Piñeiro es abogado.

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