Primero la paz, dentro de 20 años la política
21-05-06
CARTA DEL DIRECTOR
Primero la paz, dentro de 20 años la política
PEDRO J. RAMIREZ
CARTA DEL DIRECTOR
Primero la paz, dentro de 20 años la política
PEDRO J. RAMIREZ
Si hay un personaje teatral, literario e histórico en el que jamás habría sospechado que pudiera encontrar concomitancia alguna con Zapatero ése es Coriolano, el miles gloriosus despectivo con la plebe: la antítesis total de nuestro paladín de la ética indolora. Sin embargo ETA y The Globe hicieron saltar el pasado fin de semana la chispa de la analogía.
(.../...)
Recomiendo a las decenas de miles de españoles que hacen escapadas a Londres en estos meses de primavera que no dejen de incluir en su itinerario el viejo teatro de Shakespeare, recientemente reconstruido en su enclave original al pie del Támesis. No sólo podrán disfrutar de cuanto tiene de inmortal el genio de Strafford sino también de la deliciosa experiencia -teatro dentro del teatro- de comprobar cómo eran las funciones en aquel crepúsculo isabelino de intrigas, crueldad y jolgorio.
A mitad de camino entre el corral de comedias y la plaza de toros de pueblo, The Globe mantiene un amplio espacio al pie del escenario reservado para un par de centenares de espectadores de a pie que, en el caso del ingenioso montaje de Coriolano más que pagar deberían de haber cobrado, pues eran utilizados como representación colectiva de los pueblos romano y volsco, según los avatares del drama. Bastaban tres o cuatro actores, camuflados en su seno, para dar la sensación de que la masa aclamaba al general triunfante o rugía de ira contra el cónsul que se negaba a la humillación de mostrar sus heridas a la hora de pedir el voto.
Aunque toda la obra se centra en el eterno debate entre democracia y meritocracia, a mí se me quedaron grabadas esas manipulables oscilaciones de la opinión pública en relación a la situación límite que se crea en el último acto cuando Coriolano parece haber cambiado de bando, disparando las expectativas de los volscos, pero, ante los ruegos de su madre y esposa, termina patrocinando un apaño con los romanos. Cuando a la mañana siguiente leí el megacomunicado de ETA, empaquetado en formato de entrevista, me fue muy fácil atar un par de cabos y concluir que, al igual que en el drama de Shakespeare, aquí lo que queda por dilucidar es si a nuestro presidente lo matarán -políticamente, claro- los romanos o los volscos. Es decir, los que se sienten traicionados al principio de ese quinto acto o los que se sienten traicionados al final.
A Coriolano, ya se sabe, lo matan los volscos engrasando sus puñales en el reproche de haber incumplido «compromisos» análogos a los que la banda terrorista atribuye sin ambages a «las autoridades de La Moncloa». De nada sirve que su inesperado cómplice les venda los términos del tratado que acaba de firmar: «El botín que traemos es tres veces mayor que los gastos de la campaña.Hemos ajustado la paz mediante condiciones no menos gloriosas para los volscos que ignominiosas para los romanos ». No es suficiente para quienes tantas veces han sido rechazados a las puertas de Roma y ahora han creído al fin llegado el momento -por utilizar la retórica etarra- de recolectar la «cosecha» de tantos años de «lucha».
Una de esas voces guturales, que parece brotar del estómago de la masa, se alza entonces intransigente: «Acabar antes de haber comenzado, sacrificar el fruto de nuestras armas, reembolsarnos de los gastos por toda compensación, ajustar un tratado con gentes que estaban dispuestas a rendirse son faltas que no admiten excusa». O lo que es lo mismo: no hemos llegado hasta aquí ni para cambiar paz por presos, ni para que Batasuna pueda volver a presentarse a las elecciones como ya lo hacía antes, y menos ahora cuando tenemos al Estado y a la sociedad española prácticamente a punto de caramelo.
Entonces es cuando le apuñalan. Coriolano muere sin entender nada -para una vez que ha querido ser diplomático - sepultado por la ya famosa receta de Zapatero: «Primero la paz, luego la política», sin haber reparado siquiera en lo distinto que era el encargo que le formulaba su madre: «Lo que te pedimos es que reconcilies a los dos pueblos».
Aprovechando que el presentador del acto era Joseba Arregui y que una de sus reiteradas obsesiones es precisar el significado de las palabras que se usan en el debate público, yo entré en harina el pasado jueves en la conferencia que di en Vitoria con motivo del XV aniversario de EL MUNDO DEL PAIS VASCO intentando acotar lo que quiso decirme el presidente con esa frase que se convirtió en titular de primera página de nuestra entrevista.Obviamente él entiende por «paz» lo mismo que todos: la ausencia de violencia, el fin del terrorismo y la extorsión; y cuando habla de «política» es fácil deducir por el contexto que se está refiriendo al catálogo de reivindicaciones de todos los sectores nacionalistas, incluida Batasuna. De ahí que para mí la clave de que exista alguna remota posibilidad de éxito resida en la determinación del adverbio «luego».
Cuando lo empleó ante mi grabadora Zapatero sólo podía querer decir dos cosas: o bien que el tiempo de discutirlo todo -incluida la autodeterminación, aunque sea bajo la ambigua forma del «derecho a decidir»- llegará tras la verificación del alto el fuego, o sea el mes que viene; o bien que eso sucederá en el momento en que la banda terrorista dé un paso adicional y anuncie que abandona las armas para siempre, o sea el año que viene, coincidiendo con el blanqueo de Batasuna de cara a las municipales.
Al margen de que, aplicando la misma cláusula de salvaguardia con la que acaba de matizar el carácter «permanente» de su alto el fuego, cuando ETA diga «para siempre» estaremos obligados a leer «de momento», en mi opinión el vacío existente entre las dos orillas que Zapatero intenta enlazar es tan inmenso que el puente entre ellas debe ser mucho más sólido que un adverbio.De ahí surge mi propuesta, en forma de modesta aportación al debate sobre la encrucijada vasca: primero la paz, dentro de 20 años la política. Y en medio la reconciliación.
Si no va seguida de la reconciliación, la paz será una formalidad hueca, una simple cáscara vacía. Si no va precedida de la reconciliación, la política, sin margen moral en el que asentarse, sólo desembocará en nuevas frustraciones que reabrirán automáticamente las heridas, relanzarán los enconos y nos devolverán fatalmente al círculo infernal de la violencia.
Dar una oportunidad a la reconciliación significa abrir un espacio intermedio, emprender una transición, imponer una pausa tanto a la dinámica de las reivindicaciones como a la legítima pretensión de establecer categóricamente un desenlace con vencedores y vencidos.Eso y sólo eso permitiría diluir el problema en el río de la Historia.
Hablo de 20 años más en un sentido lorquiano que estrictamente cronológico. Es la medida habitual del olvido, el tramo estándar de una generación humana. Y, por supuesto, no quiero decir que durante ese tiempo no se discutan todas las opciones y proyectos a través de un Parlamento vasco que refleje fielmente el pluralismo real de la sociedad. No se trata de dejar ni un minuto a nadie a la intemperie, suspendiendo la autonomía según la medicina de caballo que Blair aplica en el Ulster. Bastaría que las fuerzas democráticas se comprometieran a aparcar el debate esencialista sobre la identidad vasca y su consiguiente plasmación en un marco jurídico distinto del actual no hasta el momento en que las armas callen, sino hasta el momento en que el eco de su estruendo deje de resonar en los oídos de las víctimas. ¿Implicaría esta moratoria que durante tal fase de convalecencia ni siquiera podría reformarse el Estatuto de Guernica en la línea de lo que acaba de hacerse en Cataluña? Ésa sería mi recomendación, pero es a los protagonistas del pacto a quienes les correspondería escribir su letra pequeña.
Primero la paz, luego la política. De acuerdo. Pero si eso se plantea sin solución de continuidad, si eso significa que a los 10 minutos de que ETA diga -rebus sic estantibus- que no volverá a matar, los mismos interlocutores con atuendo diferente pasan a la habitación de al lado para tratar la autodeterminación y la territorialidad en tal caso que concurran Gregorio Ordóñez y Fernando Buesa a esa mesa de partidos y que a la mañana siguiente escriba José Luis López de Lacalle su columna. Es lo menos que hoy por hoy merecerían los Otegi, Permach y compañía: sentir el apretón de la mano helada de los muertos como don Juan Tenorio siente la del Comendador antes de ser arrastrado por su víctima a la caldera más hirviente del averno.
El nuevo ministro del Interior no olvida su encuentro con Permach durante la anterior tregua y aguarda con ganas el momento de poder decirle a la cara a Otegi que frente al vicio de pedir existe la irreductible virtud de no dar. Pero aunque los acontecimientos se desarrollaran así, el mero hecho de convertir instantáneamente en interlocutores de una negociación política sobre el destino colectivo a quienes con su criminal aplauso o su no menos vil silencio han venido siendo cómplices activos del asesinato y cooperadores necesarios de la extorsión, ya supondría otorgar dividendos al terrorismo y agraviar insoportablemente a las víctimas.Esa negociación no puede ser aceptada como requisito para la normalidad democrática -delirios montenegrinos de por medio- sino que debe ser concebida como la consecuencia natural de su paulatina y sosegada implantación.
Tal normalidad democrática no existe hoy en día, ni existirá durante mucho tiempo, al margen de lo que digan o dejen de decir cualquier verificación de Zapatero o cualquier comunicado de ETA. Todos sabemos que esos añorados dirigentes, cuyos cadáveres formaron parte de la simiente a partir de la cual los terroristas pretenden iniciar ahora su miserable cosecha roja, no podrán comparecer a la mesa de partidos, ni siquiera como convidados de piedra, porque la sociedad vasca ha sufrido la amputación irreversible de algunos de sus mejores ciudadanos.
Otras mutilaciones pueden tener, sin embargo, remedio si con infinita paciencia se aborda la microcirugía del reimplante.Me refiero, desde luego, a esos entre 150.000 y 200.000 vascos que, según todos los cálculos, han optado por el camino del exilio como consecuencia de la onda expansiva del terror. Políticos de primera, de segunda y de tercera, empresarios, profesores de universidad, periodistas de renombre y reporteros de base Son los protagonistas de la nueva película que prepara Iñaki Arteta. Muchos de ellos volverían a vivir y a votar en el País Vasco, pero no mañana ni pasado, no cuando el Gobierno y ETA les dijeran que ya pueden hacerlo, sino cuando la experiencia les demostrara que esta vez va de verdad.
Y además del exilio exterior está el exilio interior. Las últimas recopilaciones indican que a lo largo de los años hasta 34.000 personas diferentes han aparecido en documentos incautados a ETA, relaciones vinculadas con el cobro del impuesto revolucionario o listas negras de una u otra índole manejadas por la izquierda abertzale. Multiplíquese a cada una de ellas por sus familiares y amigos y podremos comprender cuán alta ha subido la marea del miedo. ¿Alguien cree que estas personas comenzarán a sentirse libres el día que el Gobierno concluya su proceso de verificación? ¿Alguien cree que el PP y el PSE podrán ya en las próximas elecciones organizar mítines en determinados pueblos o conseguir candidatos en unos vecindarios en los que existe pánico incluso a que se identifique la opción de voto?
Es obvio que, con la excepción de los crímenes de los GAL -perseguidos y castigados, aún de forma insuficiente, por el Estado-, ha sido la población no nacionalista la que ha sufrido la violencia en el País Vasco, la que ha visto menguar sus filas mientras sus dirigentes políticos eran asesinados; sus portavoces periodísticos, amordazados y sus líderes sociales, obligados a marcharse. Sería inaceptable que las opciones nacionalistas se aprovecharan ahora de esa situación de ventaja para inventar el futuro de todos.
Y me refiero no sólo a los movimientos radicales que directa o indirectamente han sido corresponsables del terrorismo sino también al PNV o EA que durante más de dos décadas se han convertido para muchos ciudadanos en una especie de opción refugio en la que han buscado comodidad y protección. ¿Cuántos de sus votos han sido prestados por el miedo, incluido el miedo al qué dirán? Sólo cuando se hayan celebrado media docena de comicios en un clima de ausencia de coacción, equivalente al que ha imperado en el resto de España desde el 77, podremos saberlo.
La reconciliación precisa tiempo, pero no estoy proponiendo que nos limitemos a dejar pasar el tiempo. Se trata de una causa suficientemente noble como para que merezca la pena involucrarse activamente en estimular al máximo el proceso. Por eso el jueves propuse en Vitoria que en el próximo parlamento vasco -al que con uno u otro nombre se reincorporará Batasuna, siempre que cumpla los requisitos legales- se constituya una Comisión para la Reconciliación que podría tener competencias del tenor de estas siete:
1.- Facilitar la reinserción de los activistas de ETA que volvieran del extranjero o salieran de las cárceles.
2.- Estimular la progresión de grado penitenciario y la aplicación de otros beneficios a aquellos reclusos que hicieran patente su renuncia a la violencia.
3.- Potenciar y coordinar las ayudas públicas vascas a las víctimas de ETA y sus familiares.
4.- Fomentar el regreso al País Vasco de todos los que lo han abandonado a consecuencia directa o indirecta del terrorismo y muy especialmente de aquellas personas con relieve y proyección social.
5.- Promover una cultura de la tolerancia mediante actos de toda índole, con especial incidencia entre los jóvenes.
6.- Investigar cualquier denuncia de actos violentos por motivaciones políticas, sea cual sea su alcance e intensidad.
7.- Informar periódicamente a la sociedad sobre los avances y retrocesos en el camino hacia la reconciliación.
¿Cuándo podrá darse por culminado ese proceso? Aprovechando la presencia de María San Gil en la sala, dije que el día que ella pueda presentar a Arnaldo Otegi en un acto como el que Fraga protagonizó junto a Carrillo en el Club Siglo XXI sin que ello suponga un escándalo, una excentricidad o una ofensa para nadie.La admirable jefa del PP vasco me dijo luego que a ella le cogería ya muy mayor -seguro que dentro de 20 años seguirá siendo tan vital y atractiva como Ricardo Martínez la ha dibujado- y que prefiere pensar que algún día los hijos de ambos podrán convivir sin traumas.
¿Y después de la reconciliación qué? Lo que quieran y pidan los ciudadanos, de acuerdo con las normas legales de las que se vayan dotando. Aunque algunos colegas empecinados en demostrar que no me quieren bien hayan evocado antiguas manifestaciones mías como contradictorias con mis opiniones actuales, yo sigo sin tenerle miedo alguno a la autodeterminación. Ni a pronunciar la palabra, ni a clarificar el concepto. Lo que siempre he dicho y repito es que el primer titular del derecho a la autodeterminación es el ser humano. Que son todos y cada uno de los ciudadanos vascos los que, al igual que todos y cada uno de los restantes ciudadanos españoles, tienen derecho por separado a autodeterminar que quieren seguir vivos, a autodeterminar su libertad de movimientos y de plena disposición de los bienes legítimamente adquiridos y a autodeterminar la expresión de las propias ideas sin riesgo alguno.
Si algún día la suma de todas esas autodeterminaciones individuales desemboca en una rotunda demanda de un cambio del tipo de relación de la Comunidad Autónoma Vasca con el resto de España, incluso de una ruptura de toda relación, pues llegará el momento de pactar la forma y el cauce para ello. Ni deseo ni creo que suceda nunca, pero el día en que la reconciliación sea una realidad consolidada no debe haber ningún inconveniente para que esa puerta quede democráticamente abierta por el único titular de la soberanía, que es la Nación en su conjunto. Quiero subrayar con ello que, mucho más que el destino al que lleguemos, lo que de verdad me importa es que sobre las agendas políticas se imponga una hoja de ruta ética. Y si al presidente no le sale eso del corazón, que relea a Shakespeare y recuerde cómo acabó Coriolano.
pedroj.ramírez@el-mundo.es
(.../...)
Recomiendo a las decenas de miles de españoles que hacen escapadas a Londres en estos meses de primavera que no dejen de incluir en su itinerario el viejo teatro de Shakespeare, recientemente reconstruido en su enclave original al pie del Támesis. No sólo podrán disfrutar de cuanto tiene de inmortal el genio de Strafford sino también de la deliciosa experiencia -teatro dentro del teatro- de comprobar cómo eran las funciones en aquel crepúsculo isabelino de intrigas, crueldad y jolgorio.
A mitad de camino entre el corral de comedias y la plaza de toros de pueblo, The Globe mantiene un amplio espacio al pie del escenario reservado para un par de centenares de espectadores de a pie que, en el caso del ingenioso montaje de Coriolano más que pagar deberían de haber cobrado, pues eran utilizados como representación colectiva de los pueblos romano y volsco, según los avatares del drama. Bastaban tres o cuatro actores, camuflados en su seno, para dar la sensación de que la masa aclamaba al general triunfante o rugía de ira contra el cónsul que se negaba a la humillación de mostrar sus heridas a la hora de pedir el voto.
Aunque toda la obra se centra en el eterno debate entre democracia y meritocracia, a mí se me quedaron grabadas esas manipulables oscilaciones de la opinión pública en relación a la situación límite que se crea en el último acto cuando Coriolano parece haber cambiado de bando, disparando las expectativas de los volscos, pero, ante los ruegos de su madre y esposa, termina patrocinando un apaño con los romanos. Cuando a la mañana siguiente leí el megacomunicado de ETA, empaquetado en formato de entrevista, me fue muy fácil atar un par de cabos y concluir que, al igual que en el drama de Shakespeare, aquí lo que queda por dilucidar es si a nuestro presidente lo matarán -políticamente, claro- los romanos o los volscos. Es decir, los que se sienten traicionados al principio de ese quinto acto o los que se sienten traicionados al final.
A Coriolano, ya se sabe, lo matan los volscos engrasando sus puñales en el reproche de haber incumplido «compromisos» análogos a los que la banda terrorista atribuye sin ambages a «las autoridades de La Moncloa». De nada sirve que su inesperado cómplice les venda los términos del tratado que acaba de firmar: «El botín que traemos es tres veces mayor que los gastos de la campaña.Hemos ajustado la paz mediante condiciones no menos gloriosas para los volscos que ignominiosas para los romanos ». No es suficiente para quienes tantas veces han sido rechazados a las puertas de Roma y ahora han creído al fin llegado el momento -por utilizar la retórica etarra- de recolectar la «cosecha» de tantos años de «lucha».
Una de esas voces guturales, que parece brotar del estómago de la masa, se alza entonces intransigente: «Acabar antes de haber comenzado, sacrificar el fruto de nuestras armas, reembolsarnos de los gastos por toda compensación, ajustar un tratado con gentes que estaban dispuestas a rendirse son faltas que no admiten excusa». O lo que es lo mismo: no hemos llegado hasta aquí ni para cambiar paz por presos, ni para que Batasuna pueda volver a presentarse a las elecciones como ya lo hacía antes, y menos ahora cuando tenemos al Estado y a la sociedad española prácticamente a punto de caramelo.
Entonces es cuando le apuñalan. Coriolano muere sin entender nada -para una vez que ha querido ser diplomático - sepultado por la ya famosa receta de Zapatero: «Primero la paz, luego la política», sin haber reparado siquiera en lo distinto que era el encargo que le formulaba su madre: «Lo que te pedimos es que reconcilies a los dos pueblos».
Aprovechando que el presentador del acto era Joseba Arregui y que una de sus reiteradas obsesiones es precisar el significado de las palabras que se usan en el debate público, yo entré en harina el pasado jueves en la conferencia que di en Vitoria con motivo del XV aniversario de EL MUNDO DEL PAIS VASCO intentando acotar lo que quiso decirme el presidente con esa frase que se convirtió en titular de primera página de nuestra entrevista.Obviamente él entiende por «paz» lo mismo que todos: la ausencia de violencia, el fin del terrorismo y la extorsión; y cuando habla de «política» es fácil deducir por el contexto que se está refiriendo al catálogo de reivindicaciones de todos los sectores nacionalistas, incluida Batasuna. De ahí que para mí la clave de que exista alguna remota posibilidad de éxito resida en la determinación del adverbio «luego».
Cuando lo empleó ante mi grabadora Zapatero sólo podía querer decir dos cosas: o bien que el tiempo de discutirlo todo -incluida la autodeterminación, aunque sea bajo la ambigua forma del «derecho a decidir»- llegará tras la verificación del alto el fuego, o sea el mes que viene; o bien que eso sucederá en el momento en que la banda terrorista dé un paso adicional y anuncie que abandona las armas para siempre, o sea el año que viene, coincidiendo con el blanqueo de Batasuna de cara a las municipales.
Al margen de que, aplicando la misma cláusula de salvaguardia con la que acaba de matizar el carácter «permanente» de su alto el fuego, cuando ETA diga «para siempre» estaremos obligados a leer «de momento», en mi opinión el vacío existente entre las dos orillas que Zapatero intenta enlazar es tan inmenso que el puente entre ellas debe ser mucho más sólido que un adverbio.De ahí surge mi propuesta, en forma de modesta aportación al debate sobre la encrucijada vasca: primero la paz, dentro de 20 años la política. Y en medio la reconciliación.
Si no va seguida de la reconciliación, la paz será una formalidad hueca, una simple cáscara vacía. Si no va precedida de la reconciliación, la política, sin margen moral en el que asentarse, sólo desembocará en nuevas frustraciones que reabrirán automáticamente las heridas, relanzarán los enconos y nos devolverán fatalmente al círculo infernal de la violencia.
Dar una oportunidad a la reconciliación significa abrir un espacio intermedio, emprender una transición, imponer una pausa tanto a la dinámica de las reivindicaciones como a la legítima pretensión de establecer categóricamente un desenlace con vencedores y vencidos.Eso y sólo eso permitiría diluir el problema en el río de la Historia.
Hablo de 20 años más en un sentido lorquiano que estrictamente cronológico. Es la medida habitual del olvido, el tramo estándar de una generación humana. Y, por supuesto, no quiero decir que durante ese tiempo no se discutan todas las opciones y proyectos a través de un Parlamento vasco que refleje fielmente el pluralismo real de la sociedad. No se trata de dejar ni un minuto a nadie a la intemperie, suspendiendo la autonomía según la medicina de caballo que Blair aplica en el Ulster. Bastaría que las fuerzas democráticas se comprometieran a aparcar el debate esencialista sobre la identidad vasca y su consiguiente plasmación en un marco jurídico distinto del actual no hasta el momento en que las armas callen, sino hasta el momento en que el eco de su estruendo deje de resonar en los oídos de las víctimas. ¿Implicaría esta moratoria que durante tal fase de convalecencia ni siquiera podría reformarse el Estatuto de Guernica en la línea de lo que acaba de hacerse en Cataluña? Ésa sería mi recomendación, pero es a los protagonistas del pacto a quienes les correspondería escribir su letra pequeña.
Primero la paz, luego la política. De acuerdo. Pero si eso se plantea sin solución de continuidad, si eso significa que a los 10 minutos de que ETA diga -rebus sic estantibus- que no volverá a matar, los mismos interlocutores con atuendo diferente pasan a la habitación de al lado para tratar la autodeterminación y la territorialidad en tal caso que concurran Gregorio Ordóñez y Fernando Buesa a esa mesa de partidos y que a la mañana siguiente escriba José Luis López de Lacalle su columna. Es lo menos que hoy por hoy merecerían los Otegi, Permach y compañía: sentir el apretón de la mano helada de los muertos como don Juan Tenorio siente la del Comendador antes de ser arrastrado por su víctima a la caldera más hirviente del averno.
El nuevo ministro del Interior no olvida su encuentro con Permach durante la anterior tregua y aguarda con ganas el momento de poder decirle a la cara a Otegi que frente al vicio de pedir existe la irreductible virtud de no dar. Pero aunque los acontecimientos se desarrollaran así, el mero hecho de convertir instantáneamente en interlocutores de una negociación política sobre el destino colectivo a quienes con su criminal aplauso o su no menos vil silencio han venido siendo cómplices activos del asesinato y cooperadores necesarios de la extorsión, ya supondría otorgar dividendos al terrorismo y agraviar insoportablemente a las víctimas.Esa negociación no puede ser aceptada como requisito para la normalidad democrática -delirios montenegrinos de por medio- sino que debe ser concebida como la consecuencia natural de su paulatina y sosegada implantación.
Tal normalidad democrática no existe hoy en día, ni existirá durante mucho tiempo, al margen de lo que digan o dejen de decir cualquier verificación de Zapatero o cualquier comunicado de ETA. Todos sabemos que esos añorados dirigentes, cuyos cadáveres formaron parte de la simiente a partir de la cual los terroristas pretenden iniciar ahora su miserable cosecha roja, no podrán comparecer a la mesa de partidos, ni siquiera como convidados de piedra, porque la sociedad vasca ha sufrido la amputación irreversible de algunos de sus mejores ciudadanos.
Otras mutilaciones pueden tener, sin embargo, remedio si con infinita paciencia se aborda la microcirugía del reimplante.Me refiero, desde luego, a esos entre 150.000 y 200.000 vascos que, según todos los cálculos, han optado por el camino del exilio como consecuencia de la onda expansiva del terror. Políticos de primera, de segunda y de tercera, empresarios, profesores de universidad, periodistas de renombre y reporteros de base Son los protagonistas de la nueva película que prepara Iñaki Arteta. Muchos de ellos volverían a vivir y a votar en el País Vasco, pero no mañana ni pasado, no cuando el Gobierno y ETA les dijeran que ya pueden hacerlo, sino cuando la experiencia les demostrara que esta vez va de verdad.
Y además del exilio exterior está el exilio interior. Las últimas recopilaciones indican que a lo largo de los años hasta 34.000 personas diferentes han aparecido en documentos incautados a ETA, relaciones vinculadas con el cobro del impuesto revolucionario o listas negras de una u otra índole manejadas por la izquierda abertzale. Multiplíquese a cada una de ellas por sus familiares y amigos y podremos comprender cuán alta ha subido la marea del miedo. ¿Alguien cree que estas personas comenzarán a sentirse libres el día que el Gobierno concluya su proceso de verificación? ¿Alguien cree que el PP y el PSE podrán ya en las próximas elecciones organizar mítines en determinados pueblos o conseguir candidatos en unos vecindarios en los que existe pánico incluso a que se identifique la opción de voto?
Es obvio que, con la excepción de los crímenes de los GAL -perseguidos y castigados, aún de forma insuficiente, por el Estado-, ha sido la población no nacionalista la que ha sufrido la violencia en el País Vasco, la que ha visto menguar sus filas mientras sus dirigentes políticos eran asesinados; sus portavoces periodísticos, amordazados y sus líderes sociales, obligados a marcharse. Sería inaceptable que las opciones nacionalistas se aprovecharan ahora de esa situación de ventaja para inventar el futuro de todos.
Y me refiero no sólo a los movimientos radicales que directa o indirectamente han sido corresponsables del terrorismo sino también al PNV o EA que durante más de dos décadas se han convertido para muchos ciudadanos en una especie de opción refugio en la que han buscado comodidad y protección. ¿Cuántos de sus votos han sido prestados por el miedo, incluido el miedo al qué dirán? Sólo cuando se hayan celebrado media docena de comicios en un clima de ausencia de coacción, equivalente al que ha imperado en el resto de España desde el 77, podremos saberlo.
La reconciliación precisa tiempo, pero no estoy proponiendo que nos limitemos a dejar pasar el tiempo. Se trata de una causa suficientemente noble como para que merezca la pena involucrarse activamente en estimular al máximo el proceso. Por eso el jueves propuse en Vitoria que en el próximo parlamento vasco -al que con uno u otro nombre se reincorporará Batasuna, siempre que cumpla los requisitos legales- se constituya una Comisión para la Reconciliación que podría tener competencias del tenor de estas siete:
1.- Facilitar la reinserción de los activistas de ETA que volvieran del extranjero o salieran de las cárceles.
2.- Estimular la progresión de grado penitenciario y la aplicación de otros beneficios a aquellos reclusos que hicieran patente su renuncia a la violencia.
3.- Potenciar y coordinar las ayudas públicas vascas a las víctimas de ETA y sus familiares.
4.- Fomentar el regreso al País Vasco de todos los que lo han abandonado a consecuencia directa o indirecta del terrorismo y muy especialmente de aquellas personas con relieve y proyección social.
5.- Promover una cultura de la tolerancia mediante actos de toda índole, con especial incidencia entre los jóvenes.
6.- Investigar cualquier denuncia de actos violentos por motivaciones políticas, sea cual sea su alcance e intensidad.
7.- Informar periódicamente a la sociedad sobre los avances y retrocesos en el camino hacia la reconciliación.
¿Cuándo podrá darse por culminado ese proceso? Aprovechando la presencia de María San Gil en la sala, dije que el día que ella pueda presentar a Arnaldo Otegi en un acto como el que Fraga protagonizó junto a Carrillo en el Club Siglo XXI sin que ello suponga un escándalo, una excentricidad o una ofensa para nadie.La admirable jefa del PP vasco me dijo luego que a ella le cogería ya muy mayor -seguro que dentro de 20 años seguirá siendo tan vital y atractiva como Ricardo Martínez la ha dibujado- y que prefiere pensar que algún día los hijos de ambos podrán convivir sin traumas.
¿Y después de la reconciliación qué? Lo que quieran y pidan los ciudadanos, de acuerdo con las normas legales de las que se vayan dotando. Aunque algunos colegas empecinados en demostrar que no me quieren bien hayan evocado antiguas manifestaciones mías como contradictorias con mis opiniones actuales, yo sigo sin tenerle miedo alguno a la autodeterminación. Ni a pronunciar la palabra, ni a clarificar el concepto. Lo que siempre he dicho y repito es que el primer titular del derecho a la autodeterminación es el ser humano. Que son todos y cada uno de los ciudadanos vascos los que, al igual que todos y cada uno de los restantes ciudadanos españoles, tienen derecho por separado a autodeterminar que quieren seguir vivos, a autodeterminar su libertad de movimientos y de plena disposición de los bienes legítimamente adquiridos y a autodeterminar la expresión de las propias ideas sin riesgo alguno.
Si algún día la suma de todas esas autodeterminaciones individuales desemboca en una rotunda demanda de un cambio del tipo de relación de la Comunidad Autónoma Vasca con el resto de España, incluso de una ruptura de toda relación, pues llegará el momento de pactar la forma y el cauce para ello. Ni deseo ni creo que suceda nunca, pero el día en que la reconciliación sea una realidad consolidada no debe haber ningún inconveniente para que esa puerta quede democráticamente abierta por el único titular de la soberanía, que es la Nación en su conjunto. Quiero subrayar con ello que, mucho más que el destino al que lleguemos, lo que de verdad me importa es que sobre las agendas políticas se imponga una hoja de ruta ética. Y si al presidente no le sale eso del corazón, que relea a Shakespeare y recuerde cómo acabó Coriolano.
pedroj.ramírez@el-mundo.es
Comentarios
Y en esa nueva constitución, si es necesario, y lo siento por los muchos amigos vascos y catalanes que tengo, en esa constitución que estemos los que queramos. Solo esos. Por favor, no podemos perder más tiempo. Pidamos una nueva constitución, y si la monarquía no está por ello, que se vaya a jurar los fueros de Guernica.