El portavoz y su conveniente disfraz de 'pacificador'

09-06-07



VUELTA A LAS ARMAS / Protagonista del 'proceso'

El portavoz y su conveniente disfraz de 'pacificador'

Estuvo en el origen de las negociaciones sin plantearse jamás distanciarse de ETA

ANGELES ESCRIVA

MADRID.- Arnaldo Otegi se ha pasado meses sacudiendo a diestro y siniestro como un espantajo autoprotector la dichosa ramita de olivo que esgrimió en el acto de Anoeta, reventón de soberbia entonces; pero no le ha servido de nada. Una vez más, él se ha sometido a ETA con disciplina gregaria y, de nuevo, a ETA le ha importado un bledo dejarle a los pies de los caballos. Aunque en esta ocasión con varias causas pendientes acechándole. (.../...)


Otegi tenía que saber a qué se atenía. En primer lugar, porque él accedió al pedestal de la relevancia pública a raíz del encarcelamiento al completo de la Mesa Nacional de Batasuna a finales de los noventa por la exhibición en campaña electoral de un vídeo de la banda. Y, en segundo lugar, porque, cuando todo indicaba la inminencia del alto el fuego, ETA no tuvo ningún inconveniente en colocar un coche bomba en el centro de Madrid el mismo día en el que iba a declarar en la Audiencia Nacional.

Meses después de ser nombrado portavoz tuvo su primera experiencia negociadora. No en vano se le llamó el «maquinista de Lizarra» por el entusiasmo con el que personalizó en nombre de Batasuna aquel proceso con los nacionalistas vascos. Pero ya entonces demostró que era un hombre de paja, sin mayor capacidad de maniobra, cuando ETA decidió acabar con aquel intento a los pocos meses. Tras el primer atentado no tuvo a bien distanciarse.

Fue primero el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, y el presidente del Gobierno, después, quienes le devolvieron el relumbrón de antaño y le convirtieron en interlocutor cuando la ilegalización de Batasuna empezaba a pasarle una factura ostracista casi irreversible. Otegi fue, junto con Pernando Barrena y Rafa Diez Usabiaga, el interlocutor de Eguiguren durante cinco años en un caserío. Fue quien, como consecuencia, preparó las bases del acto de Anoeta en el que propuso -sin solicitar ni por asomo el fin del terrorismo- el método de las dos mesas de negociación que se empleó durante el proceso; quien le hizo llegar a ETA la predisposición de los socialistas a mantener contactos antes de las elecciones generales, y quien -previo contraste de contenidos con la dirección del PSE- remitió la carta al presidente ofreciéndole una salida negociada hasta conseguir que, a pesar de sus precedentes, éste le llamase «hombre de paz».

Iniciado el proceso, realizó toda una exhibición de funambulismo táctico. Encabezó el grupo negociador de Batasuna y se reunió primero bilateral y después trilateralmente con el PSE y el PNV en los encuentros secretos y extraparlamentarios en los que se hablaba de eventuales fórmulas de autodeterminación y de territorialidad. Cuando los más radicales de su partido se ponían gallitos aparecía como un hombre bueno dispuesto a encontrar una solución que, por supuesto, siempre favorecía a Batasuna. Como el caso de la reunión pública forzada al PSE el pasado mes de julio o el de la negociación favorable a De Juana Chaos.

Tanto preservaba esa imagen que, en los últimos tiempos, cada vez que la cosa se ponía fea, enviaba al resto de los portavoces a comparecer en las ruedas de prensa.

ETA no le avisó de que iba a perpetrar el atentado de la T-4, a pesar de que horas antes había estado con la dirección. Pero después le siguió utilizando y dirigiendo su estrategia. La del comunicado posterior a los asesinatos en el que presuntamente marcaba distancias solicitando que todo regresase al momento del anuncio del alto el fuego y la planificación de las elecciones municipales para Batasuna. Siempre en permanente contacto con los socialistas vascos y, de manera indirecta, con el Ministerio del Interior -en los últimos tiempos para el asunto de las legalizaciones-. Siempre, hasta que ETA dijo el pasado lunes que todo se acabó.

Quienes le conocen dicen que, tras haber sido condenado a seis años, tenía terror a volver a la cárcel. Y por eso, la última vez que el Ministerio Público pidió su reclusión, se revolvió indignado preguntando si Conde-Pumpido estaba al tanto.

Tras 41 horas en prisión y previo pago de fianza, se recompuso y aseguró que su detención no influía en el incipiente proceso. Teóricamente, eso era lo pactado, aunque con el susto casi la fastidia. Queda por saber cuándo supo Otegi que ETA no estaba dispuesta a emprender una tregua real; si lo supo siempre y prefirió ganar tiempo e intentar eludir la prisión escondido en su disfraz de pacificador, o si fue hace unos días cuando se dio cuenta del desagradable destino que se había labrado.


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