DE LA INDECENCIA DE 'EL PAIS' A LA REGLA DE TRES DE RUBALCABA

14-09-06



Editorial

DE LA INDECENCIA DE 'EL PAIS' A LA REGLA DE TRES DE RUBALCABA


No es fácil encontrar en los anales del periodismo español una manipulación tan zafia, grosera y deontológicamente repugnante como la tergiversación de ayer de El País de una conversación de Suárez Trashorras para hacer creer a sus lectores que EL MUNDO había pagado al ex minero asturiano por sus declaraciones a este periódico. Ello es rotundamente falso. Y, después de tal ejercicio de sensacionalismo barato, el periódico de Polanco se permitía además el lujo de tacharnos de «amarillismo».

Esa es precisamente la práctica en la que ha incurrido El País al presentar como una confesión de Trashorras sobre la entrevista realizada hace pocos días lo que era una conversación con sus padres, grabada en marzo de 2005, en la que suponía -en tono indignado- que este periódico había pagado a Nayo por unas declaraciones en las que repetía lo que ya había dicho con anterioridad.

Presentar una simple suposición sobre otra persona, formulada hace año y medio, como la prueba de que Trashorras ha cobrado ahora dinero de EL MUNDO pone de relieve la absoluta quiebra de las normas periodísticas y éticas con las que opera El País, al que retamos para que pruebe sus falsas afirmaciones.

No vamos a caer en la trampa de debatir la relación de este periódico con sus fuentes porque ello es muy secundario y nos apartaría de lo esencial, que tampoco está en la conducta del diario de Polanco ni en el necio seguidismo de algún colega en patética decadencia. Lo esencial es que la filtración de esa conversación demuestra el interés del Ministerio del Interior -que es de donde ha salido- por enturbiar los trabajos de investigación de EL MUNDO sobre el 11-M y el encomiable empeño del PP en exigir respuestas en el Parlamento.

Enfangar el campo

Dicho con un símil futbolístico, Rubalcaba pretendió enfangar el campo de juego, horas antes de tener que responder a la interpelación parlamentaria presentada por el PP sobre las incógnitas que persisten en torno a la masacre. Es la misma táctica empleada por los Gobiernos de González, cuando la propaganda oficial intentaba contrarrestar las averiguaciones de este periódico con contraprogramaciones, manipulaciones o falsedades como las cartas portuguesas, las declaraciones de Sancristóbal en TVE -con alusiones al director de EL MUNDO idénticas a las que hizo ayer Rubalcaba-, las fotos de Perote y Mario Conde o las distintas variantes de «la teoría de la conspiración».

Hay que insistir en que EL MUNDO no ha pagado ni un sólo céntimo a Trashorras, pero lo sustancial no es esto sino si el ex minero ha dicho la verdad al margen de sus motivaciones, sobre las que siempre cabría especular.

Lo que importa no son los móviles de Trashorras ni de cualquier otra persona que tenga algo que aportar sobre el 11-M. Lo que importa es el contraste de su versión de los hechos con los testimonios, informes policiales y datos que obran en el sumario. Ahora mismo pagaríamos cualquier suma a nuestro alcance si ello contribuyera decisivamente a averiguar de forma lícita la verdad sobre aspectos sustanciales de lo ocurrido que el propio juez instructor dice desconocer.

En su respuesta a la comedida interpelación presentada por Eduardo Zaplana, que fundamentalmente se limitó a recordar las principales incógnitas sobre los atentados, el ministro del Interior reaccionó con una catarata de descalificaciones sobre la labor de la oposición, a la que acusó de carecer de ética y de sentido común, de actuar de forma «inmoral», de caer en «el delirio», de practicar «el todo vale» y casi cualquier otro exceso.

Rubalcaba llegó a comparar la estrategia política del PP sobre el 11-M con los afanes de un grupo de iluminados que acusan a Bush de haber montado los atentados de las Torres Gemelas. Pero eludió responder a las preguntas formuladas por Zaplana con el argumento de que el PP está intentando sembrar la duda sobre las actuaciones de las Fuerzas de Seguridad y del juez.

El ministro del Interior acusó el golpe cuando Zaplana en una réplica vibrante y cargada de dignidad le reprochó que su actual conducta le recordaba mucho su actuación como ministro en el último Gobierno de González, cuando intentaba tapar la responsabilidad de la cúpula de Interior en los GAL.

¿Cuál es ahora la 'X'?

Y eso es lo que Rubalcaba hizo ayer en el Parlamento: en lugar de responder a las preguntas formuladas por Zaplana sobre los explosivos, las contradicciones de Sánchez Manzano, la mochila de Vallecas, la furgoneta Kangoo y otras cuestiones, el ministro se lanzó a un temerario juicio de intenciones sobre el PP, al que acusó de no aceptar los resultados electorales y de alentar la teoría de la conspiración.

Plantear preguntas que carecen de respuesta tan elementales como dónde están los análisis de los restos hallados en los focos de las explosiones no es fabular sobre una conspiración universal, como afirmó Rubalcaba, sino cumplir con una obligación hacia la ciudadanía y las víctimas.

Ayer, Rubalcaba se puso en evidencia al intentar ridiculizar con una mezcla de ocurrencias y tontos chascarrillos a una oposición que se había limitado a ejercer ese deber. La desmesura de sus ataques y la bajeza de sus reproches pone en evidencia que el Gobierno se ha puesto nervioso con las revelaciones de este periódico. Flaco favor le ha hecho este ministro a Zapatero.

Rubalcaba dijo ayer sobre Zouhier, Lavandera y Trashorras lo mismo que decía hace 12 años sobre Amedo, Domínguez y Perote, a los que intentó presentar también como los instrumentos de una conspiración para desacreditar al Gobierno. El tiempo puso las cosas en su lugar y demostró quién decía la verdad.

Si aplicamos una regla de tres sobre las reacciones gubernamentales de entonces y de ahora y sobre lo que sucedió con los GAL y los atentados del 11-M, cabría preguntarse cuál es la «X» que pretende encubrir Rubalcaba.

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