«Toro me ofreció hacer de correo para llevar explosivos a ETA»
11-09-06
11-M / Las confesiones de Lavandera / A tumba abierta (I)
«Toro me ofreció hacer de correo para llevar explosivos a ETA»
Por FRANCISCO JAVIER LAVANDERA / con FERNANDO MUGICA
11-M / Las confesiones de Lavandera / A tumba abierta (I)
«Toro me ofreció hacer de correo para llevar explosivos a ETA»
Por FRANCISCO JAVIER LAVANDERA / con FERNANDO MUGICA
Francisco Javier Lavandera ha decidido contarlo todo. Ha preferido hacerlo en un libro, A tumba abierta, -que se pondrá a la venta mañana martes- para poder explicar con la extensión necesaria los secretos que ha guardado hasta ahora sobre la trama asturiana. Desvela con detalle como el propio Antonio Toro, uno de los involucrados en el sumario de los atentados del 11-M, le ofreció servir de correo para transportar explosivos a ETA. Le preguntó si sabía de alguien que supiera fabricar bombas con móviles para ETA. Incluso le propuso que matara a una persona asegurándole que era ETA quien iba a pagar la factura. Hasta ahora ha permanecido callado, según cuenta en el libro, porque la Policía le amenazó de muerte si algún día revelaba la relación entre Toro y ETA. En julio de este año, cuando ya estaba escribiendo el libro, le dispararon cinco tiros. Damos hoy extractos del primer capítulo.
Quieren matarme. Están decididos a impedir que yo llegue a declarar en el juicio del 11-M. Saben lo que sé y quieren cerrarme la boca sin importarles el escándalo que supondría que me pasara algo. Lo han intentado en varias ocasiones. En una de las últimas, la del 5 de julio de 2006, los pistoleros fallaron por muy poco. Una de las cinco balas que me dispararon, la que iba dirigida a mi corazón, la paró el volante de mi coche. Me salvaron la providencia y mis reflejos. Antes, en otoño de 2004, dejaron que mi mujer se suicidara sin hacer nada para impedirlo. No fueron capaces de salvar a Lorena a pesar de sus llamadas telefónicas pidiendo auxilio. Los servicios de emergencia no llegaron a tiempo en pleno mediodía, a la playa de Gijón. Se mantuvo con el agua hasta la cintura durante más de 45 minutos sin que nadie se tirara a por ella. Han intentado destruirme físicamente y también por dentro. Me han presionado para que mi cerebro reviente y poder declararme loco y que mi testimonio ya no tenga valor. Por eso me enviaron las fotos de la autopsia de Lorena a mi domicilio. La nota del sobre lo decía todo: «Para que te acuerdes de tu mujer». Y allí estaba ella, una chica de 23 años, la mujer más risueña y alegre que se pueda soñar, una brasileña guapísima, abierta en canal como un cerdo, con las tripas fuera y colocadas a su lado. Y luego, las llamadas constantes sin que nadie de señales de vida al otro lado del teléfono. O el charco de sangre en el portal. Lo último ha sido el ataque brutal a mis animales. Un cervatillo de pocos meses al que he dado el biberón en mi piso, golpeado bárbaramente. Uno de mis muflones del Camerún colgado y con las patas traseras destrozadas a palos. Y mi perro, Blas, el que me ha acompañado en mis patrullas como vigilante jurado en mis últimos años laborales, colgado por el cuello de una verja y con dos balazos en el costado. Y las humillaciones de ver mi nombre en la prensa unido a la peor calaña y con el retintín de alias Lavandero, como si fuese un delincuente. O esa frase de una publicación semanal de gran tirada: «¿Qué oscuras intenciones mueven a Lavandero en sus denuncias?». Lo dijo, según he leído, con mucha claridad un ministro: «La gente no sabrá distinguir dentro de poco entre Trashorras, Toro o Lavandera». Todos en el mismo saco de la mafia asturiana. Esa mafia sórdida
(.../...)
en la que policías y ladrones se mezclan para que florezcan los puticlubs, el negocio de la droga, la venta de armas y la trata de blancas, con menores de por medio. Y todos tan contentos.
Pero les va a salir mal la jugada. Yo sigo vivo y con más fuerza que nunca. La presión sólo ha servido para reafirmarme en que merece la pena defender la verdad, caiga quien caiga. Estoy seguro de que hay mucha gente que se pregunta por qué quieren matarme, por qué están dispuestos a todo para que no cuente lo que yo sé. No puedo conocer sus intenciones pero en este momento solemne en que comienzo a contar en este libro los entresijos de mi vida puedo asegurar que voy a llegar hasta el final.
Hay cosas que no le he dicho aún al juez. Ha sido por miedo a las amenazas constantes. He intentado, con mi silencio, salvaguardar a mi niño Fran, que ahora cumple cuatro años, y que es el motor de mi existencia, la razón por la que merece la pena seguir adelante. Lo he hecho también por mi hermano, doce años mayor que yo, un hombre al que quiero a pesar de nuestras enormes diferencias y de no haber congeniado nunca con él. Una persona que, a pesar de todo, ha estado siempre ahí para ayudarnos económicamente con el salario de su trabajo de albañil.
FREGAR ESCALERAS
Y por mi madre, que aún cuida de nosotros a pesar de su precaria salud y de arrastrar una vida de lucha y sacrificios en la que ha tenido que trabajar como una burra para sacarnos adelante. Una persona que no ha dudado en fregar escaleras cuando su marido, el militante comunista más honrado que se puede uno imaginar, purgaba en la cárcel la única culpa de defender sus ideas hasta las últimas consecuencias. Un hombre que murió solo, abandonado por sus propios compañeros, aquellos a los que les llevaba conmigo comida al monte para que pudieran sobrevivir en su fuga de los aparatos de represión franquista.
Pero ha llegado el momento. Lo voy a hacer por todos ellos. Y porque aún creo en los valores de la honradez y la verdad. No he sido un santo ni presumo de ello. El que tenga la paciencia de leer estas páginas comprobará que he estado revolcado por el fango en muchas ocasiones. He sido portero de un club nocturno y mercenario en Africa. He vivido de las mujeres y he sentido de cerca el olor de los bajos instintos de demasiadas personas. No se impacienten. Lo voy a contar todo con pelos y señales.
No me avergüenzo de lo que he hecho tal vez porque, por un milagro que no sé a quien achacar, he conservado la lucidez suficiente para saber cuando merece la pena arriesgar la propia vida para defender valores tan simples como la verdad. No me importan las consecuencias. Si muero, dejaré a mi hijo la única herencia que puedo darle, que consiste en que la defensa de la verdad es un bien por encima de cualquier otra consideración. No hay empresa, ni partido político, ni organización que pueda estar por encima de algo tan elemental. Las víctimas del 11-M se merecen este esfuerzo.
Yo no sé cómo se llevaron a cabo los atentados. Pero sí conozco datos que quiero aportar. En otoño de 2004, el periódico EL MUNDO publicó la transcripción de una cinta magnetofónica en que se oía mi voz. Se trataba de una conversación grabada en el verano de 2001, sin mi conocimiento, por el agente de Información de la Guardia Civil de Gijón, Jesús Campillo.
En esa cinta yo denunciaba a las Fuerzas de Seguridad que un joven de Avilés que frecuentaba el club Horóscopo, en el que yo trabajaba como portero, me había ofrecido participar en la venta de grandes cantidades de explosivos. También me había propuesto que entrara en el negocio de los billetes falsos, el transporte de drogas y otras actividades delictivas. El punto fuerte de esa cinta era el momento en el que yo denunciaba que Antonio Toro y sus amigos buscaban a alguien que supiera fabricar detonadores para bombas con teléfonos móviles.
LO QUE NO DIJE
De todos es sabido, porque se publicó en la mayor parte de los medios informativos, que yo había denunciado ya antes estos hechos ante la Policía Nacional pero que no me habían hecho ni caso. Lo que muy pocos saben es que yo había explicado más cosas a los policías de las que quedaron grabadas en la cinta. Eran detalles muy importantes que callé más tarde ante la Guardia Civil para salvaguardar mi propia vida.
Quiero ahora manifestar que miembros de la Policía vinieron a hablar conmigo, tras mi primera declaración, para advertirme de que si volvía a repetir a alguien lo que les había contado podía considerarme un hombre muerto. No soy alguien que se asuste fácilmente, pero puedo asegurarles que me creí aquella amenaza. Por eso oculté algunos datos a la Guardia Civil, aunque les marqué el camino para que pudieran averiguarlos, a nada que se hubieran esforzado.
Tampoco se los dije al juez Juan del Olmo porque la protección que me ofreció cuando se desveló el contenido de la cinta no me pareció suficiente. ¿Cómo iban a protegerme para que pudiera llegar a declarar los mismos que me habían amenazado de muerte si hablaba? ¿Quién iba a defender a mi familia mientras estuviera yo fuera de casa, de una ciudad a otra durante seis meses, escondido por los escoltas como testigo protegido?
Ya no tengo protección. El juez me la quitó porque me compré una pistola. Y que conste que tengo la licencia y todos los papeles en regla. Al final, fue la pistola y no el juez quien salvó mi vida el 5 de julio cuando vinieron a matarme.
Pero, curiosamente, ahora que no tengo protección es cuando más estoy dispuesto a decir toda la verdad. Después de que se sepa, después de que los lectores puedan tener a su alcance los datos que yo les voy a aportar, ya no me importa lo que pueda pasarme. Mi misión estará cumplida.
La verdad es muy simple y rotunda. La policía me amenazó de muerte si contaba que Antonio Toro estaba directamente relacionado con ETA. Fue él quien me dijo que los explosivos con los que quería comerciar eran para ETA. Me ofreció trabajar como correo para ETA y hasta quiso contratarme para matar a una persona y me aseguró que sería ETA quien pagase, y muy bien, aquel asesinato.
Más tarde, Emilio Suárez Trashorras, otro joven de Avilés que luego sería su cuñado, me aseguró en el club Horóscopo que ya le habían encajado 200 kilos a ETA y que como yo no había querido participar en aquel transporte lo había hecho otra persona.
Todo esto, con todo detalle, lo conté en la comisaría de Gijón en su momento. Lo denuncié todo y se rieron de mí a la cara. No solamente no me hicieron caso sino que luego vinieron a amenazarme de muerte si llegaba a relacionar alguna vez a Toro con ETA. Por si fuera poco, también amenazaron más tarde a Lorena, mi mujer, con matarla a ella o a las dos hijas que tenía en Brasil, si yo llegaba a declarar algo de eso ante el juez.
El hecho cierto es que ella está muerta y que yo, hasta ahora, no había contado esto públicamente.
UNA NOCHE EN EL CLUB
[Toro] Un día dio el paso y se atrevió a ofrecerme algo ilegal. Quería que le ayudara a cambiar dinero falso. Me decía que los billetes estaban muy bien hechos y que en aquel ambiente era muy fácil encajarlos. Me daban 200.000 pesetas auténticas por cada millón falso que consiguiera cambiar.
Yo le dije que no quería meterme en líos. Le daba largas pero a la vez me picaba la curiosidad. Necesitaba enterarme de en qué chanchullos estaba metido. El me insistía en que tenían todo controlado. Me hablaba de un asesor, precisamente el que me iba a facilitar el papeleo para el coche nuevo. Me aseguraba que tenía muy buenos contactos en los lugares adecuados. Si alguna vez tenía algún problema el asesor me sacaría de todos los apuros.
TODO CONTROLADO
Una noche, me insinuó que podía participar en el negocio del transporte de drogas. Concretamente se refería a cocaína y hachís. Ahí fui más tajante. Siempre he odiado las drogas así que le dije que no contara conmigo con la excusa de que me parecía demasiado peligroso. Supongo que para convencerme me contó que tenían una red muy segura y que la Policía no nos iba a tocar. Me habló de varias rutas habituales, de que ya lo habían hecho muchas veces y de que los beneficios eran muy altos.
Yo le iba dando largas como podía. Quería enterarme del mayor número de datos posible sobre su red mafiosa. Pero Toro soltaba prenda sólo con cuentagotas. No era el típico bocazas. Podía controlar lo que decía aunque fueran las tantas de la madrugada. Y así es como llegó el día en que dio el salto y me habló de un tema mucho más serio.
DINERO DE VERDAD
- ¿Tú quieres ganar dinero de verdad?
Y empezó a lanzarse. Me dijo que podía conseguir explosivos en grandes cantidades y que si sabía de alguien que los quisiera comprar. Era una mercancía delicada porque tenían una fecha de caducidad. Si no conseguías compradores tenías que destruirla. A mi al principio, y a pesar de que él me daba crédito, me pareció una fantasmada. Sobre todo cuando dijo.
- Yo te puedo conseguir la que quieras. Mil kilos a la semana.
Casi por quitármelo de encima le contesté.
- Y si nos descubre la Policía qué hacemos, ¿me voy para la cárcel durante veinte años?
Me insistió en que por eso no tuviera preocupación. Que lo tenía todo controlado y que si participaba estaría protegido y no correría ningún riesgo. Un tiempo después me preguntó si conocía a alguien que supiera hacer detonadores con teléfonos móviles. Me explicó que había en marcha una operación importante y que ahí sí que había dinero de verdad.
Fue así como llegó el día en que se sinceró conmigo y me dijo abiertamente si quería hacer de correo para ETA. Quería que trabajara para ellos transportando explosivos. Yo no podía dar crédito a lo que me estaba contando. No entendía como se arriesgaba, además, a hablar de ello con alguien que casi era un desconocido para él. Tenía que haber gato encerrado.
Me explicó que tenían trato con gente de ETA, que los explosivos eran para ellos, que alrededor de la organización allí había gente muy importante involucrada y que no podía pasarnos nada. La operación con los teléfonos móviles como detonadores de bombas también era para ETA. Me contó que estaban dispuestos a pagar cualquier cantidad si aquello salía adelante. En lo que más se esforzaba era en tratar de eliminar mi principal preocupación.
- Con la Policía, si estás conmigo, no vas a tener problemas.
El tira y afloja continuó hasta que otra noche me comentó, con voz muy seria, que tenían que matar a alguien y que yo podía ser la persona indicada para hacerlo.
-Eres un tío duro -me dijo- y vales para ello.
No me dijeron a quien había que matar ni lo que me daban por ello. Yo supuse que se trataría de alguien que les debía mucho dinero por asuntos de droga. Pero era sólo una deducción. También podía ser un político o un empresario. El caso es que me aseguró que aquello lo iba a pagar ETA. Entonces fue cuando yo ya no quise saber nada más. Estaba convencido de que o Toro era un fantasma desequilibrado o hablaba como gancho de la Policía. Si tenía algún contacto con ETA, parecía evidente que iba de la mano de algún departamento de la Seguridad del Estado.
DEMASIADA TRANQUILIDAD
Era imposible que hablara de esas cosas con tanta tranquilidad. Como si ofrecer llegar hasta ETA o comerciar con ellos fuese algo de lo más natural. Y todo eso, en Asturias, a muchos kilómetros del País Vasco y del ambiente abertzale. Yo en un primer momento no lo denuncié porque no podía tomármelo en serio.
Todo quedó en nada hasta que una mañana nos vimos de coche a coche en una rotonda de Gijón. Me adelantó, me pitó y me dijo que parara. Creo recordar que su coche era un Citroen Xsara de color dorado. Me hizo aparcar y me dijo que fuera hasta su vehículo. Se bajó. Estábamos al otro lado del puente, donde se encuentra el edificio nuevo de la comisaría de Policía de Gijón, justo donde se coloca todos los veranos el circo.
Total que abre el maletero de su coche y me enseña lo que hay dentro. Me quedé impresionado. Miré a mí alrededor pero nadie parecía reparar en nosotros. No había duda de que aquello eran explosivos. Yo trabajé en una mina y los había visto muchas veces. Eran explosivos y así, a simple vista, calculé que por lo menos había 50 kilos.
Los cartuchos estaban agrupados en paquetes sujetos por una cinta ancha marrón, de esas engomadas que se utilizan para embalar. Llegué a leer la palabra Goma2. Eran cartuchos sujetos en fardos. Había, a un lado, alguna bolsa de las que se utilizan en fábrica para trasladarlos hasta las explotaciones.
Llevaba también en el maletero muchos detonadores con cordón detonante con cables azules y rojos. Eso me pareció muy raro. Ningún individuo que esté en el tema es capaz de transportar los explosivos y los detonantes juntos. Es una barbaridad y la posibilidad de que eso acabe en una catástrofe es muy grande.
Me extrañó que no le preocupara a pesar de que estaba en juego su propia vida. Además estábamos en medio de la ciudad y eso aumentaba el riesgo de un desastre.
Aunque hubiera exagerado para impresionarme, lo que vi en el maletero de su coche fue suficiente para que no pudiera pasarlo por alto. Sí he tenido claro que ETA es el enemigo a batir. Ninguna de sus reivindicaciones me parece sensata. Si en algún momento, cuando luchaba contra la dictadura, tuvo alguna justificación, ahora, en plena democracia, no tenía el menor sentido. Yo no estaba dispuesto a colaborar con aquello ni siquiera mirando para otro lado.
LA PRIMERA DENUNCIA
Hice lo único sensato que podía hacer. Me presenté en la comisaría de Policía y en el mostrador de denuncias les conté lo que sabía. Aquellos tres policías escucharon mi relato con incredulidad. Debe quedar claro que yo desde el primer momento les aseguré que Antonio Toro me había dicho que eran para ETA y que estaba en negociaciones con ellos para otras cosas. También les conté que me habían pedido el nombre de alguien que supiera fabricar para ETA detonadores con teléfonos móviles y estuviera dispuesto a hacerlos para ETA, y que esta los quería para montar una operación importante y que estaban dispuestos a pagar cualquier cantidad.
Me tomaron a cachondeo. Uno de ellos se permitió incluso reírse. Yo me enfadé. Les quise convencer de que iba en serio porque no eran palabras. Yo había visto los explosivos en el coche de Toro, precisamente a pocos centenares de metros de donde nos encontrábamos. Les dije el lugar, el coche, la matrícula. Les di nombres, fechas, lugares. Les insistí en que si Toro trasladaba la dinamita en su coche podía tener un accidente y volar medio Gijón. Todo fue inútil.
Me dijeron que me fuera, que lo apuntaban y que ya iban a tomar medidas. Yo les advertí de que hacía aquella denuncia con mucho gusto, pero que no quería que saliera mi nombre para nada. Estábamos hablando de terroristas. Lo denunciaba porque era mi deber pero no quería jugarme la vida.
Y ahí empezó mi calvario. Llego al Horóscopo al día siguiente y me encuentro al electricista. Era un chico que le hacía al dueño el mantenimiento de los aparatos eléctricos y los cableados que se utilizaban para iluminar el escenario. Además, parecía que tenían algún otro tipo de negocio, juntos. Era un muchacho que también conocía a Toro.
Me quedé atónito cuando el electricista me dice.
- Pero chaval, ¿cómo se te ocurre denunciar a esta gente?
- ¿A quién?, - dije yo tratando de no aparentar nerviosismo.
- A esos que venden explosivos.
Yo me puse blanco. Me quedé de piedra.
- ¿Cómo lo sabes tío?
- Porque he cenado con un jefe de la Policía de Gijón anoche y me lo ha contado todo.
Ya he dicho que no resulta fácil que yo me asuste pero, en aquel momento me sentí tan indefenso que creí que se me paraba el corazón. Estaba acojonado de verdad. Pensé ¿cómo es posible que sea la propia Policía la que primero me dice que eso son bobadas y luego se lo va contando a los mismos que yo he denunciado?
No sabía qué hacer ni a quien acudir. La cosa empeoró cuando vinieron las primeras amenazas serias. Yo seguí trabajando en el club como si no hubiera pasado nada. Debía ser fin de semana porque recuerdo que había mucha gente.
LLEGAN DOS POLICIAS
Llegaron dos individuos que, a pesar de su indumentaria descuidada, no podían ocultar que eran policías. Los que hemos vivido en la noche tenemos un olfato muy especial para esas cosas. Me enseñaron sus placas y me pidieron que saliera a la zona del aparcamiento. Lorena, mi mujer, ya se había dado cuenta de lo que pasaba y empezó a preocuparse.
Me preguntaron si había sido yo el que había denunciado a Toro. Yo les dije que sí, que había ido a la comisaría y que me habían tomado declaración en la zona de denuncias. Y así, sin más, me espetaron.
- Bueno, pues te vamos a advertir una cosa. Es mejor que no sigas mezclándote en esos asuntos. Si se te ocurre relacionar a Toro con ETA o volver a declarar algo sobre ese tema eres hombre muerto. Te cortamos el cuello. Ya estás advertido.
Remató la situación un amigo mío policía, un buen chaval, que al poco tiempo me dijo.
- ¡Ten cuidado Fran! ¡No sabes en lo que te estás metiendo! ¡Esa gente te liquida!
Toro siempre había presumido de que tenía a la Policía agarrada. Decía que era una persona intocable y yo comenzaba a creérmelo. Lo peor es que si aquello iba en serio también podía ir en serio lo de ETA y los explosivos. Confieso que me asustaron de verdad y que de ahí en adelante conté las cosas pero midiendo cada palabra para no meter la pata. Yo quería que los detuvieran pero salvaguardando mi vida y la de los míos.
AMENAZAS A LORENA
A Lorena le fueron a interrogar meses antes de su presunto suicidio. Dos policías le preguntaron en el nuevo club en el que trabajaba si yo había dicho alguna cosa de ETA al juez Juan del Olmo en mis declaraciones en la Audiencia Nacional. Y lisa y llanamente que si lo hacía me matarían. Y añadieron que si era ella la que lo contaba la matarían a ella o a sus hijas, las que estaban en Brasil.
Yo ya me había tomado muy en serio la primera amenaza de los policías. Me sentí demasiado vulnerable. A mí no me importa luchar contra un enemigo que venga de frente pero aquello era algo que se me escapaba. Me había entrometido, sin darme cuenta, en alguna operación extraña. Porque si un jefe de Policía va a una cena y es capaz de contar mis declaraciones a los propios denunciados y sacar a la luz mi nombre ¿qué seguridad podía esperar de ellos?
Cuando en el verano de 2001 detuvieron a Toro en una redada antidroga, en la llamada Operación Pípol, yo respiré porque creí que les habían pillado por mi denuncia. Les habían cogido con casi 100 kilos de drogas, esencialmente hachís. Pero también les habían pillado con algunos cartuchos de dinamita. Pensé que, a pesar de todas mis desconfianzas, me habían hecho caso.
Sin embargo, esto no era cierto. Al contrario. A pesar de que habían encontrado dinamita en un coche aparcado en un garaje alquilado por Toro, la Policía le acusó de tráfico de estupefacientes y nada más. Ni siquiera registraron su domicilio, donde podía tener mucha más dinamita, alegando cosas tan absurdas como que les había pedido que no lo hicieran para no disgustar a su madre.
Pero ¿en qué cabeza cabe? Si la Policía va a por ti no les importa nada tu madre. Tampoco informó la Policía oficialmente de aquella captura de dinamita a la Guardia Civil a pesar de que era preceptivo hacerlo.
De hecho, a los pocos meses, Toro salió a la calle, para Navidad.
A Emilio Suárez Trashorras, que ya salía con María Carmen, la hermana de Toro, aquella acusación le pasó de refilón. Decían que el coche en el que se habían encontrado la dinamita y la droga se lo había dejado él a Toro. No se pudo probar su implicación así que ni siquiera llegó a ingresar en los calabozos. Luego nos enteramos de que Trashorras había llegado a un acuerdo con el inspector que se encargaba de los estupefacientes en Avilés, al que llaman Manolón, para colaborar estrechamente con la Policía a cambio de que trataron bien a su futuro cuñado.
Lo más extraño es que en esas circunstancias y en el transcurso en que Toro estaba en la prisión asturiana, Trashorras volvió al club para seguir en las andadas. Me dijo que ya habían encajado 200 kilos de dinamita a ETA y que como yo no había querido llevarla lo había hecho otra persona.
¿Cómo va a confiarme eso si ya sabía que yo los había denunciado? La única explicación razonable que se me ocurre es que viniera por encargo del propio Toro o de la Policía para seguir dándome cuerda y ver hasta dónde llegaba yo.
Lo peor es que me di cuenta de que esa gente, en lugar de estar acobardada, tenía más fuerza y menos precauciones que nunca. No podía permanecer sin hacer nada ante las nuevas revelaciones de Trashorras. Ya no podía acudir a la Policía después de sus amenazas, así que esta vez me decidí a denunciarlos a la Guardia Civil.
Unos días más tarde de mi nueva denuncia, quedé en el portal de mi casa con el agente Jesús Campillo. Le conté todo de nuevo, sin saber que me estaba grabando, pero esta vez omitiendo a ETA. Sólo hice una insinuación en ese sentido para que se dieran cuenta de lo que sucedía.
Lo de ETA no lo volví a contar a nadie excepto a Lorena. También le explique que me habían amenazado de muerte si hablaba de ello y ella me aconsejó que no me metiera en líos y que me callara la boca. Aquellas caras de los policías riéndose de mí en comisaría las tengo clavadas en el alma.
En la Guardia Civil y ante mi insistencia con nuevas llamadas me dijeron que si volvían por el club esos individuos me comunicara con ellos para contárselo. Les llamé desde el Horóscopo cada vez que se acercaban por allí. Les avisé cuarenta veces pero nunca se presentaron para detenerles.
'NAYO' HABLA DE ETA
La Guardia Civil tampoco hizo nada, tampoco quiso tomarme en serio.
Después de que salió Toro de la cárcel, en la Navidad de 2001, apenas si apareció por el club. Fue mucho más tarde cuando me enteré de que uno de sus amigos, Juan Ignacio Fernández, Nayo, había declarado ante el juez a través de su abogado que Toro y su gente tenían contactos con ETA, que existía un depósito con la dinamita oculta y que él mismo había servido de correo para transportar los cartuchos a ETA.
En definitiva corroboraba la misma versión que yo había dado. Estaba dispuesto a colaborar con la justicia a cambio de algún beneficio procesal. No sé si a él le hicieron caso. Lo que sí sé es que ahora está escapado, oculto en algún país del Caribe y me han contado que con bastante dinero. Me dolió mucho que me involucrara, en unas declaraciones a EL MUNDO, en una red de tráfico de armas y explosivos para ETA. Lo que yo le diría es: Si estás tan seguro de eso ¿por qué no vienes a España y se lo cuentas a un juez?
Me da la sensación de que allí donde esté tiene contactos con las Fuerzas de Seguridad españolas y que le han aconsejado lo que tiene que decir para involucrarme.
De momento continúa escapado de la justicia. Ojalá vuelva y cuente toda la verdad de lo que sabe. Lo que es un hecho es que tanto él a través de su abogado, en la primavera del 2002, como yo unos meses antes aportamos los mismos datos: Toro tenía contactos con ETA y su banda estaba proporcionándoles explosivos.
Pienso que al rechazar yo su ofrecimiento y cerciorarse de que no iban a conseguir que cambiara de opinión, Toro y los suyos consiguieron convencer a otra persona, a Nayo, para que hiciera de correo con ETA. Seguramente él transportó lo que yo no quise llevar. Yo hubiera colaborado más activamente con la justicia si a mí las Fuerzas de Seguridad me hubieran garantizado que estaba protegido por la ley. Hubiera podido servir de gancho. Pero se me ordenó que me aportara.
Si me hubieran dejado hacer de gancho, probablemente el 11-M no hubiera podido ir adelante, porque los que ahora consideran colaboradores imprescindibles hubieran estado en prisión desde mucho antes de esa fecha. Bueno, eso según la versión oficial porque yo siempre he tenido muchas dudas de que los explosivos de los trenes salieran de esa mina asturiana.
El pobre Campillo está todavía avergonzado de la actuación de la Guardia Civil. La conciencia lo está matando. Yo no soy psicólogo pero está blanco, demacrado y este asunto va a terminar con él. Si hablara sobre lo que tiene dentro rejuvenecería en dos días. Pero no lo cuenta porque lo matan. Si habla, corre mucho más riesgo que yo. Por eso no se atreve. Cree que le mantiene vivo la prudencia y yo pienso que el mejor seguro de vida es contar lo que sabes. Yo necesito contar la verdad.
Campillo conoce a personas que llegaron a denunciar los manejos de ETA en Asturias. Hizo pesquisas por su cuenta, habló con testigos, recogió sus manifestaciones y los tiene a buen recaudo. Si algún día le pasa algo se acabarían conociendo.
Se hicieron investigaciones sobre ETA pero murieron por el camino. Lo taparon descaradamente y yo me pregunto el porqué. Ahí llegamos al meollo del asunto.
800 MILLONES
No es sólo Campillo quien tiene esa información. Yo he estado con otros miembros de las Fuerzas de Seguridad que tienen grabaciones muy comprometedoras. En ellas se denuncia como ETA ha entregado a mandos asturianos de la Guardia Civil hasta 800 millones de pesetas. Hubo dinero de ETA escondido en un bar. Era un dinero para comprar explosivos. Todo aquello se denunció en su momento. ¿Por qué no se publican las conclusiones?
Nos han dicho siempre que cuando ETA ha usado dinamita en sus atentados ha sido Titadine. ¿Cómo sé que no me han engañado? ¿Cómo sé que el que firma el informe no sigue instrucciones? No hay más que ver como se ha manejado el asunto de la nitroglicerina y las declaraciones del jefe de los Tedax Sánchez Manzano para darse cuenta de que las cosas son un poco más complicadas de cómo nos las quieren contar.
Yo estoy seguro de que la banda de Toro le proporcionó a ETA dinamita, explosivos Goma 2. ¿Qué hicieron con ese material? ¿Acaso voy a tragarme la patraña de que nunca los usaron? Entonces ¿para qué los compraban? No me lo creo. Si los tenían, los utilizaron.
Al margen del 11-M, habría que desenmascarar toda la corrupción que hay en Asturias. Todo está manejado por una auténtica mafia que ha contado, necesariamente, con la vista gorda y la complicidad de la Policía. Yo denuncié, después de aquella primera denuncia sobre los explosivos, ante un juez asturiano todo lo que sabía. Puse al descubierto bandas de tratas de menores, de venta de armas, de tráfico de drogas. Veremos cuando salen los juicios.
MAÑANA SEGUNDA PARTE:
¿Por qué dejaron morir a Lorena?
Quieren matarme. Están decididos a impedir que yo llegue a declarar en el juicio del 11-M. Saben lo que sé y quieren cerrarme la boca sin importarles el escándalo que supondría que me pasara algo. Lo han intentado en varias ocasiones. En una de las últimas, la del 5 de julio de 2006, los pistoleros fallaron por muy poco. Una de las cinco balas que me dispararon, la que iba dirigida a mi corazón, la paró el volante de mi coche. Me salvaron la providencia y mis reflejos. Antes, en otoño de 2004, dejaron que mi mujer se suicidara sin hacer nada para impedirlo. No fueron capaces de salvar a Lorena a pesar de sus llamadas telefónicas pidiendo auxilio. Los servicios de emergencia no llegaron a tiempo en pleno mediodía, a la playa de Gijón. Se mantuvo con el agua hasta la cintura durante más de 45 minutos sin que nadie se tirara a por ella. Han intentado destruirme físicamente y también por dentro. Me han presionado para que mi cerebro reviente y poder declararme loco y que mi testimonio ya no tenga valor. Por eso me enviaron las fotos de la autopsia de Lorena a mi domicilio. La nota del sobre lo decía todo: «Para que te acuerdes de tu mujer». Y allí estaba ella, una chica de 23 años, la mujer más risueña y alegre que se pueda soñar, una brasileña guapísima, abierta en canal como un cerdo, con las tripas fuera y colocadas a su lado. Y luego, las llamadas constantes sin que nadie de señales de vida al otro lado del teléfono. O el charco de sangre en el portal. Lo último ha sido el ataque brutal a mis animales. Un cervatillo de pocos meses al que he dado el biberón en mi piso, golpeado bárbaramente. Uno de mis muflones del Camerún colgado y con las patas traseras destrozadas a palos. Y mi perro, Blas, el que me ha acompañado en mis patrullas como vigilante jurado en mis últimos años laborales, colgado por el cuello de una verja y con dos balazos en el costado. Y las humillaciones de ver mi nombre en la prensa unido a la peor calaña y con el retintín de alias Lavandero, como si fuese un delincuente. O esa frase de una publicación semanal de gran tirada: «¿Qué oscuras intenciones mueven a Lavandero en sus denuncias?». Lo dijo, según he leído, con mucha claridad un ministro: «La gente no sabrá distinguir dentro de poco entre Trashorras, Toro o Lavandera». Todos en el mismo saco de la mafia asturiana. Esa mafia sórdida
(.../...)
en la que policías y ladrones se mezclan para que florezcan los puticlubs, el negocio de la droga, la venta de armas y la trata de blancas, con menores de por medio. Y todos tan contentos.
Pero les va a salir mal la jugada. Yo sigo vivo y con más fuerza que nunca. La presión sólo ha servido para reafirmarme en que merece la pena defender la verdad, caiga quien caiga. Estoy seguro de que hay mucha gente que se pregunta por qué quieren matarme, por qué están dispuestos a todo para que no cuente lo que yo sé. No puedo conocer sus intenciones pero en este momento solemne en que comienzo a contar en este libro los entresijos de mi vida puedo asegurar que voy a llegar hasta el final.
Hay cosas que no le he dicho aún al juez. Ha sido por miedo a las amenazas constantes. He intentado, con mi silencio, salvaguardar a mi niño Fran, que ahora cumple cuatro años, y que es el motor de mi existencia, la razón por la que merece la pena seguir adelante. Lo he hecho también por mi hermano, doce años mayor que yo, un hombre al que quiero a pesar de nuestras enormes diferencias y de no haber congeniado nunca con él. Una persona que, a pesar de todo, ha estado siempre ahí para ayudarnos económicamente con el salario de su trabajo de albañil.
FREGAR ESCALERAS
Y por mi madre, que aún cuida de nosotros a pesar de su precaria salud y de arrastrar una vida de lucha y sacrificios en la que ha tenido que trabajar como una burra para sacarnos adelante. Una persona que no ha dudado en fregar escaleras cuando su marido, el militante comunista más honrado que se puede uno imaginar, purgaba en la cárcel la única culpa de defender sus ideas hasta las últimas consecuencias. Un hombre que murió solo, abandonado por sus propios compañeros, aquellos a los que les llevaba conmigo comida al monte para que pudieran sobrevivir en su fuga de los aparatos de represión franquista.
Pero ha llegado el momento. Lo voy a hacer por todos ellos. Y porque aún creo en los valores de la honradez y la verdad. No he sido un santo ni presumo de ello. El que tenga la paciencia de leer estas páginas comprobará que he estado revolcado por el fango en muchas ocasiones. He sido portero de un club nocturno y mercenario en Africa. He vivido de las mujeres y he sentido de cerca el olor de los bajos instintos de demasiadas personas. No se impacienten. Lo voy a contar todo con pelos y señales.
No me avergüenzo de lo que he hecho tal vez porque, por un milagro que no sé a quien achacar, he conservado la lucidez suficiente para saber cuando merece la pena arriesgar la propia vida para defender valores tan simples como la verdad. No me importan las consecuencias. Si muero, dejaré a mi hijo la única herencia que puedo darle, que consiste en que la defensa de la verdad es un bien por encima de cualquier otra consideración. No hay empresa, ni partido político, ni organización que pueda estar por encima de algo tan elemental. Las víctimas del 11-M se merecen este esfuerzo.
Yo no sé cómo se llevaron a cabo los atentados. Pero sí conozco datos que quiero aportar. En otoño de 2004, el periódico EL MUNDO publicó la transcripción de una cinta magnetofónica en que se oía mi voz. Se trataba de una conversación grabada en el verano de 2001, sin mi conocimiento, por el agente de Información de la Guardia Civil de Gijón, Jesús Campillo.
En esa cinta yo denunciaba a las Fuerzas de Seguridad que un joven de Avilés que frecuentaba el club Horóscopo, en el que yo trabajaba como portero, me había ofrecido participar en la venta de grandes cantidades de explosivos. También me había propuesto que entrara en el negocio de los billetes falsos, el transporte de drogas y otras actividades delictivas. El punto fuerte de esa cinta era el momento en el que yo denunciaba que Antonio Toro y sus amigos buscaban a alguien que supiera fabricar detonadores para bombas con teléfonos móviles.
LO QUE NO DIJE
De todos es sabido, porque se publicó en la mayor parte de los medios informativos, que yo había denunciado ya antes estos hechos ante la Policía Nacional pero que no me habían hecho ni caso. Lo que muy pocos saben es que yo había explicado más cosas a los policías de las que quedaron grabadas en la cinta. Eran detalles muy importantes que callé más tarde ante la Guardia Civil para salvaguardar mi propia vida.
Quiero ahora manifestar que miembros de la Policía vinieron a hablar conmigo, tras mi primera declaración, para advertirme de que si volvía a repetir a alguien lo que les había contado podía considerarme un hombre muerto. No soy alguien que se asuste fácilmente, pero puedo asegurarles que me creí aquella amenaza. Por eso oculté algunos datos a la Guardia Civil, aunque les marqué el camino para que pudieran averiguarlos, a nada que se hubieran esforzado.
Tampoco se los dije al juez Juan del Olmo porque la protección que me ofreció cuando se desveló el contenido de la cinta no me pareció suficiente. ¿Cómo iban a protegerme para que pudiera llegar a declarar los mismos que me habían amenazado de muerte si hablaba? ¿Quién iba a defender a mi familia mientras estuviera yo fuera de casa, de una ciudad a otra durante seis meses, escondido por los escoltas como testigo protegido?
Ya no tengo protección. El juez me la quitó porque me compré una pistola. Y que conste que tengo la licencia y todos los papeles en regla. Al final, fue la pistola y no el juez quien salvó mi vida el 5 de julio cuando vinieron a matarme.
Pero, curiosamente, ahora que no tengo protección es cuando más estoy dispuesto a decir toda la verdad. Después de que se sepa, después de que los lectores puedan tener a su alcance los datos que yo les voy a aportar, ya no me importa lo que pueda pasarme. Mi misión estará cumplida.
La verdad es muy simple y rotunda. La policía me amenazó de muerte si contaba que Antonio Toro estaba directamente relacionado con ETA. Fue él quien me dijo que los explosivos con los que quería comerciar eran para ETA. Me ofreció trabajar como correo para ETA y hasta quiso contratarme para matar a una persona y me aseguró que sería ETA quien pagase, y muy bien, aquel asesinato.
Más tarde, Emilio Suárez Trashorras, otro joven de Avilés que luego sería su cuñado, me aseguró en el club Horóscopo que ya le habían encajado 200 kilos a ETA y que como yo no había querido participar en aquel transporte lo había hecho otra persona.
Todo esto, con todo detalle, lo conté en la comisaría de Gijón en su momento. Lo denuncié todo y se rieron de mí a la cara. No solamente no me hicieron caso sino que luego vinieron a amenazarme de muerte si llegaba a relacionar alguna vez a Toro con ETA. Por si fuera poco, también amenazaron más tarde a Lorena, mi mujer, con matarla a ella o a las dos hijas que tenía en Brasil, si yo llegaba a declarar algo de eso ante el juez.
El hecho cierto es que ella está muerta y que yo, hasta ahora, no había contado esto públicamente.
UNA NOCHE EN EL CLUB
[Toro] Un día dio el paso y se atrevió a ofrecerme algo ilegal. Quería que le ayudara a cambiar dinero falso. Me decía que los billetes estaban muy bien hechos y que en aquel ambiente era muy fácil encajarlos. Me daban 200.000 pesetas auténticas por cada millón falso que consiguiera cambiar.
Yo le dije que no quería meterme en líos. Le daba largas pero a la vez me picaba la curiosidad. Necesitaba enterarme de en qué chanchullos estaba metido. El me insistía en que tenían todo controlado. Me hablaba de un asesor, precisamente el que me iba a facilitar el papeleo para el coche nuevo. Me aseguraba que tenía muy buenos contactos en los lugares adecuados. Si alguna vez tenía algún problema el asesor me sacaría de todos los apuros.
TODO CONTROLADO
Una noche, me insinuó que podía participar en el negocio del transporte de drogas. Concretamente se refería a cocaína y hachís. Ahí fui más tajante. Siempre he odiado las drogas así que le dije que no contara conmigo con la excusa de que me parecía demasiado peligroso. Supongo que para convencerme me contó que tenían una red muy segura y que la Policía no nos iba a tocar. Me habló de varias rutas habituales, de que ya lo habían hecho muchas veces y de que los beneficios eran muy altos.
Yo le iba dando largas como podía. Quería enterarme del mayor número de datos posible sobre su red mafiosa. Pero Toro soltaba prenda sólo con cuentagotas. No era el típico bocazas. Podía controlar lo que decía aunque fueran las tantas de la madrugada. Y así es como llegó el día en que dio el salto y me habló de un tema mucho más serio.
DINERO DE VERDAD
- ¿Tú quieres ganar dinero de verdad?
Y empezó a lanzarse. Me dijo que podía conseguir explosivos en grandes cantidades y que si sabía de alguien que los quisiera comprar. Era una mercancía delicada porque tenían una fecha de caducidad. Si no conseguías compradores tenías que destruirla. A mi al principio, y a pesar de que él me daba crédito, me pareció una fantasmada. Sobre todo cuando dijo.
- Yo te puedo conseguir la que quieras. Mil kilos a la semana.
Casi por quitármelo de encima le contesté.
- Y si nos descubre la Policía qué hacemos, ¿me voy para la cárcel durante veinte años?
Me insistió en que por eso no tuviera preocupación. Que lo tenía todo controlado y que si participaba estaría protegido y no correría ningún riesgo. Un tiempo después me preguntó si conocía a alguien que supiera hacer detonadores con teléfonos móviles. Me explicó que había en marcha una operación importante y que ahí sí que había dinero de verdad.
Fue así como llegó el día en que se sinceró conmigo y me dijo abiertamente si quería hacer de correo para ETA. Quería que trabajara para ellos transportando explosivos. Yo no podía dar crédito a lo que me estaba contando. No entendía como se arriesgaba, además, a hablar de ello con alguien que casi era un desconocido para él. Tenía que haber gato encerrado.
Me explicó que tenían trato con gente de ETA, que los explosivos eran para ellos, que alrededor de la organización allí había gente muy importante involucrada y que no podía pasarnos nada. La operación con los teléfonos móviles como detonadores de bombas también era para ETA. Me contó que estaban dispuestos a pagar cualquier cantidad si aquello salía adelante. En lo que más se esforzaba era en tratar de eliminar mi principal preocupación.
- Con la Policía, si estás conmigo, no vas a tener problemas.
El tira y afloja continuó hasta que otra noche me comentó, con voz muy seria, que tenían que matar a alguien y que yo podía ser la persona indicada para hacerlo.
-Eres un tío duro -me dijo- y vales para ello.
No me dijeron a quien había que matar ni lo que me daban por ello. Yo supuse que se trataría de alguien que les debía mucho dinero por asuntos de droga. Pero era sólo una deducción. También podía ser un político o un empresario. El caso es que me aseguró que aquello lo iba a pagar ETA. Entonces fue cuando yo ya no quise saber nada más. Estaba convencido de que o Toro era un fantasma desequilibrado o hablaba como gancho de la Policía. Si tenía algún contacto con ETA, parecía evidente que iba de la mano de algún departamento de la Seguridad del Estado.
DEMASIADA TRANQUILIDAD
Era imposible que hablara de esas cosas con tanta tranquilidad. Como si ofrecer llegar hasta ETA o comerciar con ellos fuese algo de lo más natural. Y todo eso, en Asturias, a muchos kilómetros del País Vasco y del ambiente abertzale. Yo en un primer momento no lo denuncié porque no podía tomármelo en serio.
Todo quedó en nada hasta que una mañana nos vimos de coche a coche en una rotonda de Gijón. Me adelantó, me pitó y me dijo que parara. Creo recordar que su coche era un Citroen Xsara de color dorado. Me hizo aparcar y me dijo que fuera hasta su vehículo. Se bajó. Estábamos al otro lado del puente, donde se encuentra el edificio nuevo de la comisaría de Policía de Gijón, justo donde se coloca todos los veranos el circo.
Total que abre el maletero de su coche y me enseña lo que hay dentro. Me quedé impresionado. Miré a mí alrededor pero nadie parecía reparar en nosotros. No había duda de que aquello eran explosivos. Yo trabajé en una mina y los había visto muchas veces. Eran explosivos y así, a simple vista, calculé que por lo menos había 50 kilos.
Los cartuchos estaban agrupados en paquetes sujetos por una cinta ancha marrón, de esas engomadas que se utilizan para embalar. Llegué a leer la palabra Goma2. Eran cartuchos sujetos en fardos. Había, a un lado, alguna bolsa de las que se utilizan en fábrica para trasladarlos hasta las explotaciones.
Llevaba también en el maletero muchos detonadores con cordón detonante con cables azules y rojos. Eso me pareció muy raro. Ningún individuo que esté en el tema es capaz de transportar los explosivos y los detonantes juntos. Es una barbaridad y la posibilidad de que eso acabe en una catástrofe es muy grande.
Me extrañó que no le preocupara a pesar de que estaba en juego su propia vida. Además estábamos en medio de la ciudad y eso aumentaba el riesgo de un desastre.
Aunque hubiera exagerado para impresionarme, lo que vi en el maletero de su coche fue suficiente para que no pudiera pasarlo por alto. Sí he tenido claro que ETA es el enemigo a batir. Ninguna de sus reivindicaciones me parece sensata. Si en algún momento, cuando luchaba contra la dictadura, tuvo alguna justificación, ahora, en plena democracia, no tenía el menor sentido. Yo no estaba dispuesto a colaborar con aquello ni siquiera mirando para otro lado.
LA PRIMERA DENUNCIA
Hice lo único sensato que podía hacer. Me presenté en la comisaría de Policía y en el mostrador de denuncias les conté lo que sabía. Aquellos tres policías escucharon mi relato con incredulidad. Debe quedar claro que yo desde el primer momento les aseguré que Antonio Toro me había dicho que eran para ETA y que estaba en negociaciones con ellos para otras cosas. También les conté que me habían pedido el nombre de alguien que supiera fabricar para ETA detonadores con teléfonos móviles y estuviera dispuesto a hacerlos para ETA, y que esta los quería para montar una operación importante y que estaban dispuestos a pagar cualquier cantidad.
Me tomaron a cachondeo. Uno de ellos se permitió incluso reírse. Yo me enfadé. Les quise convencer de que iba en serio porque no eran palabras. Yo había visto los explosivos en el coche de Toro, precisamente a pocos centenares de metros de donde nos encontrábamos. Les dije el lugar, el coche, la matrícula. Les di nombres, fechas, lugares. Les insistí en que si Toro trasladaba la dinamita en su coche podía tener un accidente y volar medio Gijón. Todo fue inútil.
Me dijeron que me fuera, que lo apuntaban y que ya iban a tomar medidas. Yo les advertí de que hacía aquella denuncia con mucho gusto, pero que no quería que saliera mi nombre para nada. Estábamos hablando de terroristas. Lo denunciaba porque era mi deber pero no quería jugarme la vida.
Y ahí empezó mi calvario. Llego al Horóscopo al día siguiente y me encuentro al electricista. Era un chico que le hacía al dueño el mantenimiento de los aparatos eléctricos y los cableados que se utilizaban para iluminar el escenario. Además, parecía que tenían algún otro tipo de negocio, juntos. Era un muchacho que también conocía a Toro.
Me quedé atónito cuando el electricista me dice.
- Pero chaval, ¿cómo se te ocurre denunciar a esta gente?
- ¿A quién?, - dije yo tratando de no aparentar nerviosismo.
- A esos que venden explosivos.
Yo me puse blanco. Me quedé de piedra.
- ¿Cómo lo sabes tío?
- Porque he cenado con un jefe de la Policía de Gijón anoche y me lo ha contado todo.
Ya he dicho que no resulta fácil que yo me asuste pero, en aquel momento me sentí tan indefenso que creí que se me paraba el corazón. Estaba acojonado de verdad. Pensé ¿cómo es posible que sea la propia Policía la que primero me dice que eso son bobadas y luego se lo va contando a los mismos que yo he denunciado?
No sabía qué hacer ni a quien acudir. La cosa empeoró cuando vinieron las primeras amenazas serias. Yo seguí trabajando en el club como si no hubiera pasado nada. Debía ser fin de semana porque recuerdo que había mucha gente.
LLEGAN DOS POLICIAS
Llegaron dos individuos que, a pesar de su indumentaria descuidada, no podían ocultar que eran policías. Los que hemos vivido en la noche tenemos un olfato muy especial para esas cosas. Me enseñaron sus placas y me pidieron que saliera a la zona del aparcamiento. Lorena, mi mujer, ya se había dado cuenta de lo que pasaba y empezó a preocuparse.
Me preguntaron si había sido yo el que había denunciado a Toro. Yo les dije que sí, que había ido a la comisaría y que me habían tomado declaración en la zona de denuncias. Y así, sin más, me espetaron.
- Bueno, pues te vamos a advertir una cosa. Es mejor que no sigas mezclándote en esos asuntos. Si se te ocurre relacionar a Toro con ETA o volver a declarar algo sobre ese tema eres hombre muerto. Te cortamos el cuello. Ya estás advertido.
Remató la situación un amigo mío policía, un buen chaval, que al poco tiempo me dijo.
- ¡Ten cuidado Fran! ¡No sabes en lo que te estás metiendo! ¡Esa gente te liquida!
Toro siempre había presumido de que tenía a la Policía agarrada. Decía que era una persona intocable y yo comenzaba a creérmelo. Lo peor es que si aquello iba en serio también podía ir en serio lo de ETA y los explosivos. Confieso que me asustaron de verdad y que de ahí en adelante conté las cosas pero midiendo cada palabra para no meter la pata. Yo quería que los detuvieran pero salvaguardando mi vida y la de los míos.
AMENAZAS A LORENA
A Lorena le fueron a interrogar meses antes de su presunto suicidio. Dos policías le preguntaron en el nuevo club en el que trabajaba si yo había dicho alguna cosa de ETA al juez Juan del Olmo en mis declaraciones en la Audiencia Nacional. Y lisa y llanamente que si lo hacía me matarían. Y añadieron que si era ella la que lo contaba la matarían a ella o a sus hijas, las que estaban en Brasil.
Yo ya me había tomado muy en serio la primera amenaza de los policías. Me sentí demasiado vulnerable. A mí no me importa luchar contra un enemigo que venga de frente pero aquello era algo que se me escapaba. Me había entrometido, sin darme cuenta, en alguna operación extraña. Porque si un jefe de Policía va a una cena y es capaz de contar mis declaraciones a los propios denunciados y sacar a la luz mi nombre ¿qué seguridad podía esperar de ellos?
Cuando en el verano de 2001 detuvieron a Toro en una redada antidroga, en la llamada Operación Pípol, yo respiré porque creí que les habían pillado por mi denuncia. Les habían cogido con casi 100 kilos de drogas, esencialmente hachís. Pero también les habían pillado con algunos cartuchos de dinamita. Pensé que, a pesar de todas mis desconfianzas, me habían hecho caso.
Sin embargo, esto no era cierto. Al contrario. A pesar de que habían encontrado dinamita en un coche aparcado en un garaje alquilado por Toro, la Policía le acusó de tráfico de estupefacientes y nada más. Ni siquiera registraron su domicilio, donde podía tener mucha más dinamita, alegando cosas tan absurdas como que les había pedido que no lo hicieran para no disgustar a su madre.
Pero ¿en qué cabeza cabe? Si la Policía va a por ti no les importa nada tu madre. Tampoco informó la Policía oficialmente de aquella captura de dinamita a la Guardia Civil a pesar de que era preceptivo hacerlo.
De hecho, a los pocos meses, Toro salió a la calle, para Navidad.
A Emilio Suárez Trashorras, que ya salía con María Carmen, la hermana de Toro, aquella acusación le pasó de refilón. Decían que el coche en el que se habían encontrado la dinamita y la droga se lo había dejado él a Toro. No se pudo probar su implicación así que ni siquiera llegó a ingresar en los calabozos. Luego nos enteramos de que Trashorras había llegado a un acuerdo con el inspector que se encargaba de los estupefacientes en Avilés, al que llaman Manolón, para colaborar estrechamente con la Policía a cambio de que trataron bien a su futuro cuñado.
Lo más extraño es que en esas circunstancias y en el transcurso en que Toro estaba en la prisión asturiana, Trashorras volvió al club para seguir en las andadas. Me dijo que ya habían encajado 200 kilos de dinamita a ETA y que como yo no había querido llevarla lo había hecho otra persona.
¿Cómo va a confiarme eso si ya sabía que yo los había denunciado? La única explicación razonable que se me ocurre es que viniera por encargo del propio Toro o de la Policía para seguir dándome cuerda y ver hasta dónde llegaba yo.
Lo peor es que me di cuenta de que esa gente, en lugar de estar acobardada, tenía más fuerza y menos precauciones que nunca. No podía permanecer sin hacer nada ante las nuevas revelaciones de Trashorras. Ya no podía acudir a la Policía después de sus amenazas, así que esta vez me decidí a denunciarlos a la Guardia Civil.
Unos días más tarde de mi nueva denuncia, quedé en el portal de mi casa con el agente Jesús Campillo. Le conté todo de nuevo, sin saber que me estaba grabando, pero esta vez omitiendo a ETA. Sólo hice una insinuación en ese sentido para que se dieran cuenta de lo que sucedía.
Lo de ETA no lo volví a contar a nadie excepto a Lorena. También le explique que me habían amenazado de muerte si hablaba de ello y ella me aconsejó que no me metiera en líos y que me callara la boca. Aquellas caras de los policías riéndose de mí en comisaría las tengo clavadas en el alma.
En la Guardia Civil y ante mi insistencia con nuevas llamadas me dijeron que si volvían por el club esos individuos me comunicara con ellos para contárselo. Les llamé desde el Horóscopo cada vez que se acercaban por allí. Les avisé cuarenta veces pero nunca se presentaron para detenerles.
'NAYO' HABLA DE ETA
La Guardia Civil tampoco hizo nada, tampoco quiso tomarme en serio.
Después de que salió Toro de la cárcel, en la Navidad de 2001, apenas si apareció por el club. Fue mucho más tarde cuando me enteré de que uno de sus amigos, Juan Ignacio Fernández, Nayo, había declarado ante el juez a través de su abogado que Toro y su gente tenían contactos con ETA, que existía un depósito con la dinamita oculta y que él mismo había servido de correo para transportar los cartuchos a ETA.
En definitiva corroboraba la misma versión que yo había dado. Estaba dispuesto a colaborar con la justicia a cambio de algún beneficio procesal. No sé si a él le hicieron caso. Lo que sí sé es que ahora está escapado, oculto en algún país del Caribe y me han contado que con bastante dinero. Me dolió mucho que me involucrara, en unas declaraciones a EL MUNDO, en una red de tráfico de armas y explosivos para ETA. Lo que yo le diría es: Si estás tan seguro de eso ¿por qué no vienes a España y se lo cuentas a un juez?
Me da la sensación de que allí donde esté tiene contactos con las Fuerzas de Seguridad españolas y que le han aconsejado lo que tiene que decir para involucrarme.
De momento continúa escapado de la justicia. Ojalá vuelva y cuente toda la verdad de lo que sabe. Lo que es un hecho es que tanto él a través de su abogado, en la primavera del 2002, como yo unos meses antes aportamos los mismos datos: Toro tenía contactos con ETA y su banda estaba proporcionándoles explosivos.
Pienso que al rechazar yo su ofrecimiento y cerciorarse de que no iban a conseguir que cambiara de opinión, Toro y los suyos consiguieron convencer a otra persona, a Nayo, para que hiciera de correo con ETA. Seguramente él transportó lo que yo no quise llevar. Yo hubiera colaborado más activamente con la justicia si a mí las Fuerzas de Seguridad me hubieran garantizado que estaba protegido por la ley. Hubiera podido servir de gancho. Pero se me ordenó que me aportara.
Si me hubieran dejado hacer de gancho, probablemente el 11-M no hubiera podido ir adelante, porque los que ahora consideran colaboradores imprescindibles hubieran estado en prisión desde mucho antes de esa fecha. Bueno, eso según la versión oficial porque yo siempre he tenido muchas dudas de que los explosivos de los trenes salieran de esa mina asturiana.
El pobre Campillo está todavía avergonzado de la actuación de la Guardia Civil. La conciencia lo está matando. Yo no soy psicólogo pero está blanco, demacrado y este asunto va a terminar con él. Si hablara sobre lo que tiene dentro rejuvenecería en dos días. Pero no lo cuenta porque lo matan. Si habla, corre mucho más riesgo que yo. Por eso no se atreve. Cree que le mantiene vivo la prudencia y yo pienso que el mejor seguro de vida es contar lo que sabes. Yo necesito contar la verdad.
Campillo conoce a personas que llegaron a denunciar los manejos de ETA en Asturias. Hizo pesquisas por su cuenta, habló con testigos, recogió sus manifestaciones y los tiene a buen recaudo. Si algún día le pasa algo se acabarían conociendo.
Se hicieron investigaciones sobre ETA pero murieron por el camino. Lo taparon descaradamente y yo me pregunto el porqué. Ahí llegamos al meollo del asunto.
800 MILLONES
No es sólo Campillo quien tiene esa información. Yo he estado con otros miembros de las Fuerzas de Seguridad que tienen grabaciones muy comprometedoras. En ellas se denuncia como ETA ha entregado a mandos asturianos de la Guardia Civil hasta 800 millones de pesetas. Hubo dinero de ETA escondido en un bar. Era un dinero para comprar explosivos. Todo aquello se denunció en su momento. ¿Por qué no se publican las conclusiones?
Nos han dicho siempre que cuando ETA ha usado dinamita en sus atentados ha sido Titadine. ¿Cómo sé que no me han engañado? ¿Cómo sé que el que firma el informe no sigue instrucciones? No hay más que ver como se ha manejado el asunto de la nitroglicerina y las declaraciones del jefe de los Tedax Sánchez Manzano para darse cuenta de que las cosas son un poco más complicadas de cómo nos las quieren contar.
Yo estoy seguro de que la banda de Toro le proporcionó a ETA dinamita, explosivos Goma 2. ¿Qué hicieron con ese material? ¿Acaso voy a tragarme la patraña de que nunca los usaron? Entonces ¿para qué los compraban? No me lo creo. Si los tenían, los utilizaron.
Al margen del 11-M, habría que desenmascarar toda la corrupción que hay en Asturias. Todo está manejado por una auténtica mafia que ha contado, necesariamente, con la vista gorda y la complicidad de la Policía. Yo denuncié, después de aquella primera denuncia sobre los explosivos, ante un juez asturiano todo lo que sabía. Puse al descubierto bandas de tratas de menores, de venta de armas, de tráfico de drogas. Veremos cuando salen los juicios.
MAÑANA SEGUNDA PARTE:
¿Por qué dejaron morir a Lorena?
Comentarios