Señor Presidente: miente usted y su traición debe tener la oportuna respuesta de los ciudadanos en la calle
DOS PALABRAS
Señor Presidente: miente usted y su traición debe tener la oportuna respuesta de los ciudadanos en la calle
@Federico Quevedo
Viernes, 02 de junio de 2006
Señor Presidente:
A muchos españoles –cada vez más- no les cabe duda alguna de cuál es su catadura moral: ninguna. Pero, aun así, sigue habiendo un porcentaje importante de ciudadanos de este país que se han creído sus palabras y depositado en usted la confianza necesaria para acabar con el terrorismo de ETA. Y usted ha mentido, ha engañado, ha burlado la confianza de mucha gente y su buena fe, y ha traicionado todo aquello que conformaba la esencia de nuestra convivencia en libertad, los valores de la Democracia y del Estado de Derecho, el objetivo del bien común. Dijo usted que no habría diálogo con la pandilla de canallas y sus secuaces mientras no llegara el fin de la violencia, y ahora ha autorizado a su más leal escudero, al inefable secretario general de los socialistas vascos, Patxi López, a entablar los contactos que sean precisos con el entorno etarra, aunque el fin de la violencia sea, hoy por hoy, una lejana utopía, un deseo fugaz, una débil ilusión que los propios asesinos se encargan de ensombrecer con sus hechos y sus declaraciones. Da igual como lo vista, porque es usted un maestro en el arte de las medias verdades y la manipulación de las palabras: usted ha autorizado el contacto antes de que se produzca el fin de la violencia, y eso, lo llame como lo llame, es una estafa en toda regla.
(.../...)
Lo hace usted por dos razones. La primera, porque no le queda más remedio. Se encuentra, señor Rodríguez, en manos de la pandilla de canallas porque, en aquella desgraciada fecha del 11 de marzo de 2004, ellos sabían lo que iba a pasar y tuvieron mucho que ver con lo que ocurrió y en el modo en que usted llegó al poder tres días después. Pero lo hace usted, también, por convicción y eso, en mi opinión, es aún más grave, porque demuestra que destila usted un odio profundo hacia todo lo que signifique la idea de España tal cual hoy la conocemos; respira resentimiento, fluye rencor de su acción política, y no le duele en prendas pactar con los enemigos de la democracia y de la Nación, aunque sea a costa de la libertad y los derechos individuales de todos los españoles: ese es el precio que está pagando por mantenerse en el poder. Todo estaba amañado, desde el principio, desde antes del principio, cuando nadie apostaba por usted, señor Rodríguez, como caballo ganador. Nunca quiso usted el apoyo del PP en esto que llama, eufemísticamente, proceso de paz, porque sabía que el PP actuaría como conciencia crítica de su desaguisado. Miente usted, y lo hace con absoluto desprecio a la conciencia colectiva.
Es obvio, señor Rodríguez, que no le importa nada, que todo le da igual. Que su esencia relativista llega a un punto casi cruel desde el momento en que la misma afecta de modo tan negativo a la convivencia. Para usted los pactos, las leyes, la Democracia y el Estado de Derecho son sólo obstáculos salvables en su objetivo de permanencia en el poder. Da igual que, hoy por hoy, Batasuna sea una organización terrorista ilegal y que, por lo tanto, quienes con ella se reúnan puedan ser acusados de colaboración con el ‘mal’, usted mismo, incluso. Desde su Gobierno se presiona a los jueces para que Otegi campe a sus anchas –decir que se coacciona a los jueces sería más certero, pero lo dejaré en presión-, se manipula a los fiscales, se desprecia la independencia de la magistratura y se pisotea la separación de poderes. Y, sobre todo, se humilla a las víctimas, se convierte su dolor en moneda de intercambio con sus asesinos, se ultraja su memoria y se menosprecia su entrega por la libertad, una libertad, señor Rodríguez, en la que usted, perdóneme que se lo diga así de claro, no cree y a la que no respeta.
Alexis de Tocqueville parecía estar pensando en usted, señor Rodríguez, cuando hace ya dos siglos, en su obra La Democracia en América, escribió que “pienso que los ambiciosos de las democracias se preocupan menos que todos los demás de los intereses y los juicios del porvenir: sólo el momento actual los ocupa y los absorbe”. Usted actúa por su propio interés cortoplacista, obviando el bien común, y en nada le afecta lo que a los demás les pueda parecer o convenir su actuación. Su impulso político es el fanatismo del pensamiento único y todo el que discrepe está condenado al ostracismo y a la caverna, y pretende apropiarse del progreso y de sus leyes en un atraco perfecto llevado a cabo por los dictadores de la conciencia que forman parte de su escuadra política, intelectual y mediática. Así, los secuaces de la pandilla de canallas han pasado de ser unos apestados defensores del asesinato como arma política, a convertirse en gentes de bien y amantes de la paz con los que es posible intercambiar objetivos y estrecharse las manos. No, señor Rodríguez, no se puede caer tan bajo ni hacerlo en nombre de todos los españoles.
Hoy, más que nunca, señor Rodríguez, su mentira, su traición a la Democracia merece una respuesta en la calle. Las víctimas la han convocado para el próximo día 10 de junio en Madrid y espero que la indignación, semilla de la libertad, logre que sea un éxito colectivo de la democracia y de los ciudadanos. Si hoy pudiera mirar a los ojos de Fernando Buesa, de Miguel Ángel Blanco, de Gregorio Ordóñez... Usted se daría la vuelta, les daría la espalda. Con quien se va a reunir Patxi López, señor Rodríguez, ¿con los mismos que hace tres años asesinaron a Julián Embid y Bonifacio Martín y todavía siguen libres? ¿Va a pactar usted un precio político por la paz sin que todavía se haya resuelto el crimen de estos dos policías nacionales y sus asesinos hayan dado con sus huesos en la cárcel... o es que se trata de evitarlo? Conteste a eso en el Pleno que quiere convocar para obtener el apoyo incondicional de una clase política sumisa y anulada en su propia capacidad de respuesta ante las extravagancias y los excesos del poder. Pero con lo que no podrá acabar usted es con la voluntad de cientos de miles de ciudadanos, de millones de personas convencidas de que es posible el fin de ETA sin entregar nuestra libertad.
No puede porque aunque los dictadores de la conciencia que tan bien manejan los resortes del poder se empeñen en coaccionar la discrepancia, la querencia de la libertad es mucho más fuerte que todo su poderío intelectual y mediático. No podrá usted, señor Rodríguez, ahogar el grito de libertad que se escuchará en las calles de Madrid el 10 de junio. No podrá ahogar la indignación. No podrá ahogar la exigencia de Justicia. No podrá ahogar el llanto de las víctimas. No podrá ahogar el abrazo de millones de manos blancas. No podrá ahogar el sentimiento de repudio a los asesinos. No podrá ahogar la demanda de respeto a su dolor. No podrá ahogar el enojo por el engaño. No podrá ahogar la repulsa a la humillación. No podrá ahogar el recuerdo de tanta muerte y tantos seres queridos que dieron su vida por la Democracia. No podrá, aunque quiera, porque los que tienen la verdad de su lado y la convicción moral de la razón, son más fuertes que los sembradores de odio y de cizaña. Y usted, señor Rodríguez, se encuentra entre los segundos.
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Lo hace usted por dos razones. La primera, porque no le queda más remedio. Se encuentra, señor Rodríguez, en manos de la pandilla de canallas porque, en aquella desgraciada fecha del 11 de marzo de 2004, ellos sabían lo que iba a pasar y tuvieron mucho que ver con lo que ocurrió y en el modo en que usted llegó al poder tres días después. Pero lo hace usted, también, por convicción y eso, en mi opinión, es aún más grave, porque demuestra que destila usted un odio profundo hacia todo lo que signifique la idea de España tal cual hoy la conocemos; respira resentimiento, fluye rencor de su acción política, y no le duele en prendas pactar con los enemigos de la democracia y de la Nación, aunque sea a costa de la libertad y los derechos individuales de todos los españoles: ese es el precio que está pagando por mantenerse en el poder. Todo estaba amañado, desde el principio, desde antes del principio, cuando nadie apostaba por usted, señor Rodríguez, como caballo ganador. Nunca quiso usted el apoyo del PP en esto que llama, eufemísticamente, proceso de paz, porque sabía que el PP actuaría como conciencia crítica de su desaguisado. Miente usted, y lo hace con absoluto desprecio a la conciencia colectiva.
Es obvio, señor Rodríguez, que no le importa nada, que todo le da igual. Que su esencia relativista llega a un punto casi cruel desde el momento en que la misma afecta de modo tan negativo a la convivencia. Para usted los pactos, las leyes, la Democracia y el Estado de Derecho son sólo obstáculos salvables en su objetivo de permanencia en el poder. Da igual que, hoy por hoy, Batasuna sea una organización terrorista ilegal y que, por lo tanto, quienes con ella se reúnan puedan ser acusados de colaboración con el ‘mal’, usted mismo, incluso. Desde su Gobierno se presiona a los jueces para que Otegi campe a sus anchas –decir que se coacciona a los jueces sería más certero, pero lo dejaré en presión-, se manipula a los fiscales, se desprecia la independencia de la magistratura y se pisotea la separación de poderes. Y, sobre todo, se humilla a las víctimas, se convierte su dolor en moneda de intercambio con sus asesinos, se ultraja su memoria y se menosprecia su entrega por la libertad, una libertad, señor Rodríguez, en la que usted, perdóneme que se lo diga así de claro, no cree y a la que no respeta.
Alexis de Tocqueville parecía estar pensando en usted, señor Rodríguez, cuando hace ya dos siglos, en su obra La Democracia en América, escribió que “pienso que los ambiciosos de las democracias se preocupan menos que todos los demás de los intereses y los juicios del porvenir: sólo el momento actual los ocupa y los absorbe”. Usted actúa por su propio interés cortoplacista, obviando el bien común, y en nada le afecta lo que a los demás les pueda parecer o convenir su actuación. Su impulso político es el fanatismo del pensamiento único y todo el que discrepe está condenado al ostracismo y a la caverna, y pretende apropiarse del progreso y de sus leyes en un atraco perfecto llevado a cabo por los dictadores de la conciencia que forman parte de su escuadra política, intelectual y mediática. Así, los secuaces de la pandilla de canallas han pasado de ser unos apestados defensores del asesinato como arma política, a convertirse en gentes de bien y amantes de la paz con los que es posible intercambiar objetivos y estrecharse las manos. No, señor Rodríguez, no se puede caer tan bajo ni hacerlo en nombre de todos los españoles.
Hoy, más que nunca, señor Rodríguez, su mentira, su traición a la Democracia merece una respuesta en la calle. Las víctimas la han convocado para el próximo día 10 de junio en Madrid y espero que la indignación, semilla de la libertad, logre que sea un éxito colectivo de la democracia y de los ciudadanos. Si hoy pudiera mirar a los ojos de Fernando Buesa, de Miguel Ángel Blanco, de Gregorio Ordóñez... Usted se daría la vuelta, les daría la espalda. Con quien se va a reunir Patxi López, señor Rodríguez, ¿con los mismos que hace tres años asesinaron a Julián Embid y Bonifacio Martín y todavía siguen libres? ¿Va a pactar usted un precio político por la paz sin que todavía se haya resuelto el crimen de estos dos policías nacionales y sus asesinos hayan dado con sus huesos en la cárcel... o es que se trata de evitarlo? Conteste a eso en el Pleno que quiere convocar para obtener el apoyo incondicional de una clase política sumisa y anulada en su propia capacidad de respuesta ante las extravagancias y los excesos del poder. Pero con lo que no podrá acabar usted es con la voluntad de cientos de miles de ciudadanos, de millones de personas convencidas de que es posible el fin de ETA sin entregar nuestra libertad.
No puede porque aunque los dictadores de la conciencia que tan bien manejan los resortes del poder se empeñen en coaccionar la discrepancia, la querencia de la libertad es mucho más fuerte que todo su poderío intelectual y mediático. No podrá usted, señor Rodríguez, ahogar el grito de libertad que se escuchará en las calles de Madrid el 10 de junio. No podrá ahogar la indignación. No podrá ahogar la exigencia de Justicia. No podrá ahogar el llanto de las víctimas. No podrá ahogar el abrazo de millones de manos blancas. No podrá ahogar el sentimiento de repudio a los asesinos. No podrá ahogar la demanda de respeto a su dolor. No podrá ahogar el enojo por el engaño. No podrá ahogar la repulsa a la humillación. No podrá ahogar el recuerdo de tanta muerte y tantos seres queridos que dieron su vida por la Democracia. No podrá, aunque quiera, porque los que tienen la verdad de su lado y la convicción moral de la razón, son más fuertes que los sembradores de odio y de cizaña. Y usted, señor Rodríguez, se encuentra entre los segundos.
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