ETA REDOBLA SU CHANTAJE
24-09-06
Editorial
ETA REDOBLA SU CHANTAJE
Editorial
ETA REDOBLA SU CHANTAJE
El ataque contra la libertad de expresión plasmado en el sabotaje a una emisora de Onda Cero en Pamplona, los actos violentos contra un juzgado de paz en Markina (Vizcaya), la quema de contenedores en Bilbao... Claramente no estamos ante hechos aislados ni casuales, sino ante una estrategia de ETA para presionar al Gobierno.
Este recrudecimiento de la violencia callejera en el País Vasco y en Navarra coincide en el tiempo con el anuncio de la banda terrorista de que el denominado proceso de paz ha entrado en un momento crítico. En apenas cuatro semanas la cifra de altercados se ha duplicado, sin duda para empujar al Gobierno a admitir sus exigencias. Hoy conocemos cuál es una de ellas: la legalización inmediata de Batasuna. La formación abertzale pretende que sus dirigentes puedan involucrarse en la actividad política y también en las negociaciones de paz sin correr el riesgo de ser perseguidos por la Justicia.
Batasuna no acaba de fiarse del Estado, pese a que ha salido airosa de sus últimos desafíos a la Justicia, ya fuera convocando manifestaciones o participando en actos políticos, pese a tenerlo expresamente prohibido.
Se le plantea la paradoja al Gobierno de que, mientras es víctima en este proceso de la evidencia de que ETA y Batasuna son la misma cosa, debe poner a salvo de la Justicia a una parte del entramado terrorista si quiere mantener viva la tregua.
Quizás envalentonados por la tibia respuesta del Gobierno a episodios como los de la kale borroka -aún están vivas las palabras del portavoz, Moraleda, asegurando que Batasuna camina «por el camino que todos queremos»- o tal vez porque entienden que el tiempo -con elecciones municipales y autonómicas a menos de un año- juega a su favor, los violentos vuelven a lanzar un órdago a Zapatero.
El cese de la violencia no puede conseguirse a cualquier precio. Pese a las mayores o menores dosis de esperanza que la sociedad española haya podido poner en esta tregua, al presidente no le debe temblar el pulso y ha de tener la valentía de interrumpir el proceso si los chantajes no cesan.
Si se va a anteponer la paz a la política, como se anunció desde el Ejecutivo, habrá que empezar a considerar que el terrorismo de baja intensidad que ha vuelto a la calle no permite seguir estableciendo un diálogo en igualdad de condiciones.
Aunque no podemos dejar de valorar lo positivo de la ausencia de asesinatos, desde un prisma moral no hay demasiada diferencia entre negociar con pistolas en la mesa o que en su lugar se pongan cócteles molotov.
Este recrudecimiento de la violencia callejera en el País Vasco y en Navarra coincide en el tiempo con el anuncio de la banda terrorista de que el denominado proceso de paz ha entrado en un momento crítico. En apenas cuatro semanas la cifra de altercados se ha duplicado, sin duda para empujar al Gobierno a admitir sus exigencias. Hoy conocemos cuál es una de ellas: la legalización inmediata de Batasuna. La formación abertzale pretende que sus dirigentes puedan involucrarse en la actividad política y también en las negociaciones de paz sin correr el riesgo de ser perseguidos por la Justicia.
Batasuna no acaba de fiarse del Estado, pese a que ha salido airosa de sus últimos desafíos a la Justicia, ya fuera convocando manifestaciones o participando en actos políticos, pese a tenerlo expresamente prohibido.
Se le plantea la paradoja al Gobierno de que, mientras es víctima en este proceso de la evidencia de que ETA y Batasuna son la misma cosa, debe poner a salvo de la Justicia a una parte del entramado terrorista si quiere mantener viva la tregua.
Quizás envalentonados por la tibia respuesta del Gobierno a episodios como los de la kale borroka -aún están vivas las palabras del portavoz, Moraleda, asegurando que Batasuna camina «por el camino que todos queremos»- o tal vez porque entienden que el tiempo -con elecciones municipales y autonómicas a menos de un año- juega a su favor, los violentos vuelven a lanzar un órdago a Zapatero.
El cese de la violencia no puede conseguirse a cualquier precio. Pese a las mayores o menores dosis de esperanza que la sociedad española haya podido poner en esta tregua, al presidente no le debe temblar el pulso y ha de tener la valentía de interrumpir el proceso si los chantajes no cesan.
Si se va a anteponer la paz a la política, como se anunció desde el Ejecutivo, habrá que empezar a considerar que el terrorismo de baja intensidad que ha vuelto a la calle no permite seguir estableciendo un diálogo en igualdad de condiciones.
Aunque no podemos dejar de valorar lo positivo de la ausencia de asesinatos, desde un prisma moral no hay demasiada diferencia entre negociar con pistolas en la mesa o que en su lugar se pongan cócteles molotov.
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