¡Que viene el lobo!
24-09-06
PREGUERIAS
¡Que viene el lobo!
VICTORIA PREGO
PREGUERIAS
¡Que viene el lobo!
No tienen la más mínima intención de entrar a debatir en ese campo recién trazado por el presidente del Gobierno. Es más, en la última reunión de su junta directiva, el líder del PP, Mariano Rajoy, ordenó a sus hombres que no sólo no cometan la torpeza de referirse a la acusación recibida sino que ni siquiera pronuncien las palabras malditas: extrema derecha.
Y ahora, aunque se les nota extraordinariamente molestos, también es verdad que los dirigentes populares parecen sentirse ligeramente regocijados por lo que las palabras de Zapatero significan. Y significan, en su opinión, que los asuntos concretos de la gestión del Gobierno van lo bastante mal como para que el propio presidente intente derivar la confrontación política con el PP al campo de la pura ideología. Ese es, en palabras de los responsables del PP, un reconocimiento implícito de su falta de argumentos sólidos.
(.../...)
«Lo que les pasa es que ya no tienen agenda», se dice en Génova, «porque la inmigración es un problema que empeora por días; lo de la OPA a Endesa aún se les va a poner peor la próxima semana en Bruselas; la gestión del agua es un desastre; lo de la educación ha sido una catástrofe; y en economía las cosas están mejor sobre todo porque ellos no han hecho nada. Así que su única agenda ahora mismo es ETA. Y lo de ETA ya estamos viendo cómo va».
Fue el presidente del Gobierno el último en intentar recluir al principal -en realidad al único- partido de la oposición en el desacreditado rincón político que en este país se le tiene reservado a la ultraderecha, no así a la ultraizquierda, que nunca recibe ese nombre por radicales que sean sus portavoces. Rodríguez Zapatero asumió personalmente esa fea tarea el domingo pasado en su discurso de clausura de la Conferencia Política del PSOE.
«Éstos están como en la legislatura de 1993-1996», explica un alto dirigente popular aludiendo a la apuesta electoral de los socialistas de aquellos años cuando, después de 13 de gobierno, veían cómo el poder se alejaba de sus manos. Y es verdad que la campaña electoral de marzo de 1996 se planteó exactamente en los mismos términos en que se plantea la confrontación de ahora mismo: cuidado, que viene la extrema derecha.
Pero hay una diferencia importante entre lo que sucedió entonces y lo que ocurre ahora, y es que, en aquel momento, la derecha, es decir, el PP, es decir, los herederos de Alianza Popular, es decir, los «franquistas», es decir, los «fascistas» en el lenguaje habitual de la izquierda de hoy, no habían gobernado desde la muerte de Franco y, por lo tanto, al grito de ¡que viene el lobo!, el miedo al regreso de «los de siempre» fue relativamente fácil de aventar.
Pero es que esta derecha ya ha gobernado en España. Lo hizo en 1996 en minoría y de 2000 a 2004 con mayoría absoluta. Quiere eso decir que los ciudadanos ya tienen elementos de juicio y memoria reciente, y no histórica, con los que juzgar a los actuales responsables del partido. Por eso no es probable que este discurso de unos ultras lanzados al galope contra las instituciones y la sociedad cale en la opinión pública, por más que haya sido el propio Zapatero quien se haya metido a alertar a la ciudadanía sobre el riesgo gravísimo que en su opinión corre España por la radicalización de la derecha española. De la izquierda no.
Quizá sea por eso por lo que Mariano Rajoy no ha hecho ni siquiera amago de recoger el guante lanzado por el presidente. «Yo, después de 25 años de estar en política, no me voy a tomar la molestia de explicar mi ideología», suele repetir a sus próximos, «y no tengo la menor intención de entrar en ese debate, que ilustra bien cuál es el espíritu de esta legislatura».
De modo que, no existiendo voluntad por parte de la segunda parte contratante, va a ser difícil que la parte contratante de la primera parte consiga trasladar la contienda al terreno ideológico, por más que sea obvio que el planteamiento entre extremos pueda tener entre los jóvenes una respuesta que le convenga al PSOE.
Pero, si ese debate decayera por falta de eco, se hará inevitable entonces entrar en el debate de los asuntos concretos. Y ahí es donde Rajoy se dispone a batallar a partir del próximo octubre con lo que él llama «la formalización de la alternativa». Eso quiere decir que, aunque considera que todavía es pronto para plantear su programa electoral, su partido va a celebrar cuatro convenciones, que serán algo así como la Conferencia Política del PSOE, pero dedicadas a temas precisos: nada de controversias izquierda-derecha sino inmigración, economía, seguridad ciudadana y lo que el presidente del PP llama el «Estado viable», es decir, cómo combatir los perniciosos efectos que la aplicación del Estatuto de Cataluña va a tener, está teniendo ya, sobre la eficacia y la fortaleza del Estado.
Por supuesto, la inmigración será el asunto estrella de este primer intento de hacer aparecer al PP como alternativa real: en el partido saben que la crisis de los cayucos está minando la credibilidad del Gobierno. «Yo sé», reconoce Rajoy, «que éste es un tema muy difícil, pero es que todo lo que ha hecho el PSOE es equivocado. Lo que le han dicho esta semana al Gobierno en Finlandia otros miembros de la UE, es que es humillante, oiga. Y encima viene el de Senegal y se ríe de usted».
¿Y el 11-M? «El 11-M no es el eje de nuestra política», aclara un alto responsable del Partido Popular, «pero nadie puede pretender de que corramos ante este asunto un tupido velo. Entre otras cosas, porque sólo las víctimas de aquel día suponen el 20% de las que ETA mató en 30 años. Así que seguiremos preguntando». Los dirigentes del PP reconocen que «el 11-M lo ocupa todo pero es porque, cada vez que nosotros planteamos el debate, ellos se empeñan en decir que ése es nuestro objetivo central».
Hay que consignar, sin embargo, que Rajoy no es nunca quien se hace cargo de este asunto en el Congreso. Y que no es una casualidad, sino algo muy pensado. Rajoy va a dedicarse esencialmente a partir de ahora a presentarse como alternativa política y Acebes a tener asegurados a los votantes tradicionales del partido. De modo que Zaplana será quien siga encargándose de reclamar en la Cámara al Gobierno respuestas concretas sobre las revelaciones que hagan los pocos medios que están investigando lo sucedido.
Y hay que consignar también que la tremenda e impresionante escena de los portavoces de los otros siete grupos parlamentarios conminando al PP a que deje de preguntar sobre el 11-M porque «estamos hartos», dijo alguno, de que sigan «emponzoñando al Parlamento» con sus preguntas, no buscaba imponer a los populares un silencio que todos sabían imposible. Lo que buscaba era identificar como genéricamente sospechoso al partido que está ejerciendo la oposición al Gobierno. Sospecha que ya se le ha aplicado y se le aplicará en el futuro si el PP vuelve a oponerse al modo en que el presidente gestiona las conversaciones con los terroristas. Y que se le ha aplicado y se le aplicará si vuelve a plantear su oposición al Estatuto de Cataluña por ser perjudicial para el conjunto de España. Solo le faltaba al PP ser acusado, además, de encarnar a la extrema derecha. Y esa estrella amarilla ya se la ha cosido en la solapa con su. propias manos nada menos que el presidente del Gobierno. Rien ne va plus.
victoria.prego@elmundo.es
Y ahora, aunque se les nota extraordinariamente molestos, también es verdad que los dirigentes populares parecen sentirse ligeramente regocijados por lo que las palabras de Zapatero significan. Y significan, en su opinión, que los asuntos concretos de la gestión del Gobierno van lo bastante mal como para que el propio presidente intente derivar la confrontación política con el PP al campo de la pura ideología. Ese es, en palabras de los responsables del PP, un reconocimiento implícito de su falta de argumentos sólidos.
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«Lo que les pasa es que ya no tienen agenda», se dice en Génova, «porque la inmigración es un problema que empeora por días; lo de la OPA a Endesa aún se les va a poner peor la próxima semana en Bruselas; la gestión del agua es un desastre; lo de la educación ha sido una catástrofe; y en economía las cosas están mejor sobre todo porque ellos no han hecho nada. Así que su única agenda ahora mismo es ETA. Y lo de ETA ya estamos viendo cómo va».
Fue el presidente del Gobierno el último en intentar recluir al principal -en realidad al único- partido de la oposición en el desacreditado rincón político que en este país se le tiene reservado a la ultraderecha, no así a la ultraizquierda, que nunca recibe ese nombre por radicales que sean sus portavoces. Rodríguez Zapatero asumió personalmente esa fea tarea el domingo pasado en su discurso de clausura de la Conferencia Política del PSOE.
«Éstos están como en la legislatura de 1993-1996», explica un alto dirigente popular aludiendo a la apuesta electoral de los socialistas de aquellos años cuando, después de 13 de gobierno, veían cómo el poder se alejaba de sus manos. Y es verdad que la campaña electoral de marzo de 1996 se planteó exactamente en los mismos términos en que se plantea la confrontación de ahora mismo: cuidado, que viene la extrema derecha.
Pero hay una diferencia importante entre lo que sucedió entonces y lo que ocurre ahora, y es que, en aquel momento, la derecha, es decir, el PP, es decir, los herederos de Alianza Popular, es decir, los «franquistas», es decir, los «fascistas» en el lenguaje habitual de la izquierda de hoy, no habían gobernado desde la muerte de Franco y, por lo tanto, al grito de ¡que viene el lobo!, el miedo al regreso de «los de siempre» fue relativamente fácil de aventar.
Pero es que esta derecha ya ha gobernado en España. Lo hizo en 1996 en minoría y de 2000 a 2004 con mayoría absoluta. Quiere eso decir que los ciudadanos ya tienen elementos de juicio y memoria reciente, y no histórica, con los que juzgar a los actuales responsables del partido. Por eso no es probable que este discurso de unos ultras lanzados al galope contra las instituciones y la sociedad cale en la opinión pública, por más que haya sido el propio Zapatero quien se haya metido a alertar a la ciudadanía sobre el riesgo gravísimo que en su opinión corre España por la radicalización de la derecha española. De la izquierda no.
Quizá sea por eso por lo que Mariano Rajoy no ha hecho ni siquiera amago de recoger el guante lanzado por el presidente. «Yo, después de 25 años de estar en política, no me voy a tomar la molestia de explicar mi ideología», suele repetir a sus próximos, «y no tengo la menor intención de entrar en ese debate, que ilustra bien cuál es el espíritu de esta legislatura».
De modo que, no existiendo voluntad por parte de la segunda parte contratante, va a ser difícil que la parte contratante de la primera parte consiga trasladar la contienda al terreno ideológico, por más que sea obvio que el planteamiento entre extremos pueda tener entre los jóvenes una respuesta que le convenga al PSOE.
Pero, si ese debate decayera por falta de eco, se hará inevitable entonces entrar en el debate de los asuntos concretos. Y ahí es donde Rajoy se dispone a batallar a partir del próximo octubre con lo que él llama «la formalización de la alternativa». Eso quiere decir que, aunque considera que todavía es pronto para plantear su programa electoral, su partido va a celebrar cuatro convenciones, que serán algo así como la Conferencia Política del PSOE, pero dedicadas a temas precisos: nada de controversias izquierda-derecha sino inmigración, economía, seguridad ciudadana y lo que el presidente del PP llama el «Estado viable», es decir, cómo combatir los perniciosos efectos que la aplicación del Estatuto de Cataluña va a tener, está teniendo ya, sobre la eficacia y la fortaleza del Estado.
Por supuesto, la inmigración será el asunto estrella de este primer intento de hacer aparecer al PP como alternativa real: en el partido saben que la crisis de los cayucos está minando la credibilidad del Gobierno. «Yo sé», reconoce Rajoy, «que éste es un tema muy difícil, pero es que todo lo que ha hecho el PSOE es equivocado. Lo que le han dicho esta semana al Gobierno en Finlandia otros miembros de la UE, es que es humillante, oiga. Y encima viene el de Senegal y se ríe de usted».
¿Y el 11-M? «El 11-M no es el eje de nuestra política», aclara un alto responsable del Partido Popular, «pero nadie puede pretender de que corramos ante este asunto un tupido velo. Entre otras cosas, porque sólo las víctimas de aquel día suponen el 20% de las que ETA mató en 30 años. Así que seguiremos preguntando». Los dirigentes del PP reconocen que «el 11-M lo ocupa todo pero es porque, cada vez que nosotros planteamos el debate, ellos se empeñan en decir que ése es nuestro objetivo central».
Hay que consignar, sin embargo, que Rajoy no es nunca quien se hace cargo de este asunto en el Congreso. Y que no es una casualidad, sino algo muy pensado. Rajoy va a dedicarse esencialmente a partir de ahora a presentarse como alternativa política y Acebes a tener asegurados a los votantes tradicionales del partido. De modo que Zaplana será quien siga encargándose de reclamar en la Cámara al Gobierno respuestas concretas sobre las revelaciones que hagan los pocos medios que están investigando lo sucedido.
Y hay que consignar también que la tremenda e impresionante escena de los portavoces de los otros siete grupos parlamentarios conminando al PP a que deje de preguntar sobre el 11-M porque «estamos hartos», dijo alguno, de que sigan «emponzoñando al Parlamento» con sus preguntas, no buscaba imponer a los populares un silencio que todos sabían imposible. Lo que buscaba era identificar como genéricamente sospechoso al partido que está ejerciendo la oposición al Gobierno. Sospecha que ya se le ha aplicado y se le aplicará en el futuro si el PP vuelve a oponerse al modo en que el presidente gestiona las conversaciones con los terroristas. Y que se le ha aplicado y se le aplicará si vuelve a plantear su oposición al Estatuto de Cataluña por ser perjudicial para el conjunto de España. Solo le faltaba al PP ser acusado, además, de encarnar a la extrema derecha. Y esa estrella amarilla ya se la ha cosido en la solapa con su. propias manos nada menos que el presidente del Gobierno. Rien ne va plus.
victoria.prego@elmundo.es
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