Le comenté a mi hija: «Esto ha sido ETA»
31-12-06
BOMBA EN BARAJAS / El horror, en vivo / TESTIGO DIRECTO / EN LA T-4 (BARAJAS)
Le comenté a mi hija: «Esto ha sido ETA»
VICTOR DE LA SERNA
Era la segunda vez a lo largo de toda una vida: esas cosas no se olvidan, incluso con tres decenios de por medio. Ser testigo directo, o casi directo, de un atentado terrorista, es algo que le marca a uno...
El primero fue el del Grapo contra los primitivos talleres de Diario 16, en la calle de Padre Damián en Madrid. Aquella madrugada, el estruendo de la primera explosión me despertó y me llevó a la ventana de mi casa, a un centenar de metros de aquellos talleres, consciente de que era imposible que ese estallido fuese accidental. Allí, la onda expansiva de la segunda explosión me impactó de lleno, echándome más de un metro hacia atrás como una ingente y cálida bofetada, una muestra palpable del poderío terrible de una bomba.
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BOMBA EN BARAJAS / El horror, en vivo / TESTIGO DIRECTO / EN LA T-4 (BARAJAS)
Le comenté a mi hija: «Esto ha sido ETA»
VICTOR DE LA SERNA
Era la segunda vez a lo largo de toda una vida: esas cosas no se olvidan, incluso con tres decenios de por medio. Ser testigo directo, o casi directo, de un atentado terrorista, es algo que le marca a uno...
El primero fue el del Grapo contra los primitivos talleres de Diario 16, en la calle de Padre Damián en Madrid. Aquella madrugada, el estruendo de la primera explosión me despertó y me llevó a la ventana de mi casa, a un centenar de metros de aquellos talleres, consciente de que era imposible que ese estallido fuese accidental. Allí, la onda expansiva de la segunda explosión me impactó de lleno, echándome más de un metro hacia atrás como una ingente y cálida bofetada, una muestra palpable del poderío terrible de una bomba.
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Ayer, el impacto fue casi igual de sobrecogedor. Iba con prisa porque había salido unos minutos más tarde de lo previsto para llevar en coche a mi hija hasta la terminal T-4 de Barajas, donde debía tomar a las 10.10 horas el vuelo 6100 de la compañía Vueling con destino a Lisboa. Mi hija había comprado el billete más barato de los disponibles para reunirse con una docena de amigos de toda Europa en la capital portuguesa.
Habían compartido en la Universidad italiana de Turín el último semestre del curso pasado dentro del programa Erasmus y se habían citado en Portugal para pasar juntos la Nochevieja en la hermosa localidad de Sintra. Una prueba donde las haya del fraternal espíritu europeo, solidario y civilizado, que entre todos llevamos tanto tiempo construyendo.
No llegamos a oír la explosión, que probablemente se produjo mientras atravesábamos el túnel que separa las antiguas terminales de la reluciente T-4 de Richard Rogers, ese símbolo de una España moderna y pujante.
Pero nada más entrar en el ramal de la autovía T4/Salidas, el frenazo fue brutal. Una docena de automóviles estaba ya parada, ocupando el ancho de la autovía, mientras varios coches de la Policía se desplegaban y los agentes hacían grandes aspavientos para detener el tráfico.
En cuestión de segundos, eran cientos los coches parados detrás de nosotros, mientras los policías se afanaban en apartarlos del carril de la izquierda para que pudiesen transitar los vehículos de auxilio. No hizo falta ni bajarse a preguntar: un vistazo a la derecha, hacia la interminable terminal perfectamente visible en toda su extensión, permitía ver la humareda negra que empezaba a subir al cielo desde el aparcamiento D, muy cerca ya de la propia terminal.
No, no era un accidente. No era un incendio cualquiera. Esa humareda era la que deja una explosión de grandes dimensiones. No sé por qué, pero en el acto le dije a mi hija: «Esto ha sido ETA».
Justo delante de nosotros, de un minibús con una tripulación de Iberia nos llegó la primera corroboración: «Ha sido un coche bomba en el aparcamiento», nos decía un piloto tras hablar por teléfono con la terminal.
Un último avión, ya cargado con su pasaje, se separaba del edificio camino de la pista de despegue. Durante horas, ya no se movería ninguno.
Empezaban a ulular las sirenas y por el carril de la izquierda pasaban coches de la Policía, dos de bomberos y nada menos que 12 ambulancias en los primeros minutos.
Las columnas de humo negro -desde el primer momento, y por el motivo que fuese, fueron dos, no una sola- no hacían más que crecer a lo ancho y a lo alto. A partir de ahí y hasta que, más de media hora más tarde, la Policía nos dio finalmente paso para poder salir del aeropuerto, los teléfonos móviles fueron nuestra única fuente de información. Seguían llegando, una tras otra, las ambulancias con todas sus sirenas al viento.
Mi hija se quedó, sin rendirse, en la terminal T-1, y no cejó hasta que Vueling la recolocó en el mismo vuelo 6100 que despegará hoy domingo. No está dispuesta a renunciar a su Nochevieja europea.
Algunos pasajeros tuvieron más suerte y pudieron volar ayer a los destinos elegidos para pasar el último día del año. El hijo de José María Gijón, un hombre de 52 años, pudo finalmente embarcar después de seis largas horas de tensa espera en la terminal T-4 rumbo a Colombia.
Su padre vivió, en primera persona el atentado cuando acompañaba a su hijo al aeropuerto. Mientras salía en su coche del aparcamiento de la terminal, sintió «algo peor que un terremoto», según explicaba ayer a la agente Efe. Habían dejado su automóvil en la primera planta del parking en torno a las 07.30 horas de ayer, ya que el vuelo de su hijo salía dos horas después.
Sin embargo, mientras esperaba el embarque dentro de la terminal 4, en compañía de su hijo y de su esposa, vio que se estaba montando un amplio despliegue policial alrededor del estacionamiento, por lo que decidió regresar inmediatamente al recinto ante el temor de que, por algún motivo, la grúa pudiera llevárselo. Allí, un agente de la Policía le dijo que podía retirar su coche, sin darle más explicaciones.
Se dirigió entonces a la plaza que ocupaba su coche, se montó en el vehículo y tomó rumbo a la salida, momento en el que sintió «algo peor que un terremoto». «Soy cazador y he visto muchos explosivos, pero nada como esto», añadía.
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