«Zapatero no ha asomado por aquí ni las orejas»
03-01-07
BOMBA EN BARAJAS / Las víctimas
«Zapatero no ha asomado por aquí ni las orejas»
Amarga queja de los familiares de los dos ecuatorianos desaparecidos: «Ni ha enviado una nota de pesar»
ANA DEL BARRIO / JOAQUIN MANSO
BOMBA EN BARAJAS / Las víctimas
«Zapatero no ha asomado por aquí ni las orejas»
Amarga queja de los familiares de los dos ecuatorianos desaparecidos: «Ni ha enviado una nota de pesar»
ANA DEL BARRIO / JOAQUIN MANSO
MADRID.- «Zapatero no ha asomado por aquí ni las orejas». Víctor, el cuñado de Diego Armando Estacio, uno de los ecuatorianos desaparecidos tras el atentado de ETA contra la T-4, está indignado. Le duele que el presidente del Gobierno todavía no les haya «ni llamado». «Ni ha enviado una nota de pesar», se queja desde el hotel madrileño donde los familiares aguardan conocer la suerte de sus parientes. La familia de Diego se siente abandonada por el Ejecutivo y dice que en cuatro días no ha recibido noticia de las investigaciones. «No queremos comodidad ni comida. Sólo información», se lamenta otra allegada.
El lamento de Víctor resuena como una letanía en el vestíbulo del hotel Auditorium, cercano al aeropuerto madrileño de Barajas. Una queja que, sumada a la incertidumbre y a la desgracia, se convierte en un cóctel difícil de digerir para la familia de Diego Armando Estacio, un joven ecuatoriano de 19 años, que trabajaba en la construcción, al que más de 200 kilos de explosivos le estallaron encima.
(.../...)
Su novia, Verónica Arequipa, intenta aguantar el tipo, pero se encuentra al borde de un ataque de nervios: «Ya no puedo aguantar más. Yo me voy al aeropuerto. Quiero saber lo que están haciendo. En la habitación no hago nada». Su rostro refleja la pesadilla que está viviendo en estos días. Sus ojeras son pronunciadas y mueve nerviosamente su trenza de un lado a otro. Su desesperación aumenta a medida que pasa el tiempo y las noticias no llegan. Verónica se teme lo peor: que la Policía deje de investigar y no encuentre a su novio: «Ya no están buscando los cuerpos. Sólo buscan pruebas».
La joven acudió al aeropuerto junto al desaparecido el pasado sábado a recoger a unos familiares. Él había estado de fiesta la noche anterior y decidió quedarse en su Renault Clio echando una cabezadita, mientras ella acudía a esperar a sus parientes.
En ese lapso de tiempo, el aparcamiento de la T-4 de Barajas saltó por los aires y el corazón de Verónica se partió en dos. Intentó regresar al parking, intentó comunicarse con él por el móvil, intentó obtener respuestas, pero todo fue inútil. No volvió a saber nada de su novio.
Fue entonces cuando empezó a cundir el pánico y el rumor se extendió como la pólvora encendida: «¡Diego no asoma, Diego no asoma!», se decían unos familiares a otros. Diego se había volatilizado.
Desde ese momento, llegaron las horas de angustia, de desasosiego, de inquietud, pero también de esperanza. A ella se agarra el padre de Diego Estacio, Winston, que no pierde la ilusión de volver a ver a su hijo: «Yo hasta ahorita tengo la esperanza de que él pueda estar ahí. Lo que anhelo es que esté vivo. Sería un milagro muy grande».
Winston es un padre joven, que apenas sobrepasa la cuarentena. Aún recuerda cómo hasta hace poco su hijo, de 19 años, trabajaba con él en la construcción, pero se independizó y comenzó a trabajar en otra empresa. «Era un chico tranquilo, risueño, contento», describe Winston a su vástago, parapetado tras una gorra blanca. La pasión de Diego era el fútbol y su equipo, el Milán.
A su lado se encuentra Víctor, el cuñado, que salvó la vida por puro azar. Él también había acudido al aeropuerto a recoger a los familiares, pero, casualidades de la vida, no estacionó en el aparcamiento, sino que dejó el coche en una parada de autobuses. La infracción le libró de la muerte. Salió para cambiar el vehículo de sitio y que no le multase la Policía. Y, al momento, escuchó la tremenda explosión y vio la nube de polvo que rodeaba la terminal. Asegura que cuando partió del aeropuerto nadie les había informado de que había que desalojar el edificio.
En el corrillo de familiares también se encuentra la hermana de Verónica, que está que trina y es la más reivindicativa ante el silencio del Gobierno: «Queremos ver y estar en el aeropuerto para comprobar cómo avanzan los trabajos. Nos enteramos de todo por la televisión».
Según su testimonio, en estos cuatro días el Ministerio del Interior no les ha dado ninguna información y sólo les ha prohibido hablar con la prensa. «Estamos aquí sentados como tontos. No nos informan de nada. El ministro ha dado una rueda de prensa, pero, ¿por qué no nos ha informado a nosotros? Somos ecuatorianos, somos latinos y, una vez más, nos están dejando de lado», declara indignada. Afirman que si el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, acudió con ellos el lunes a la zona cero de la explosión fue porque se rebelaron y el padre de Diego alegó que iría por su cuenta.
La familia de Carlos Alonso Palate, el otro ecuatoriano desaparecido, se encuentra más tranquila. Su hermano Luis Jaime llegó el lunes al aeropuerto procedente de Quito. El equipo de psicólogos y el personal del Samur que atiende a los familiares en el hotel facilitaba ayer ropa a Luis Jaime: «Es la talla 38, pero tiene las patas más anchas», bromeaba ayer un funcionario mientras enseñaba un pantalón vaquero a Luis Jaime, que se encuentra extremadamente delgado.
El hermano del desaparecido tiene cita a primera hora de hoy con el médico, que le realizará una revisión en la vista, para comprobar su estado. Luis Jaime tiene problemas de visión y su madre es invidente. Según declararon los familiares, el Gobierno costeará todos los gastos médicos e, incluso, se plantea la posibilidad de darle papeles. Hasta ahora, Carlos Palate era el sostén económico de la familia, que en este momento se encuentra desasistida.
Su primo Oswaldo relata que el joven, de 35 años, era un trabajador nato y que, en ocasiones, permanecía hasta 12 horas en la fábrica de plásticos de Valencia en la que estaba empleado: «Él vino desde Ecuador porque quería sobresalir. Era muy aficionado al fútbol y jugaba en el Club Deportivo Nacional de Picaihua. Estamos con mucha incertidumbre». Oswaldo mantiene que cuando fueron a denunciar a comisaría la desaparición de Carlos, en un principio la Policía no les creía. Tuvieron que aportar un arsenal de datos e información para que empezaran a tomarles en serio.
A diferencia de la familia de Diego, Oswaldo tiene palabras de agradecimiento para el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que asegura que les ha prestado mucho apoyo y colaboración.
De hecho, el director general de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, José Manuel Rodríguez Uribes, está en permanente contacto con las familias de los desaparecidos y ayer volvió a pasar gran parte del día en el hotel en el que están alojadas. Así, fue él quien concertó la revisión médica para Luis Palate y procuró que le proveyesen de ropa, ya que se desplazó desde Ecuador sólo con lo puesto.
Mientras tanto, la comunidad ecuatoriana en España se manifestará el próximo sábado 13 de enero en repulsa por el último atentado de la banda terrorista ETA y a favor de la paz.
El lamento de Víctor resuena como una letanía en el vestíbulo del hotel Auditorium, cercano al aeropuerto madrileño de Barajas. Una queja que, sumada a la incertidumbre y a la desgracia, se convierte en un cóctel difícil de digerir para la familia de Diego Armando Estacio, un joven ecuatoriano de 19 años, que trabajaba en la construcción, al que más de 200 kilos de explosivos le estallaron encima.
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Su novia, Verónica Arequipa, intenta aguantar el tipo, pero se encuentra al borde de un ataque de nervios: «Ya no puedo aguantar más. Yo me voy al aeropuerto. Quiero saber lo que están haciendo. En la habitación no hago nada». Su rostro refleja la pesadilla que está viviendo en estos días. Sus ojeras son pronunciadas y mueve nerviosamente su trenza de un lado a otro. Su desesperación aumenta a medida que pasa el tiempo y las noticias no llegan. Verónica se teme lo peor: que la Policía deje de investigar y no encuentre a su novio: «Ya no están buscando los cuerpos. Sólo buscan pruebas».
La joven acudió al aeropuerto junto al desaparecido el pasado sábado a recoger a unos familiares. Él había estado de fiesta la noche anterior y decidió quedarse en su Renault Clio echando una cabezadita, mientras ella acudía a esperar a sus parientes.
En ese lapso de tiempo, el aparcamiento de la T-4 de Barajas saltó por los aires y el corazón de Verónica se partió en dos. Intentó regresar al parking, intentó comunicarse con él por el móvil, intentó obtener respuestas, pero todo fue inútil. No volvió a saber nada de su novio.
Fue entonces cuando empezó a cundir el pánico y el rumor se extendió como la pólvora encendida: «¡Diego no asoma, Diego no asoma!», se decían unos familiares a otros. Diego se había volatilizado.
Desde ese momento, llegaron las horas de angustia, de desasosiego, de inquietud, pero también de esperanza. A ella se agarra el padre de Diego Estacio, Winston, que no pierde la ilusión de volver a ver a su hijo: «Yo hasta ahorita tengo la esperanza de que él pueda estar ahí. Lo que anhelo es que esté vivo. Sería un milagro muy grande».
Winston es un padre joven, que apenas sobrepasa la cuarentena. Aún recuerda cómo hasta hace poco su hijo, de 19 años, trabajaba con él en la construcción, pero se independizó y comenzó a trabajar en otra empresa. «Era un chico tranquilo, risueño, contento», describe Winston a su vástago, parapetado tras una gorra blanca. La pasión de Diego era el fútbol y su equipo, el Milán.
A su lado se encuentra Víctor, el cuñado, que salvó la vida por puro azar. Él también había acudido al aeropuerto a recoger a los familiares, pero, casualidades de la vida, no estacionó en el aparcamiento, sino que dejó el coche en una parada de autobuses. La infracción le libró de la muerte. Salió para cambiar el vehículo de sitio y que no le multase la Policía. Y, al momento, escuchó la tremenda explosión y vio la nube de polvo que rodeaba la terminal. Asegura que cuando partió del aeropuerto nadie les había informado de que había que desalojar el edificio.
En el corrillo de familiares también se encuentra la hermana de Verónica, que está que trina y es la más reivindicativa ante el silencio del Gobierno: «Queremos ver y estar en el aeropuerto para comprobar cómo avanzan los trabajos. Nos enteramos de todo por la televisión».
Según su testimonio, en estos cuatro días el Ministerio del Interior no les ha dado ninguna información y sólo les ha prohibido hablar con la prensa. «Estamos aquí sentados como tontos. No nos informan de nada. El ministro ha dado una rueda de prensa, pero, ¿por qué no nos ha informado a nosotros? Somos ecuatorianos, somos latinos y, una vez más, nos están dejando de lado», declara indignada. Afirman que si el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, acudió con ellos el lunes a la zona cero de la explosión fue porque se rebelaron y el padre de Diego alegó que iría por su cuenta.
La familia de Carlos Alonso Palate, el otro ecuatoriano desaparecido, se encuentra más tranquila. Su hermano Luis Jaime llegó el lunes al aeropuerto procedente de Quito. El equipo de psicólogos y el personal del Samur que atiende a los familiares en el hotel facilitaba ayer ropa a Luis Jaime: «Es la talla 38, pero tiene las patas más anchas», bromeaba ayer un funcionario mientras enseñaba un pantalón vaquero a Luis Jaime, que se encuentra extremadamente delgado.
El hermano del desaparecido tiene cita a primera hora de hoy con el médico, que le realizará una revisión en la vista, para comprobar su estado. Luis Jaime tiene problemas de visión y su madre es invidente. Según declararon los familiares, el Gobierno costeará todos los gastos médicos e, incluso, se plantea la posibilidad de darle papeles. Hasta ahora, Carlos Palate era el sostén económico de la familia, que en este momento se encuentra desasistida.
Su primo Oswaldo relata que el joven, de 35 años, era un trabajador nato y que, en ocasiones, permanecía hasta 12 horas en la fábrica de plásticos de Valencia en la que estaba empleado: «Él vino desde Ecuador porque quería sobresalir. Era muy aficionado al fútbol y jugaba en el Club Deportivo Nacional de Picaihua. Estamos con mucha incertidumbre». Oswaldo mantiene que cuando fueron a denunciar a comisaría la desaparición de Carlos, en un principio la Policía no les creía. Tuvieron que aportar un arsenal de datos e información para que empezaran a tomarles en serio.
A diferencia de la familia de Diego, Oswaldo tiene palabras de agradecimiento para el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que asegura que les ha prestado mucho apoyo y colaboración.
De hecho, el director general de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, José Manuel Rodríguez Uribes, está en permanente contacto con las familias de los desaparecidos y ayer volvió a pasar gran parte del día en el hotel en el que están alojadas. Así, fue él quien concertó la revisión médica para Luis Palate y procuró que le proveyesen de ropa, ya que se desplazó desde Ecuador sólo con lo puesto.
Mientras tanto, la comunidad ecuatoriana en España se manifestará el próximo sábado 13 de enero en repulsa por el último atentado de la banda terrorista ETA y a favor de la paz.
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