Catalunya show

22-10-06



CARTA DEL DIRECTOR

Catalunya show


PEDRO J. RAMIREZ

A las seis de la tarde del 1 de julio de 1808 la Muy Ilustre Junta Gubernativa, Militar y Económica de la ciudad de Gerona, integrada por representantes del ayuntamiento, el cabildo catedralicio y «otras distinguidas personas» aprobó un trascendental decreto, en el real nombre de «don Fernando VII por la gracia de Dios, rey de las Españas y de sus Indias». Incluía dos considerandos y dos puntos dispositivos a cual más significativo y elocuente.

En el primer considerando se establecía que la gran victoria que acababa de obtener la ciudad al haber resistido el primer sitio de los franceses «se debe a la protección de su patrón y mártir San Narciso» que ya había librado a los gerundenses del mismo pertinaz enemigo tanto en 1653 como nada menos que en 1285. En el segundo considerando se afirmaba literalmente que «frente a la tiranía y opresión de Napoleón Bonaparte es necesario nombrar a un jefe que dirija las operaciones y tenga bastante poder para contrarrestar las fuerzas del enemigo y nadie mejor que el citado patrón San Narciso puede desempeñar este encargo por la virtud que le ha comunicado el Altísimo y ha manifestado tan visiblemente en todas las épocas».
(.../...)

Teniendo en cuenta tales antecedentes, el primer punto dispositivo proclamaba que la tal Junta «ha venido en nombrar formalmente por generalísimo de las armas de mar y tierra al citado patrón y mártir San Narciso, encargándole estrechamente la defensa de esta ciudad, suplicándole humildemente se digne admitir el referido nombramiento». El segundo punto dispositivo acordaba que, a efectos de pasar de las palabras a los hechos, «el domingo próximo día 3 del actual, con toda solemnidad se notifique al mismo San Narciso este decreto y se le entreguen, en señal de ser reconocido por generalísimo, los magníficos distintivos de faja, bastón y espada que se depositarán dentro de su sepulcro».

Comprendo que la evocación de esta escena, incluida en la clásica Historia de la Guerra de la Independencia en el Antiguo Principado de don Adolfo Blanch, no resulte hoy políticamente correcta. Y no tanto por la credulidad en la intervención sobrenatural de los apenas ocho mil habitantes que componían el censo de la «inmortal Gerona», sino por la «paradoja» que Ronald Fraser acaba de subrayar en su recién aparecida obra La maldita guerra de España: «Los catalanes estaban dispuestos a defender la monarquía borbónica española que desde hacía un siglo les había privado de sus preciados derechos de autogobierno... No sólo se levantaron y lucharon sino que su resistencia fue mayor, más encarnizada y con mayor coste de vidas y propiedades que en casi ninguna otra región de España».

Pido disculpas, pues, por recalar en este momento histórico sobre el que en Cataluña parece haberse corrido el tupido velo de la amnesia colectiva -como si entre los Decretos de Nueva Planta y la Renaixença el propio territorio hubiera quedado sumergido bajo el mar-, pero constituye un antecedente imprescindible de cara a la propuesta que, sin otras pretensiones que contribuir a despejar lo que puede ser dentro de unos días un problema poco menos que irresoluble, me atrevo a presentar ante las fuerzas políticas que concurren a las elecciones del 1 de noviembre.

Estoy hablando de la extrema dificultad que rodeará a la investidura de un nuevo presidente de la Generalitat si se confirman los resultados de las últimas encuestas. Todo indica que las listas encabezadas por Artur Mas van a obtener una holgada victoria, aunque muy alejada de la mayoría absoluta. Su compromiso ante notario de no pactar con el PP le ata de pies y manos de cara a obtener los votos de esa leprosa formación española -aun en el supuesto, no muy probable, de que fueran decisivos-, pues sobre su cabeza pesa ya la terrible espada de Damocles de, en caso de incumplimiento, llegar a mosquear al notario.

Tanto si Montilla salva los muebles con un resultado digno como si sufre el revolcón que públicamente pronostican -y secretamente anhelan- la mayor parte de los popes del PSOE, no sería nada sencillo hacerle pasar por la humillación de respaldar a su gran adversario. Entre otras cosas porque eso ya no sería la pragmática sociovergencia -el orden de factores sí altera el producto- sino un inquietante y mercantil convercialismo, controlado por engreídos petimetres como ese David Madí que ha roto la campaña con su millón de videos sobre los desastres del Tripartito o ese Xavier Sala i Martín que se atreve a interrogar ariscamente a todo un ex ministro sobre sus responsabilidades en el desempeño del cargo. (Si quieren saber por qué el «¿pero tú qué te has creído?», con que el bachiller Montilla abortó la entrevista, me hizo sentir nostalgia del ministro electricista, no se pierdan la película GAL).

Es cierto que siempre quedará el alto sentido de la responsabilidad y la enorme capacidad de infundir confianza tanto al mundo empresarial como al conjunto de las instituciones del Estado de un Carod-Rovira erigido en árbitro de la situación. Máxime cuando la calidad humana e intelectual de eximios colaboradores suyos como Puig y Tardà -¡qué acierto la original comparación de Enrique Múgica con Milosevic!- acaba de verse reforzada por la hondura del pensamiento de la propia esposa del líder carismático, tanto en lo que se refiere a la correcta caracterización de «los hijos de puta del PP» como sobre todo en su genial percepción del efecto sacramental que el aprendizaje del catalán podría tener sobre «un senegalés» -hasta el punto de llegar a convertirlo en «¡ciutadans de Catalunya!»- frente a la mera redundancia que el dominio del castellano aportaría a su condición de negro y africano.

Unase a esta revelación mística el sentido pragmático del carné de catalanidad por puntos tan oportunamente propuesto por CiU para distinguir al buen inmigrante del charnego potencial y se tendrán los mimbres de la gran coalición nacionalista. Nadie puede dudar de la estricta complementariedad entre las Oficines de Garanties Lingüístiques, promovidas por Esquerra, que con tanta eficacia han venido canalizando las denuncias anónimas contra quienes rotulen sus comercios en castellano y la inspirada propuesta del mismísimo Artur Mas cuando ante los reparos de que en Cataluña se están violando los derechos humanos de las familias que no pueden elegir su lengua materna como idioma vehicular de la enseñanza de sus hijos, replicó: «Que se monte un colegio privado en castellano para quien lo quiera pagar, exactamente igual que se montó uno en japonés». Pero, claro, esa investidura con los votos de Esquerra no sería la mejor tarjeta de visita para convencer a Solbes de que, cuando se traduce al catalán, todo 18% de la inversión pública del Estado excede, como mínimo, y eso tirando por lo bajo, del 20 o del 22%.

Siempre nos quedaría, por supuesto, la alternativa de una reedición del Tripartito sustentada fundamentalmente en la afinidad entre las juventudes de Esquerra cuya simpatía y elegancia arrancando páginas del libro de la Constitución aún se recuerda en las calles catalanas, las juventudes del PSC que tantos reflejos exhibieron en su campaña en defensa del actor al que la censura madrileña no le permitía repetir desde el escenario del teatro Español -hay lugares en los que cada nombre es ya una provocación- algo tan sensato y ponderado como que «se metan a España ya en el puto culo a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando de los campanarios» y las juventudes de Iniciativa, cuyo único pecado ha sido decir en voz alta lo que todo buen progresista que sea a la vez buen catalán anhela y siente: «¡Fóllate a la derecha!» ¡Ele la grasia! ¡Estos son nuestros niños!... Pero nunca segundas partes fueron buenas, máxime si tal combinación supusiera la investidura de un menguado Montilla que, frente a la visión cosmogónica de un gigante como Maragall, sólo podría aportar la acreditada honestidad -valga la redundancia- exhibida en sus relaciones con la Caixa y la solvencia en la gestión acrisolada, con ayuda de la discreta Mayte Costa, durante la reordenación del sector eléctrico en perfecta sintonía con las autoridades europeas.

No, yo creo que la presidencia de la Generalitat debe decidirse de forma más imaginativa. La Cataluña autonómica sometida por los poderes fácticos a un régimen de libertad vigilada podía permitirse tener como cabeza visible a un político de carne y hueso, tal y como viene ocurriendo en Murcia, Extremadura o La Rioja; pero la Catalunya triomfant que ha obtenido del gran estadista Rodríguez Zapatero su reconocimiento como nación y que en lógica correspondencia dirime ya fraternales contiendas internacionales con la selección de Euskadi, no debe conformarse con continuar siendo como las demás. Aprovéchese pues el previsible embrollo del resultado electoral como una bendición disfrazada y entronícese en la presidencia de la Generalitat no a un ser humano vulgar y corriente sino a una leyenda, bajo cuyo eximio patronazgo la aritmética parlamentaria se limite a proporcionar un conseller primer y su correspondiente gobierno.

Puesto que, a menos que se asuma el riesgo de verle cambiar el color de la faz, el signo de los tiempos y el propio tono moral de la campaña -con o sin preservativo- desaconsejan hacer extensiva a la Moreneta la preferencia que los gerundenses hicieron recaer en San Narciso, mi primer y más obvio candidato era naturalmente Samuel Eto'o. ¿Quién si no el máximo goleador del Barça cuyos merecidos insultos al detestado opresor -«¡Madrid, cabrón, saluda al campeón!»- aún resuenan con orgullo en todos los oídos, para representar a modo de monarca republicano y nuevo emperador del Paralelo a la Catalunya integradora en la que lo importante no es de dónde se viene sino adónde se va?

Surgió, sin embargo, un grave malentendido cuando el otrora camerunés pareció llamarse andana aquel día en Santander en que le hicieron una pregunta en catalán. Cargado de razón y empatía con su pueblo, el periodista Vicenç Villatoro -perdón, Villabrau- advirtió que en ese momento «saltaron todas las alarmas» porque «si un jugador del Barça expresa alguna forma de menosprecio por el catalán, por los símbolos del país, se está cargando el núcleo del guión... la base del invento». Y el propio Villabrau interceptaba con contundencia el contraataque del racionalismo escéptico: «'Fichamos a los jugadores para que marquen goles, no para que aprendan lenguas'. Pues no. No es cierto del todo». Y perforaba la red por toda la escuadra en un espectacular remate ganador: «Los fichamos para que metan goles, pero también para que encarnen los valores que se asocian al Barça... Necesitamos que Eto'o sea el Pichichi de esta Liga y de esta Champions, pero también que sea un símbolo». Completamente de acuerdo: la bandera estelada, Els Segadors y el Molt Honorable Samuel Eto'o leyendo a Verdaguer en el Pati dels Tarongers.

El malentendido quedó zanjado de forma plenamente satisfactoria cuando Eto'o aclaró que había tenido un problema coyuntural de carácter auditivo, pero que en el futuro procuraría limpiarse más a fondo las orejas y acudir a lugares de mejor acústica. Sin embargo tanta responsabilidad y tanta tensión emocional hicieron mella en él y Eto'o terminó por lesionarse. Nuestro gozo en un pozo, candidatura descartada, porque el presidente de la nueva Catalunya no puede lesionarse.

La siguiente opción era, por supuesto, Ronaldinho. Pero ¿y si esta tarde no lidera al equipo con suficiente tino como para permitirle obtener la justa victoria en el Bernabéu con la que tan intensamente sueña todo el volk catalán?. ¿A qué dedicarán entonces los periódicos de información general las 48 páginas y media y los titulares de portada del cuerpo heroico que tienen reservados para el -un año más- histórico evento? No, la dignidad del presidente de la Generalitat no debe estar hipotecada por el filosófico albur de que el balón entre o no entre. Hay que buscar a alguien fuera de la plantilla del primer equipo.

Y héteme aquí que, en plena tormenta de ideas -que si Johan Cruyff, que si Montserrat Caballé, que si el presidente de la Caixa al cabo de una clarificadora macrofusión...- apareció el arco iris del precedente de San Narciso. De repente todo se iluminó con tanta intensidad a mi alrededor que parecía que estuviera en el palco del Nou Camp. Si el patrono de Gerona había podido tomar el mando sucesivamente en 1285, en 1653 y en 1808 sin que el paso de los años mermara su capacidad de servir con eficiencia a la causa de la ciudad, ¿por qué no podría el reiteradamente proclamado en la actualidad como máximo santo laico de Catalunya, Lluís Companys i Jover, volver a ocupar el cargo que con tanta lealtad a las instituciones republicanas -salvo alguna pequeña veleidad en octubre del 34- y eficacia en el ejercicio de las competencias de orden público y en la subsiguiente salvaguarda de las vidas y bienes de las personas -excepción hecha de algunos miles de clérigos y burgueses provocadores- ya ostentara entre el 1 de enero de 1934 y el 15 de octubre de 1940, fecha de su fusilamiento?

Bastaría un pacto de carácter cuatripartito entre CiU, PSC, ERC e Iniciativa para acordar que cualquiera que fuera el resultado dentro de 10 días Lluís Companys i Jover volviera a ser investido president de la Generalitat, siquiera fuera a título honorífico. Sería una oportunidad irrepetible para hacer palidecer las más impresionantes fiestas cívicas organizadas por David durante la Revolución Francesa. Los programas de los cuatro partidos serían depositados en el interior de su tumba y una procesión de antorchas mucho más completa que la que encabezó Carod recorrería la ciudad tanto a la ida como a la vuelta de la montaña de Montjuïc.

Junto a los máximos líderes de los partidos nacionalistas y asimilados, formarían parte del cortejo los presidentes de las federaciones catalanas de Hockey sobre Patines y Korfball, pioneras en la lucha por la homologación internacional, el primer secretario de las Joventuts Socialistes de Martorell tan injustamente zarandeado estos días tras su noble respuesta a la provocación de Acebes y Piqué pretendiendo hablar en su pueblo, el creador de la iniciativa Ballem en Català (Bailemos en Catalán) empeñado en promover la traducción de los mejores tangos, habaneras y boleros a la dulce lengua de Prat de la Riba y el líder del autodenominado Exèrcit Català de Pequín que acaba de darse a conocer al proponer a los asistentes al concierto de Bruce Springsteen que hicieran ondear la senyera en el momento en que el Boss entonara su We shall overcome como homenaje a todos los pueblos oprimidos del mundo.

Me comprometo a ver pasar la procesión apostado tras los mismos visillos de la casa de mis abuelos en la calle París cantonada Aribau -entre el bar París y el cine Astoria- desde la que durante la segunda mitad de los 60 y la década completa de los 70 presencié el deslumbrante espectáculo del desarrollo cosmopolita de una gran capital de la cultura internacional en la que catalanismo era sinónimo de apertura, universalidad y pluralismo y en la que el nacionalismo excluyente no era sino una apolillada extravagancia. Ahora bien, no derramaré ni una lágrima por la aldeana decadencia de ese periodo de grandeza que tuvo su apogeo el 24 de octubre del 77 con el Ja soc aquí de Tarradellas y su comienzo del fin el 9 de mayo del 80 cuando Jordi Pujol impidió que su admirable antecesor concluyera su parlamento, en el acto protocolario del relevo, dando un viva a España, tras el visca Catalunya de rigor. Tal vez sea exagerado decir que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece, pero nunca como en esta grotesca campaña ha quedado tan en evidencia que los políticos de un lugar raras veces suelen ser mejores que sus periodistas, empresarios y demás líderes sociales.

pedroj.ramirez@el-mundo.es

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Maruja Torres.....¿Precursora de Teresa Comas?
Anónimo ha dicho que…
Esto huele a guerra civil!!-
Menos mal que estamos en Europa

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